viernes, 27 de diciembre de 2019

Cantabria (IV), Diciembre 2019 💢






 
Como el turrón, vuelvo a casa por Navidad. Es momento de que la familia se vuelva a juntar, nunca se sabe hasta cuando por eso no debemos dejar pasar la ocasión. Esta vez me tocó ir solo. Los exámenes universitarios, justo después de las fiestas, hizo imposible que viajáramos los cuatro. No quise dejar a nadie atrás, cogí el coche y me fui solo. Mis pomelos, se quedaron juntas, en casa.

 
 
20-12
 

 
Tras dejar a Julia en el colegio, puse rumbo hacia Santander. Recuerdo cuando hace 25 años no me costaba nada conducir, es más, hasta me gustaba. Ya es historia. Cuando no me duele la espalda, es la pierna, o el culo, pero se me hace eterno el viaje. La parte buena, como iba solo, coloqué el control de velocidad, escuchando la radio, dos paradas de poco más de 10 minutos y en ocho horas, ya estaba en Santander, cuando normalmente no baja de nueve horas. Fue un viaje tranquilo, sin mucho tráfico, con algo de lluvia y un luminoso arco iris atravesando Buitrago de Lozoya, en la provincia madrileña.
 
Cuatro meses después, pude abrazar y besar a mis padres, que ya están mayores pero a los que tengo, quiero y debo ir a ver cada pocos meses pese al esfuerzo físico que ello me conlleva. Un trozo de riquísima tortilla de patatas con chorizo me estaba esperando. Sin pararme mucho, cogí el abrigo y salí a pasear para estirar las piernas tras las largas horas sentado. Bajo un pertinaz calabobos, recorrí el centro de Santander. Amo mi ciudad pero debo reconocer que la decoración navideña es mejorable. No tardé mucho en volver a casa. Estaba cansado y tenía ruta para el día siguiente.
 
 
 
21-12
 
 
 
 
6:00 sonó el despertador. Sigilosamente me puse la ropa de deporte. Desayuné té con bizcocho de chocolate y guindas, un pastel que lleva haciendo mi madre 50 años o más, al que no me quiero resistir.
 
6:30, en el coche. No recordaba la diferencia horaria solar entre Murcia y Santander. Tarda casi media hora más en amanecer. Me dirigí hacia el Valle del Asón, en concreto a Bustablado, un pequeño pueblo desde el cual se sube al puerto de Los Machucos. En las últimas ediciones de la vuelta ciclista había visto a los ciclistas subirlo y no quería dejar pasar la ocasión de hacerlo en persona. Mientras esperaba a que amaneciera me comí un plátano, aparcado en la plaza del pueblo frente a la iglesia de San Iñigo.
 


Con las primeras luces, empecé a correr, bueno, digamos que a andar deprisa. La subida, en tramos escalonados, es durísima. Tiene rampas al 28%. Parece increíble que por esas cuestas pueda subir alguien pedaleando. Tras un primer km con aire helado, al girar hacia el sur, el viento caliente me rompió a sudar. Ocho kms de subida flanqueado de farallones. Decenas de fotos. En la subida tan solo vi un cuatroruedas que me pasó demasiado pegado, un coche de la guardia civil y vacas, muchas vacas que me observaban con cara sorprendida, como pensando: "que hace este por aquí?".

Bastante bien llegué a la zona del mirador, con el Monumento a la Vaca Pasiega y vistas lejanas de Santander, bajo un soleado amanecer. No es el punto más alto, así que busqué la forma de coronar el pico. Sin camino, opté por la típica senda abierta por animales que como era de esperar estaba repleta de barro y bosta. En la parte mas alta, el viento soplaba peligrosamente fuerte. Para hacer fotos o grabar tuve que sujetar bien el móvil para evitar perderlo y lo más importante, para no caerme o ser arrastrado al vacío. Las sombras en el video, son mis dedos apretando el móvil para no perderlo. 


 
Justo al comienzo de la bajada, me crucé con un hombruco que subía andando con su perro. "Ya de vuelta?", me preguntó con su típico acento de tierra adentro. "Si", le respondí. Estuvimos hablando unos minutos. Justo antes de despedirnos me dice, "tu coche es uno oscuro en Bustablado?". "Si", volví a responder. "Claro", me dijo, "es que no lo conocíamos". Pasiego a más no poder. Con lo pequeño que es Bustablado, supongo que un coche diferente debe llamar la atención.


