lunes, 9 de julio de 2018

Cantabria (I), julio 2018 💢









Me embruja el murmullo del río y del monte




25 años hace que dejé mi Cantabria natal para venirme a Murcia. Un cuarto de siglo después solo vuelvo de vacaciones con mi medio pomelo Inmaculada y mis dos pomelitas Marta y Julia. Las visitas son cortas y habitualmente dedicadas a estar con la familia, por lo que salvo raras excepciones, no nos movemos de Santander. En esta ocasión hemos tirado la casa por la ventana. Este año hemos cumplido con la promesa hecha a nuestros amigos Mercedes y Diego de enseñarles la Tierruca. El compromiso venía de antes de conocernos cuando Inmaculada y Mercedes, tras una viaje de juventud por Madrid y Salamanca, dijeron de ir en el siguiente viaje a Santander. ¡¡Como es la vida¡¡, ¿Quién le iba a decir a Inmaculada entonces que no solo iría una vez a Santander si no que regresaría una y otra vez, año tras año, con lluvia y frío, con sol y calor?. Es una experta en rabas, sobaos y quesadas.









A primeros de año empezamos a ver las fechas. Conocí Airbnb. Ciertamente es una oportunidad de encontrar piso para sentirse más cómodos y con la posibilidad de ahorrar unos euros en desayunos, comidas y/o cenas pero hay que tener cuidado con las fotos. Pueden ser engañosas. Alquilamos un piso en Reina Victoria 37, un octavo. Buenas vistas. Barrio tranquilo. Pero el interior del piso del año de maricastaña. Cocina del Cúentame. De los tres aseos, la ducha caliente solo se podía usar en uno. Muebles antediluvianos. Eso sí, camas muy cómodas pero sin sábanas, sólo con nórdicos y si bien es cierto que por las noches invita a taparse no tanto.




Sábado 30 de junio, a eso de las 8:30 quedamos con Mercedes y Diego, y sus hijas Emma y Paula,  en el aparcamiento de una conocida tienda sueca donde si sigues las flechas a rajatabla, tres vueltas cuentan como maratón. Buena mañana para conducir. Por delante 845 kms de carretera, todo autovía. Aún recuerdo los primeros años de mis viajes Murcia - Santander, en mi añorado Clio Rojo (que con el solazo de Murcia murió anaranjado) cuando muchos tramos eran de carretera nacional. En este 2018, sin paradas, se tarda entre 7:30 y 8:00 horas. Ya con paradas lo que se quiera. Dado que la policía está como loca por hacer caja y que los coches modernos ya tienen el control de velocidad lo suyo es marcar los 120 km/hora de media y a tirar kms. El camino está plagado de estaciones de servicio, mas numerosas cuantos más cerca se está de Madrid, para paradas técnicas o comer algo. La carretera es una metáfora de la diversidad del estado español. Sales del inclemente sol murciano, atraviesas las eternas llanuras albaceteñas y conquenses, circulas en el caos capitalino. Tras cruzar Madrid, el paisaje empieza a cambiar. Guadarrama y Somosierra son las primeras montañas. Camino de Burgos empezó a llover. La otra España. Entre las provincias de Burgos y Palencia nos diluvió de tal forma que casi no se veía. Al fondo, nubes grises y la cornisa que separa Cantabria del resto del estado. Encerrada entre el mar y la montaña en una distancia de 90 kms de ancho por 150 de largo, atesora todo lo que se desea visitar. Mar, montaña, bosques, playas, historia y modernidad.




con lluvia de mayo me quiero mojar






Después de comprobar que el piso que compartíamos los ocho era mejorable dimos el primer paseo. ¡Que mejor tarjeta de presentación que El Sardinero¡. Hace poco más de 100 años nadie se acercaba a estas orillas salvo algún rico potentado que quería huir del centro de la ciudad. De hecho hasta más allá de mis 10 años (en mitad de los años 70) no pisé sus calles.
















Fue con la llegada del veraneo regio a principios del siglo XX cuando cobró auge la zona, hoy emblema de la ciudad. Con la corte borbónica de Alfonso XIII, en aquellas primeras décadas del siglo pasado se empezaron a construir casas y mansiones. Ahora, no cabe un ladrillo, pero como se ve por las fotos, casi todo estaba despoblado.







Dejamos los coches en la curva de la Magdalena y sin entrar al Palacio, paseamos tranquilamente para empezar con los primeros disparos fotográficos paseando por las playas de El Camello (aunque la roca que le da nombre es claramente un dromedario) y La Concha (nuestra versión reducida de la donostiarra), ambas pequeñas en comparación con sus hermanas mayores de la Primera y la Segunda de El Sardinero.












