lunes, 19 de noviembre de 2018

Costa Blanca Trail 2018






Acaba el año rutero. Y acaba igual que empezó....mal. Si en diciembre pasado abandoné en el km 90 la Ultra Falco Trail por la mala gestión de la prueba por parte de la organización, este año termino con otra retirada aunque esta sin enfados. Esta vez puse por delante la cabeza al corazón. Me hago mayor, otros dirán cobarde, yo creo que madurando. El único hecho cierto es que en el último año he acumulado más retiradas que en todos los años anteriores y esto ya es sintomático. 






00:00 plaza de Finestrat, hora de partida para los 102 kms del Costa Blanta Trail, con 6.500 de desnivel positivo, una brutalidad. Tengo el convencimiento que la preparé bien, mejor que nunca. En los 3 meses anteriores entrené mucho. Varias tiradas largas como la I Vuelta Macedonia al Mar Menor y la I CCC Macedonia, con 60 kms cada una. La Murcia - Caravaca con 94 kms. Desnivel en el trail del Gavilán. Muchos entrenamientos macedonios en el Valle. Me he cuidado físicamente con estiramientos, control de las comidas grasas (especialmente las patatas fritas, frutos secos y galletas que me pierden). En línea de salida tenía la seguridad de haber hecho los deberes. Empezaba mejor que nunca y acabé como siempre últimamente.










A mi lado, mi hermano macedonio-montenegrino Fernando, con el cual he pasado grandes momentos este año. Me siento muy cerca de ti hermano, ¡¡y lo sabes¡¡, pero que corra el aire. Al fondo se escuchaban diversas canciones ya típicas en las líneas de salida de este tipo de carreras. La mía, premonitoria....Highway to Hell.

















Observando los dos o tres centenares de corredores había nivel, pero es que el Costa Blanca Trail es una prueba muy, pero que muy dura, para mákinas o descerebrados y yo de mákina tengo poco. No son solo los 6.500 de desnivel positivo si no también muchos tramos técnicos, complicados, duros y arriesgados. En esta ocasión se sumó a la fiesta la dureza de las condiciones. Los días precedentes lluvia que dejó el terreno embarrado y muy húmedo. Por añadidura durante la carrera, desde las cinco de la mañana, no dejó casi de llover. 






No anticiparé acontecimientos. Lo dicho, media noche, y salimos. 102 kms por delante y sin el mas mínimo calentamiento ya se puso cuesta arriba para atacar el Puig Campana con más de 1.000 metros de desnivel en poco más de 5 kms. Es el segundo pico más alto de la provincia alicantina con 1.402 mts. Los primeros dos kms por asfalto hasta llegar al parque natural fueron tranquilos, asegurándome de llevar todo en su sitio. Me situé detrás de Fernando para que marcara el ritmo de subida, su especialidad. Desde el primer momento iba bien, con buena marcha, pero los bambos me dieron una mala noticia, resbalaban y mucho. Me transmitieron poca seguridad y con el terreno en ese estado no era mala noticia, si no pésima. Cuando pisaba cualquier piedra o roca mojada, se me iba el pie. Con cada resbalón, mas caía mi confianza. Tras superar el primer tramo aguantando bien el ritmo de Fernando, me descolgué en el km vertical. Y cuando digo vertical, no engaño. Tramo muy duro, el más duro por el que he subido en todas mi carreras o rutas entrenando. Muy técnico, mucho desnivel. Es ese corte que se ve enmedio.












Pues si, por esa hendidura se sube y el final es muy duro. Resbalón a resbalón se me fue cayendo la moral, ¿adonde?, pues a los pies con los cuales resbalaba. Fui dejando pasar corredor tras corredor al comprobar que si no era el más lento al menos si el más inseguro. Los bastones, que ayudan lo suyo, en un tramo tan técnico y vertical fueron un estorbo. Como las desgracias no vienen solas, la humedad en el ambiente y la niebla me empañaban las gafas, así que resbalando en cada piedra, sin confianza, cargando con el estorbo de los bastones y para remate, casi a ciegas, se me hizo eterno. 






Si la subida fue y se me hizo dura, la bajada, húmeda, resbaladiza, con mucha piedra suelta y sin casi visión, fue demencial. Arriesgué lo justo y aún así me caí tres veces, en todos los casos por resbalones provocado por los bambos y mi falta de confianza. En la primera caída, rasponazo en la zona isquiotibial de la pierna izquierda que me dejó marcado. La segunda, herida en rodilla y tobillo, sangrando camino del avituallamiento. Justo antes de llegar al avituallamiento del Coll del Pouet, tropezón, caí rodando por el borde del camino justo a tiempo de agarrarme a un árbol para no arrastrarme por la pendiente. Aún así, iba a buen ritmo adelantando muchos corredores. En el avituallamiento me estaba esperando Fernando que ya casi había desistido de reagruparnos e incluso, pensando en abandonar para no seguir solo.