 
Si la subida es muy dura, la bajada también tiene su miga por el desnivel, tenía que frenarme para no caerme. A medio camino una ruta a la derecha subía hacia Buzulacueva, camino de Arredondo. No teniendo muy claro los kms totales, en el alto paré a echar fotos para retornar por el mismo camino. Cuando me quise dar cuenta, ya había metido todo el bambo en una bosta. Si es cierto que da suerte, me fui preparado para el premio gordo de la lotería.
 
Tras 23 kms, de nuevo en el coche. Me acerqué a Arredondo, mas conocido por sus paisanos como la capital del mundo, cruzado por el río Asón. En este pueblo vivieron muchos indianos, cántabros que emigraron a hacer las américas y que volvieron con mayor o menor fortuna, a disfrutar de sus últimos años en casa. Un indiano de éstos, Antonio Gutiérrez Solana, pagó la construcción en 1860 de la actual iglesia neoclásica del pueblo, con su peculiar campanario sobre un torre exenta circular.
 


 
A poco más de dos kms, Socueva. Senda que por una pista asfaltada que sube hasta la ermita rupestre de San Juan, del siglo X, pero que su primera construcción fue visigoda, del siglo VII. Es muy pequeña, los accesos son difíciles y amenaza ruina. Deberían hacer algo para evitar que este pedazo milenario de historia se venga abajo.
 
 
 
Por la tarde, en la hora de la siesta, descanso, acabando el libro sobre los Gordianos y Maximino el Tracio que ya me acompañó a Bélgica. A las ocho, partido del Racing. Ni el Barça ni el Madrid, el Racing que es de aquí. Mala temporada llevamos, mala pinta tiene el equipo. Mal partido, 1-1, incapaces de ganar a un Oviedo plano. Pero la emoción de volver a cantar la Fuente de Cacho en El Sardinero no tiene precio. 41 años de socio. Tras tantos buenos y malos ratos, no caminarán solos.
 
 

 
22-12

 
 
6:00 otra vez madrugando. Hoy, Santoña y el monte Buciero. El camino hasta allí, casi todo por autovía. Llegué de noche cerrada. Esperé un rato a ver los primeros rayos de sol. Mientras, me repasé la ruta. Santoña está al pie del monte Buciero, al borde del mar. Justo enfrente, en la bahía, Laredo, separados por escasos cientos de metros. A la espalda del pueblo, la playa de Berria y el penal del Dueso. Soy mas santoñero que laredero. Santoña es más marinero, más cántabro. Laredo está invadido por miles de vascos, turistizado salvajemente.
 


 
Con las primera luces, de ruta. Camino muy húmedo, embarrado y, por zonas, resbaladizo. El monte está rodeado de restos de fortalezas de tiempos napoleónicos, en regular estado tirando a mal. Desde el final del paseo, donde está el Fuerte de San Martín, se puede trotar por la continuación del paseo hasta el Fuerte de San Carlos. Justo antes de llegar, hay un cruce a la izquierda, yo subí por el camino de tierra, ayudado de las cuerdas para no resbalar.
 
Senda amplia, pedregosa, en la que un macho cabrío me fue marcando parte de la ruta. Llegando al cruce de Cuatro Caminos, bajé para ver el Faro del Caballo y la Cueva de Peter Pan. La bajada, unos 700 escalones muy verticales, no son aptos para vértigos. Hay de continuo un cableado a la altura de la mano para evitar caídas que no tendrían final feliz. Las vistas son espectaculares. Los acantilados, mezcla de mar y montaña, olas y gaviotas, son dignos de ser visitados y fotografiados. El faro en sí, está muy dejado. La bajada final hasta la cueva Peter Pan, muy mal, pero casi mejor. A más de un aventado se le ha ocurrido tirarse al mar desde allí con claro riesgo de lesión cuando no de muerte. El mar, a escasos metros, te advierte de que no está para juegos.
 
 
 
La subida, agotadora, incluso para alguien físicamente preparado. Una vez arriba, opté por seguir la ruta paralela al mar. Hay otras que cruzan el monte en dirección a las diferentes peñas, ya las haré en otra ocasión. El camino de bajada, verde brillante, marrón naturaleza, azul celeste, una mezcla de marymontaña comparables con pocos lugares. La bajada desemboca en el Faro del Pescador. Día muy soleado, se podía ver el litoral cántabro hasta el infinito y más allá. Camino asfaltado hacia la Punta del Águila, la playa de Berria en cuyas dunas se asienta el cementerio con mejores vistas que conozco. Vas a la playa a darte un baño de sol o de mar, con tus abuelos y bisabuelos descansando en paz a tu lado. Detrás, el penal del Dueso. Debe ser desmoralizante tener un paraíso natural tan cercano y tan lejano. Me dejé llevar por la ruta circular hasta el coche.
 