Largas horas pasé tumbado, jugando a las palas o bañándome en la Primera de El Sardinero en mi juventud. La edad ya no me respeta y me cuesta bañarme en sus aguas...¡¡¡está muy fría¡¡¡. Los 50 me están marcando. Añoro aquellos maravillosos años. Y me preocupa comprobar que empiezo a borrar recuerdos. Me preocupa. Sé de sobra que me queda menos camino del que ya he recorrido y no quiero renunciar a ninguna foto de mi memoria. Pero no puedo hacer nada para evitarlo. Quizás por eso escribo estas crónicas. Para evitar el olvido. 











Delante de las playas de El Sardinero, Mercedes y Diego conocen de primera mano las mareas. Acostumbrados a que el mar Mediterráneo permanezca casi inamovible, les asombra saber de la necesidad de saber que tipo de marea hay en el momento que bajas a la playa e incluso el coeficiente para no llevarte la sorpresa de que no hay playa por una gran pleamar o, al contrario, de los metros y metros que hay que andar por una gran bajamar. Me consta que los levantinos adoran su Mediterráneo pero sigo prefiriendo el Cantábrico. Es un mar con vida, que cambia de color y de carácter, hoy plácido y acogedor, mañana agresivo y peligroso. Lo he dejado dicho a Pomelandia, pero que conste en acta, cuando llegue aquel día, espero que muy lejano, quisiera que depositen mis cenizas en la orilla de la Primera de El Sardinero, justo enfrente de Piquío, para mecerme en las olas que hace millones de años cincelaron estas costas las cuales seguirán aquí cuando ya todos seamos historia.




voy a correr como el lobo en la noche




Como el paseo se hacía largo, primera parada en Regma para tomar contacto con los helados santanderinos. No son italianos pero se saborean como si lo fueran. Con el helado en la mano empiezo con mi rollo sobre la historia de mi tierra. Sé que debo resultar pedante y pesado pero no lo puedo evitar adoro esta tierra verde.










Santander fue fundada por el emperador Augusto en el 26 antes de nuestra era como Portus Victoriae Iulobrigensis al comienzo de las guerras cántabras que terminaron 7 años después. En los tres cerros que dominan la ciudad se han encontrado restos romanos, en la península de la Magdalena, en el promontorio de San Martín donde está la casa donde nos alojamos y en el Cerro Somorrostro, ocupado por la catedral. Entorno al siglo III dice el mito que llegaron a nuestras costas las cabezas decapitadas de San Celedonio y San Emeterio en Calahorra (no me preguntéis como), ajusticiados por los romanos. La ciudad cambió el nombre a Colonia Portus Sancti Emetherii y Sancti Celedonii. Al pasar de los siglos de Sancti Emetherii a Sancti Emteri, Sanct Enderi….hasta el actual Santander. Otros dicen que es más simple, de Sanct Ander (San Andrés). Ambas cabezas adornan el escudo de la ciudad junto con una conocida torre de Sevilla, ciudad liberada en 1.248 por naves cántabras capitaneadas por Ramón Bonifaz, que rompieron las cadenas.






Todo lo que ahora es el centro de la ciudad hace entorno a 500 años era mar. ¡¡Imaginemos hace 2.000 años cuando fundaron la colonia los romanos tras el final de las guerras cántabras¡¡. Pequeña villa al pie de la cornisa cantábrica en la que se escondían las tribus cántabras para continuar su resistencia con la guerra de guerrillas. La bahía llegaba hasta las laderas sobre las que hoy se descuelgan los edificios de la Calle Alta. El martillo, nombre con el que conocemos los santanderinos a la calle que sube desde el arco del Banco Santander hacia Santa Lucía es el recuerdo del espigón que antiguamente formaba el fondeadero de los barcos. Al pie del Cerro de Somorrostro, lo que hoy es la plaza del Ayuntamiento y Jesús de Monasterio hasta la Calle Burgos, eran la Ría de Becedo, desaparecida con por desecado. 





pretendo sentir toda tu inmensidad.




