viernes, 22 de noviembre de 2019

Costa Blanca Trail 16-11-2019






Confieso que he pecado. Confieso haber dicho que nunca repetiría una carrera y aquí estoy, en Finestrat (Alicante), a media tarde del viernes 15 de noviembre, con bastante frío, aire, sin lluvia, para mi segundo intento contra la ultramaratón Costa Blanca Trail, 101 kms. El año pasado, una semana lluviosa había dejado el recorrido impracticable, a lo que se sumó que tras cinco horas de carrera, se puso a llover y en las siguientes 10 horas no paró. Frío, lluvia, terreno resbaladizo y peligroso, recorrido más lento y cuatro caídas después, en el avituallamiento de Confrides, km 60, decidí que ya había sido suficiente. Días después no dejaba de darle vueltas al abandono. Sé que hice lo que tenía que hacer. Ni era el día ni las condiciones. Pero me quedó la espina clavada. Sabía que por piernas podía haberla acabado. Y no lo intenté. Un año después, mismo escenario y mismo compañero de aventura, Fernando. Nuestro hermano macedonio. Richy nos dejó empantanados con noseque excusas. Richy, que se te echa de menos.

Esta edición salí con mas tiempo de casa. 107 kms de puerta a puerta. Algo más de una hora de carretera casi todo por autovía. Una vez en Finestrat, a la caza de aparcamiento. Estaba difícil. Acabó el coche en el mismo sitio, exacto, que el año anterior. Recogí los dorsales y la bolsa técnica, tanto mía como la de Fernando, que llegó con el tiempo justo para cambiarse y ponerse en línea de salida. Tras los dorsales, en un bar céntrico, comí un par de bollos y un té, mientras veía el comienzo del partido España-Malta. Hace años que no soy muy futbolero. Me gusta el Racing pero el fútbol actual lo veo sobresaturado de hipotatuajismo resoplón, con peloteros insípidos, que hacen declaraciones en las que dejan claro que su única capacidad está en saber dar, mas o menos bien, patadas a un trozo de cuero inflado. Y por todo esto les pagan cantidades obscenas, dándose el lujo de darnos consejos desde su atalaya intelectual a la altura del betún.

Sobre las nueve y cuarto fui al coche para intentar echar una cabezada antes de la carrera. Probé mas posturas que el kamasutra pero no hubo manera de desconectarme. Cuando no se me clavaba la palanca de cambios en la rodilla era el cuello en un escorzo de 100 grados el que me impedía roncar. Rula rulando, saqué a mi fiel compañero de cada carrera, un libro, (Camino al Poder, sobre el abordaje al imperio de Maximino el Tracio, 235 d C), para pasar el rato. Lo sé, temazo.

Puntual como siempre, a las 11:00 llegó Fernando. Empezamos a cambiarnos para la batalla. Bambos casi nuevos, con suelas contundentes, unos Sportiva Akira. Acierto del año. Si el año pasado iba del todo inseguro con el calzado, este año me pude olvidar de la dudas. Ni un problema más allá del destrozo que te causan en los pies, especialmente en las plantas, miles de pisadas sobre piedras de todo tipo y colocación. Como se preveía, tiempo gélido. Pantalón fino largo sobre otro corto. Pantorrilleras, manguitos para los brazos, tres camisetas además del cortavientos, guantes completos, buff en cuello y cabeza. Solo la cara quedó al descubierto. De esta guisa estaba justo antes de comenzar la carrera. Ahora comprenderéis por que rara vez cuelgo fotos mías. Vaya par. Pero luego lo agradecí. Mientras estábamos en movimiento, no lo sentía, pero cuando nos parábamos, especialmente durante la noche o en alta montaña, la sensación de frío era muy intensa. Una semana después arrastro una tos sospechosa que desde ayer se ha transformado en una ronquera que me hace candidato a interpretar a Don Vito Corleone en El Padrino IV, el Retorno.



