jueves, 2 de junio de 2022

Munich, mayo 2022 🇩🇪



25 años han pasado desde aquel increíblemente lluvioso 24 de mayo murciano de 1997. 30 años desde que nos conocimos. El tiempo ha pasado rápidamente, día a día. En tiempos de inmediatez, de impaciencia, de felicidad virtual, mantener viva la llama del compromiso empieza a ser novedoso. Y no, no creo en el amor para siempre por que sí, porque te lo diga un sospechoso señor vestido con faldas o poncho de colores,  con tan poca credibilidad al respecto como que nunca se ha casado ni ha tenido pareja….o eso dicen. Una cifra tan especial había que celebrarla.

Pese a mi carácter no religioso, tomo nota de algunas de sus lecciones. Vuelvo a aquel maravilloso lluvioso día de 1997 cuando se me ocurrió subir al púlpito para hacer mi declaración de amor a mi medio pomelo. Nadie me entendió entonces, y no porque el texto no fuera claro, sino porque los nervios me aligeraron la lengua. Fue ininteligible. Doy la palabra a Pablo, hablando ante los Corintios.


Por los cerros de Ubeda. Lo sé. Pues decía, cifra tan mágica había que celebrarla. Y decidimos hacer un viaje juntos, solos, como lo hicimos entonces.

El primer destino en mente fue Moscú y Leningrado. Verídico. Será para mejor ocasión. Cuba saltó a la palestra. Incluso miramos vuelos, rutas, lugares que visitar hasta que guguel nos dijo que mayo es de los peores meses para viajar allá por la alta posibilidad de lluvias y tifones. Para otra ocasión. Algo se dijo de Islandia, pero poco. Egipto estuvo muy avanzado, con fechas y precios incluidos, pero tras años sin nada en nuestra agenda, mayo la teníamos abarrotada de eventos, no hubo forma de cuadrar. Ramsés II tendrá que esperar, espero que poco.

Optamos por lo seguro. Recorrer Suiza, Centroeuropa, que nunca decepciona. Pero los vuelos, las fechas, los traslados, tampoco nos lo pusieron fácil. Castelldefels parecía la última opción. Hasta que nuestro destino se nos presentó callado y tranquilo. Bienvenidos a Múnich y Baviera.



Baviera ya estuvo habitada en el siglo I antes de nuestra era. Fue campo de batalla para romanos, celtas, teutones y germanos hasta que en el 788 Carlomagno la incorporó al imperio carolingio. De mano en mano tras su muerte, en 1180 Federico I Barbarroja se la ofreció como ducado a Otto de Wittlesbach en 1180. Esta familia tiene el dudoso honor de ser la dinastía que más tiempo ha reinado de forma consecutiva en un territorio, hasta la deposición de Luis III en 1918.

Tras siglos de luchas internas y externas, Guillermo IV unificó toda Baviera en un ducado en 1545. Cien años después, tras la ayuda de Maximiliano I a la causa del emperador Carlos I de España y V de Alemania durante la guerra de los Treinta Años, éste le concedió el estatus de Principado, con el derecho de Elector para el puesto de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

Por su ayuda a las tropas napoleónicas, Baviera consiguió el estatus de reino en 1805 que no perdió en 1812 tras aliarse con rusos, ingleses y austríacos para vencer al Corso. Integrada como reino en la Alemania prusiana, tras el final de la Primera Guerra Mundial se suceden el Terror Rojo (proclamación de la república soviética de Baviera) y el Terror Blanco (fuerzas contrarias que atacaron Múnich). Finalmente se integraron en la República de Weimar, dentro del territorio alemán.

En 1923 los nacionalsocialistas intentaron dar un golpe de estado, fallido, en Múnich. Tras la llegada al poder de Hitler, Baviera fue su principal baluarte. Al terminar la II Guerra Mundial, Baviera se convirtió en un Land de la República Federal Alemana.

16/05

Como siempre, apurando los días de vacaciones para no perder ni uno solo día, aquel lunes por la mañana fui a trabajar, muy cansado tras las 18 horas de los 101 kilómetros de Ronda. Pero esa será otra historia.

A media tarde, con las maletas cargadas, pusimos rumbo hacia Madrid. No sabíamos que ese día era festivo madrileño, el lunes posterior a su patrón San Isidro. A unos 80 kms de la capital, parón tras parón. Desesperante. Cuando quisimos llegar ya eran pasadas las 11 de la noche. En esta ocasión nos dieron acogida nuestros sobrinos María y Josemi que viven desde hace unos años allí. Pobreticos, los tuvimos a la espera más allá de la hora esperada. Cansados, hablamos un rato y a media noche, a dormir.

La denominación de Baviera es Estado Libre de Baviera. En la RFA no existe el derecho a decidir. Nos suena, no? La constitución alemana recoge expresamente que no existe posibilidad de pedir un referéndum local para la independencia. Para que un Land pueda independizarse ha de ser aprobado por toda la nación. Hay un pequeño partido independentista pero como muy baja representación.

Los bávaros son un pueblo muy laborioso, uno de los Land más ricos de Alemania. Muy conservadores. Muy religiosos. Discrepan mucho del resto de Alemania, especialmente de los Land industriales del norte. De hecho, en toda Baviera se hablan hasta tres dialectos del alemán. Los berlineses se mofan del acento de los bávaros.


17/05

Esto empieza ya. María nos pidió un cabifai que recorrió la distancia hasta el aeropuerto en un suspiro, fernandoalonsoeando por la autovía. Menos mal que el recorrido era breve, mi mano apretada por la de IQ no habría aguantado más la presión. 

Da igual cuantos viajes hayamos hecho, cada vez que llego a un aeropuerto siento la misma tensión de nervios. Buscar el vuelo. Asegurarme que lo llevamos todo. Que no nos falte ningún papel. Pasaportes. Bonos de vuelos, hotel y excursiones. A lo que desde hace poco se suman los pasaportes covid, que mira que les dimos vueltas, para que después nadie nos lo pidiera. Y no lo preparo solo, pero me siento responsable por los dos.



El vuelo fue regular, no por el piloto, si no por nosotros mismos. IQ pasó las tres peores horas de todo el viaje. Copión que soy, poco antes de aterrizar empezaron a darme mareos y amagos de arcadas. Aterrizamos, recogimos maletas y a la aventura.



¿¿¿Por qué Múnich?? Pues realmente no hubo un motivo especial. Nunca ha sido uno de esos destinos que hayamos tenido en el punto de mira para visitarlo. Surgió, sin más. Y normalmente cuando menos los preparas, mejor resulta.

Salimos del aeropuerto en busca del transporte. Nunca hay que cifrarlo todo a la improvisación, no digo llevarlo milimetrado pero hay mucha información en intranet que te facilita los viajes, el secreto es usarlo con moderación. IQ había leído en internet que la mejor forma de desplazarse desde el aeropuerto era el tren. Coger un taxi es un seguro de atraco-a-mano-armada. Importante hacerse previamente con un plano de los transportes. En Múnich hay líneas de metro (marcadas con una U mayúscula blanca sobre fondo azul), tranvías (TRAM), autobuses (X) y trenes de cercanías, una S blanca con fondo verde rácing. Hay dos líneas, la S8 (amarilla) y la S1 (azul celeste). Antes de llegar al andén hay máquinas expendedoras de los billetes, con opción de usarlas en castellano. 12,30 € por cada uno. Seguro que cualquier taxi cobrará no menos de 50 € por los 28 kms de distancia. Los medios de transporte son el único lugar donde sigue siendo obligatorio, ahora, el uso de las mascarillas.



Ya en el tren, los primeros paisajes bávaros, verdes, llanos. Aún nervioso fui comprobando, estación a estación, que íbamos en la dirección correcta, primera inmersión en ese mundo enrevesado que es el alemán. 