2.000 años de historia contemplan a tan noble y leal ciudad. Pero estos dos siglos no son nada en comparación con los 10.000 años de historia de los lares cántabros desde las Cuevas de Altamira hasta los castros de los cántabros (poblados fortificados) donde mis antepasados se defendían frente a los vecinos y romanos. Ni visigodos ni musulmanes pudieron dominarnos tan solo encerrarnos durante siglos en los profundos valles donde, junto con los hermanos asturianos al otro lado, mantuvimos incólume la llama que prendería la mecha para  el inicio de la Reconquista hace 1.300 años. Cántabros y astures nunca nos rendimos ni nunca fuimos totalmente ocupados. Vivimos libres en nuestras montañas. Esto es historia. Es demostrable. No nos hace mejores ni peores, es una realidad. Ahora, en tiempos de grandes mentiras sobre las nacionalidades ibéricas, con la cascada de falacias del independentismo (basadas en tergiversaciones interesadas de hechos sucedidos hace pocos siglos, con invenciones de hace menos de 200 años), es el momento de llamar a las cosas por su nombre. Cuando otros territorios no eran absolutamente nada de nada, Cantabria ya era nación, así que es inaceptable que ningún gobierno pretenda dar un trato de favor a una comunidad sobre la base de mentiras a causa de un sistema electoral infumable. Y quien dice Cantabria dice el Reino de Murcia, Al-Andalus, Castilla, Galicia e incluso la corona de Aragón de la que los catalanes eran un apéndice.




Me guía la luz de un rayo de luna




Cántabro, orgulloso de mi tierra y mis antepasados. El concepto España es un término político-judicial necesario. Me parece una necedad luchar por microestados independientes en tiempos de una economía globalizada. Más al contrario. Debemos trabajar por más España, más Europa, para poder competir con los gigantes asiáticos, americanos y los países emergentes. Así defendemos nuestra tradiciones y cultura no con el enfrentamiento ni la separación. Debemos reconocer al resto de territorios sus evidentes derechos tanto políticos como financieros, pero siempre desde la igualdad de todos, sin favorecer a ninguno. Todos somos hijos de los mismos padres, no es de recibo que alguno de los niños sean beneficiados por llorones,  quejicas y egoístas. No necesito un estado independiente, ya tengo mi nación.





Desvarío. Sigamos por el paseo desde los Jardines de Piquío hasta la Segunda playa del El Sardinero, en cuya extremo final ha desaparecido un gran trozo por mor de un temporal que hace pocos años hizo estragos en la zona. Igual que se lo llevó seguro que el mar nos lo devolverá. Ya cansados, nos metimos en el Corona, cercano al hotel Chiqui, a disfrutar de sus pinchos de tortilla con atún o jamón y queso o berenjenas. La variedad es inacabable.









De vuelta, lluvia. Julio, por estas tierras, no se sabe lo que es un verano de tres meses. Con suerte, un mes o mes y medio, y nunca con muchos días de sol radiante. Eso sí, cuando sale el sol, pica de verdad. Y quema si no vas prevenido con cremas. Paseo de vuelta con desvío al parque que fuera hasta hace 30 años el antiguo estadio de El Sardinero, del cual, como recuerdo imperecedero, se mantiene uno de los corner. Verdiblanco es el color de mi corazón.









Domingo 1 de julio. Primera noche y ya caí redondo. Puse el despertador y pese al calabobos salí a correr por las calles de Santander a primera hora, caída incluida (¡¡como no¡¡) disfrutando como un crío. De vuelta al alojamiento, desayuno en familia, los ochos planeando el primer día marcado por la actualidad futbolera del España - Rusia del mundial. Por la mañana, por más que lo intentamos, no conseguimos salir antes de las 12:00 así que solo pudimos hacer una visita al Palacio de la Magdalena.



la clara del alba al amanecer.





Construido en la primera década del siglo XX para que la familia real pasara sus vacaciones. Aquí disfrutaron durante 20 años de los veranos norteños, lo suficientemente cerca y lo suficientemente lejos del pueblo, con sus playas y embarcadero privado; campos de polo y golf; caballerizas. Y parece ser que a Alfonso XIII, como buen borbón, le gustaba montar mucho. Fernandito, un clon borbónico de poco seso, se paseaba por las calles de Santander todavía hasta los años 70-80, de padre alfonsino y madre del servicio. Muerto el dictador, Juan de Borbón, el hijo y padre de rey, vendió a la ciudad por 150 millones lo que la ciudad regaló a su padre. Yo estaba en la inocente creencia que se lo regaló al pueblo santanderino, pero claro, ¡¡que esperar de tan monárquico y borbonmaníaco elenco¡¡.







La península sobre la que se asentaba el palacio milenios atrás fue una isla que con el pasar de los años se unió a la costa por la colmatación de materiales. Se puede visitar los restos del minizoo que Juan Hormaechea se empeñó en ubicar al borde del mar donde los leones languidecían por la humedad y los osos polares por la falta de frío. Como recuerdo queda algún pingüino y alguna foca. Un poco más adelante, las réplicas de las naves sobre los que Orellana recorrió el Amazonas hace 500 años y Vital Alsar la ruta del Pacífico en los 70. No dejéis de observar los árboles talados que se han convertido en pequeños detalles de madera tallada como sillas o animales. De bajada por el otro lado, el embarcadero real, las caballerizas y la Campa, que además de un parque infantil, tiene una zona usada para todo tipo de eventos. Conciertos, competiciones deportivas, hoy hípica. 