11:50 de la noche del 15/11. Entramos en el corralito. Control de material. Lo único que nos controlaron fue el móvil. Ningún control más en toda la carrera. Por allí veo a los que lucharán por el triunfo, con muy poca carga. ¿A estos no les piden lo mismo?. Es cierto que los que llegan los primeros, a lo mejor necesitan menos, pero a los que llegamos después, nos cargan como mulas con muchas cosas que no vamos a usar. Físicamente me encuentro bien. En esta ocasión, he hecho los deberes. Los últimos dos meses he entrenado mucho y bien. Con salidas técnicas, metiendo tanto desnivel como tiempo. Entrenamientos de más de 4 horas. Desde finales de agosto me propuse quitarme los kilos de más que arrastraba por el verano. El domingo tras la carrera, pesaba 65 kgs. Muy fino al salir. Lo cual me demuestra que para este tipo de carreras solo hay un camino, entrenar, cuidarse y entrenar y entrenar más.



Perfil de electrocardiograma. Cholismo puro, subida a subida. 00:00 horas, salida tras la cuenta atrás. Entorno a 225 corredores. Primeros metros. Subida desde la plaza del pabellón, punto de salida y meta. Si conseguimos terminar, volveremos al mismo punto. Primer km por las calles adoquinadas de Finestrat. Seguramente más por postureo que por necesidad subimos todos trotando. El temible Puig Campana nos espera. Necesidad no había, una vez fuera del pueblo casi todos los corredores echamos el freno. Desde la salida hasta coronar el Puig Campana, son 5 kms, los más duros del recorrido. Felizmente están al comienzo cuando están la fuerzas intactas. Enseguida el perfil se pone vertical. La subida es muy, pero que muy dura. Una primera parte para calentar, todos en fila india. Para casi un par de kms finales durísimos, con una pendiente muy exigente. Este año no cometí el error de llevar los bastones en esta subida, estorban más que ayudan. Me puse delante de Fernando, siguiendo la estela de un vikingo que se lo notaba muy suelto en el ascenso. Lo escogí al observar como ahorraba esfuerzos dando paso laterales en las zonas mas duras, en lugar de levantar mucho la pierna. A mitad de subida, Fernando ya no iba detrás mío. Mal asunto. Como la fila india te arrastra, seguí al vikingo. Y es que había muchos extranjeros. Por el habla, distinguí a angloparlantes, algún italiano, algún francoparlante y un grupo de escandinavos tipo armario ropero. También muchas mujeres. Cada vez más en las carreras, la mayoría, te dejan atrás sin piedad.



Tras una hora y 40 minutos, coroné el Puig Campana, extenuado. Solo 5 kms y ya iba con la sensación de estar agotado. En el perfil se ve vertical y no exagera, es de la ascensiones mas duras que he hecho y mira que ya he hecho unas cuantas. Por ese cortado se asciende. En la parte alta del Puig Campana me dejé rebasar por varios corredores, bajé el ritmo para esperar a Fernando. Aproveché para quitarme piedras de los bambos y atarme mas fuerte las cordoneras para afianzar la pisada para la bajada. Tras 10´ minutos de espera, Fernando no apareció. Con síntomas de enfriamiento, decidí empezar la bajada. Y si la subida es durísima, la bajada es criminal. Aun en el recuerdo las tres caídas en este tramo el año anterior. Sendero con mucha piedra, irregular, zonas resbaladizas, pedrizas movedizas. Un km escaso, pero hay que ir con mil ojos. Los bambos respondieron. El entrenamiento dio sus frutos. Rápidamente alcanzo a los corredores que me habían rebasado en la parte final. De hecho, los supero a todos por que se equivocaron de camino cogiendo una senda errónea. No sé por qué giraron a la izquierda cuando la baliza estaba al fondo a la derecha. Tuve mis dudas, pensé haberme equivocado viéndome solo en la bajada, pero al ver en cada giro las balizas, sabía que iba por el buen camino. De hecho, los escandinavos, que les encontré perdidos mirando hacia todas partes, se me pegaron a la espalda en la bajada. El recorrido, en líneas generales, bastante bien balizado. En alguna zona de noche, eché en falta alguna baliza más, pero no me perdí en ningún momento.