Recuerdo a un guía de una excursión preguntándonos que nos parecía el sonido del idioma alemán. El idioma de los cabreados. Es escuchar el alemán y me vienen a la cabeza los discursos inflamatorios de aquel seudoario bajito, feo, de ridículo bigotito que chillaba a las masas estupideces atroces que condujeron al desastre y a la desolación al mundo no hace tanto. Parece increíble que haya hoy gente, mucha, que con la prueba fehaciente de unos 55.000.000 de muertos, pueda pensar en que alguna de sus ideas es aceptable. Mejor recuerdo, por lo grotesco, aquella escena de La Vida es Bella en el que otro acalorado alemán explica a escupegritos el funcionamiento del campo de concentración, con la impagable traducción de Benigni.



Tras menos de media hora llegamos a la estación central, la Hauptbahnhof. Ya en superficie, la primera impresión. Muy soleado, mucha gente y muchas obras. Obras por todas partes. La ciudad estaba levantada por todas partes. Espero que podamos volver dentro de 10 años para verlas terminadas.

Sacamos el plano, mejor el GPS, mi invento preferido. Nos guió al hotel, a 15´ de la estación central y a unos 25´ andando del centro. München City Center, afiliado al grupo Meliá. Recorrimos varias avenidas plagadas de comercios y emigrantes, especialmente turcos, afganos, indios o árabes. ¿Nos habríamos equivocado de ubicación? No, nuestro hotel, al otro lado, estaba muy cerca de la explanada donde se celebra la Oktoberfest.



¿El Hotel? Pues no estaba mal, con carencias sobre sus supuestas cuatro estrellas. Cuando llegamos nos atendió Chiara, que con la misma poca soltura que yo con el inglés, nos facilitó la entrada utilizando mi mejor italiano. La habitación, pequeña, pero con buena cama. Aseo con ducha. Si no ponías la etiqueta de que hicieran la habitación, no la hacían. No nos cambiaron las sábanas en los siete días que estuvimos allí. Se nos acabó el jabón y estuvimos sin, hasta que otro italiano, Lorenzo, nos gestionó otro bote. Tampoco nos cambiaron las toallas. Teníamos un pequeño balcón que daba al patio donde daban el desayuno a diario. Hotel con obras de reforma, las fotos de su web son las de las futuras habitaciones, nada que ver con las actuales, que están bien, pero no son las que publicitan. Cada mañana, la cuadrilla de obreros (españoles, nos los tropezamos en el desayuno un día y la mayoría eran andaluces) empezaban a martillear a primera hora, siendo un despertador no deseado. El desayuno, correcto también, pero sin mucha variedad. Lo mismo los siete días, sin grandes cantidades. Harto de salchichas es decir poco. Para ambientarnos, nos castigaron día tras día con reguetón.





Tras abrir la maleta, asearnos y situarnos un poco, salimos a conocer la ciudad. Hacía sol y calor. Las previsiones nos planteaban unas vacaciones lluviosas. Felizmente se equivocaron, durante seis días sol y calor. En algunos momentos, sofocante. El vestuario que nos llevamos sirvió de poco. Abrigos, pantalones y camisas de manga larga, no pudimos usarlos. Así que si repito modelo en las fotos es que no había más. Al séptimo llovió a cántaros.



El primer momento en cada ciudad es desconcertante. No puedes hacerte idea del tamaño, de si te dará tiempo, si te podrás perder. En Múnich, no. Es una ciudad que se conoce en dos o tres días salvo que quieras recorrer las afueras.

Con hambre, buscamos donde comer. Entramos en Coffee Fellows, una franquicia de la que vimos varios locales, donde comimos bocadillos con pan típico, relleno de salami, pepino, lechuga, a su libre albedrío.

Las consecuencias del viaje nos pasaron factura. Cansancio y malestar para IQ. Desde nuestro hotel nos dirigimos al primer punto de visita, Karlsplatz. Atravesamos el arco, Neuhauser, Kaufingerstrasse, Frauenkirche, Marienplatz, Neues Rathaus, Alter Rathaus, bordeamos por detrás Promenade Platz para dirigirnos de vuelta al hotel. No es que no lo disfrutáramos pero nuestros condicionantes físicos pesaban mucho, así que nos fuimos pronto a la habitación para recuperar fuerzas.  Pero ya con los primeros 10 kms en las piernas.



Paseando entre la gente en nuestros viajes, veo pasar nuestras vidas en las caras ajenas. De ser la parejita de recién casados al actual maduro matrimonio que observa con una pizca de melancolía a todos los jóvenes, repletos de hormonas y vitalidad, sonrientes, creen que invencibles. Así fuimos nosotros no hace tanto. Atardece en nuestras vidas. Hasta el momento no puedo quejarme. Claro que ha habido malos momentos pero el balance es muy positivo. Ya hago las cuentas. Con los años cumplidos, 54, pienso cuanto falta para que el atardecer dé paso a la noche y tras ella, sombras y cenizas. Me he hecho el firme propósito de no dejar pasar ninguna ocasión. Lo único infinito es el tiempo, nosotros caducaremos.




18/05

Primer desayuno. Como era de esperar, perdí el sentido. Me ponen los desayunos de los hoteles. Sé que como sin cabeza. Más de una vez, tras el desayuno, no he comido nada más hasta el desayuno siguiente. Huevos revueltos, beicon, patatas fritoasadas, salchichas fritas y otras salchichas con pinta de órgano viril, ¡¡¡buaff¡¡¡. Sin parar, el segundo desayuno. Tazón de leche minúsculo (¡¡¡alemanes cabezacuadradas¡¡¡), con cereales, mininapolitanas con hilillo de chocolate y bizcocho viudo de gracia. No se vayan todavía, infusión de agua sucia, sin limón por ninguna parte. Zumo de naranja o así. Reventado. Primer día y ya no podía moverme.



Primeras fotos a nuestras dos pomelitas a las que tuvimos puntualmente informadas con testimonios gráficos y telefónicos. Primer viaje sin ellas. No se las vio muy tristes cuando nos fuimos. Lo mejor fue que a la vuelta no encontramos un burro muerto por esnifar vaya-usted-a-saber que, como en la película Despedida de Soltero, ni quemada ninguna habituación.

A la espalda del hotel, como faro para encontrar nuestro hotel, Theresienwiese. En esta iglesia, muy bonita por fuera pero algo desangelada por dentro, se casaron en 1810 Luis I de Baviera y Theresa Von-no-se-qué. Para celebrar la boda, en una pradera muy cercana, organizaron carreras de caballos, una feria de ganado y un festival folclórico. Les gustó tanto el evento que decidieron repetirlo cada año, dando lugar a lo que hoy se conoce como la Oktoberfest, la fiesta muniquesa más famosa, que como dice su nombre se celebra en ….. ¡¡septiembre¡¡.



La campa donde se celebra la Oktoberfest es un espacio grande, pero sin gracia. Presidiéndolo está el Ruhmeshalle, la Sala de la Fama, terminada en 1853, porticado semicircular sostenido por hileras de columnas en cuyas paredes hay bustos de famosas personalidades de Baviera. Al frente, de guardia, una estatua alegórica a Baviera, personificación griega de la patria bávara. De 18 metros de altura, fue la primera estatua monumental en hierro, 30 años anterior a la Estatua de la Libertad. En su cabeza tiene un mirador. No subimos. La escalera parecía claustrofóbica.



Atravesamos la explanada. Plagada de cuervos, al igual que en Viena, mal augurio, bicho feo y que nada bueno aporta. Ludwigs-Vorstadt, es uno de los muchos barrios con casas unifamiliares. Los muniqueses rechazan los pisos, los consideran guetos. Dada la ley de que ningún edificio construido o a construir tenga una altura superior a las torres de la Frauenkirche que se otean desde cualquier punto de la ciudad, Múnich no tiene rascacielos, y esto le da un apariencia intemporal pero a la vez genera un galopante problema de vivienda.




Sendlinger Tor, ya mencionada en 1318, es una puerta gótica, de lo poco que queda de la segunda muralla construida entre 1285-1347. Los alrededores en obras. La actual forma data de 1906. Para facilitar el tráfico, la practicidad germánica hizo derruir el paño con tres arcadas para levantar un solo arco con el material antiguo. Entre las obras, las grúas y el profuso cableado para los tranvías, sacar fotos limpias fue un arte. ¿No podrán quitar tantos cables aéreos? ¿No son los alemanes los más eficientes europeos? Mires donde mires, el cielo está rayado por cableado.