 
 
 
Como no puede ser de otra manera en Santoña, cumplí con la tradición de comprar anchoas. Empezó a llover. De vuelta a Santander, opté por la carretera de la costa.  Argoños a Galizano. Subiendo, pegado a la playa, está la cueva Cucabrera, con sus bancos de piedra. Hacía mucho viento y el oleaje llegaba a la altura de mis pies. Langre y sus dos playas, la grande y la pequeña. Loredo, plagado de edificios, aún lo recuerdo la última vez que pasé por allí, hace unos 30 años, entonces eran diez casas, ahora es una urbanización también turistizada. Somo, Pedreña y de vuelta a casa.
 
 
 
Por la tarde fui de compras regias magas, pero no hubo suerte. Lo que llevaba apuntado, no lo tenían. Tarde en familia hasta la hora de dormir que tras dos días de ruta, fue pronto.

 
23-12

 
 
Bastante cansado de las rutas por Los Machucos y Monte Buciero, decidí de bajar un poco el pistón. Aún así, me levanté bien pronto. Desayuné con mi hermana Techu y salí a andar por Santander. Desde la Segunda Playa del Sardinero hasta la salida de la ciudad en San Fernando, Cuatro Caminos. Disfruté de mi ciudad. Si, soy muy pesado, pero con cada visita cada vez tengo más claro que de todos los viajes que pueda realizar, no habrá destino más deseado que volver a Santander. Llevo años intentado convencer, sin mucha ansia ni mucho éxito, a mi pomelo de buscar algo para pasar temporadas en Santander cuando nos hagamos mayores. No lo he conseguido, tampoco lo que he intentado con mucho ímpetu, pero con cada viaje tengo mas claro que a Santander quiero volver.
 


Desde la Segunda Playa del Sardinero a los Jardines de Piquío, que están igual que cuando yo tenía 40 años menos y nos hicimos los seis (mis padres y mis tres hermanos) unas fotos que todavía están en lo álbumes de fotos en mi casa. La Primera Playa del Sardinero, mi rincón favorito de la ciudad. En sus orillas me meceré eternamente. La península de la Magdalena, con su minizoo de focas, pingüinos y leones marinos, el palacio en obras y sus arboles. Las playas de Bikinis, los Peligros y la Magdalena, donde recogí conchas, como en cada viaje. Recojo 15-20 conchas y me las traigo. Las meto en botes de cristal adornando mis estanterías. Es una forma de tener presente Santander. La zona marítima, el Paseo Pereda hasta la Catedral. La estación y el pasaje de Sotileza para subir a la Calle Alta. Al fondo, Cuatro Caminos y San Fernando. Vuelta por las calles céntricas, repletas de compradores navideños compulsivos. Tras comer, nuevo paseo. Las piernas ya me pesaban. Por la noche, cena familiar en casa, ese era el objetivo, estar con papá y mamá.
 
 

24-12

 
 
Otra vez a las 6:00 en pie. Hoy, Vega de Pas, los valles pasiegos, las tierras de mis mayores. Mi generación, la de mis hermanos y mía, es la primera de santanderinos. Mis padres, abuelos y bisabuelos pasiegos. Y así, por lo menos, hasta el siglo XVII, mas atrás, suponemos que también, pero no quedan registros escritos. Volví a recorrer mis lares familiares.
 

Aparqué el coche en la plaza de Vega de Pas. Silencio absoluto. Era el día de Nochebuena y nadie parecía tener prisa. Por consejo de mi hermana Marta, cogí una ruta paralela a la carretera. Al principio me costó un poco, dado que la senda, pese a tener las marcas blancas y amarillas de las PR, está algo confusa. Por dos veces me volví a ver en la carretera. Cuando llevaba dos kms, ya cogí la senda y no la dejé hasta llegar al final. Senda estrecha, empapada, embarrada, pero preciosa paralela al río Yera. Cada pocos cientos de metros, parada y fotos. Puentes de piedra recubiertos de brillante musgo verde. Hayedos despeluchados y tristones que corrían con las raíces heladas por las orillas del río. Más silencio absoluto. En cada recodo esperé encontrarme con la Anjanuca, la Ojáncana, el Trenti.
 