Tras superar el tramo muy técnico de bajada, llegué al km 7,8, Coll de Pouet, primer avituallamiento. Los avituallamientos estaban entre bien y muy bien. Ni una queja por cantidad y calidad, tan solo la falta de avituallamiento entre los kms 37 y 49. Comí de todo un poco. Plátano por el potasio, frutos secos por las sales minerales, naranja por la vitamina C, melón para recuperar agua, emparedados de salchichón por que sí, membrillo con su pelotazo de azúcar, pasteles rellenos de crema buenísimos y chispa-de-la-vida a tutiplén. Desde el 26 de agosto solo había bebido una al final de la Ricote Trail. Llegó un momento que parecía un globo de gas de la cantidad que bebía cada día. Tras esta ultra, otra vez arrestada. Me gusta pero ya no soporto sus efectos secundarios. Tras 10´ en el avituallamiento del Coll de Pouet esperando ver a Fernando, salí camino del siguiente punto de avituallamiento, el Helipuerto de Polop.

Bajada por senda estrecha pero en muy buen estado. Me dejé caer y sin forzar, fui rebasando a muchos corredores. Pese a ir solo, en ningún momento tuve la necesidad de ponerme los cascos con la música. Hace tiempo que prefiero el ruido del silencio de la montaña o trabar hebra con otros corredores. Es más, las últimas veces que he ido escuchando música en largas distancias he acabado con dolor de cabeza, que te afecta, y mucho, en el rendimiento. 4 kms y medio de descenso sencillo, pero en el cual no hay que confiarse para no irse de morros (no seria la primera vez). Llegué al avituallamiento del helipuerto de Polop, km 13, con mucho hambre que iba arrastrando ya un rato. El hambre, mas derivado del desgaste físico que de la falta de alimento, hay que cortarlo cuanto antes. La sensación de hambre es la antesala de la pájara. En este caso, la sensación solo me duró los 15´ que tardé en llegar al avituallamiento. Me lo tomé con tranquilidad para esperar a Fernando. Otros 15´de espera que me dejaron helado. Fernando apareció. Me contó que en la subida pasó un pequeño momento de crisis y prefirió dosificar. 

A partir de este avituallamiento, 14,5 kms hasta el siguiente avituallamiento de la Font del Pi. Zona por la que ya pasamos el año pasado pero que este año tenía varios tramos diferentes. Terreno de sube-y-baja. Pistas, senderos, zonas técnicas de piedra. Ya juntos, no cometimos el error de cebarnos. A los que veíamos por detrás mas fuertes, los dejábamos pasar, sin complejos. De hecho, es una manía personal, no soporto llevar a nadie detrás de mi haciendo todo tipo de ruidos, cháchara o presionando para pasar. Cuando llega alguien a mi altura, sin tardar nada, los invito a pasar. A muchos de estos corredores, no los vuelves a ver pero a otros te los acabas encontrando varias veces ya sea por delante, ya sea por detrás. A mitad del tramo, entro en crisis. No sé el motivo, pero algo no iba. Fernando por delante. Sin un gran ritmo, me costaba seguirlo. Terreno quebrado, duro, pero no mucho más de lo habitual. Mirada al suelo. Como me veía alicaído, saqué una pastilla de sales minerales para recuperarme un poco. No, no es dopaje. Son pastillas para evitar el agotamiento y lo calambres. Llega un momento que los kms te agotan sin remedio. En todo caso, ni un solo problema muscular en todo la carrera. Lo que si me dio el follón fue una artritis en el dedo anular del pie izquierdo que cada cierto tiempo reaparece. El fisio me dijo que era un problema de pisada, de haberme dado un golpe y me puso una almohadilla. Pero como me la mojé duchándome, en lugar de secármela, me la quité. Muy listo. Durante toda la carrera tuve que tomar gelocatil cada 5/6 horas para mitigar el dolor que no siendo invalidante si que era molesto.

La segunda parte del tramo, zona calcárea por la que ya pasamos el año anterior, nos enganchamos con un grupo de más de 20 corredores que nos alcanzaron. Enseguida perdí de vista a Fernando por detrás, pero sabía que no iba muy lejos. Bordeamos la Sierra de Aitana por su parte oriental, junto a un quebrada Por detrás algún cagaprisas tenía muchas ganas de adelantar para después ponerse delante y frenarnos. Al ritmo por debajo de 6´de este largo tramo, apretar mucho más es un error pero meter prisas para dejar pasar para luego hacer tapón es de ser poco previsor, cuando no follonero. Disfruté mucho del tramo por que comprobé que los dos meses de entrenamiento previos daban sus frutos. Sin mucho forzarme seguía fácil el ritmo del grupo. Antes del avituallamiento, nueva subida, corta pero intensa. Por primera vez hice uso de los bastones. Es cierto que ralentizan, al menos a mí me da esa impresión, pero la descarga sobre los hombros y brazos de algunos esfuerzos adicionales de piernas y espada, a la larga se nota.