Sendlingerstrasse, calle peatonal, en diagonal hacia el centro de la ciudad, Marienplatz. Amplia, con menos gente, paseo ineludible. En sus costados, todo tipo de tiendas. Las fachadas de los edificios, con todo lujo de detalles. Destacaba Asamhaus, la casa de los hermanos Asam, finalizada en 1733. A su lado, la despampanante Asamkirche, iglesia construida como un edificio más. Iglesia bajo la advocación de San Juan Nepomuceno, barroca, con el mejor interior de cualquiera de los templos que visitamos.




Es cierto que parece un contrasentido mi carácter no religioso con el afán de visitar cuantas iglesias puedo. Pero el Arte es Arte. Me gusta ponerme en la situación de todos aquellos arquitectos y fieles que siglos atrás construyeron iglesias para ensalzar su fe, su manera de dar casa a su dios. No coincido con su fe, pero puedo imaginarme cuan orgullosos debían estar de cada templo erigido. Siglos después, perdura el sentimiento de quienes pusieron todo su empeño, deseo, devoción en incluso interés, en dejar su testimonio. Son piedras que te cuentan historias. No solo de santos y dioses, sino también de la gente, del que se acercaba a rezar a ese dios al que pedía la curación de su hijo o la solución de sus problemas. Una iglesia no es solo fe, es arte, es historia, y como tal, merece nuestra visita para recordar a todos aquellos que pasaron por allí antes que nosotros.



St Jakobs Platz, algo así como el barrio judío, presidido por la sinagoga con forma de búnker. Parece un símbolo del aislamiento de los judíos ante aquel pueblo que les hizo pasar tantas miserias. Bunkerizada, con cuatro paredes de piedra, con la puerta disimulada en la propia piedra y clave de acceso para poder entrar.


Múnich, cuna del nazismo, que vivió en sus calles, estas mismas calles, el auge de uno de los partidos políticos más aberrantes de cuantos hayan existido, ha decidido borrar su pasado. Puedo entender que no quieran recordarlo, pero pensar que es posible borrar por ley el pasado solo es autoengaño, porque la sustancia, la ideología del racismo, xenofobia y del odio que generó el partido nazi sigue latente en ciertos colectivos y no todos de bajo nivel. Esta ideología tenía un claro contenido de supremacismo, de soberbia, de afán de imponer, que pervive en la sociedad no tan solo alemana. Y son las capas altas, acomodadas, de rancio abolengo, las más peligrosas por que pueden conjugar su racismo con la capacidad socioeconómica de financiarlo. Y con todo su poder, venderlo a la plebe, a aquellos que se dejan engañar por soflamas nacionalistas, de amor a la patria, de enaltecimiento de la bandera. Y las banderas solo son eso, trapos ondeantes, no significan nada más. La auténtica patria la forman las familias, los amigos, los vecinos, los conciudadanos, los que juntos viven en sociedad y con su esfuerzo, mejoran la vida de todos.

Habrán pasado 80/90 años, pero si se aguza el oído, aun se escuchan los gritos de las tropas de asalto de las SS forzando a la población de religión judía, muchos de ellos viviendo cientos de años en Alemania, alemanes de pura cepa, camino del lager o fusilados ahí mismo por no moverse, por no ser lo demasiado rápidos. No, el nazismo y sus millones de víctimas no se pueden olvidar solo con la intención de hacerlo. Es una herida que han de curar, pidiendo perdón a los descendientes de cada víctima, pidiendo perdón a cada familia alemana que tuvo que sufrir los efectos de una guerra devastadora y décadas de postración tras la derrota, y sobre todo, perdonándose a sí mismos como sociedad por haber consentido por su actitud activa o pasiva tamaña monstruosidad. Y a partir de ese momento, deberán hacer propósito de enmienda para que nunca más puede suceder tal aberración. ¿Lo conseguirán? Esperemos que sí, pero mucho me temo que esa semilla del mal sigue prendida en muchos corazones alemanes con el efecto contagio hacia el resto de Europa en la cual, embutidos en banderas, con propaganda populista de la grandeza de la nación, proclaman la necesidad de volver a hacer grande cada nación, excluyendo a todos los diferentes, a los que ellos consideren diferentes.

Karlsplatz. En 1791 el príncipe Carlos Teodoro derruyó las murallas y decidió expandir la ciudad. Construyó una plaza al oeste de la Ciudad Vieja, la cual puso su nombre, la plaza de Carlos, Karlsplatz. En uno de sus lados mantuvo una de las puertas de la muralla medieval, Karlstor, punto por el que pasamos innumerables veces al ser el acceso al centro de la ciudad.



Desde la Karlstor se abre las calles principales de la ciudad, Neuhauserstrasse y Kaufingerstrasse. Es la zona más turística, donde todas las grandes marcas tienen sus tiendas. Como en el resto de la ciudad, varias obras tachonaban la milla comercial muniquesa. De forma consecutiva vimos los edificios más emblemáticos de la ciudad.

Bürgersaal, iglesia católica consagrada en 1768, se visita en dos alturas. A nivel de la calle, una capilla muy sobria. Subiendo por las dos escaleras laterales, en la primera planta, la iglesia de la Anunciación. Fachada de un rojo teja muy llamativo. Miércoles, media mañana, no solo es que hubiera misa, es que había parroquianos. Nos sorprendió la cantidad de iglesias, con oficios a cualquier hora, con devotos. La fama de región conservadora y muy religiosa quedó documentada en nuestros paseos.



Augustinerbräu, en el lado derecho de la avenida, la más antigua cervecería de la ciudad. En el siglo XIX unieron dos edificios para crear amplios salones. Ya en 1328 se la menciona. El nombre se debe a que fue fundada por los agustinos. Vale la pena dar un vuelta por el interior, especialmente la Muschelsaal (la sala de las conchas), cubiertas de conchas, cornamentas, bustos y molduras. En la parte posterior, un patio.



La comida bávara, personalmente, para olvidar. Toda la variedad posible de salchichas, pero salchichas al fin y al cabo. Carne en todas sus variedades. Escasas verduras, legumbres y fruta. El chucrut, col fermentada, tiene un pase, pero cuidado con ese símil de queso rallado. Es rábano picante. Me gusta el picante, pero lo de este rábano es molesto. Las bebidas las venden a precio de oro. De los postres, el famoso pastel strudel, que no está mal, pero era caliente. Para unos días, pase, pero como en casa no se come en ninguna parte.




St Michaelskirche, siguiendo Neuhauserstrasse, estaba en obras. Iglesia fundada por los jesuitas en 1590. Preciosa fachada, afeada por una grúa que no nos dejaba la foto perfecta. Monumental interior.  Muchos de los monumentos y edificios, tuvieron que ser reconstruidos tras la segunda guerra mundial. El 70% fue destruido. De hecho, dado el estado de Múnich, pensaron en trasladar la capital de Baviera a una ciudad cercana. Finalmente empezaron la reconstrucción que parece no terminar nunca. En concreto, de la iglesia de San Miguel tan solo quedó la fachada, todo lo demás tuvieron que reconstruirlo.




Deutsches Jagd un Fischereimuseum, antigua basílica agustina del siglo XIII, en 1966 se convirtió en la sede del museo de la Caza y la Pesca. No entramos, pero inmortalizamos sendas estatuas de cazapez que flanqueaban el ingreso. Ya se empezaban a divisar las cúpulas de las torres de Frauenkirche, pero antes vale la pena contemplar las fachadas de los edificios aledaños, decoradas con adornos y pinturas.




Frauenkirche, catedral gótica terminada en 1488, construida en tan solo 20 años. Otra vez la practicidad de los alemanes. En lugar de piedra, usaron ladrillos para su construcción, material que facilita la rapidez en la construcción. Posteriormente la recubrieron de piedra para darle el aspecto típico del gótico. El interior, muy sencillo, destacando la tumba en madera del emperador Luis IV.



Marienplatz, la plaza con más historia. Hasta comienzos del siglo XIX era la plaza del mercado. Abarrotada de gente. En el centro de la plaza, la Mariensäule, la columna de la virgen, de 1638, con la figura dorada de la Virgen, de 1593.