Me llena de vida toda la hermosura




Con el tiempo justo, dejamos a Mercedes y Diego que se tomaran un refresco y nos dirigimos a casa de mis padres, principal motivo de las visitas a casa. Ya después de comer, España - Rusia, pues que decir. Cuando das mil pases en horizontal en 90 minutos, no tiras a puerta y la nuestra está vacía, pasa lo que pasa. Acabado el partido, paseo por el centro de la ciudad. Vistas a la bahía. Jardines de Pereda. El Centro Botín, a mayor gloria del que tras toda una vida dirigiendo en gran banco acabó como todos  ¡¡¡en una caja¡¡¡. No sé si alguien entrará a ver las exposiciones, parece que solo sirve como pasarela para fotografiar el centro de la ciudad y la bahía.






Subimos al Cerro de Somorrostro, donde está la catedral. Nada que ver con las catedrales majestuosas  de Murcia, Sevilla, Granada o Santiago, pero tiene su historia. En este sitial ya hubo un templo pagano hace dos mil años. Desde allí se veía discurrir la ría de Becedo, hoy desecada. Varios incendios, entre ellos los de la explosión doble del barco Cabo Machichaco a finales del siglo XIX y el gran incendio de Santander de 1.941 que se llevó lo poco que quedara de histórico en el centro de la ciudad, han obligado a reconstrucciones que le dan su actual planta marinera. Está erigida justo encima de la iglesia del Cristo, abierta al culto. Una iglesia encima de otra. Por cuestión de horarios no pudimos entrar ni a una ni a la otra. De allí, a la plaza del Ayuntamiento y paseo hasta el comienzo de la calle Burgos. Como ya estábamos cansados del día, bajamos poco a poco hasta el Mercado del Este, donde cenamos en la Casa del Indiano un picoteo también mejorable. Con lo puesto, de vuelta, que toca ruta al día siguiente.



de esta tierra verde que aprendo a querer.




Lunes, 2 de Julio. Amanecemos pronto por que teníamos cita a las 10:00 en las Cuevas del Soplao. Autovía de Oviedo hasta la salida de Lamadrid-Roiz. Desde allí unos 15 kms de carretera de montaña que algún día haré corriendo. Entre árboles y verdes prados, marco incomparable.












Sitios como la Cueva del Soplao convencen de la pequeñez del ser humano. Según leí, en sus aledaños se han encontrado trozos de ámbar con restos de animales que datan de hace 110 millones de años. Ayer. Somos una especie muy reciente. Si convirtiéramos el tiempo de vida de nuestro planeta en un solo año, la raza humana ocuparía los últimos segundos. Nos creemos invencibles pero pasaremos, eso sí, dejando el planeta hecho una ruina. Cuando ya no estemos pasarán otros 110 millones de años y sitios como la Cueva del Soplao seguirán su goteo decorando estas grutas de estalactitas y estalagmitas. El tiempo no pasa, somos nosotros los que pasamos.










La Cueva está en una antigua mina de cinc y blenda que era explotada durante los siglos XIX y XX hasta finales de los años 70. Se sabía de su existencia pero hasta que alguien no decidió dar el paso de ir más allá no se ha podido saber a ciencia cierta la maravilla que encierra. 22 kms de grutas llenas de todo tipo de detalles. Te llevan en un pequeño tren minero durante unos cientos de metros. Una vez dentro, frío y humedad, con un paisaje que te deja boquiabierto. La guía lo fue contando todo y cuantos mas detalles, mas me empequeñecía. Fueron 50 euros por familia, tres adultos y una niña menor de 16 años, el dinero mejor gastado del viaje. Pero si todo esto fuera poco, las vistas del valle del Nansa que se ven al exterior eran impresionantes.








Quiero saltar de la rama de un roble
gritar tu nombre y echar a volar






Cantabria está dividida en valles delimitados por montañas y ríos que en tiempos remotos incomunicaban a unos de los otros en períodos de lluvias y nieves. Esta configuración hizo que la patria cántabra estuviera poblada por distintas tribus que si bien descendían de un tronco común se iban alejando por las murallas naturales. Todavía la comunicación en algunos casos es tortuosa, por carreteras de montaña, estrechas, con curvas y desniveles vertiginosos. Mejor así, que guarde parte de la esencia que la modernidad arrambla con tanta autopista y turismo.