Poco antes del avituallamiento de la Font del Pi, reagrupamiento con Fernando. Km 27 en 5 horas y 48 minutos. A partir de aquí, la larga subida que hicimos el año pasado en esta zona había sido sustituida por un desnivel de poco más de 100 metros en un km que se hizo muy llevadero. Benimantell, km 33, se veía en la lejanía. Tras el breve ascenso, largo descenso en el que, a lo mejor, apreté de más y le pasó factura a la rodilla de Fernando. Rebasamos a muchos corredores. Justo antes de la entrada en el pueblo, nos metieron por un rambla húmeda y resbaladiza del todo innecesaria, fuente de resbalones. No venía a cuento. Nota para la organización, eliminad estos cientos de metros, no aportan nada, más que riesgo.

Llegamos a Benimantell todavía de noche, en 6 horas y 52 minutos. Algo más de una hora menos que el año pasado. Para desayunar, macarrones con tomate. Con un par. Fríos. Pero me obligué a tragarlos mas por el efecto terapéutico que por el hambre. Vimos al vegano, un miembro de la organización al que el año pasado un americano, mirando el contenido del avituallamiento le dijo con un acento macarrónico: "Shoy veggano". A lo que respondió este hombre: "Si, ¿vegano?, pues tenemos un embutido estupendo". El año pasado, en este punto kilométrico, diluviaba. Entonces echamos 45 minutos para armarnos de coraje para salir a la lluvia. Esta vez, 15´y a correr. Primeros mensajes a casa. "Voy bien o muy bien". Durante todo el recorrido mi hermano pequeño macedonio, Richy, tuvo informada a mi familia. Todo un detalle. Richy, por si no te lo dije, muchas gracias, hermano.

Salimos de Benimantell en ligera bajada, un tramo diferente en subida, en un terreno blancuzco y nada transitado para el calentamiento de lo que estaba por venir. Del año anterior recordaba la subida a la Mallada del Llop, brumas entre la distancia, el agua por los tobillos y el terreno en continuo ascenso. Aunque sepas a lo que te enfrentas, tus piernas te vuelven a recordar la nula necesidad de tanto esfuerzo. Justo antes del comienzo de la subida, km 37 avituallamiento con los mismos que estaban allí el año anterior. Unos compañeros de aventura nos preguntaron por el tramo. "Largo y muy pesado", les dijimos. Era el recuerdo que teníamos, que se cumplió.

El primer tramo de tres kms, es una zona de zigzagueo con estupendas vistas al azul-verdoso embalse de Guadalest, con el mar al fondo. Durante toda la noche vimos iluminarse el cielo con algún tipo de tormenta eléctrica pero lo suficientemente lejana para no caernos cerca ni llover ni una gota. Amaneció un día radiante que nos dejó unas vistas que no se pagan. Las sudas, las sufres, pero al final lo que quedan son las imágenes. El sufrimiento, por suerte, se olvida. Tras el zigzagueo, cuatro kms eternos de subida a una media del 8-10%. Sin apretar mucho, tirando de los bastones, Fernando se me iba quedando atrás. En Benimantell ya me confirmó que no iba bien de la rodilla. Y su cara lo decía todo. No apreté, por una parte intentado no perder a Fernando, por otra parte guardando fuerzas. Tres largas horas de subida. Muy largas. El punto geodésico de la Mallada del Llop fue el lugar donde más frío pasé. Un aire endemoniado que soplaba de lado, me cortaba la respiración. No soy nada friolero pero lo dice todo que en ningún momento me quité los guantes y en las zonas altas me puse la capucha para cortar un poco el viento. Al coronar, esperé a Fernando, que se había quedado detrás comiendo algo. Con el frío, me costó volverme a poner en movimiento. Cresteo con piedras pero no muy exigente. Enseguida me volví y otra vez Fernando que no venía. Bajada trabada, con una pedriza de unos cientos de metros que disfruté como un niño. Mientras otros se apoyaban en bastones o pisaban huevos, yo bajé disparado metiendo talón. Una vez abajo, vi que Fernando aún estaba arriba del todo. No lo volví a ver. A partir de ahí, seguí solo.