Presidiendo el largo de la plaza, el Neues Rathaus, antiguo ayuntamiento. Construido durante el siglo XIX, derruyeron 24 casas para hacerle espacio. De estilo neogótico, fue terminado en 1906. Ya va necesitando un lavado de cara pues la fachada, de piedra, está negra por la humedad. La torre está coronada por el Münchner Kindl, el niño de Múnich. La torre tiene uno de los carrillones más grandes de Europa, el Glockspiel, reloj que cada día da un concierto con sus 43 campanas acompañadas por el baile de varias figuras. Allí estuvimos a la hora indicada, la plaza repleta, todo el mundo con la vista puesta en el reloj. Soporífero. El tintineo monótono y las figuritas con su movimiento insulso solo provocaron dolores musculares a los cientos de turistas que grabamos tan aburrido momento.



Altes Rathaus, el antiguo ayuntamiento, en un lateral de la Marienplatz. De 1310, ha sido restaurado hace poco y se ve espléndido con su colorido. La torre es la parte más antigua, que data de 1180. En sus dependencias, Don Bigotito y su marioneto Goebbels, planearon la noche de los cristales rotos. La noche entre el 9 y 10 de noviembre, fecha conmemorativa del Putsch de Múnich (el intento de golpe de estado del partido nazi en 1923) las fuerzas nazis quemaron cientos de sinagogas y destruyeron miles de negocios regentados por judíos a lo largo de toda Alemania. La policía no hizo nada por detener las hordas nazis. Cientos de judíos fueron asesinados.




Marienplatz es un hervidero de gente a cada momento. Centro real de la ciudad. Pero no intentes sentarte a contemplar los edificios y ver pasar gente. Los bancos son caros de ver. Algún grupo de sillas metálicas. Poco más. Debe ser que no quieren gente sentada, sin gastar.



Frente al ayuntamiento, Peterskirche, el edificio más antiguo de la ciudad. Construido en el siglo XII, formaba parte un monasterio de monjes (Mönchen, en alemán, que dio nombre a la ciudad). Contiene en su interior los restos enjoyados de Santa Munditia, patrona de las solteras. En la ciudad abundan por igual iglesias sobrias, sombrías casi insulsas al lado de joyas arquitectónicas. Peterskirche es de las aburridas. Lo mejor, su torre. Por 5 € (y 306 escalones, por una subida estrecha y extenuante) puedes subir al campanario para una vista aérea global e hincharte a fotos.




En la parte posterior, Heilig-Geist-Kirche, o la iglesia del Espíritu Santo, que esta sí, muy bonita en su interior. También ha visto llover, y nevar. Lleva allí desde el siglo XIII. Imaginemos 500 años atrás. Sin luz artificial, solo antorchas, frente al frío, la lluvia y la nieve. Sin alcantarillado. Sin Mercadona. Sin Netflix. Trabajar, rezar, holgar y dormir. Y cuidado con no coger un resfriado, la penicilina no será descubierta hasta cientos de años antes. La tos te agarra, se pega a los pulmones, fiebre galopante, cura rezante.




Viktualienmarkt, mercadillo diario, con pequeñas tiendas de regalos y alimentos, mesas donde comer, lugar de encuentro del ocio muniqués. Hormigueo de gente. Ni sé las veces que pasamos por allí y en todas, una acordeonista pidiendo limosna a cambio de una versión aguada del Bella Ciao, si, esa canción que muchos cantan sin saber que era un himno de los partisanos italianos, ejército rojo en lucha contra el fascismo mussoliniano, primo de Don Bigotito....y de Paquita la Culona.



En el centro de Viktualienmarkt, el Maibaum o el árbol de mayo. Cada noche de 30 de abril, en el centro de cada ayuntamiento de Baviera, se levanta un tronco con los colores blanco y azul (los colores de la bandera bávara), antigua tradición que representa la fertilidad de la primavera. En la parte superior, una corona. A ambos lados, figuras representativas de las actividades de la localidad, en este caso, cerveceros.



Ya con hambre, nos sentamos a la vera de Peterskirche, en Zöttl, otra franquicia de bocadillos y refrescos. El camarero quedó cuarto en el concurso de Mr Simpatía al cual se presentaron solo tres candidatos. Con muchos kms en las piernas, empezamos la ruta de la tarde.

Hofbräuhaus, callejeando y con necesidad de ir al aseo, llegamos al lugar que más veces visitamos. Me sigue pareciendo increíble que para usar los aseos te quieran cobrar. Es casi un donativo, pero hacer negocio con las urgencias de los demás está muy feo. 

Cervecería real fundada en 1585 por Guillermo V, Luis I acudió en 1830 a su inauguración como hospedería. Aquí se sentaban a confabular en los años 20 los futuros jerarcas nazis. Ni un recuerdo en la cervecería. Nadie les hace responsables, pero no puedes borrar la historia. 

Espectacular es decir poco. Condensa el espíritu muniqués. Gran salón abierto, techo pintado, una figura alada parecida a SuperMario, pequeño escenario donde cinco músicos ofrecían las típicas tonadas bávaras. Decenas de grandes mesas corridas, con sillas para compartir tabla con otros clientes. La cerveza, su razón de ser. Al fondo, las jarras de los socios guardadas en un armario de rejilla, bajo llave. Cada socio, cuando llega, saca su propia jarra.



Por Ledererstrasse, Isartor, torre junto al río Isar, otro de los últimos vestigios de las antiguas murallas. La torre data de 1337 y las impepinables obras, datan de hoy en día.



Seguimos camino del rio Isar, que nace en los Alpes austríacos, recorre 295 kms y desemboca en el Danubio. Bajaba rápido y caudaloso, con varios brazos, alguno encauzado y un par de islas, ya colonizadas. Cruzamos por Ludwigsbrücke, el puente, que ¡cómo no¡, estaba en obras. Continuamos paseando por la ribera del río hasta un punto frente a St Lukaskirche donde los lugareños tomaban el sol y algún valiente se bañaba. Muy valiente, toqué el agua con la mano, helada. En un pequeño bosquecillo nos sentamos en un banco. Nuestras voces atrajeron a una granadina que en cinco minutos nos contó que era catalana pero que se trasladó por amor a Granada (aunque viajaba sola) y nos dio una clase magistral para visitar Salzburgo.






Maximilianeum, en la otra orilla, en obras, se asemeja mucho la fachada de la plaza de España de Sevilla. Mandado construir por Maximiliano II en el siglo XIX, albergó el parlamento bávaro desde 1949 y el senado bávaro desde 1999. Cruzamos el puente y retrocedimos un poco para ver St Lukaskirche, mucho mejor por fuera que en el interior. Lo más llamativo, la planta del templo, de perfecta cruz griega. Lleno de andamios, no da para un foto completa.




No

Desde el monumento a Maximiliano II comienza Maximilianstrasse, la calle más exclusiva, la Milla de Oro, con las firmas más importantes y caras. Casi cada tienda, con portero-guardaespaldas. Las aceras atestadas de coches de alta gama. Parece que los BMW los regalan. Porsche, Bentley, Maserati. Hoteles de cinco estrellas superior. Viejos teñidos, de abultada cartera, para comprar regalitos a sus rubias oxigenadas.



Max Joseph Platz, plaza dedicada a Maximiliano II José, con una estatua sedente suya, que no quiso ver en vida porque no le gustaba, pero que preside la plaza que lleva su nombre. En vista 360º, el Nationaltheater, coronado por sendas banderas de Ucrania, hogar de estreno de las óperas de Wagner. Palais Toerring-Jettebach, antiguo palacio que hoy alberga viviendas de lujo. Eilleshof, con sus coquetas galerías. Residenz, el palacio nuevo de los reyes bávaros. Mole de cemento y fachadas coloreadas. Accedimos a sus jardines, escuetos.







