miércoles, 18 de diciembre de 2019

Bruselas, Brujas y Gante: Diciembre 2019 🇧🇪





Creí que la cincuentena no me iba a afectar. Me equivoqué. Me hace pensar. Y mucho. Oigo los tambores lejanos de la tercera edad. Casi los únicos eventos a los que vamos son funerales. Se acabaron las bodas y bautizos hasta que empiecen  a casarse o tener hijos la generación de mis hijas. Ya no somos la nueva generación, somos los padres y madres de la nueva generación. "¿Hasta cuando?". El espejo me ha demostrado de forma muy cruda que ha llegado la decadencia, espero que lenta y larga, pero inexorable. Cuando camino por las calles, hacia el trabajo, a los recados o paseando, veo parejas enamoradas cogidas de la mano, con un futuro repleto de buenos (y malos) momentos. Me inunda la nostalgia. Se acabó la magia, queda la realidad. Y no es fácil, muchas parejas no superan el final del enamoramiento por que hacen de su relación un espectáculo mediático que no puede competir con el día a día.   
¿Qué hacer? Que cada día merezca la pena. Queda cada día cuente. El trabajo, el aburrimiento, el cansancio y la monotonía son rivales insistentes. Es difícil vencerlos pero a veces, solo algunas veces, lo conseguimos. Cada cual a su manera. La mía está llena de pomelos, carreras, libros y viajes. Decía Máximo Décimo Meridio "a veces hago lo que quiero, el resto del tiempo hago lo que debo". Así que intento (no siempre lo consigo) disfrutar de mi familia, de las carreras, de la lectura y de viajar.

Hace años que queríamos visitar una capital europea en navidades. Mi aversión hacia estas fechas lo fue demorando. La cincuentena ha traído consigo un pacto con estas fiestas dejando aparte el mercantilismo y una religiosidad que no comparto. Mis navidades no tienen nada que ver con misas, regalos y excesos. Son la celebración de un año más juntos, de recordar los buenos momentos, aprender de los malos y esperar con deseo el futuro. La satisfacción de reunirnos, reírnos, ver crecer a nuestras hijas, compartir su presente y futuro. Disfrutar de las luces, los villancicos, los eventos familiares y las fechas señaladas. Coger tu mano, darte un beso, una caricia, una mirada. La vida es un regalo que no podemos desaprovechar. Cada momento dedicado a ser infeliz es un tiempo perdido. Sin exigencias, sí con ilusión, recordando aquellas navidades de hace 30-40 años repletas de cestitas, mediasnoches, turrón de chocolate de Frypsia y carreras abajo en pos de los regalos de los reyesmajos.
 
2019, llegó ese viaje tantos años postergado. Cinco años después, volvemos a la carretera los dos solos, como al principio. A recordar como era cuando éramos tú y yo. De vez en cuando hay que reencontrarse para coger fuerzas para el futuro. El matrimonio debe alimentarse para evitar desfallecimientos. Es un camino largo, difícil, puede llegar el momento en el que echando la mirada hacia atrás ya no se recuerde ninguna de las razones por las que nos pusimos juntos en camino. Tras casi 28 años juntos, más de 22 casados, sigo queriéndola y queriendo hacerla feliz.



 Leí varios blogs de viajes navideños. Praga, París o Londres ya las habíamos visitado. Estrasburgo o Salzburgo tenían difícil combinación aérea. ¿Bruselas? ¡Bruselas¡. Para tan especial viaje buscamos compañía para disfrutar de otro tipo de viaje. Carmelo, Diego, Irene y Mercedes se apuntaron casi desde el primer minuto. Le dimos vueltas a vuelos, fechas, hoteles y demás. Teniendo interés todo lo demás fue ponerse de acuerdo. Los vuelos los reservamos con Benytours, agencia de viajes de Cabezo de Torres. El hotel, directamente nosotros por internet.



 6 de diciembre



- Camino de Bruselas:


5:00 sonó el despertador. 10´ antes de la hora ya estábamos despiertos. Nuestro avión despegaba desde Alicante a las 9:20. Habíamos quedado con tiempo para no ir con prisas. Acabamos de cerrar maletas. Desayuno rápido. A las 6:15 pasaron por nuestra casa Mercedes y Diego. Un problema en su coche nos hizo cambiar de planes y finalmente hacer el trayecto hasta el aeropuerto en nuestro coche. Irene y Carmelo fueron directamente desde su casa. Nos encontramos allí. Aparcamos en el parking del aeropuerto P1. En viajes anteriores hemos usado los aparcamientos de larga estancia, mas baratos. Como compartimos los gastos de los dos coches entre las tres parejas, resultaba más económica y cómoda la P1, justo enfrente de la puerta de la terminal. Es techado con lo que evitamos dejarlo a la intemperie. 

Vuelo de ida con Tui y de vuelta con la ínclita Ryanair. En esta ocasión, ningún problema. En el precio de los vuelos iba incluido una pequeña maleta y un bolso de mano por persona, suficiente para tres días de viaje siempre y cuando no se lleve el vestidor completo. Las tarjetas de embarque, directamente en el mostrador de Tui. Y gratis. Nos sentamos cerca de una pantalla para controlar nuestro vuelo. Nos bebimos unos cafés (y un té) que nos sirvió un simpatiquísimo camarero. Al final tuvimos que correr a nuestra puerta por que se nos hizo tarde confundidos por otro vuelo hacia Bruselas que partía mas tarde.

  

Sigo sin superar mi miedo a volar. Más bien a los despegues y aterrizajes. Cuando el avión empieza a acelerar para el despegue, pánico. Me escondí detrás de mi libro para el viaje. Tres novelas en un solo libro sobre los hechos acaecidos en el imperio romano en el año 238 con la sucesión de seis emperadores. Maximino, Gordiano I el viejo, Gordiano II el joven, Balbino y Pupieno, acabando con Gordiano III. Si, lo sé, contado así puede parecer a-pa-sio-nan-te.