Tras la bajada de la Mallada del Llop, el año anterior se cogía una senda que te llevaba al avituallamiento del km 50. Este año no, tras la bajada, pequeña subida, pequeña bajada y dura subida hacia el Pla de la Casa. Corta pero muy intensa. Tras cuatro horas largas desde el avituallamiento del Benimantell me sentí desfallecer por el hambre. Algo vago, me cuesta tirar de la comida que llevo encima, mas que nada por no buscarla. En este caso, hice bien y saqué pan de higo. Como lo llevaba todavía precintado intenté cortar el forro de plástico pero con las manos ateridas, no había forma, así que directamente le di un bocado con plástico y todo. Comí lo comestible y escupí el plástico. Mano de santo. La pedriza de ascensión se pegó pero cuando llegué a la planicie del Pla de la Casa tuve el premio de la vista del pozo de agua de nieve, con árbol incluido dentro y el pico de Aitana al fondo, bajo un cielo azul celeste limpio y reluciente.

Nueva bajada técnica. Me dejé rebasar por quien me seguía en la subida. Algo tocado de más, con más de cuatro horas sin avituallamiento (organización, para próximas ediciones, en la pista al bajar del Pla de la Casa hay que poner comida), bajé tranquilo y andando para evitar una caída. Nueva pista, la Serrella y subida al Recingle Alt, que sin ser muy dura, tras las cinco horas desde que empezamos la Mallada del Llop parecía una pared. Coroné extenuado pero con mucho ánimo al comprobar que en las zonas corribles, corría.


Avituallamiento del 49, casi mitad de carrera. Asustaba pensar en ese momento lo que quedaba por delante cuando ya te ves tan cansado. Comí algo, no mucho. Pregunté por la bajada, pista casi todo hasta Confrides. Me dejé caer. Hice grupo con dos corredores valencianos, uno muy joven que ya la había acabado el año anterior, otro talludito, como yo. Pista en buen estado, para adelantar kms, para empezar a descontar. Ya llevaba más de los que quedaban. Más de 11 horas de carrera con 50, 51, 52 kms. A 49 de meta. Al final de la pista, bajada vertical por la que bajamos el año pasado pisando huevos, entonces estaba embarrada y resbaladiza. En esta ocasión, todo seco, no menos arriesgada. Pasamos por el punto donde estuvo el avituallamiento donde el año anterior decidimos que abandonaríamos en Confrides. Desde allí algo de pista y un largo sendero lleno de surcos, piedras y ramaje que hice a una media de 5:40. Contento, feliz, fuerte, no dejé de pensar que a lo mejor debía bajar el ritmo para no quemarme, que luego los esfuerzos se pagan. Pero no, seguí apretando. 

Tras 12:50 horas, llegué a Confrides, punto de vida, km 58, donde me recibieron los hermanos macedonios, Richy y Fausto, así como Ana, la mujer de éste. Que gusto da ver caras amigas aunque uno sea con un perrazo a sus pies. Entré con ellos. Me cambié las camisetas. Como ya hacía algo de calor me puse una térmica y otra con el lábaro cántabro. Comí mas pasta. Un conocido de Fausto me contó que lo más difícil ya estaba hecho. Que habiendo llegado allí ya era fácil acabar. ¡¡Quedaba un maratón¡¡. 42 kms. Alguno de estos animadores acabará en un juzgado por malamente tratra. No quise demorarme mucho. Esperaba ver llegar a Fernando. Pero no pudo ser. Me contaron que llegó 45 minutos después de mi. Allí se retiró. Por segunda vez, Costa Blanca Trail acababa para él en Confrides. Yo se lo había dicho claro durante la carrera. O era hoy o nunca. Una tercera vez no vuelvo. ¿No?.