Feldherrhalle, monumento dedicado a los héroes militares bávaros. Se terminó en 1844. A este punto llegaron el 8 de noviembre de 1923, salidos de la cervecería Bürgerbräukeller (hoy derruida), Don Bigotito y sus colegas para dar un golpe de estado. La cerveza y sus virtudes parece que nublaban la mente de estos unineurónicos nazis. Fallaron. Cuatro policías y 16 nazis murieron en el intercambio de disparos. Juzgados, fueron condenados a muerte. Indultados. Tan solo estuvieron en la cárcel unos meses, tiempo que aprovechó aquel para escribir Mein Kampf, su lucha, catálogo de barbaridades y atrocidades. 




Cuando el fracasado cabo pintor llegó a canciller en 1933, ganando unas elecciones (ojo al dato, el fascismo se nos puede volver a colar por las urnas), convirtió este lugar en templo de su lucha, de hecho, era obligado al pasar por allí levantar el brazo en el habitual saludo nazi. Los pocos que no querían venderse y plegarse, daban la vuelta por detrás, para evitar alzar su brazo. Allí les esperaban los guardias para detenerlos o simplemente fusilarlos. Entonces lo llamaron el callejón de los tramposos. Hoy una senda curvilínea dorada es de los pocos reconocimientos a la lucha antinazi. Me apunto a ser un tramposo en Múnich.



Odeonsplatz se abre desde el Feldherrhalle, explanada irregular donde se llevaban a cabo muchos de los festivales oratorios de los amigos gamados. Es el comienzo del ensanche de la ciudad hacia el norte.

Theatinerkirche, iglesia dedicada San Cayetano, construida en 1662 con curiosa fachada amarilla, blanco interior y eterno descanso de los duques y reyes de Baviera.



Entramos en los jardines posteriores a la Residenz, el Hofgarten, construidos a comienzos del siglo XVII. En el cruce de caminos, el templo de Diana, Hofgartentempel, junto a una fuente donde unos niños se remojaban, pringados del lodo acumulado, ante la tranquilona mirada de sus madres. Al fondo, el imponente edificio de la cancillería bávara, terminada en 1992. Tras la pausa, Ludwigstrasse, donde se encuentran los edificios universitarios. Da igual donde te encuentres. Los graduados, con sus gorros, sus padres encorbatados y sus madres de tiros largos, festejan el fin de una época.




El paseo hasta el arco Siegestor se hizo eterno. La Puerta de la Victoria, que fue mandada construir por Luis I, para celebrar las victorias bávaras y coronado por otra estatua de la alegoría de Baviera. La guía nos mandaba a conocer el barrio de Schwabing, supuesto barrio bohemio. Pues vale. No le vimos la gracia o es que las muchas horas andando nos tenían baldados. Lo único que valía la pena era el Palais Pacelli.




Regresamos poco a poco. Nueva entrada a los aseos de la Hofbräuhaus. Marienplazt. Nos dejamos llevar hasta el hotel. Reventados, para descubrir que nos habían anulado la excursión prevista para el día siguiente a Innsbruck y el Tirol por falta de asistentes, éramos los únicos en contratarla. La mente que corre que vuela te dice: ¿Y si nos las anulan todas?. No le demos vueltas. Tumbados tras 30,6 kms de paseo (41 en dos días), ¡¡verídico¡¡, nos pusimos ver La Guerra de las Galaxias en alemán. Ni un solo canal en castellano. 


19/05

Nos despertamos con dolor en todos los músculos. Un poco de bajón por la suspensión de la excursión tirolesa desayunamos como siempre. Mucho. Primer destino del día, el parque Englischer Garten. Cogimos el metro. A la entrada de cada estación hay máquinas expendedoras. Los billetes se compran simples, por zonas, por fechas. El simple, que cubre el ámbito de la ciudad, cuesta 3,50 €. En principio hay que picarlos al entrar a la línea escogida, pero fuimos los únicos que picábamos los billetes. Y hasta ahí puedo leer. Hay que vigilar las líneas, algunas no son diarias, las marcadas por dos colores a la vez. Y hay que controlar el destino y origen, dado que por la misma vía pueden ir y venir trenes con destinos opuestos.



El Englischer Garten, el Jardín Inglés, recibe ese nombre por el parecido con los jardines silvestres similares a los británicos. Es uno de los parques urbanos más grandes de Europa. Fue mandado construir por el estadounidense Benjamín Thompson, ministro del Elector Carlos Teodoro. Es un remanso de paz. Caminos repletos de patos. Amplio espacio para salir a correr, pasear o meramente sentarse a disfrutar del silencio. Jueves por la mañana, de un día laborable en medio del mes de mayo, y mucha gente disfrutaba de la paz.



Paseamos siguiendo la orilla del lago Kleinhesselohe. A lo largo de varias horas vimos sucesivamente la Torre China, construida en 1790 como mirador y escenario para orquesta. La tienen acorralada por las mesas de pequeños restaurantes. El Monópteros, situado en una pequeña ladera, con una vista panorámica de Múnich. A lo largo de los jardines hay varios brazos del Isar. Estaban plagados de muchos jóvenes tomando el sol. Terminadas las clases, con sol y calor, las hormonas estaban dislocadas. El agua en los diferentes canales corría veloz, los que se atrevían a bañarse eran arrastrados rápidamente hasta los puentes. Al comienzo del parque, la Casa de Té japonesa, rodeada de típicos arboles orientales. El Eisbach, pequeño recodo que genera olas que los más audaces surfean, parece ser, incluso en pleno invierno. Surf en mitad de Múnich, vivir para ver. Como última etapa, Haud der Kunst, Museo de Arte Alemán, construido entre 1933 y 1937.







Al salir, un torrente de bicis nos asaltaron. Toda la ciudad está surcada por carriles para las bicis. A decir de un guía, mucha gente va en bici incluso en lo peor del invierno. Nos dio la impresión que se priorizan las bicis frente a las personas.



Frente al Hofgarten, nos dimos de bruces con un pequeño monumento, casi como si no quisieran resaltarlo, que recordaba a la Rosa Blanca, el colectivo de universitarios que se opusieron al régimen nazi repartiendo pasquines. Encabezados por los hermanos Scholl, un traidor los vendió y fueron ejecutados por la Gestapo. Hay una película que recuerda su heroica historia.


Nos sentamos a comer en la Hofbräushaus. Qué momento mágico. Los músicos con el típico atuendo bávaro de pantalón corto con tirantes sobre camisa blanca. El camarero nos trajo la carta, sin traducción posible. Nos pedimos sendas cervezas. Nunca he bebido una cerveza. Nunca. Pero ante la insistencia de mi medio pomelo de que al menos la probara, me pedí una sin alcohol. Lo de vasos no va con ellos. Pedazo de jarras. Lo intenté, pero debe ser lo más parecido a meado de rana revenida. De comer, comida bávara, para quien la quiera.



Como era pronto, tras otros 10 kms (y vamos 50), nos volvimos un rato al hotel a descansar.

Por la tarde, la ruta de los museos. Saliendo de nuestro hotel, llegamos al antiguo jardín botánico, Alter Botanischer, pequeño, algo sucio. A su espalda, The Charles, hotel de lujo flanqueado por mas BMW de alta gama. La basílica de St Bonifaz, de forma paleocristiana, construida en el siglo XIX y reconstruida tras la segunda guerra mundial. Entramos en plena misa y algo me dice que esa congregación tenía algo de ultracatólico.



Königsplatz, diáfana plaza circundada de museos. La Glyptothek, con la mejor colección de escultura clásica de Europa. El Staatliche Antikensammlungen, enfrente, con una exposición itinerante sobre el Samnio. Estaban cerrados. No pudo ser. Otra vez será. 



El Propyläen, así llamado por que imita otro monumento, el Propileo de Atenas, de ahí su semejanza con un templo griego. Este era el lugar de inicio de todos los desfiles militares durante el período nazi.



Karolinenplatz, construida por orden de Maximiliano I José, en cuyo centro se alza un obelisco de bronce fundido, obtenido de las armas capturadas a los turcos tras la victoria en la batalla de Navarino, en 1827. En los alrededores de la Königsplatz hay más museos, la nueva y la vieja pinacoteca, el museo paleontológico, el museo de arte moderno, etc.