La Cantabria prerromana ocupaba mucho más espacio del actual enclave geopolítico, llegando más allá de los límites autonómicos, abarcando la costa oriental asturiana, el norte de las provincias de Palencia y Burgos, parte de León y algo de Euzkadi. Por lugar de nacimiento yo sería Cóncano pero por ascendencia, dado que mis antepasados constatados documentalmente (un pariente mío completó el árbol genealógico con registros parroquiales hasta el siglo XVI. Los anteriores se habían quemado) son todos pasiegos. Soy Blendio.






Bajamos del Soplao para visitar la costa occidental hacia Asturias, a mi gusto, mucho más bonita que la oriental hacia Euzkadi. Primero, San Vicente de la Barquera, también con restos romanos. Fotos a la ría desde el espigón, con marea muy baja, que deslucía un poco. Paseo por la zona del puerto. Visita a la Iglesia de Santa María de los Angeles previo pago de 1,50 euros. No comparto que la Iglesia Católica, que recibe cuantiosos millones de euros a fondo perdido de forma anual para su mantenimiento, que no paga IBI por sus múltiples posesiones, se permita el lujo de cobrar por visitar ninguna de sus iglesias, conventos, etc. Personalmente le quitaría todo tipo de subvención y ayuda. Debe mantenerse con las aportaciones de los fieles que así quieran hacerlo no a costa del erario público al cual aportamos mucho dinero muchas personas que no somos religiosas. Y si, tampoco deberían subvencionarse partidos políticos, sindicatos, ong, etc. Mis impuestos quiero que sean para el mantenimiento de obras públicas, servicios, sanidad, seguridad, trabajo, etc. Para todo lo demás, el que quiera peces, ya sabe....




tengo la fuerza del viento del norte
y esa bravura que viene del mar.






La Iglesia de Santa María de los Angeles data del siglo XIII con suelo de madera proveniente de barcos antiguos. No pudimos entrar en el Castillo de San Vicente, también del siglo XIII, pero se tiene conocimiento de que ya en el siglo VIII había un castillo para iniciar la repoblación con  la reconquista. A la salida del pueblo, un largo puente que hay que pedir un deseo al comienzo y si se consigue pasar sin respirar, dicen que se cumple. No sé. Llevo décadas haciéndolo y los niños de la loto no atinan.










En lugar de volver por la autovía cogimos la carretera de la costa hacia Oyambre,  con vistas a las playas de Merón y Gerra. En la parte alta, paramos a comer en el restaurante Gerruca, con fama de buen pescado y marisco. Decepción total. Servicio más que infumable, con una camarera antipática a más no poder. Precios desorbitados. Mira que he mandado gente allí, ahora tengo que arrepentirme. Quizás el hecho de que vaya mucha gente por el boca a boca se les ha subido a la cabeza. ¡¡Con los buenos menús que vimos en San Vicente¡¡. No es que comiéramos mal pero la relación calidad-precio fue desproporcionada. Menos mal que las vistas a la playas desde la ladera lo valieron.






Oyambre, su playa, su camping y la ría de La Rabia. Tan bonita como peligrosa. Todos los años cae alguno que se cree que va a bañarse a una piscina. El mar es precioso pero no tiene piedad si no lo respetas.  Próximo destino, Comillas. Ahí quisiera yo pasar una vacaciones de un mes o más. Tranquilo y bonito. El palacio de Sobrellano, del marqués de Comillas, con su campa y su capilla incluida. El Capricho del Gaudí, que como se lo vendieron a unos chinos ahora es de pago. La vista exterior hace honor al estilo del barcelonés. Paseo por la plaza de Comillas con momento helado Regma. Callejeando llegamos a los jardines donde está el monumento al marqués de Comillas. Para echarse la siesta. Al fondo, el cementerio, con su ángel custodio, uno de los cementerios más bonitos que se pueden visitar, sin olvidar quienes son sus inquilinos. Hacia el mar, la playa, con aparcamiento de pago, ¡¡¡pa´matarlos¡¡¡.










un puño de tierra, de arena o de nieve






Atardecía camino de Santillana del Mar que ni es santa, ni es llana ni tiene mar. Carretera comarcal relajante por Ruilobuca, Cóbreces y Toñanes. No paramos en Cigüenza, en la peculiar iglesia de San Martín de Tours ni en los acantilados de El Bolao en Alfoz de Lloredo. Pasando Oreña, recordé los bocadillos de pan de hogaza y chorizo que comía de pequeño. Iba despacio pero a la salida me dio el alto la policía. Al parecer ir a 65 kms no era suficiente. Multa de 50 euros si la pago antes de fin de mes. Dirán que lo hacen por seguridad. Llegamos a Santillana. Es bonita pero la masificación del turismo la está matando. Para los de historia, el nombre viene de Santa Juliana cuyos restos parecen reposar aquí. La colegiata data del siglo XII. Si los turistas te dejaran escuchar podríamos oír todavía los monjes de hace 900 años cantando a vísperas, el mugido de las vacas y el ulular del viento del norte. Ya solo vale la pena verlo en pleno invierno, cuando la manada turística reposa en sus lares y dejan estas calles al albur de la melancolía y nostalgia de un pasado monacal.