Vuelo tranquilo. Mercedes, Diego y yo en un lado. Inmaculada, Irene y Carmelo en el otro. Algunas risas, cabezadas, páginas del libro, algo de aburrimiento y aterrizamos. Sano y salvo. De esta tampoco pasamos a formar parte de la estadística. Como no teníamos que recoger maletas no perdimos tiempo. Algo sí, por esa mala costumbre de los aeropuertos de meterte varios kms desde la terminal hasta la puerta de salida atravesando todo tipo de tiendas dutifrí. A sugerencia de una compañera de Inmaculada, contratamos transporte de ida y vuelta aeropuerto-hotel con Suntransfer. Un acierto. Nos recogieron en la puerta de salida. Nos llevaron hasta la puerta del hotel. A la vuelta, lo mismo. Durante semanas habíamos estudiado las diferentes formas de llegar hasta el hotel. Taxi, metro, tren o autobús. Sin duda, esta opción de la furgoneta era la mejor, rápida y barata.

Cuando aterrizamos, llovía en Bruselas. Llovió casi todos los días. Un invento las aplicaciones del tiempo en internet. Acertaban casi al minuto el pronóstico. Claro que es mejor un tiempo seco pero que le vamos a hacer. Bruselas y diciembre, que llueva y haga frío, es lo esperado. Así que sin cabreos. Gorros, capuchas, bufandas, abrigos, guantes, paraguas. Es un frío seco, llevadero dentro de lo posible. Lo peor, las ráfagas de viento que te cogían de improviso en cruces o plazas y te dejaban sin aliento. El trayecto hasta el hotel fue corto. El conductor nos fue haciendo de cicerón. Nos llevó por la zona europea, altos edificios de cemento y mucho cristal donde están la mayoría de las instituciones de la comunidad europea.




Bedford Hotel & Congress Centre, muy céntrico. Buena elección. A escasos 10 minutos de la Grand Place (Gran Pleis para alguna), a la espalda de la zona de moda de bares y restaurantes. La habitación, limpia y cuidada. Dos camas en lugar de una de matrimonio. Aseo limpio. El desayuno, buena relación calidad-precio. Entramos en el hotel entorno a la una y media. La hora de entrada era a partir de las 3 de la tarde. Nos atendió una neerlandesa altiricona y poco expansiva. Nos repitió varias veces que nada hasta las tres. Dejamos las maletas en consigna y como ya había hambre, fuimos a la búsqueda de una mesa tranquila y dieta belga. Mercedes tenía apuntados varias recomendaciones aportadas por algunas compañeras suyas que habían visitado Bruselas, precisamente, la semana anterior.


Empezó a llover, no dimos muchas vueltas. A escasos cinco minutos 9 Voisins, local hogareño, bien atendido, comida típica belga. Comimos  muy bien, varias especialidades como las endivias rellenas, estofado, ensaladas con jamón, risotto de salmón, risotto de champiñones, regado con las primeras cervezas y agua para el señorito. El local, de madera, cálido y muy animado. Demasiado. Aprovechando el puente de la Constitución, media España viajó a Bruselas. Sin exagerar, el español era el idioma que mas se oía, tanto por el número de españoles como ese don que tenemos para hablar alto y con todo tipo de gestos que nos hace inconfundibles.





El restaurante está a 200/300 metros de la Place Saint Géry. Aquí hace más de 1.500 años había pequeñas islas en torno a un río pantanoso. Se cuenta que en el siglo VI, Saint Géry obispo de Cambrai, fundó allí una iglesia a partir de la cual creció una comunidad. A aquel asentamiento se le llamó Broeksele, "casa en el pantano" como ya aparece escrito en 966. Carlos de Lorena erigió un castillo diez años después, núcleo de crecimiento de la futura Bruselas.


Bruselas, y Bélgica en general, es conocida gastronómicamente por el chocolate. Había de todos los tipos y variedades. Tiendas a decenas para venderlo. Los belgas parecen ser poco amigos de los hipermercados así que salvo algún Carrefour Express, las calles estaban atestadas de comercios que además de chocolate vendían los famosos gofres (wafles) belgas, las patatas fritas (que serán típicas, pero son eso, patatas fritas) y otras especialidades como los mejillones y la variada carta de cervezas. Corriendo bajo al lluvia, volvimos al hotel para recoger las maletas y subirlas a la habitación. Primera tarde en Bruselas, muy fría, lluviosa a ratos y viento helado. En la recepción, un luminoso árbol de navidad donde cada día las doñas se hicieron una foto.


- Primera tarde en Bruselas:

Salimos. A escasos 5´, primera parada. Manneken Pis. Sabíamos que era pequeño. Una vez delante era diminuto. Poco más de medio metro. Su origen es de 1.388 y pese a su escasez, se ha convertido en el símbolo de Bruselas. 631 años después nadie se aclara sobre su origen. Unos dicen que representa a un niño que apagó meando unas llamas que amenazaban de incendio a la ciudad. Otros que representa al hijo de Godofredo de Lorena, al cual dejaron cercano a un árbol en mitad de una batalla, donde lo encontraron a la vuelta en tan orínica postura. La tercera, que si es la estatua de un niño que abandonó una procesión para mear, siendo convertido en piedra por una bruja. Sea cual sea la verdad, o ninguna de ellas, el cruce estaba abarrotado para hacerse la foto.




El 6 de diciembre se celebra la festividad de San Nicolás, Santa Claus, fecha que tanto en Bélgica como en Holanda los niños reciben regalos navideños. Aprovechando la fecha, habían vestido al Manneken Pis con el traje típico de Papa Noel, que no deja de ser un gol de la chispa-de-la-vida. En 1698, un gobernador le regaló un traje. Desde entonces, son miles los trajes que le han ido regalando, expuesto en el Musée de la Ville. La única condición es que no lleven publicidad.


Rue de L´Etuve jalonada en ambas aceras por todo tiendas de regalos, gofres, chocolates y dulces. De todos los Manneken, el mejor era uno de chocolate. Rue de Lombard para llegar al Boulevard Anspach, una de las principales avenidas del centro de la ciudad. La mitad de la avenida, en obras. Debe ser que hemos exportado esa mala costumbre de tener las calles levantadas en obras, vimos muchas obras por toda la ciudad. Nos pasó en Viena. Ahora Bruselas. Se me está quedando complejo de enlosadorEn el Boulevard Anspach uno de los típicos mercadillos navideños. Antes del viaje pensaba que estarían repletos de adornos navideños. Pues no. Alguno había pero la mayoría eran de comidas y regalos. Casetas de maderas, floreadas de luces de colores, en un entorno navideño de adornos urbanos y casas con luces. El boulevard está dedicado a Jules Anspach, alcalde de Bruselas desde los 34 años (1863) hasta su muerte con 50 años (1879). Impulsó la reforma de la ciudad con el soterramiento del río Senne y casi todos los canales. Vagamos sin rumbo viendo los puestos. Al fondo, una pista de patinaje. Durante los tres días que estuvimos en Bruselas, pasamos muy a menudo por allí.