En dirección a Odeonplatz, en un recodo casi escondido, un plazoleta poco visible, estaba la Platz der Opfer der Nazionalsozialist. Un pebetero de poco más de 4 metros de altura, con una llama que supongo eterna, recuerda a todos los opositores de los nazis que no consiguieron sobrevivir. No sobrevivieron, pero vencieron, su recuerdo ha de prevalecer frente a los verdugos.



Desde Odeonplatz, volvimos a Marienplatz pasando por Alter Hof. Esta fue la primera residencia fortificada de los Wittelsbasch, construida entre 1253-55. En el siglo XIV fue residencia de uno de los dos duques de Baviera que llegaron a emperador, en este caso Luis IV. Cuenta la leyenda que siendo Luis IV un bebé, un mono de la colección de animales se lo llevó hasta lo alto de la torre que desde entonces se conoce como la Torre del Mono.



Desde allí dimos un paseo al anochecer. Muy poca luz. Pocas farolas. No luce nada. Cenamos una ensalada a precio de oro y un muy sabroso filete de lomo en salsa de pimientos.  Con otros 15 kms en las piernas (65 ya), a dormir.




20/05

Hoy excursión, la ruta de los castillos del sur de Baviera que se hicieron famosos por Luis II de Baviera, que los mandó construir.



A este rey del siglo XIX se le conoce en el mundo hispanoparlante como el Rey Loco, aunque los alemanes lo llaman el Rey de los Cuentos de Hadas. Luis, hijo del rey Maximiliano, tuvo una infancia complicada. Con un padre distante, severo y mucho alemán. Su madre, una vez cumplido el trámite de parir un par de herederos, se dedicó a subir y bajar montañas por los Alpes, cosa que no deja de subirle la nota. Luis, sin terminar los estudios, se encontró proclamado rey con 18 años. Sin la formación necesaria, le cayó la carga del absolutismo monárquico cuando lo que él deseaba era leer, escuchar música y salir de fiesta con otros jovencitos. Pero en la ultraconservadora y muy católica Baviera no estaba (ni está) muy bien visto un rey refinado, mecenas de la cultura y por añadidura homosexual. Con esos mimbres, mala pinta tenía la cosa.

Seguramente lo intentó, pero gobernar no era lo suyo, pero es lo que tiene el cargo de rey, que es vitalicio en todos los sentidos y aunque la mayoría de sus congéneres de todos los tiempos han sabido vivir a cuerpo de rey, haciéndose un emérito en toda regla, el joven Luis ni sabía ni quería reinar.

Decidió dejar el gobierno en manos de otros y refugiarse en el sur de Baviera, lindando con Austria y Suiza. Primero se encerró en el castillo de Hogenschwangau, al pie del lago Alpsee, para empezar su carrera frenética por construir castillos de cuentos de hadas. Tanto construyó y todo financiado de su peculio, que arruinó a su familia.

Un buen día escuchó una ópera de Richard Wagner y desde entonces quedó prendado de su música. Hay que reconocer a Wagner la magnitud de su obra, con este tono tan épico pero algo excesivo y tan nacionalista que los débiles de mente se creían los personajes de sus obras, aquellos héroes de las sagas escandinavas. Don Bigotito fue otro de los fanáticos de la música de Wagner y se veía a lomos de un corcel alado, junto a las tropas de los nibelungos dominando el mundo.



Un buen día, los políticos se cansaron de su rey objetor, y le invitaron a dejar el trono, lo cual no aceptó de buena gana. Camino de Múnich, se ahogó. Y mira que era buen nadador, pero seguramente no hacía caso a su madre, no guardó dos horas tras la comida, le dio un corte de digestión y RIP. O lo mismo los políticos se hartaron de sus locuras. En su lugar nombraron rey a su hermano Otón, el cual estaba loco de remate diagnosticado, así que no pudo reinar, lo cual hizo su tío Leopoldo. A la muerte del tío Leo, lo sucedió su propio hijo, Luis III, último rey de Baviera. Y colorín colorado, el reino de Baviera se ha terminado.


A las 8:30 nos esperaba la excursión de Civitatis. Hemos hecho distintas excursiones en diferentes viajes y de todo hay. Es cierto que es muy cómodo. Te llevan, te suben, te bajan y te cuentan. No tienes que pensar, solo ver. Pero dependes de los horarios de otros. En este caso, la excursión era buena. Hicimos tres paradas. La narración de la guía era muy entretenida, pero algo no cuadró. Las entradas a los castillos, que nos las cobraron a 27 euros cada uno, costaban realmente 23 € en taquilla. Alguien se quedó 4 euros por cada visita. Éramos unos 25, pues 100 € de propina, por que los 62 euros de la excursión debía saberle a poco.



Neuschwastein, el auténtico castillo de hadas. En todas partes, libros, guías y comentarios, lo primero que dicen es que es el castillo en el que se inspiró Disney para el diseño del castillo de sus parques. Pues será, pero es mucho más que eso. Construido entre 1868/92, le pusieron su nombre tras la muerte del rey. Nuevo castillo del Cisne.




Es espectacular y hay que imaginárselo nevado, con niebla, con lluvia, son sol. Es un castillo de cuento, de la princesa encerrada, del príncipe salvador, de la mala malísima. No pudimos hacer la típica foto desde el puente, estaba en obras. Dio igual. El entorno, al pie de los Alpes, entre bosques, con la vista de la llanura y los lagos al fondo es incomparable. El rey Luis II diseñó la mayoría de las salas y algunas no dejan dudas sobre su locura. Visita guiada con audioguía, milimetrada germánicamente, con detalles sobre la decoración. Debimos echar tres o cuatro carretes de fotos.




Bajamos paseando al pueblo, Schwangau, donde mientras comimos un par de bocatas nos acercamos al lago Alpsee. De postal. Decenas de fotos. Imágenes con el reflejo de los Alpes nevados en el agua. El lugar más bonito que visitamos en todo el viaje.





Oberammergau, famosa por que cada 10 años, durante el verano, representan el juicio y condena de un tal Jesús. Y precisamente tocaba este año. En 1633 hubo una gran mortandad en Baviera a causa de una epidemia de peste. Los habitantes prometieron hacer una representación de la pasión de Cristo si eran protegidos. Y hasta hoy.

Tuvieron que aparcar el autobús fuera del pueblo. Las típicas casas del sur de Baviera, con sus tejados a dos aguas, con sus ventanas y balcones de madera, tienen las fachadas decoradas con trampantojos, las trampas de los ojos. La primera data de 1700. Las más bonitas, las vimos desde el autobús a la salida, las que representan personajes de cuentos como Caperucita Roja.





Linderhof, a 20´de Oberammergau, otro de los tres castillos que mandó construir Luis II. Más pequeño, enclavado entre montañas, en origen era poco más que una casona de descanso para las jornadas de caza. Al lado de la casa original había plantado un tilo, linder en alemán, de ahí el nombre del palacio, el Patio del Tilo, Linderhof. El tilo, sigue ahí, cientos de años después sigue atesorando secretos de todo lo que ha visto. Más pequeño que Neuschwastein, tiene unos preciosos jardines en la parte delantera con un templete en alto y otros jardines más pequeños en la parte trasera. 





A lo largo de la finca que ocupa el palacio está la Casa Marroquí, pequeño quiosco morisco con el trono en su interior.



El palacio estaba dedicada a Luis XIV de Francia y por extensión a los Borbones de los cuales Luis II de Baviera era un gran admirador. Ya sabemos el porqué de llamarlo Rey Loco. De planta circular, está recargado hasta la extenuación. En la visita guiada no pudimos ver ni un centímetro cuadrado sin decorar. Rococó cocó. La sala de los espejos sí que tenía un toque mágico por el efecto de profundidad que conferían los espejos enfrentados. No pudimos entrar en la gruta artificial, porque estaba en obras. Recuerda la gruta de Venus, de la ópera Tannhäuser. En aquella época, a la luz de las velas, tétrico es decir poco.




De vuelta a Múnich, dimos un pequeño paseo para estirar las piernas y a dormir con otros 20 kms en las piernas (y vamos 85 kms).