Se nos hace tarde. Nos dejamos para otra ocasión el laberinto de Villapresente y la ermita de Santa Justa en los acantilados de Ubiarco. De vuelta a Santander fuimos a cenar con los abuelos, que disfruten de nietas el poco tiempo que tienen al año. Baldados al final del segundo día. Solo quedan tres. ¿Aguantaremos?.




hacen tan pequeño lo poco que soy






Martes, 3 de julio. En Cantabria no puedes dejar las rutas a la casualidad. Como anunciaban lluvias para el miércoles decidimos ir a Cabárceno por la mañana. No llovió. Situada a unos escasos 20 kms de Santander en una antigua mina de hierro en el pueblo del mismo nombre. Modelada por el ser humano alberga todo tipo de animales. Para verlos se debe ir en coche de un lado a otro. Empezando por tigres (los preferidos de Inmaculada) y acabando por la fauna ibérica que andan sueltos, se pueden ver gorilas, leones, elefantes, osos (muchos, pero que muchos osos), etc. Este año han inaugurado un teleférico para verlo todo desde arriba. Lástima que tenga vértigo. Con no dar muchos la nota ya tuve suficiente. Con esta vez son más de 10 mis visitas a este parque. Aviso a los próximos visitantes, que tendrán que ir solos, ahí lo dejo. Muy mal indicado, punto clave a mejorar, es impresionante ver un rinoceronte a poco mas de 10 metros. Comimos unos bocatas, un "pi-ní", con los elefantes al fondo. Al final, espectáculo de leones marinos.











Tras 6 horas en el parque nos pusimos a decidir si girar hacia el valle del Pas en Puente Viesgo, Ontaneda y Alceda o volver a Santander. Finalmente esta última fue la opción elegida. En el embarcadero cogimos una lancha que atraviesa la bahía con parada en Pedreña y Somo. Mar como un plato, ni una ola. En otras ocasiones no fue tan fácil (ved el video de febrero de 2014). Paseamos por sus calles hasta su enorme playa que desde la punta de El Puntal que casi parte en todos la bahía de Santander hasta Loredo, ida y vuelta, son unos 8 kms. 











De vuelta a Santander, subimos al funicular del Río de la Pila con vistas a la bahía. Les llevé a conocer San Celedonio, mi barrio, como dijo Diego, del Cuéntame. Ni es lo mas bonito, ni lo mas visitado, ni falta que le hace. Tiene un valor sentimental impagable. Cada vez que visito Santander no dejo de asomarme a la portilla de la casa sita en el número siete de la otrora Travesía Tantín, en la que nací. Voy por la nostalgia y los recuerdos de unos tiempos que no han de volver pero que no quiero olvidar.




Bajamos pausadamente hasta el Cantabria, en el Río de la Pila. Allí nos dimos un homenaje para olvidar el Gerruca. Salimos casi rodando. Que bueno todo. Rabas, pinchos, leche frita. Para bajar la cena paseo de vuelta por Santa Lucía, Hernán Cortés y Peña Herbosa.



que a veces me alienta y otras me hiere




Jueves 4 de Julio. Amenazaba lluvia. Se cumplió. Hoy Liébana. Una valle enclavado al suroeste de Cantabria al cual se llega tras atravesar el desfiladero de la Hermida. Ha estado cerrado por obras un tiempo, por suerte lo han reabierto y pese a que las obras están sin terminar, no nos impidieron pasar. Cogiendo la autovía de Oviedo, se sale en Unquera donde se venden las afamadas corbatas. Serpenteamos en Asturias pasando por Panes con el Naranco de Bulnes vigilando nuestro paso. En la primera curva del desfiladero volví a recordar aquel verano de 1979 en el que en el Citroën 8 de mis tíos Juanjo y Pili, con la abuela Violeta y mi hermana Marta, por un traspiés del destino, nos fuimos por el terraplén al río. Fueron minutos de angustias viendo llenarse el coche de agua pero finalmente pudimos salir. Otra vida de gato gastada.










Ya de por si el desfiladero de la Hermida vale la pena un visita tranquila. Impresionan sus altas paredes con el río Deva a sus pies y la sierra de Andara hasta el cielo. Carretera que pese a los arreglos sigue siendo muy revirada, con mucho peligro de argayo. A lo largo de sus 20 kms atravesamos pequeños pueblos compuestos de pocas casas como Caldas, Linares, Allende, La Hermida que da nombre al desfiladero (con sus peculiares aguas termales en tan inhóspito paraje) y al final Lebeña, con su iglesia mozárabe de Santa María, del siglo X, que no pudimos visitar.  