 
 
Casi al pie del farallón de las Estacas de Trueba me vino a la cabeza la cacareada cumbre del clima. Los humanos somos una raza condenada a la extinción. Por aquellas tierras pasiegas corrían felices todo tipo de animales hace varios cientos de miles de años, hasta que hace poco más de unas decenas de miles de años (anteayer en términos evolutivos) un mono con ínfulas de sapiens, empezó a atacar a la Naturaleza. Nos estamos cargando tanta belleza, dejamos que políticos y empresarios carcamales den patadas para delante evitando tomar decisiones drásticas que al menos paren el cambio climático, todo ello para que no afecte a sus repletos bolsillos que no podrán llevarse a la tumba. Que especie mas tonta. No nos damos cuenta que la propia Naturaleza se vengará y acabará con nosotros. Dentro de otros varios cientos de miles de años, pasado mañana en el calendario de nuestro planeta, habrá recuperado todo lo que le estamos arrancando por nuestra incapacidad para convivir con nuestro entorno. Nuestro planeta es un conjunto de paraísos cercanos que estamos machacando. Tenemos bien merecido pagar con la extinción nuestra soberbia de creernos dueños de todo. Estúpidos animales sapiens??.
 




 
Al final de la senda, en el último puente, resbalón y me caí lo largo que soy sobre el barro. Felizmente, tanto barro, estaba acolchado. Subiendo la senda, el Túnel de la Engaña, ahora silencioso, oscuro, tétrico, albergando los espíritus de tantos obreros que dejaron allí su vida. Terminada la guerra civil, en 1941, el régimen franquista quiso cumplir con un sueño del siglo XIX, construir un túnel que uniera el puerto de Santander, donde se descargaban las mercancías de los barcos con origen en los puertos europeos atlánticos, con destino al Mediterráneo.
 

 
Construyeron una estación en Yera, hoy abandonada. Un kms hacia la montaña, las casas de los obreros, hoy en esqueleto. Varios túneles pequeños hasta llegar al último y gran túnel, con casi 7 kms de largo, el tercero mas largo de España. Proyectada su construcción para poco más de cuatro años, tardaron 18 años en acabarlo. Unos por el lado burgalés, otros por el lado pasiego. Fueron empleados hasta 700 trabajadores, la mayoría presos republicanos forzados a trabajar. Sin llegar a usarse, se clausuró la obra en 1959 por la presión de los empresarios vascos que veían peligrar su puesto de niña bonita del régimen si el movimiento de mercancías se desplazaba de los puertos vascos hacia Santander. Y luego, vascos y catalanes, los niños mimados del fascismo franquista se quejan de agravios históricos. Muchos de los presos obreros dejaron su vida allí, para nada. Durante un tiempo fue usado por los camioneros para cruzar a la zona burgalesa cuando el puerto del Escudo estaba cerrado. Incluso lo recorrían ciclistas. Hasta que en 1999, la falta de mantenimiento provocó un derrumbe que imposibilita el paso. Ahora, Revilla, dice que lo quiere reabrir. Veremos. Mucho habla.
 

 

 
 
Pasé un buen rato en las viviendas de los obreros. Silencio absoluto. Algún aullido lejano. Aves rapaces a la búsqueda de comida para sus polluelos. El ulular de alguna ave nocturna con insomnio. Algo de aprensión, no digo miedo, pero quizás las almas de aquellos republicanos cuyo único delito fue pensar diferente vagaban, acompañándome. Asentí. Sabían que era uno de ellos. Me acompañaban, no me seguían. Salud y República.
 
De vuelta, cogí la carretera para ver la senda desde arriba. Poco antes de Vega de Pas,  paré a coger agua. Muy fría pero limpia y pura. Ya en el coche, regresé por La Braguía. Cada paellera, parada y foto. Día brillante. Bajada camino de Selaya, corazón del sobao pasiego. También hacía más de 25 años que no iba por ahí. No estaba mentalizado para ver en que se había convertido aquel puebluco al que nos llevaban mis padres a comer sobaos y quesada. Edificios de 4 o 6 alturas. La calle principal plagada de tiendas donde vendían sobaos de todas las marcas. Villacarriedo, ya casi unido a Selaya, donde nos llevaban los curas escolapios de excursión, al colegio amigo, donde destinaban a los alumnos difíciles, era el penal escolar en los 70.
 