Place de la Monnaie. En cada recodo, tiendas adornadas, luces de colores, detalles luminosos, foto, foto, foto. No las suelo volver a ver, pero en ese momento todas me parecieron de premio Pulitzer. En la Place de la Monnaie, un mercadillo con deliciosos dulces. Entre ellos, unos pastelillos rellenos de merengue, cubiertos con chocolate de todo tipo, blanco, con leche, negro, con adornos, con frutos secos. Hacía al menos 30 años que no veía uno igual. Los vendían en las confiterías de Santander. No me atreví a comprarlos. No me hubieran durado ni media esquina. La Place de la Monnaie está presidida por el Teatro Nacional, teatro de la ópera, inaugurado en 1700. The Dome, dos cúpulas móviles que montan en período navideño con proyecciones multimedia. No había tiempo, no entramos.









Rue des Fripiers. Mas tiendas, mas luces, mas chocolate. Mas fotos. A la izquierda, Rue du Marché Aux Herbes. Hora de la cena para los guiris. A cada restaurante, un camarero con la carta nos invitó a entrar. "¿Messi? ¿Cristiano?", le preguntaron a Diego. "No, no", respondió evasivo para evitar el latazo. Inasible al desaliento el camarero. "¿Fútbol, baloncesto, motor?", continuó el camarero. Diego no entró al trapo. "No, gracias", respondió. Viendo que no le conseguía convencer, el camarero le preguntó: "¿Entonces?". "Mus", respondió Diego. "¿Mus?", el camarero. "Si, ¿no sabes lo que es?", le respondió Diego ladino. "No", el camarero se batió en retirada. En los alrededores, Maison Dandoy, especialistas en galletas, con mucha fama, muy buena pinta, pero mala crítica.








Galerías Saint Hubert. Pasadizo refulgente de luces anaranjadas, presidida por una bandera belga, flanqueada por mas tiendas de regalos, chocolates y restaurantes. Alto nivel. Vamos, muy caras. En los escaparates obras de arte chocolateras. Construida en 1847 consta de tres tramos, del Rey, de la Reina y de los Príncipes. Las mas caras marcas tienen su sede. Delvaux, Leónidas, Meert o Neuhaus. Neuhaus era un farmacéutico del siglo XIX, pero un farmacéutico muy especial. Todo bondad junto con las medicinas regalaba un pequeño chocolate. Más de uno iba a su farmacia a comprar solo por el chocolate. Era bueno, no tonto, así que decidió dedicarse al chocolate a tiempo completo. Se hizo de oro. La tienda Neuhaus en las Galerías Saint Hubert siguen manteniendo la forma de farmacia...vendiendo chocolate.




Ida y vuelta a las galerías. Place Agora, bulliciosa. En el centro, una estatua del reformista Charles Bules junto a su perro. Nuevamente empezó a llover. Sin mucha fuerza pero obligaba a poner y quitarse la capucha. Nos costó pero tras 4 horas, al final llegamos a la Grand Place (Gran Pleis para alguna), centro turístico por excelencia. Y lo vale. Espectacular. Cuadrada. Durante las fiestas navideñas, por las tardes, hay un espectáculo de música y luces proyectada sobre sus fachadas. En el momento que llegamos llovía y mucho. Estaba repleto de gente. No pudimos disfrutarla.




Cansados, mojados, hambrientos pero con buen ánimo, buscamos algún sitio donde cenar. Tras varias vueltas, acabamos en un fritería, Papy Burguer, en una esquina de la Place Agora con la iglesia de la iglesia de Sainte Maria Madeleine al fondo. En un principio la confundí con la catedral. Una vez comparadas eran como el punto y la i. Cenamos todo tipo de fritos. Bocata de salchichas. Patatas, patatas, por todas partes. No acostumbrado a este tipo de cena, me sentó mal. Bajo la lluvia, volvimos paseando tranquilamente hacia el hotel con un perfume inconfundible de Eau de Fritté que no se quitó de la ropa hasta meterla en la lavadora. Una vez en el hotel caímos redondos.


7 de diciembre:


- Camino de Gante:

Teníamos que aprovechar el tiempo y no dejar pasar la ocasión de visitar otras ciudades belgas. Bélgica tiene un tamaño similar a la Región de Murcia. Las distancias no son muy largas. Escogimos Gante y Brujas. Nos dejamos Amberes, Lovaina u Ostende para otra imposible ocasión. Irene se quedó con las ganas de ir a Lille aunque nos hizo una demostración de su dominio del acento para ubicarla en el mapa. Hay un Lille belga y otra francés.



Optamos por una excursión programada con Civitatis. No soy muy amigo de los viajes organizados. No me gusta ceñirme a lo que nos enseñen y a acabar mas de una vez ante un comercio que les deja comisión por llevar turistas. Me gusta ir por mi cuenta, perderme por las calles. Es cierto que es una opción cómoda, sin calentamiento de cabeza con los transportes, horarios ni idiomas. Nos recogieron a las 8:30 en la Estación Central. Se demoraron por no sé que excusas que nos dieron. Nuestra guía fue una albaceteña, Estela, un poco repipi, se notaba que repetía el mismo discurso a diario, su particular día de la marmota. Para ponernos en movimiento nos llamaba ¡¡grupazo¡¡, que fue la cantinela de la excursión y el nombre del grupo de uasá de los seis de Bélgica. Subidos en el autobús, empezó a hablar de los barrios que atravesábamos. La catedral de Bruselas, la pequeña Notre Dame. Otra más, Notre Dame de Laeken, mandada construir en el siglo XIX por el primer rey belga, Leopoldo I, para inhumar los restos de su mujer, María Luisa de Orleans. Todos los reyes belgas están enterrados allí. Nada comparable con El Escorial. Cientos de años de historia española se deben de notar. Laeken es un barrio residencial donde tienen su palacio los reyes belgas, Felipe y Matilda. Para variar, la bandera izada indica que los reyes están en Bélgica, como pasa con los reyes ingleses, los daneses, el presidente austríaco...nada originales. Palacio, jardines y finca enorme. Vivir como reyes. De pasada, también en Laeken, el Atomium.