Mientras como algo y bebo agua, hago recuento de daños y sí, iba bastante magullado. Dos días después sufro los efectos de los múltiples y dolorosos golpes en ese tramo. Esa zona ya es complicada de día ni os cuento la dificultad de noche y con esas condiciones. En línea de meta hablamos con varias personas que tuvieron que abandonar en ese tramo por caídas sin solución de continuidad, nada más empezar.






Reagrupados partimos corriendo hacía el siguiente avituallamiento, Helipuerto de Polop. Tramo muy corrible y llevadero, con el miedo en el cuerpo tras las tres caídas en menos de 30 minutos. Por desgracia, soy un experto en caídas, lo cual también me sirve para recuperarme rápidamente. Parece que intuyo el momento y evito daños mayores en el momento de dar con mi huesos en el suelo. 














Desde el Polop empezaba un terreno de sube-y-baja que sin ser muy técnico iba minando las fuerzas. A partir de las 5 de la mañana empezó a llover. El parte metereológico avisaba lluvia a esa hora, pero poca y por poco rato. No acertaron. Desde esa hora hasta las 3 de la tarde llovió de forma casi ininterrumpida en mayor o menor cuantía. Esto provocó que donde había algo de barro y humedad se convirtiera en regueras, fango y poca visión. Justo la antítesis de las condiciones adecuadas para disfrutar de la montaña.






Pese a la poca luz, disfrutamos del paisaje que asomaba en lontananza. Farallones calcáreos surcados por sendas inverosímiles, perfiles a vista de pájaro, nostálgicos árboles trufados de hojas anaranjandas añorando el verde candor del verano. Al fondo, el colorido pantano de Guadalest, a mitad de su capacidad, huérfano de infantes correteros desaparecidos tras el periodo estival.












Subiendo el Pas del Comptador, recapacitamos. Barro, fango y piedras en el camino. Lluvia sin parar. Nos juntamos con otro corredor el cual nos dice que lo dejaba en el siguiente avituallamiento. Las condiciones se volvieron cada vez más adversas. De nada servía seguir si no lo íbamos a disfrutar. Lo importante debe ser el camino, no la meta.











Senda quebrada con subidas y bajadas cortas pero intensas en tramos muy enmarañados con mucho arbusto bajo, empapado, que no facilitaba el avance. Los kms no pasaban, el esfuerzo no cundía. En una bajada muy enfangada resbalé y caí a plomo sobre el costado izquierdo. Me costó levantarme, sabía que me había hecho daño de verdad. En ese momento tiré de paracetamol pero el daño ya estaba hecho. A lo largo del resto de la carrera, sobrellevé el dolor, cada vez mas intenso. Sigo con paracetamol.







Llegamos al avituallamiento del Coll de Pouet, con mucho frío y agua. Nos dijeron que si queríamos abandonar debíamos escoger entre bajar corriendo tres kms hasta la carretera y esperar que alguien nos llevara o seguir hasta el siguiente avituallamiento en Benimantell. Punto en contra de la organización, sí que las condiciones climáticas no se pueden adivinar pero que te digan, lloviendo y embarrados, que nos busquemos la vida, no es aceptable. Así que como físicamente podíamos, nos fuimos camino de Benimantell.













En este tramo nos adelantó un corredor que después supimos que era japonés, que le habían hecho la reserva de forma telefónica desde Japón. ¡¡Corría en mangas de camisa¡¡. En el avituallamiento les estaban esperando dos personas que le dieron una chubasquero. ¡¡¡Tenía coche escoba que le seguía para avituallarlo¡¡¡. Que profesional y nosotros con barritas, kleenex y pastillas de magnesio nada más.







Nuevo tramo quebrado, de esos que te confías y corres de más bajando y aprietas subiendo por rampas no excesivamente duras. Fernando a mitad de tramo se encuentra regular. El abandono se masca. Por mi parte, a mi marcheta, iba bien, sorprendentemente bien. Amanece que no es poco sobre el pantano de Guadalest. Subida larga, que nunca acaba. Fernando delante de mi, tirando. Le veo a lo lejos como una sombra, un alma en pena vagando por esos páramos yermos y desolados como en las novelas románticas del siglo XIX. Persigo a Heathcliff por aquellas cumbres borrascosas. Su lejana visión me anima a seguirle. Cuando hacemos cumbre le veo desencajado. Sube muy bien pero la subida le pasa factura. A lo mejor oteaba el panorama en busca de Catherine.