Tras caminar encajonados, surge Potes en el centro del verde valle verde. Subimos hasta Fuente Dé, punto final de la carretera. No hay otra vía de salida que no sea volver por el mismo camino. Cogimos el teleférico que sube al Refugio de Aliva en todo lo alto de los Picos de Europa. Llovía y había mucha niebla pero no era cuestión de pensárselo. Quien sabe si se volverá y la experiencia lo vale. Ya nada quedan de las antiguas cabinas en las que 35 años atrás subíamos bamboleándonos por el viento con más miedo que vergüenza. Ahora, con cabinas nuevas desde hace 13 años, dura escasos cuatro minutos hasta los casi 1.900 metros de altitud. Observo el camino de bajada que recorre la carrera del Desafío Cantabria, el 6 de octubre. Me imagino por esa mini-senda, de noche, con frío y/o niebla. ¿He dicho miedo?. Este año no será pero el próximo toca.









yo vengo de ti y no se donde voy.




Una vez en el refugio, vemos diluviar. Cuando bajó algo la intensidad salimos a tomar fotos tanto de los Picos de Europa como del valle desde arriba. Desde el refugio salen excursiones tanto a pie como en land rover. En la otra punta del parque nacional está Covadonga. De vuelta a Fuente Dé, sorpresa, nos encontramos con el hijo menor de nuestros amigos Irene y Carmelo, Eduardo, que estaba de campamento en Cantabria. Que pequeño es el mundo.





Comimos en Espinama, en el restaurante de Vicente Campo. Que bien comimos. Cocido lebaniego, cocido montañes, albóndigas de buey....para chuparse los dedos y todo ello a un precio más que asequible. Maravillosa relación calidad precio. Atrás queda el Gerruca. Es un pueblo con encanto, además, punto céntrico para hacer excursiones a los pueblucos de las montañas como Bejes, Tanarrio, Pesaguero, Caloca o Vada.





Sin parar de llover, llegamos al monasterio de Santo Toribio de Liébana donde se guarda el lignum crucis (trozo de la cruz), a decir de la iglesia, mas grande que existe en el mundo mundial. Tuvimos suerte por que había una visita guiada cuando llegamos. Nos contaron los orígenes del monasterio. De los dos Toribios. El leonés que trajo la supuesta reliquia desde tierra santa en el siglo V, huyendo de los sarracenos a su pueblo Astorga. El palentino, del siglo VI, que había fundado un monasterio en estas tierras. De como tras el avance musulmán hasta el norte, en el siglo VIII, la reliquia fue trasladada desde Astorga para protegerla en estos valles ajenos a la conquista. Ya en el siglo XII empezó la construcción del actual monasterio.  El cura que nos glosó la historia del monaterio y del lignum crucis dio a besar la reliquia. Gracias pero no.








Quiero saltar de la rama de un roble
gritar tu nombre y echar a volar





Mas lluvia. Potes, la villa de los puentes, del latín Ponts derivó al actual nombre. Fotos en la torre del Infantado (del siglo XIV) y de los cuatro puentes, con paseo al borde del río, siendo el último el del encuentro del Deva y el Quiviesa en su descenso hacia la desembocadura más allá de Unquera. Pueblo que merece una visita pausada por sus empedradas calles pero el tiempo no da para más. De vuelta a Santander, cena en casa de los abuelos, poco tiempo, fundidos es decir poco.



Jueves 5 de julio. Ya solo quedaba un día. Tuvimos que desechar las rutas de los valles del Pas, Cabuérniga, Saja, Asón, Trasmiera o Campoo. Nos fuimos a la costa oriental, a las Siete Villas, con sorpresa incluida. Directos a Castro Urdiales. Muchos años sin visitarla y me apena comprobar la masificación de casas y urbanizaciones. ¿Qué fue de aquella villa marinera?. El turismo y la segunda residencia básicamente de origen vasco ha sobrepoblado esta villa. Nos centramos en el casco histórico, el resto, no deja de ser una colección de casas.








Almuerzo en el puerto. La invasión vasca llega hasta los bares donde nos dan pintxos en lugar de pinchos. Subimos a la iglesia de Santa María de la Asunción, en el alto del cerro, de llamativo estilo gótico del  siglo XIII. Con preciosas vistas al mar, gárgolas, arcos. Lindo de ver. Muy cerca, el faro, dentro del cual había una exposición. Al fondo se veía la costa vizcaína. Diego me preguntó a que distancia estaba Bilbao. ¿Bilbao?. A unos 30 kms. Sin esperarlo nos encontramos camino del Bocho.



tengo la fuerza del viento del norte
y esa bravura que viene del mar.