21/05

Tras otro repetitivo desayuno de salchichas, huevos revueltos, beicon y más salchichas, cogimos el metro para visitar el palacio de verano del Nymphenburg, a las afueras.



Tras el nacimiento del Maximiliano II Manuel en 1679, heredero al trono, su padre el duque Fernando María le regaló este palacio a su mujer. Fue la reina quien se encargó de supervisar su construcción. El castillo y sus dependencias sirven de fondo para fotos de póster, pero son sus espectaculares jardines los que valen la pena ser visitados. De estilo francés, muy cuidados, con diseño geométrico, en contraposición con los jardines ingleses, más agrestes y menos organizados, albergan varios palacetes entre los árboles. 

El Amalienburg, pabellón de caza con las paredes recubiertas de conchas marinas. El Badenburg, sala de baños y primera piscina de agua caliente de Alemania. El Pagodenburg, pabellón de invitados. El Magdalenenklause, construido dentro de una cueva eremítica. La Orangery, primer invernadero de naranjos de Alemania. Y el Monópteros en una pequeña elevación.







El Nymphemburg es de esas visitas que casi nadie hace cuando van a Múnich, pero es  imprescindible. La paz y la tranquilidad que transmite son duraderas aún semanas después. Espero que dure.




De vuelta al centro comimos en un italiano a la espalda de la Peterskirche, Bernie´s. La mejor comida de todo el viaje. Cuando sales de viaje, un italiano es apuesta segura. Casi nunca fallas. Y Bernie´s era superior. Que buena comida aunque la camarera, Jaroslava, no era el espíritu de la simpatía.



Por la tarde, primer acercamiento a las inevitables compras. Nunca espero que nadie me traiga nada cuando se va de viaje. Y no entiendo porque en cada viaje tenemos que perder varias tardes o días dando tumbos para llevar regalos. A los que os llevamos algo, lo sé, puede sonar mal, pero el tiempo dedicado a las compras lo asemejo a lo que en baloncesto llaman los minutos de la basura, es tiempo perdido. Pero como somos dos, pues lo que diga mi medio pomelo.




Lushfresh, variedad de jabones de baño, de manos, de ambientador. Kingdom of Sweets, dos plantas en el centro de Múnich, con chuches de todo tipo, incluso con origen en Murcia, de la firma Fini. En una Apotheke, la cajera que nos atendió, era española. No debía pasar de los 25 años. Llevaba 8 años allí. “¿No quieres volverte?, le preguntamos. “Pues”, nos respondió, “ni quiero ir ni quiero quedarme”. Lo tenía claro

Paseando nos encontramos 20 euros en el suelo. Bingo. El ritmo de compras me rompe. Puedo hacerme 100 kms seguidos, pero yendo de compras, al segundo km estoy baldado. Cuando llegamos a la habitación, me dormía antes de quitarme los bambos. 20 kms más y sumamos 105 kms.




22/05

Segunda excursión. Salzburgo.



Si de la excursión a los Castillos de Baviera no tengo queja, ésta, como excursión de Civitatis es prescindible. Más de dos horas de tren de ida y otras tantas de vuelta, con solo cuatro horas y media allí, no compensa. Creo que habría sido mejor opción coger el tren por nuestra cuenta, a primera hora hasta el anochecer o alquilar un coche. Con el añadido que el guía, un portorriqueño muy sonriente, demostraba demasiadas lagunas históricas.

Salzburgo fue una asignatura pendiente en nuestro viaje a Viena, pero estaba a tres horas largas por carretera. Como la mayoría de las ciudades medievales fue fundada al lado del curso de un río, las autovías de hace cientos de años, junto al río Salzach. En las cercanías del actual emplazamiento hubo una provechosa industria de sal, el oro blanco de la edad media, usada para conservar la comida en ausencia de frigoríficos. Salzburgo, la ciudad de la Sal.


El casco antiguo es pequeño, con el castillo en alto. Se puede recorrer en un solo día. Día radiante que nos permitió disfrutar y fotografiar cada rincón. Tras abandonar andando la estación, a 10´ del centro, empezamos la visita por los famosos y floridos Jardines de Mirabell, que tras siglos parece que han de pasar a la historia por ser uno de los lugares donde se rodó en los 60, Sonrisas y Lágrimas. A lo largo de toda la visita, esta película fue hilo conductor del guía, porque Mozart no parecía suficiente.



Es un jardín con más de 400 años de historia, para fijarnos solo en el Do Re Mi de los empalagosos Von Trapp. Fueron mandados construir en 1606 por el príncipe y arzobispo de Salzburgo, Wolf Dietrich Von Raitenau. Tan santo barón los erigió para su amante (¿o era su sobrina?) Salomé Alt. Desde esa fecha hasta 1700, sendos arquitectos de nombres impronunciables que llamaremos Juan y Juan los ampliaron. En los palacios anexos tiene su sede actual la alcaldía.

En un lateral está el Jardín de los Enanos. Pequeño jardín circular adornado con figuras de enanos. Fue mandado construir por un tal Frank Harrach, para homenajear en 1715 a los enanos de la corte. 28 eran las figuras originales. A Luis de Baviera no le gustaban mucho y los mandó quitar, de hecho, muchas de las estatuas fueron subastadas. En 1921 una organización local se acordó que tenían 9 estatuas de enanos, amontonadas, y decidieron volver a colocarlas. Poco a poco fueron recuperando las figuras subastadas pero alguna todavía están en manos particulares y sus bases están vacías hasta que regresen a casa.




Saliendo de los Jardines de Mirabell, llegamos al hotel Bristol, que ha sido usado para muchas escenas de acción de películas del tipo Misión Imposible. Desde la plaza ya se divisa el puente que lleva al casco histórico. Antes de cruzar, la casa del director de orquesta Von Karajan, con una estatua en su jardín. Von Karajan fue un gran director de orquesta, pero con dos pecados capitales. Uno, su soberbia, que le hacía dirigir orquestas sin llevar las partituras lo cual en alguna ocasión le provocó algún dolor de cabeza al perderse, todo ello ante Don Bigotito. El otro, desde 1935, fue afiliado del partido nazi.


Marlo-Feingold-Steg, el puente, vista espectacular. Las barandillas, plagadas de candados por esa reciente costumbre que supuestamente es una prueba de amor. Que lo será, pero que mensaje se supone que quieran dar, que su amor está cerrado con la llave perdida??? No sé, casi lo mismo es mejor un te quiero a tiempo, que un candado a miles de kms.





Frank Joseph Kai es una preciosa calle en la que todos los comercios tienen el emblema de su actividad en la pared, costumbre medieval, época con muchos iletrados. Si la figura fuera un pez, pescadería. Un zapato, el zapatero. Manzanas y peras, el frutero. No quiero pensar lo que pondrían en el prostíbulo. Al final de la calle, la casa donde nació Mozart. Mozart, el genio, el incomprendido, el pesado, el bromista, el juerguista. Mozart en Viena. Mozart en Salzburgo. 230 años después, su música recuerda al genio.




Recorrimos la plaza, la catedral, las amplias calles. La tienda donde se venden las “bolas de Mozart”, felizmente unos bombones de chocolate rellenos de algo parecido al mazapán. El amigo Wolf, el de la amante que le hizo los jardines a su Salomé, que se creía el dueño de la ciudad, decidió tirar decenas de casas para construir una gran plaza y, vaya, casualidad, su palacio.



Dom Zu Salzburg, la catedral de la ciudad, con su fachada blanca, sus torres bulbosas y su interior blanco. La utilizan, además de para el culto, para conciertos y otras actuaciones. En su interior colgaba de la cúpula algo parecido a un tubo.



El guía se empeñó en meternos por callejuelas para contarnos una retahíla de anécdotas cuya verosimilitud pondré en cuarentena dada las múltiples carencias que nos demostró.

Mariensäule, enorme iglesia, reconstruida tras la segunda guerra mundial. En la plaza, estatua de la Inmaculada Concepción en su frente. No entramos. Cobraban. Pues va a ser que no. Creo que esa multinacional con dos milenios de antigüedad, que se viene apropiando de todas las iglesias construidas con el dinero ajeno, debería permitir el acceso gratuito a cada templo. Pero, con la iglesia (y sus millones de votantes) hemos topado.