Antes de salir de Bruselas, la pequeña Manhattan, plagada de altos edificios de cristal, emulando los de Nueva York, muchos están vacíos. Les entró el ansia de construir en mitad de la crisis económica. No quedó dinero para acabarlos ni para que nadie los comprara. Se convertirán en una ciudad fantasma o en un nuevo pelotazo. Canal de Charleroi, que antiguamente unía a través de otros canales el puerto de Bruselas con otras ciudades como Amberes y el mar, es el último vestigio del río Senne y los muchos canales que tenía la ciudad.



Bélgica es un país peculiar. Tiene tres regiones, Flandes, Valonia y Bruselas. Cuatro áreas lingüisticas, francesa, flamenca, francesa-flamenca y alemana. Bruselas es capital tanto de la zona valona como de la flamenca. No así de la zona germanófona, anexada tras la I Guerra Mundial, al este, con capital en Eupen. Bruselas está dividida en 19 barrios, con su propio alcalde, sus propias leyes y su propio presupuesto. Todo en un única ciudad y sus alrededores, con una población entorno a 200.000 habitantes.




Gante, 45 minutos de carretera. Antes de entrar en la ciudad, vimos un pequeño estadio, el Ghemlaco Arena, campo de fútbol del equipo local. Gante se construyó en la confluencia de los ríos Escalda y Lys. Hubo allí un asentamiento romano, ¡como no¡. Se cree que el nombre, Gent en flamenco, deriva de la palabra ganda, confluencia. Durante los siglos XI y XII fue un importe centro de comercio de paños. En 1500 nació aquí el futuro Carlos I, de pésimo recuerdo para los ganteses, gantianos o como se diga. Carlos I, pidió a su ciudad ayuda, y ésta se la negó. La venganza del mameto fue terrible, con detenciones y ejecuciones que todavía en el siglo XX tienen recuerdo en una fiesta popular.


El centro de Gante es menudo y recoleto. En todas las ciudades hay un casco histórico turisteado alrededor del cual se ha desarrollado la ciudad moderna. Es una pena no tener mas tiempo para abrirse al exterior. Día nublado pero seco. Torre de Belfort, de 91 metros de altura, que preside el casco antiguo. Carrillón con 54 campanas, construida entre 1380-1381, podías quedarte horas mirando cada pequeño detalle. Un ascensor sube hasta arriba para una vista panorámica. Detrás de Belfort, Sint Baafsplein, con la catedral de San Bavón (para ponérselo a un hijo) al fondo. La plaza decorada de navidad con un tiovivo justo en la puerta. La guía nos contó que el estado belga aporta una cantidad muy pequeña a las confesiones religiosas, que tienen que autofinanciarse para su mantenimiento. La mayoría de las iglesias tienen sillas, en lugar de bancos, para que sea mas fácil quitarlas y usar la superficie de las iglesias para otros menesteres que les aporten recursos. Mercadillos, eventos, coloquios, tiendas e incluso un cabaret. Bien por los belgas. Que cada cual se pague sus ideas y creencias. Ya lo decía Carlos, la religión, el opio del pueblo. Y cuando digo que se autofinancien, también lo pienso para partidos políticos, ong, sindicatos, equipos deportivos, etc. ¿Por que tenemos que pagar entre todos por las aficiones de algunos?.






El interior era magnífico. La guía nos soltó una chapa importante, casi sin dejarnos tiempo para dar una vuelta por dentro. Yo, no muy atento a sus explicaciones, me escabullí a cotillear. En una capilla aparte, previo pago de entrada, La Adoración del Cordero Místico, de Hubrecht y Van Eyck, retablo del siglo XV. Son de esas obras con muchos pequeños detalles que esconden grandes historias e incluso, enigmas, pero a mi no me atraen las historias mistéricas. Creo en lo que veo no en una conjura global. Habrá mucho maquiavelismo en nuestra sociedad, pasada, presente y futura, pero somos un pequeño grano de arena en la inmensidad del mar, quiero disfrutar de mis días sin mas calentamientos de cabeza, que esto pasa muy rápido. En aquel lugar, había una iglesia en el siglo X. La actual se empezó a construir a partir de 1290, durante tres siglos. Púlpito esculpido en madera, con todo lujo de detalles.



Caminamos lenta, tranquilamente, por Limburgstraat. El neerlandés sustituye al francés en Gante y Brujas. Es un dialecto del holandés que hablan unos cientos de miles de belgas. Es de obligado conocimiento para cualquier actividad comercial dado que los flamencos son muy celosos de su nacionalidad y no admiten a nadie que nos les hable en su idioma. ¿Dónde habré yo oído eso?. Pues al final de la avenida desembocamos en la Cataloniënstraat. 



La iglesia de Sint Niklaas. Construida entre los siglos XIII-XV, tiene una entrada lateral por la cual entramos a un mercadillo de  cosas usadas. Su gótica mole maciza aboca a la plaza Emile Braunplein, repleta de puestos. Una noria sobresalía entre el marrón y gris de la piedra de los altos edificios medievales. El Korenmarkt, mercado del grano, donde se comerciaba a través de los muelles del río. Stadhuis, con la antigua oficina de correos, ahora un centro comercial. A la espalda, el río Escalda. En ambas orillas, las famosas calles Graslei y Korenlei, muelles medievales. Los canales son un continuo ir y venir de embarcaciones que pasean a los turistas. No nos subimos, no tuvimos tiempo. El tramo mas agitado está atravesado por un lado por Sint Michielsburg, el puente de San Miguel, que aunque lo parezca, no es tan antiguo como el resto del entorno. Es el mejor punto para hacerse fotos. La iglesia de San Miguel, que da nombre al puente, inmensa, con todo tipo de detalles exincastillos. Cerrada, no pudimos entrar. A lo largo de los canales, casas con los típicos perfiles escalonados. Las construían así para facilitar la subida al punto mas alto para poder limpiar los tejados. Una de las fachadas tenía dos cisnes, dorados, dándose la espalda. El cisne, que siempre ha sido asociado con el romanticismo. ¿Por que una fachada con dos cisnes de espaldas?. ¿Qué tipo de amor querían representar?. Pues sí, el amor de vida alegre.