En los últimos 30 años no había visitado Bilbao. Mi familia no conocía Bilbao. Pues desde navidades ha sido la segunda vez que lo visitamos. En diciembre nos cayó la mundial y casi ni nos pudimos mover. Dejamos el coche al pie de San Mamés. Aroma de fútbol del de verdad. Caminando por la ribera del Nervión observo como ha cambiado Bilbao. De ser una zona gris y oscura, llena de naves desvencijadas, ahora hay un coqueto paseo que merece la pena ser recorrido, atravesando toda la ciudad. 












Alcanzamos la parte de atrás del Guggenheim. Vimos el interior en diciembre, arte moderno. No dudo que será arte pero seis sillas naranjas una encima de otra no me llama la atención. Así que fotos del edificio que, éste si, vale la pena verlo junto con las obras exteriores del árbol de esferas de espejo, los tulipanes de colores y la araña. Buscando donde comer subimos hasta el Arenal y el Teatro Arriaga, el centro neurálgico de la ciudad, zona que no conocían mis pomelos de la anterior visita. Nos adentramos en el casco viejo y por esos azares de la vida un giro a la izquierda en lugar de hacia la derecha nos llevó a comer en un bar en el que fuimos convidados de piedra de Pesadilla en la Cocina. Cocinera enfadada a voz en grito. Camarero enfadado con ella berreando que cerraba el bar. Camarera en la barra haciendo como que no oía ni veía nada. La otra camarera entrando y saliendo como si la cosa no fuera con ella. Tras este espectáculo que la comida fuera de baja calidad era de esperar.





Dejamos Bilbao ya tarde. Aunque la hora se nos echaba encima nos desviamos a Laredo, que como Castro Urdiales, compruebo que ha sido invadida por casas que llegan casi hasta la punta de la playa de la Salvé. Nunca me gustó especialmente. Salvo las dos o tres calles del casco viejo y el playón en el que cabe toda la población de Santander bien apiñada, todo lo demás no deja de ser una larga hilera de casas.






Dimos la vuelta a la bahía para llegar a Anchoña, digo, Santoña, antecedida por las marismas, parque natural, con el objetivo de comprar ¿anchoas?. Dimos varias vueltas por el polígono industrial en el que todas las naves se dedican a la fabricación de las famosas anchoas de Santoña. Bajando la ventanilla, huele a anchoa en cada esquina. Como estaba todo cerrado bajamos a la zona del puerto. Aparcamos el coche casualmente a las puertas de la tienda de Conservas Emilia. Diego cargó el coche de kilos y kilos de anchoas. Café, breve paseo y fotos y de vuelta a Santander …. a comprar sobaos (como no, del Macho) y quesada.





Ultima noche, en coma por la kilometrada, fuimos a cenar y despedirnos de los abuelos. Viernes de vuelta a Murcia. Se pudo hacer mejor pero se hizo lo que se pudo. Muchas cosas se quedaron en el tintero pero mucho también se visitó. Seguro que merece una segunda visita para ver el resto aunque entiendo eso de que hay otros sitios que visitar. Por nuestra parte, volveremos, seguro. Julia y yo en agosto y veremos a ver si tachamos de la lista de los temas pendientes alguna de las visitas pendientes. Y para diciembre, pues dependiendo del tiempo, tanto horario como climático, más. Ahora que hemos cogido la costumbre de revisitar Cantabria, no dejaremos de hacerlo aunque a ritmo más sosegado por favor.







Quiero saltar de la rama de un roble
gritar tu nombre y echar a volar
tengo la fuerza del viento del norte
y esa bravura que viene del mar.




Me encanta volver a mi tierra. Soy un enamorado de Cantabria. Siento sus valles, montañas y el mar corriendo por mi venas. Me hace infinitamente feliz ver como a Inmaculada cada vez le gusta más  y comprobar como disfrutan mis hijas. En esta ocasión, con la maravillosa compañía de Mercedes, Diego, Emma y Paula. Buena gente donde las haya. Tiene esa cualidad de autenticidad que tanto echo en falta en muchas personas. Son lo que se ve. Para lo bueno y para lo menos bueno, pero eso les hace especiales, si quieren algo, lo dicen, te transmiten confianza para tomar decisiones por todo, se notan que el aprecio es verdadero no impostado. A estas alturas del partido, para que disimular. Y esta cualidad solo la tienen los auténticos amigos. Los de verdad. Gracias por regalarnos con vuestra compañía.



Hasta pronto.