Desde Confrides hasta el Pico de Aitana, 10 kms con 870 de desnivel, llevadero. Mucha pista, poca senda, poco o nada de terreno técnico. Al principio troté bastante. Cuando el terreno se puso mas cuesta arriba preferí guardar para el final. En las zonas de umbría, los charcos estaban congelados aunque era mediodía. Viento de lado, malísimo. Los corredores de la carrera de 84 kms, campeonato de España, empezaron  a rebasarme. Desanima bastante verte superado así que cada corredor que pasaba, le miraba el dorsal para comprobar que no eran de la ultra 101. Lo que para mi era el km 68 para ellos era el km 50. Al pie del bloque calizo de la cumbre, rodeamos y se abrió un paisaje espectacular. Benidorm al este. Su playa. El peñón de Ifach al fondo. Santa Pola hacia el sur. No hice fotos por no quitarme los guantes pero hay que subir hasta estas cumbres para poder ver estos paisajes de ensueño. 


Avituallamiento del km 68, tras casi dos horas de ascensión y ya nos avisaron: "bajada hasta Sella, 14 kms consecutivos pero muy malos". Muy malos fueron. Tres horas de bajada para 14 kms. Cada km mas de 15 minutos de media. Primeros tres/cuatro kms minados con miles de piedras de todo tipo. De punta, lascas largas y finas, canaletas irregulares, piedras sueltas, zonas de espinos. Un asco de bajada. No queriendo forzar los tobillos y con algo de cansancio por el pedregal, bajé casi todo este tramo andando. Más de un hora para tres kms. Luego un tramo de 5 kms que combinaba pista con sendero. Nuevamente feliz de comprobar que el entrenamiento da frutos. Lo hice corriendo entero, recuperando algo de tiempo tras la primera bajada para olvidar. Rebasé y me rebasaron varias veces tres corredores que corrían juntos y a los que fui viendo casi toda la carrera. Al final de este tramo, me adelantaron y ya nos los volví a ver hasta Sella. Traca final, la bajada a Sella. Algo más de un km infernal. Piedra grande, lisa, resbaladiza. El año pasado, mojado, debió ser una maldición. Conseguí mi objetivo de llegar con luz natural. Me puse a cola de un grupo comandado por un tal Miquel, de la zona, que lo conocía a la perfección. Es cierto que a lo peor bajaba algo más lento de lo necesario, pero, ¿para que arriesgar?. Ni intenté adelantarlo. Con Sella al fondo, nos hicieron dar una vuelta de más de kilómetro y medio, ¿para qué?, para nada, para rellenar kms.

Sella. Poco más de las seis de la tarde. Allí me estaba esperando Fausto. Mensaje a casa. Ya solo me quedaban 20 kms. Un conocido de Fausto me explica el final. Subida en zigzag al principio, dura. Dura subida larga, por pista, hasta llegar a la parte posterior del Puig Campana hasta el Coll de Sacarest. De allí, 500 metros de desnivel y bajada final "que te va a gustar". Bastante animado viendo el objetivo asequible. Se me estaba haciendo de noche. Segunda noche. Otra vez mi miopía de malvada compañera.

Al salir de Sella me despido de Fausto, gracias hermano, no sabes el bien que me ha hecho verte en esta y otras carreras en las que hemos coincidido. Al fondo, no muy lejos, veo un pequeño grupo formado por los tres del mismo equipo y el tal Miquel. De noche, prefiero la compañía así que apreté un poco hasta alcanzarlos. Pero debe ser que no querían compañía silenciosa. Cuando superamos el primer zigzag de subida, me quedé solo. El camino era una subida por pista, nada técnica, pero empinada. Los kms no caían. El momento zen se vino abajo. 10 kms mentalmente durísimos. Mentalmente pensando los porque de estas locuras. No tenía ganas de seguir. La senda cada vez más oscura. Sin ningún punto de referencia sino las balizas que en algunos casos perdía de vista. "Lo dejo", pensé una y mil veces. "Nunca más", me repetí. En voz alta, en voz baja, al cielo, a mi mismo juré que nunca más. Me dio tiempo a pensar hasta como decirles a mis hermanos macedonios que nunca más. De las ultras también se sale. Fueron dos largas, eternas horas. El remate, una bajada estrecha y peligrosa. Por primera vez en mucho tiempo, tras muchas carreras, pasé miedo de sufrir una caída fatal. Solo fueron unos 200 metros, pero tuve el corazón en un puño. Aun hoy tengo marcado el sufrimiento de ese tramo y el espanto que me produjo esa bajada.