Paralelos al Escalda hasta Pensmarkt. Un cañón rosa que desentonaba entre tanto gris. En un restaurante colgaban jamones, con la pezuña cortada. Groentenmarkt, parada para escuchar a no-se-quién, que contaba no-se-qué. Allí nos llevó la guía. Me borré del grupo, me dediqué a husmear por los alrededores y a echar fotos, fotos y más fotos. Atravesamos el puente Grasbrug, donde Irene nos demostró que es una princesita saltarina. Gravensteen, el castillo de Gante. Desde que estuvimos en la puerta de la casa de Anna Frank, en Ámsterdam, y finalmente no entramos por no perder tiempo, no dejo de visitar los lugares que sé que me puedo arrepentir. Solo, entré a ver el castillo. Los demás se fueron a dar un paseo. El Gravensteen, el castillo de los condes de Flandes, merece una visita pausada para escuchar cada rincón. Construido en 1180, cada almenara, cada torre, cada pasadizo, cada escalera de caracol susurraban historias de amoríos prohibidos, conjuras, luchas de poder, torturas. Solo le dediqué 20 minutos, a la carrera. Lo mas apasionante de Gante. En lugares así hay que cerrar los ojos, y dejar que la Historia fluya por tu interior. Casi pude escuchar el clangueo de espadas y pasos amortiguados a la caza de un cuello que rebanar.











¿Hambre?. Compraron unos bocadillos de salchichas y unas bebidas en Stadhuis. Yo no comí (todavía estaba digiriendo el triple desayuno). Puntuales, a las 13:30 hora de la cita en el autobús, nos subimos camino de Brujas. Para otra ocasión, ¡quien sabe¡, dejamos el Patershol, el barrio medieval; encontrar su Manneken Pis al final del Kraanlei; o el Rabot, la ultima puerta medieval que queda en pie.





  
- Camino de Brujas:

El recorrido entre Gante y Brujas fue de aproximadamente una hora, que la mayoría aprovechó para dormir. Yo no pude. Ya ni lo intento. Me resulta imposible dormir viajando en coche, tren, avión o cualquier tipo de medio de locomoción. Me habría venido muy bien.








Brujas fue fundada por los vikingos en el siglo IX, que la llamaron Brygga. En su idioma significaba embarcadero. Surcada por el río Zwin, muy cercana a su desembocadura en el mar, fue un importante puerto comercial durante la edad media hasta que su propia riqueza, el río navegable, empezó a arruinarla. El Zwin se encenagó, la higiene brillaba por su ausencia, las enfermedades diezmaban la población y el dinero, muy miedoso, huyó. Tras encauzar en canales sus aguas, alcanzó su cénit en el siglo XIV hasta que Amberes tomó el relevo. Dada su gran belleza, ni los nazis se atrevieron a bombardearla, habiendo llegado casi intacta hasta nuestros días.




Brujas debe ser una lugar precioso de visitar, si no fuera por estar invadida por decenas de miles de turistas a la vez que impedían casi andar no digo ya sentarse tranquilamente a contemplar las vistas. Una pena. Ya aparcar el autobús fue una odisea. La guía nos dio un radio conectada a unos auriculares a través de los cuales nos iba contando. Como era de esperar los míos no funcionaban bien o yo cada vez estoy mas sordo. Tras 10´ en los que intenté seguirle la conversación casi clavándome el auricular en mi oreja, desistí. Lo único que me quedó claro es que teníamos que ceder el paso a las bicicletas y a los carros de caballos so pena de multa. Tienen prioridad sobre los turistas. Los carros no iban despacio, ni mucho menos. No respetaban a nadie. En más de una ocasión estuvimos a punto de ser arrollados.




Minnewaterpark, parque con un pequeño lago artificial. Minne en neerlandés significa amor. Leyenda de amores perdidos, parejas truncadas, para acabar pensando que sencillamente, lo construyeron para tener un pequeño puerto. En un lateral, decenas de cisnes disfrutaban de su pequeño edén. También cuenta la leyenda que tras ejecutar los ciudadanos a Pieter Lanchals, administrador del emperador Maximiliano I, este obligó a los habitantes de Brujas a cuidar eternamente de los cisnes dado que el apellido del amigo Lanchals significa "cuellos largos". Desde el Minnewaterpark al Beguinaje. Las beguinas eran comunidades fundadas a partir del siglo XIII para acoger a mujeres solteras o viudas que dedicaban su tiempo a ayudar a los demás, sin ser monjas. En Brujas se conserva un beguinaje en mejor estado, casas blancas alrededor de un parque, que datan de 1245. La vorágine de gente nos arrastró. No escuché nada de lo que contó la guía. Las calles eran una marea de turistas que te arrastraban. Me dio tiempo a disfrutar de las típicas casas medievales, los pequeños brazos de los canales, puentes con supersticiones (dependiendo el tiempo que tardas en cruzarlo, vuelves, o no, o solo, o con leche). Poco más.











Sint Salvatorkathedraal, con olor a inquisición. La imponente aguja de la iglesia de Vuestra Señora, la impronunciable Onze-Liewe-Vrouwerkerk. Su torre es la segunda mas alta del mundo. Hasta caer arrastrados al Markt, el centro de Brujas. El Groter Markt, la gran plaza de Brujas, con su propio Belfort, la gran torre de 1288, los edificios coloridos, adornados de luces de colores, el gran árbol navideño. En esa plaza se lleva celebrando cada miércoles un mercado desde 968. Miles y miles de personas. Me propongo volver, digamos en mitad de una semana del mes de marzo, sin fiestas cercanas, que pueda saborearla. Es la joya del turismo belga, pero acabará muriendo por invasión. El Burg, en lateral del Markt, con el imponente edificio del ayuntamiento, es el edificio mas antiguo de Bélgica, tiene 1200 años. La plaza Van Eyck con una estatua del famoso pintor, en su centro. Y el Rozenhoedkaal, el recodo mas fotografiado de Brujas. Para los hispanohuertanos, el muelle del rosario. Colas de personas para hacerse la foto, esa foto que todo el mundo colgará en sus redes sociales. Un gran pesar me queda de no haber podido disfrutar de Brujas y que las fotos de la tarde se perdieran en la nebulosa de mi móvil.