Justo en la cumbre nos alcanza un compañero de aventura que ya conoce la zona. Afirma querer retirarse dado que en esas condiciones, la bajada hacia Sella deberá ser infernal. Tomo nota.






La bajada hacia el avituallamiento de Benimantell se nos hizo larga y tediosa. Vista de postal, eso sí. Seis kms que apretamos más de la cuenta pensando en el abandono ya. ¿O no?. Empiezo a pensar que tras 7 horas espantosas, con cuatro caídas, de noche, repito, barro, fango, agua, lluvia, niebla y frío...."¿ahora que va a haber luz para ver bien el paisaje, ahora lo voy a dejar?". Lo fui madurando mientras Fernando seguía en modo abandono. 












Entrando a Benimantell, diluvia.  Pueblo coqueto, mejor desde lejos que en distancias cortas, con una piscina olímpica que en verano hará las delicias de los parroquianos. Desayunamos, ¡¡verídico¡¡, ensalada de pasta fría como el ambiente. Detrás de nosotros llegó un guiri de habla inglesa que, vía intérprete, dijo ser vegano. "¿Vegano?", respondió quien gestionaba el avituallamiento, "¡¡¡Claro¡¡¡, aquí tienes".....y le sacó lomo y paté. Ahahahahah, que bueno. El guiri le miró como si le hubiera ofrecido veneno. Con perdón, pero con el tema de la alimentación, a veces, solo a veces, me parece que alguno va más allá de lo ridículo, pero doctores tiene la iglesia.











Enfrente de nosotros, el japonés. Fernando le preguntó de donde venían. Vimos como el acólito sacaba el plan de carrera. Cambio de ropa. Así quiero yo una carrera. Me recordó cuando hice Botamarges en 2016 que me encontraba con Fausto casi en cada avituallamiento cercano a una población.







"Seguimos, Fernando", le afirmé. "¿Seguimos, seguro?", respondió. "Claro, ahora que hay luz, no quiero dejar de ver la zona" atajé cualquier intento de negativa. Algo refunfuñó, pero tampoco se hizo mucho de rogar. Salida de Benimantell con vistas al pantano de Guadalest, con Altea al fondo que parecía soleado, creándome la ilusión de que el clima podía cambiar. Mi gozo en un pozo, en la costa estaría soleado pero cuanto más nos internábamos en la sierra, peor tiempo hacía.












Camino de transición hasta el comienzo del Barranco del Canal. Preciosas estampas otoñales, disfruté de las vistas. Entré en modo zen mucho antes que en cualquier otra carrera. Sin apretarme mucho, tenía claro que tenía piernas para muchos kms por delante. No hice ninguna foto, no quería sacar el móvil de su rincón escondido, disfrazado como iba con el chubasquero que me cubría entero. Hizo su trabajo, me evitó una gran caladura, pero fue su última aventura, cuando llegamos a nuestra meta comprobé que estaba rajado de arriba a abajo. Fue un fiel guardaespaldas, pero nos despedimos para siempre en Confrides. Estos kms fueron momento de charla con Fernando, sobre lo divino y lo humano.






Avituallamiento del Barranco Canal comienzo de la Mallada del Llop. Cogemos fuerzas comiendo. Avituallamientos bien surtidos, pero siempre lo mismo. Con el precio que cuesta la inscripción se echa a faltar mas inversión en los corredores. 




Siete kms no muy duros pero muuuuuuy largos que el clima convirtieron en una batalla psíquica. Cada recodo parecía el último pero cada recodo traía otro nuevo. Senda escondida entre paredes que formaban una olla. Con sol, panorama espectacular. Por si no lo he dicho, barro y fango hasta los tobillos. Regueras heladas que empapaban los pies. Charcos convalidables con piscinas lacustres. Los calcetines repletos de todo tipo de chinas y piedrecillas, anegados de agua. No sentía los pies. Me puse en cabeza a petición de Fernando. Manejé la subida a ritmo tranquilo. Fernando la sufrió mucho. Sabedores que el siguiente avituallamiento estaba al otro lado, no nos cebamos en el ritmo. Cuando coronamos, el frío era gélido. La humedad en la ropa se cristalizaba. Tenía los dedos congelados, no siendo capaz de encontrar donde llevaba los guantes largos. Desde arriba, pues debe haber buena vista, pero no se veía nada de nada. 