Km 93, ultimo avituallamiento, Coll de Sacarest. Según me dijeron en el avituallamiento, "esto está hecho, felicidades". Una subidita. Una bajada larga a meta. Una hora como mucho. No les creí. Estoy curado de espanto. Salí del avituallamiento mirando el reloj. Las 21:00. Llegar, llego. Primer tramo corto, me adelantan dos lanzados. Yo, con el miedo y la desesperación aún en el cuerpo del tramo precedente, no me cebé. Enseguida me alcanzó un nuevo corredor, Vicente, salmantino afincado en esas tierras alicantinas. Como vi que llevaba un ritmo similar, me puse a rueda. Enseguida trabamos hebra, despellejamos a la organización por los tramos innecesarios. Y sacamos a otra carreras como Canfranc, Peña Lara, Sierra Nevada, para finalmente tener que reconocer que la única culpa es de los corredores que somos masocas, cuanto mas nos zurran, mejor. En muchos momentos corremos por encima de nuestras posibilidades y de nuestras necesidades, poniendo a nuestros seres queridos cercanos con el corazón en un puño. Lo sé.



La subidita, pues como era de esperar, no era tal. Eran 500 metros de desnivel. Con giros, no verticales, pero se pegaban. Senda muy estrecha, arbustos que te zaherían las piernas. Regulando y sufriendo, se acabó la subida. Km 96 y no se veía Finestrat, la meta. Bajada que en otras condiciones, con 20 horas menos en las piernas, habría disfrutado más. Trotamos sin mucho convencimiento, mas optando por la seguridad que por la velocidad. Adelantamos a los tres de siempre, los que me dejaron tirado saliendo de Sella. Justicia poética. Finalmente entramos en el tramo final de bajada que había sido el tramo inicial de subida. Tierra suelta, piedras, pero no, no me caí. Ni una caída en toda la carrera. En el ultimo avituallamiento nos dijeron que los últimos 2 kms eran en asfalto. Pues va a ser que no, 500 metros y gracias.

Finestrat. El sonido de la meta. Lo he conseguido. Perfil de la carrera Me dejo caer, empiezo a borrar los malos momentos, pero no del todo, la experiencia, madre de la ciencia. Tras 22:30 horas, hice meta. Final. Mucho mejor tiempo del esperado para mi edad y mis capacidades. Puesto 131 de los más de 225 que salieron, mas de 80 abandonaron. Abrazo y foto con Vicente, gracias por el tramo final. Tras el sufrimiento del tramos del 80 al 93, su compañía me sirvió para venirme arriba. Y es que las ultras son así, una montaña rusa de emociones. Tan pronto estás en crisis como en extásis. Es adictivo. No sé cuantas más podré hacer pero ya son casi cuarenta entre maratones y ultramaratones.


Avituallamiento de meta. Me pedí un bocadillo de beicon. Me senté para cenar y mandar mensajes a casa. Todo bien. Y de repente, como una piedra, te cae el agotamiento, de golpe, como una losa. Pregunté en meta donde estaba en pabellón para la ducha y dormir. Una vez allí, no había colchonetas. Locura del día. No fue la carrera. Las subidas y bajadas. Los kilómetros. Si no, a medianoche, tras 42 horas sin dormir, 22:30 de ellas corriendo-andando 101 kms, ¡¡me metí en el coche para volver a casa¡¡. Al principio, bien, una vez en la monótona autovía, el sueño me vencía. Bajaba la ventana para con el frío no dormirme, pero es que no. Decidí parar en una estación de servicio para dar una cabezada pero el frío me impidió dormir ni un minuto. Otra vez en carretera. Ventana abajo, tiritando y a voz en grito recitando Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón, Galba, Otón, Vitelio, Vespasiano, Tito, Domiciano, Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío, Lucio Vero y Marco Aurelio, Cómodo, Pértinax, Didio Juliano, Septimio Severo, Geta y Caracalla, Macrino, Heliogábalo, Alejandro Severo, Maximino Tracio, Balbino y Pupieno, los Gordianos....y hasta aquí, Decio? Filipo? no me salía el siguiente. Y volvía otra vez a empezar. Una y otra vez me repetía la lista de emperadores romanos. Malamente tratra llegué a casa. Feliz, satisfecho por el reto superado. Costa Blanca Trail es historia. Habrá más? Quien sabe¡¡.







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