Con el tiempo justo, volvimos a la zona de aparcamiento. Esperamos unos 30  minutos a que apareciera nuestro autobús. Cuando aparcó, las doñas nos mandaron por delante para coger sitio pero se les olvidó seguirnos. Cuando se dieron cuenta, echaron a correr con la risa floja de verse solas de repente. Cuando subieron al autobús, llegaban destornillándose de risa. Un par de ¡¡grupazo¡¡ y dos chistes malos más y la risa se hizo contagiosa. ¿Ganteado? ¿embrujado?. Claramente Ganteado.






Una hora y media de autobús desde Brujas hasta Bruselas. Para no perder la costumbre fui el único en no dormir. Tuvo su punto bueno, llegando a Bruselas pude ver iluminado el Atomium. Nos despedimos del ¡¡grupazo¡¡ en la Estación Central. Plaza de España, pequeña pero con Don Quijote y Sancho Panza aprestándose a luchar contra los gigantes de los edificios de la Grand Place (gran pleis para alguna). Paseamos por el centro. Echamos un vistazo a las tiendas por si cargábamos algún regalo. Rula rulando, Place Ste Catherine con la iglesia de la misma santa al fondo. Cada 20 minutos la fachada de la iglesia se bañaba de luces de colores, además de lluvia. Un tiovivo curioso, vintás, peculiar en el centro. Una decena de casetas navideñas con artículos de regalos y comida colmaban el espacio. Nos sentamos a comer unas hamburguesas. Tras 15´ de cero atención, nos levantamos. Acabamos cenando sentados en unos bancos corridos unos deliciosos bocadillos de salmón, con salsa y cebolla. Casi enfrente de mi, una ochentera belga me miraba con mala cara. 





Disfrutamos el momento. El viaje estuvo repleto de pequeños-grandes momentos que todos sumados me dejan, nos dejan a ella y a mí, un recuerdo imborrable. Paseamos tranquilamente hasta el hotel mirando, observando, digiriendo cada pequeño detalle. En la Place Saint Géry un antiguo mercado, reconvertido, con lugares para comer, cenar, una copa o un café. Dimos una vuelta. En el hotel, con la pierna derecha en el suelo, la izquierda ya estaba dormida nada más entrar en la cama.
  

8 de diciembre:


- Único día completo en Bruselas:

Amaneció un gran día. Lluvioso sería, pero especial. El santo, o mejor dicho, la virgen de mi medio pomelo. Hacía mucho que no lo hacía, pero cogí el móvil, busqué en el llutub y acompañé la canción con mi melódica voz.





Segundo desayuno como si no hubiera un mañana. A las 10:00 teníamos concertado un fritur. Lo que es a mí, no me gustan. Los veo una pérdida de tiempo. Nos enseñaron buena parte de lo que ya habíamos visto pero cuando se viaja en grupo, debemos tomar decisiones en grupo. No iba a ser yo quien pusiera una pega. Y he de reconocer que muchas cosas aprendí y aquí os las cuento.




Punto de salida, la Grand Place (gran pleis, ya se sabe). Nuestra guía era una menudita sudamericana que había vivido unos cuantos años en España y que se había trasladado a Bruselas a la búsqueda de trabajo. Se llamaba Lady. Mal empezó cuando de lo primero de lo que nos habló fue del dinero. La Grand Place (eso, gran pleis), fue empezada a construir en el siglo XV, primero el ayuntamiento, un mercado y varias casas. En 1695 un bombardeo de las tropas francesas la rasó al suelo casi por completo. Los ciudadanos no se arredraron y en tan solo tres años la reconstruyeron mas bella y refulgente. Cada gremio puso de su parte y construyó su sede. Queseros, barqueros, camiseros, cerveceros o panaderos levantaron a toda prisa su edificio. En la parte superior de casi cada edificio se puede ver la fecha de finalización, grabada en pan de oro.  El ayuntamiento, el edificio mas antiguo, ha sufrido muchas restauraciones. Actualmente alberga exposiciones. Es el lugar preferido para las bodas de postín.




En el número 9, residencia particular reconstruida en 1698, llamada Le Cygne, el cisne, hubo un café donde K. Marx y F. Engels reunían a la plana mayor del Partido de los Trabajadores, donde empezaron a escribir El Capital. Cosas de la vida, ahora es uno de los restaurantes mas caros de Bruselas. La casa de los duques de Brabante es un conjunto de seis casas adosadas con una única fachada. Le Cerf, el ciervo. L´Angel, el ángel. Le Pigeon, la paloma, fue por breve tiempo la casa del miserable Víctor Hugo. La Maison du Roi, la casa del rey, la más gótica de todas, era la casa de los panaderos, el gremio más fuerte. Dentro está el museo de los trajes de meón Manneken Pis. La Brouette, la mantequilla, sede de los mantequeros. Le Renard, el zorro, sede de los merceros con su zorro dorado en el dintel. Salimos de la Grand Place (pleis, plaza o como sea) por L´Etoile, la estrella, por su pasadizo. En éste está la estatua de Everard´t Serclaes que encabezó a un grupo de patriotas que entraron en la ciudad para expulsar a los flamencos que a su vez habían expulsado a los brabanzones, legítimos señores de Bruselas. Su heroísmo acabó mal, fue asesinado a traición en 1388. Una estatua lo recuerda en el pasadizo. Mas supersticiones. Se dice que si la tocas te da suerte, o que vuelves, o lo que sea. Era de bronce, de tanto sobarla, tiene brazos y piernas doradas, brillantes.