La bajada, por fases. El perfil, como casi todo el descrito por las imágenes aportadas por la organización, engañoso. No era todo bajada, era un cresteo duro, con senda pedregosa. En la bajada refinitiva nos dejamos caer disfrutando de varias pedrizas. Fernando iba agotado. No había comido nada y se paraba cada pocos metros. Bajé el ritmo ya de por sí no muy rápido. 






La bajada por el Barranco del Monesillo, durísima, muy arriesgada, peligrosa, casi pisando huevos. Fernando dijo de abandonar en ese punto. Le respondí que creía que allí no podíamos. Pensé en ese momento, "puedo seguir, pero en estas condiciones, solo no sigo. No quiero sufrir la segunda noche solo, con la inseguridad que llevo en la pisada. No, así no". Y se lo dije a Fernando. Calló.






Llegamos al avituallamiento del 52 a 7 kms a Confrides. Fernando se hincha a comer. Me dijo de seguir para abandonar allí, km 60. "¿Vas a seguir?", me pregunta a su vez. "Solo no", les respondo. No hablamos más. Cogemos la ruta. Fernando sale corriendo como si no hubiera un mañana. Me dejé caer sabedor que es el último tramo, ¿para qué arriesgar?. Me paré por una necesidad que no podía esperar, aprovechando para quitarme una piedra que me estaba machacando el pie izquierdo. Parece ser que Fernando interpretó esa separación como que ya me "había ido" de la carrera. No era así, pero como tenía claro que Fernando iba a abandonar, tampoco me esforcé mucho. Bajada preciosa, para disfrutar con cuidado, mucha rama y piedra traicionera. También parece ser que Fernando me dijo que estaba muy recuperado tras comer. No me enteré. Como los malos matrimonios, falta de comunicación. Yo quería seguir, pero solo no, y pensaba que él tenía claro el abandono. El, que se había recuperado, no encontró eco en mí a su mejoría. Y de esto me enteré el domingo por la tarde, 24 horas después, hablando por el telegram.






Cuando llegamos a Confrides, comunicamos a la organización nuestro abandono. Perfecta reacción de la organización, dando ánimos. Tras tantas inclemencias, no me veía con ganas de otros 40 kms en esas condiciones solo. Es cierto que nos quedaba lo "más fácil" ¡¡o no¡¡. Llevábamos 4.400 de desnivel, nos quedaban los 2.200 de Aitana y en mi mente el comentario del compañero que nos encontramos en el Pas del Comptador sobre la peligrosidad de la bajada a Sella. No, solo no quería seguir. 





Fernando se dormía. Lo pensé y lo repensé. No, solo no. Me surgió el angel bueno de los dibujos animados, piensa en casa, no seas egoísta, no arriesgues más allá de lo debido. Al final lo que decidió es esa falta de ansia y épica que tenía antes, ese querer llegar a todo costa para, quien sabe, vanagloriarme de una gesta deportiva que francamente no lleva a ninguna parte. Me daba igual seguir o pararme. No seguí en el convencimiento de que tendría que hacerlo solo y solo no quería seguir en esas condiciones. Alguna vez leí de un corredor que corría para sentirse vivo. A lo peor fui yo quien escribió tan grande memez. Participar en estas aventuras me hace sentir tan vivo como al que le gusta pasar la tarde enganchado al mando de la televisión viendo películas o al que le gusta vaciar cubos de cuartos de cerveza con los amigos. Cada cual elige su forma de vivir la vida. Y esta mía no sé si ya me llena o no. Creo que sí, que me gusta la aventura, pero sé que he perdido el ímpetu de competir ni siquiera contra mi mismo. Es ahora, 48 horas después, y sé que podía haber terminado, con esfuerzo y lucha, pero terminado....y me da igual no haberlo hecho. Disfruté el momento hasta que decidí que tenía suficiente y esa es mi medalla, parece que he aprendido a decir basta cuando toca. Solo me falta por decidir si ese basta lo digo antes o después de lo que debo. Son esas mentales que seguro que a nadie le interesan.






Un secreto, el viernes, solo en mi coche, a una hora de empezar, a la espera de que llegara Fernando, solo esperaba que alguien o algo me diera la opción de ni tan siquiera empezar. Salí sin convencimiento, así era difícil llegar a meta. En todo caso, no me arrepiento de nada. Fui bonita la ruta mientras duró.






Tras muchos años de servicio en mi legión, puede estar llegando el momento de abandonar mi puesto en mi centuria, dejar a mis compañeros legionarios y retirarme a disfrutar de lo conseguido, de lo vivido. No lo sé. Por delante varias semanas de descanso y unos meses para pensar si quiero o no quiero verme en una línea de salida para un nuevo reto. Hasta entonces, hermanos macedonios, compañeros legionarios






Roma Victrix ¡¡¡