 
Sarón, que era un pequeño cruce, se ha multiplicado por diez. Con el encarecimiento de la vivienda en Santander y sus buenas comunicaciones, nudo de carreteras, muchos santanderinos ha emigrado a 20 minutos de la ciudad, a Sarón, para tener una vivienda al alcance de su presupuesto.
 
La tarde de la vigilia de navidad, paseo corto hasta el Faro de Cabo Mayor. Las mismas fotos disparadas decenas de veces en decenas de viajes en los últimos 26 años viviendo en Murcia. Nochebuena tranquila, sin demasiados excesos, con papá y mamá, aunque con la pena de no tener a mis tres pomelos a mi lado. Pero esto es lo que tocaba.
 
  

 
25-12


 
Quinto día a las 6:00 en pie. Otra vez en ruta, hoy al corazón del valle del Asón y del valle de Soba. Misma carretera hacia Arredondo del primer día. Solares, con su agua famosa. La Cavada, con su puerta de Carlos III. Barrio de Arriba, así se llama el siguiente pueblo. El puerto de Alisas, con curvas imposibles. En Arredondo, desviación hacia los Collados del Asón, a oscuras, hasta llegar al Mirador.
 
 
Comí un plátano y con las primeras luces, empecé la ruta. Del libro Rutas por Cantabria II editado por El Diario Montañes, cogí la ruta desde el Collado del Asón al Hondojón. Con los puntos de referencia garabateados en papel para no perderme, empecé a subir, saludando a una potranca que había en un cercado. Día sin nubes. Miré repetidamente al cielo, no quise cometer ese error tan típico de otros ruteros, menospreciar a la naturaleza. En estas alturas es muy fácil que la niebla cubra el terreno y se pierda tanto la senda como el sentido de orientación. Muy peligroso.
 


Ruta espectacular. En momentos así me siento especialmente orgulloso de haber nacido cántabro, tuve esa suerte. Las rutas que hice en estos días eran exigentes, especialmente Los Machucos y Vega de Pas-La Engaña, pero ésta en cuestión no está al alcance de personas no preparadas tanto física como sicológicamente. Hay que tener entrenamiento y saber mantener la cabeza fría para no perderse y no desesperarse cuando no se consigue atinar con la ruta.
 


  
Pista forestal empedrada dejando los Collados del Asón, con sus verticales paredes, a la derecha y el Alto de la Posadía a la izquierda. Tras un pequeño cambio de rasante, una planicie muy fría, Brenavinto, alfombrada de hierba blanquecina por la helada nocturna, surcada por numerosos regatos que tuve que ir sorteando para no chapuzarme. Sube y baja siguiendo las marcas del PR S  66, una casa en mitad de la nada con su propio panel solar.
 




Nueva planicie con un riachuelo serpenteante desde donde se inicia desde el paraje de Brena Román la subida a la Cabaña del Pozo, entre hayedos, senderos asfaltados de hojarasca y los picos de los Castros de Horneo, Colina y Carrió. Desde la Cabaña del Pozo, camino de ida y vuelta al punto mas alto, Los Campanarios, con restos del glaciar que hace miles de años debió cubrir aquellos parajes. Bajada hasta el Hondojón por un senda con medio metro de barro en algunas zonas hasta llegar a un gran circo al pie del Picón del Fraile y las Motas. De vuelta, pista amplia. Vacas, caballos, alguna cabra, esa fue mi compañía. Nací cántabro, tuve esa suerte.
 


 
Cogí el coche y bajé al valle de Soba hasta Gándara, para asomarme en su mirador hacia el nacimiento del río del mismo nombre. Saliendo del pueblo, me adentré en la Soba mas profunda para llegar a Villar, el regalo que me trajo Santa Claus.
 

 

 
Se me hizo algo tarde. Tenía que volver a subir a los Collados del Asón, bajar y fotografiar la catarata. Arredondo. Alisas y sus curvas imposibles. Hasta llegar con el tiempo justo para la comida familiar de Navidad.
 
 
 
Tarde familiar de té, sofá, Mujercitas, aguantando a malas penas los ojos abiertos tras más de 110 kms en las piernas en las cinco rutas matutinas.
 
 
26-12
 
 
Ya sin despertador, a las 6:00 otra vez despierto. Me lavé, vestí, desayuné y sin despertar a nadie, al coche. 845 kms, 8 horas de carretera son muchas para dejarlo para más tarde. Ya en casa, feliz, junto a mis pomelos, siempre presente mi patria Cantabria. Seguiré volviendo para seguir recorriendo cada rincón. ¿Te apuntas?.
 
 
 
 
 

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