De forma sucesiva visitamos de nuevo al incontinente Manneken Pis, subimos por nuestra calle, la Rue de Midi, hasta La Bourse, la iglesia de Saint Nicolás. Varios callejones, oscuros, meones, llevaban a bares y tabernas típicas como Au Bon Vieux Temps. En el camino, Delirium, la cervecería mas famosa de Bruselas. Esta situada en un callejón, Impasse de la Fidelité, sucio, oscuro y desangelado. Ya habíamos pasado por allí un par de veces, sin percatarnos. Enfrente, la niña meona, la Jeanneke Pis, mucho mas reciente que su hermano. Los turistas dejan donativos por la lucha contra el cáncer. Galeries Royales Saint Hubert. Nuevamente se me olvidó buscar por aquellas calles la tienda de Tintín. Bélgica tiene gran tradición del cómic. Además de Tintín, tienen a Lucky Luke, Marsupilami, Spirou. Dicen que tienen adoptado a Astérix y Obélix pero dudo mucho que los franceses estén de acuerdo. Cuando era pequeño, mi hermano Jose y yo coleccionábamos los cómic de Astérix y yo de Tintín. Es cierto que es un poco cansino, el capitán Haddock un alcohólico de cuidado, Tornasol debe tener el síndrome de asperger, y, Hernández y Fernández son un desastre. Pero me gustaba. Ahora no sé que fue de esos cómics. La ciudad tiene su propia ruta del cómic, con fachadas pintadas con escenas. Vimos alguna, pero no muchas. Además de los personajes de  cómic, ¿Qué más belgas son famosos?. Pensemos. Simenon, el que escribió las novelas del inspector Maigret. El ciclista Eddie Merckx. Y Adolphe Sax, quizás no muy conocido, pero si muy famoso por su invento. Es un instrumento musical, ya os lo dejo para que lo adivineis. Y no, no es el adolfón.




Subimos camino de la catedral hasta la zona de los museos donde acabó la ruta con la breve historia que nos contó Lady sobre Leopoldo II, su coto privado del Congo, sus atrocidades, el genocidio de más de 10 millones de seres humanos y el silencio vergonzoso de los belgas que ocultan tal baldón en su breve historia.




Liberados del fritur, dimos un paseo y muchas fotos en el Mont des Arts, el mirador desde donde se aprecia la mejor vista del centro de Bruselas. Se construyó en 1910 para una exposición universal. Al fondo, la estatua ecuestre de Alberto I, enfrente de la cual hay otra de su mujer. La Biblioteca Real y los Archivos Nacionales. Notre Dame de Saint Michel et Sainte Gudule, catedral de Bruselas, las bodas reales belgas. Dicen que se parece a Notre Dame de París, pues algo, pero como tantas otras iglesias centroeuropeas. Se empezó a construir en el siglo XIII sobre una iglesia románica del siglo XI. Se la conoció como Saint Michel hasta que en 1047 se depositaron en su interior los restos de Sainte Gudule. El interior, grande, muy sobrio, con grandes vidrieras de color para dejar pasar la poca luz que el clima lluvioso y oscuro dejan translucir.



Caminando por esas calles belgas, volvimos a tropezar con lo peor de nuestro pasado cercano europeo. Una vez más, el homenaje a todos aquellos que dieron la vida por la libertad, a los que asesinaron vilmente en nombre de unos ideales inhumanos que en pleno siglo XXI siguen vigentes en la boca de tanta intolerancia, intransigencia, racismo, populismo e incultura.






En la parte alta de la ciudad, el Parc de Bruselas, embarrado y pelado. Varias docenas de personas que debían participar en algún tipo de evento. La imponente fachada del Palacio Real donde trabaja el rey Felipe, si a eso se le puede llamar trabajar. El Palacio de Coudenberg, sede de los duques de Brabante durante más de 600 años, hasta que se quemó en 1731. En su sala de banquetes abdicó Carlos I de España y V de Alemania en 1555. El Museo de Instrumentos Musicales, el más grande de Europa. A decir de las guías, lo mejor es su cafetería en la última planta, con excelentes vistas. Por la Rue de la Regence se llega a Notre Dame du Sablon. En su lateral, la Place du Petit Sablon, con un mercadillo de antigüedades mas bien antiguallas. Wittamer, una de las chocolaterías mas renombradas. Entramos en la iglesia y no tenía mucho que ofrecer. La mayoría de las iglesias belgas me parecieron frías, insípidas y demasiado austeras. Debe ser debido a la influencias de las guerras de religión. Si bien Bélgica es nominalmente católica, fue influida por el puritanismo protestante y por su defensa de la austeridad. En el otro lado de la iglesia, la Place du Egmont, muy colorida en uno de los pocos momentos en los que vimos el sol.








La hora de comer se acercaba. Bajando poco a poco hacia el centro, pasamos por delante de Notre Dame delle Chapelle, más gótica, con una pequeña estatua de Pieter Brueghel, ya no sé si el viejo o el joven, famosos pintores belgas del siglo XVI. No solo teníamos hambre si no también sed y exceso de manneken en el cuerpo. Big Game, en un lateral de La Bourse, nuevas cervezas. En la otra esquina, Fritland, compramos varias metralletas. No fusilamos a nadie. Metralleta es una bocadillo típico de Bruselas con hamburguesas, cebolla, salsa, patatas fritas y mas salsa todo en uno. Una bomba. Nos sentamos, bueno, se sentaron en las mesas exteriores de Big Game a comer. Tampoco este día comí, el desayuno todavía a medio digerir. Mientras comían y bebían, me fui a la búsqueda del Zinneke Pis, el tercer meón de la lista, un perro que estaba en la otra esquina del 9 Voisins, donde comimos el primer día. Tres kms ida y vuelta corriendo para no perder tiempo, hasta el distrito de Molenbeek al otro lado del canal de Bruselas para ver De Vaartkapoen. Es un curiosa estatua de 1985. Un mozo que sale de una alcantarilla agarra del tobillo a un policía haciéndole tropezar, no sabemos si caerá o no. Molenbeek es una de los mas malfamados barrios de Bruselas, centro del islamismo mas radical. Sin caer en el clasismo, se me acercaron tres hombres, de clara ascendencia árabe, que me dijeron que les dejara el móvil para hacerme un foto. Algo me dijo que mejor no así que tiré yo mismo la foto. De vuelta, pasé por el Plaine de Jeux Quai a la Houille, que algo debe significar. Una feria para niños y un gran noria no dejaban ni un metro al cemento.









Repuestos, ya en marcha, primera parada, Saint Nicholas, frente a La Bourse. Empezó a erigirse en 1381, también sobre una iglesia románica. Es muy curiosa. En la parte alta de un pilar sigue empotrada una bomba que cayó en Bruselas en los bombardeos franceses de 1695. Ha sido destruida y reconstruida varias veces. Si se entra por la puerta izquierda se aprecia como el altar está torcido debido a que se tuvo que reconstruir sin derruir las casas adyacentes. A media tarde se puso a llover. Paseamos sin rumbo, entrando en las tiendas a comprar algo. Unas camisetas, bombones y chocolates. Delirium, para hacerle los honores. Son varios bares/tabernas en diferentes alturas, unidos unos a otros, donde dicen que se pueden beber hasta 2004 marcas de cerveza diferentes. Las mas baratas en los pisos más bajos. Tras la cerveza, que yo tras casi 52 años sigo sin probar, nos paseamos por algunas de sus tabernas. Buena música. No dejamos pasar la oportunidad de unos gofres. Rue Neuve, la calle con las tiendas de las marcas actuales. La Place des Martys, solitaria, sombría, pero a la vez un remanso de paz, en sus bajos están enterrados  en una cripta 445 mártires fusilados en 1830 en mitad de la revolución belga. Place Sainte Catherine y de vuelta al hotel. En la calle del Manneken Pis nos metimos en una tienda mientras diluviaba. Cuando paró un poco dimos un salto para llegar al hotel, parada y fonda. No nos acomodamos mucho. Salimos a cenar. En la zona de  cenamos unas sabrosas ensaladas en La Plattesteen. Y a dormir.


9 de diciembre:



- Último día en Bruselas:


Amaneció sereno. Aproveché el último desayuno. No lo hago por gula o por rácano. Me encantan los bufetes, me pierde el poder elegir dulce, salado, otra vez dulce, té, chocolate y bocadillos. Como era día de retorno, bajamos las maletas y las dejamos en consigna hasta la tarde, nos recogían a las 5:50.


  
Destino: Atomium. Primer contacto con el metro. Para moverse en metro hay que comprar billetes sueltos o una tarjeta de varios viajes. En una boca de metro, Anneessens, lo intentamos pero solo había máquinas expendedoras. Boulevard Maurice Lemmonier hasta la Gare du Midi. En las calles, bolsas de basuras amontonadas. No eran las primeras. En Bruselas hay pocos contenedores. Recogen la basura a mano, persona a persona. En la Gare du Midi compramos tarjetas 24 horas. Cuestan 7,50 pero dado que teníamos previstos cuatro trayectos, nos ahorrábamos dinero.






Línea azul, dirección Rey Balduino hasta la parada de Heysel para ver el Atomium. Está situado en un extremo del Parc du Laeken. El Atomium fue construido para la exposición universal de 1958 y al igual que pasó con la torre Eiffel, cuando acabó la exposición, ahí se quedó. 15.000 trabajadores tardaron tres años en construirlo. Lo restauraron completamente en 2005. En cada esfera hay un espacio de interés. En la superior, un restaurante con un mirador. Para conectar cada esfera, escaleras mecánicas. Fotos desde todos los ángulos posibles. Justo al lado de la parada del metro está el Mini Europa, un pequeño parque con miniaturas de los principales monumentos europeos. Cuando estuvimos en Ámsterdam, vimos uno similar, el Madurodam, muy cerca de La Haya. Con las ganas nos quedamos. Llovía, y mucho, y no era plan de verlo a la carrera para no empaparse.








De vuelta al metro, Heysel hasta la estación de Simonís para ver la Basílica del Sacre Coeur. Como había obras en el Parc Elisabeth tuvimos que dar un rodeo que se nos pegó a las piernas. Al final de los tres días, andamos más de 40 kms. La vista exterior era espectacular, el interior insulso, típica iglesia funcional de los años 60-70 como tantas otras en España. Para no volver andando nos subimos al tranvía que admitía la tarjeta del metro.



Desde la estación de Simonís, con transbordo en Arts-Loi, llegamos a la estación de Schuman para ver el Parque del Cincuentenario. Fue construido por orden de Leopoldo II en 1880 para conmemorar el cincuentenario de la independencia belga. Mas llover. Tierra fina, zapatos enlodados. Al fondo, a cada lado, dos grandes palacios con el Museo de Arte e Historia y el Museo de la Armada y de Historia Militar. En el centro, un arco del triunfo, con una cuadriga en la parte superior y una bandera belga ondeante en el vano central, muy similar a la Puerta de Brandenburgo de Berlín. Fue terminado en 1905.
  
El camino de regreso al metro cruza el barrio europeo donde están la mayoría de los edificios de las instituciones de la comunidad europea. Entre ellas, la ¿embajada? catalana, con su lazo amarillo incluido. ¿Vendrá alguna vez a trabajar Alto del Monte o con quedarse en su palacete de 4.000 € al mes tendrá suficiente para su cruzada estéril?.





Se nos acaba el tiempo. Metro desde De Brouckére para buscar donde comer. Habíamos probado las patatas fritas, chocolate, endivias rellenas, estofado, metralletas, mas chocolate, algunos gofres, faltaban los mejillones, también típicos. Para hacer los honores,  Chez Leon. Pedimos varios platos de mejillones, con 18 piezas cada uno. Unos fríos con una salsa marrón rara. Otros con mucho perejil, muy especiados. Los demás, con queso. Algunos fritos. Ensalada. Al salir, me dolía el estómago, no solo me hago mayor, si no que mi estómago se queja sin piedad.






 

Ya no nos entretuvimos mucho. Fuimos a despedirnos de la Grand Place (gran gran pleis). Grabamos el espectáculo de luces. Enésimas fotos. A las 5:30 ya estábamos en el hotel. Nos recogieron, conducía el minibús un marroquí casado con una tinerfeña que también tuvo que hacer su larga marcha particular por falta de trabajo. Está deseando volver. Frío, lluvia, el viento es insoportable, los belgas son muy siesos. Volverá. 





Vuelo de vuelta con Ryanair. El ¿despegue?, prueba superado. Los Gordianos no acabaron con Maximino, mas al contrario, Capeliano los venció ante Cartago. Gordiano el Joven murió en batalla. Gordiano el Viejo se suicidó al saber de la derrota. Murieron sin saber que su nieto llegaría a ser emperador durante 6 años, como Gordiano III.


Se acabó. Felices. Objetivo conseguido. Disfrutamos del viaje, de la compañía y de nosotros mismos. Nos hacía falta reencontrarnos y volver a disfrutar de tiempo juntos. Y reírnos muchos. Bélgica ya es historia. Viajar para que la vida no se nos escape.
Gracias a todos por este gran viaje.
Gracias a ti, te quiero.














 









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