Peterkirche, pequeña iglesia con un cementerio urbano, con muertos de hace siglos y muertos de anteayer. Cada cierto tiempo comunican a los descendientes de los muertos residentes si quieren renovar el alquiler del espacio. Si nadie da señales de vida (el residente no puede, claro), hacen hueco e instalan a muertos recientes. En la parte interior, hay catacumbas del período paleocristiano.



Subimos hacia el castillo. La subida la pueden convalidar con media maratón. Hay un funicular cada 10/15´ al increíble precio de 12 € por cabeza por escasos minutos de subida. Como por el tiempo que disponíamos teníamos claro que no íbamos a entrar, subimos hasta la terraza desde la que se puede ver Salzburgo desde arriba. El recodo estaba a reventar de fotógrafos. Incluidos unas colombianas, amigas, una que vive en Hamburgo y la otra en Chicago con las que coincidimos en el tren. Y no, no trabamos conversación, es que hablaban tan alto que me enteré de su vida con pelos y señales.



De bajada, compramos un par de bocadillos de salchichas, para no perder la costumbre, y disfrutamos del paseo por las callejuelas con manifa antivacunas covid incluida, que parecía perseguirnos por cada esquina. Cruzando el rio por el Staatsbrücke, a mano derecha estaba la ladera del Kapuzinerkloster. La subida era muy pindia. No había tiempo, pero la vista desde arriba también debía ser espectacular.



Andando, acabamos topándonos con otro cementerio urbano, St Sebastian. Sorprende ver lápidas, antiguas, en cualquier iglesia del centro de la ciudad. 






Por primera vez nos encontramos por el suelo las típicas placas doradas en memoria de los judíos perseguidos, trasladados a campos de concentración y desaparecidos. En Múnich, ni una, pero con su  historial, todas las calles serían un camino amarillo de las miles de placas que deberían fijar al suelo.



Volvimos a los Jardines de Mirabell para volver a cruzar el rio Salzach por una pasarela peatonal donde cayeron varias decenas de fotos con el castillo al fondo. Pequeños barcos turísticos se dejaban arrastrar por la corriente rápida para después remontarlo trabajosamente de vuelta.



Nos sentamos para descansar. En esos momentos es cuando hay que fijar en la mente los recuerdos. Es más que seguro que no volveremos a Salzburgo, ni a Múnich, ni al resto de Baviera. El tiempo pasará y serán los recuerdos los que quedarán. ¿Para qué escribes las crónicas de tus viajes? ¿Ego? ¿Fardar? No ¿Por qué son tan largas? Son pesadas. Las escribo para permanecer. Con el tiempo, se irán borrando de nuestras mentes las imágenes, los recuerdos, quizás hasta las sensaciones y los sentimientos. Las crónicas prevalecerán. Nos recordarán nuestros viajes cuando no podamos viajar. Recordarán a nuestras hijas cuando viajábamos juntos. Participarán con nosotros de los viajes en los que no estén. Y podrán recordarnos cuando ya no estemos. Serán el recuerdo gráfico de unos padres, de unos abuelos, incluso de unos bisabuelos nunca conocidos. El tiempo pasará, espero y deseo que estas crónicas permanezcan y con ellas, nuestro recuerdo seguirá vivo, aunque solo sea en el corazón de nuestras hijas cuando hagamos el último gran viaje sin vuelo de vuelta.



Por cuarta o quinta vez cruzamos el rio camino de la iglesia del Sagrado Corazón. A la hora convenida, reunión de turistas, autobús y tren. Por primera y única vez, nos pidieron los pasaportes cuando volvimos a entrar en Alemania desde la austríaca Salzburgo.


Cuando llegamos de vuelta a Múnich dimos un paseo. Era domingo. No más de las ocho. Anocheciendo. Y no había casi nadie en las calles. Casi todo estaba cerrado. No encontrábamos sitio donde cenar. Finalmente, cerca del hotel, cenamos en otro italiano, el Da Vinci. Mal servicio. Tónica habitual en Múnich. Los camareros son antipáticos y lentos. No sé si es por un carácter más pausado que los españoles pero tardan 10/15´en atenderte y casi otro tanto en traerte la comanda. Si a eso sumas una gastronomía discutible, pues lo dicho, como en casa no se come en ninguna parte.



Con otros 20 kms en las piernas (125 en total), a dormir.


23/05

Ultimo día completo. Si hubiéramos podido ir a Innsbruck, este día muniqués no habría existido. Pero lo aprovechamos.

Fuimos al parque olímpico donde en 1972, hace 50 años, se celebraron los juegos olímpicos. Al final pasaron a la historia por el atentado palestino de la organización terrorista Septiembre Negro. Los terroristas mataron a dos miembros del equipo olímpico israelí y tomaron nueve rehenes. Acabó con la muerte de los rehenes, los cinco terroristas y un policía.

Pocos recordarán que fueron los juegos de los siete oros y de los siete récords mundiales del nadador Mark Spitz. España solo se trajo un bronce, Enrique Rodríguez Cal, en boxeo.



Tras salir del metro, nos encontramos en la sede central de la BMW, siglas en alemán que traducidas significa Fábrica de Motores de Baviera, fundada en 1916. Una torre, un museo, el edificio central de diseño y el puente que comunica ambos lados. Todo en cristal.


El Olympiapark tiene aroma de eso que ahora llaman vintage, digamos, añejo. Cuidados jardines. Las instalaciones siguen en uso. Parques alrededor de varios estanques. Vía para correr y montar en bicicleta. 



No quise quedarme con las ganas de entrar en el Olympiastadion. Tras 50 años, sigue impresionando por su tamaño. Césped muy cuidado. Aro olímpico de atletismo. Tras los Juegos lo usaron para el mundial de fútbol de 1974 y la Eurocopa de 1988. Durante años fue la sede de los dos equipos de futbol de la ciudad, ahora lo usan para otras competiciones deportivas. No pude bajar a la pista, pero me giré, vi que estaba en el bloque 68, fila 2, solo me hizo falta encontrar la silla 18.





Enfrente al estadio, el Olympiahalle, donde se competía al balonmano, ahora es centro de conciertos. Dentro de poco cantará allí uno de los músicos más conocidos en Alemania, Herbert Grönemeyer, al que yo escuchaba en los años 80.




De vuelta al centro, comimos en el Augustiner. IQ pidió un filete fibroso en caldete de agua de fregar con guarnición de zanahorias desvanecidas, patatas tristes y traidor rábano picante. Yo no me quise quedar atrás y nueva ración de salchichas multicolores, con chucrut mocoso, engarzado en un puré amarillo sospechoso. Delicioso. Pero una auténtica cerveza muniquesa.



Ultima tarde muniquesa. A rematar las compras bajo un calabobos sospechoso. Pocas tiendas de regalos, todos en la misma calle. En el primero debieron nombrarnos clientes de la semana por que entramos varias veces. De repente una gota, dos, el diluvio. En lugar que esperar a que parara, ahí estaban ellos, chorreando bajo una manta de agua. Cuando llegamos al hotel éramos un rastro de agua andante. Otros 15 kms y vamos 140.




24/05

25 años ya. Y parece que fue ayer. Recogimos las maletas. Las dejamos en recepción. Ultimo paseo bajo una fina pero persistente lluvia.

Karlsplazt otra vez. Salvatorskirche, iglesia ortodoxa que no pudimos ver. La biblioteca de Literturhaus. Maximilianstrasse y sus tiendas barateras de Pierre Cardin o Balenciaga. Otra vez Hofbräuhaus. Otra vez Residenz. Esto se acaba, ya nos repetimos. Adiós Mariënplatz. Nos acordaremos en invierno cuando el Madrid o el Barcelona vayan a jugar contra el Múnich de Baviera, el Bayern München.



Volvimos al hotel con mucho tiempo. De sobra. Cogimos las maletas. A la estación. 10 kms por la mañana, redondeamos los 150 kms andando.

El tren de vuelta también por la S8. Ni un problema en el aeropuerto. Comimos otra vez bocatas. Vuelo mejor que a la ida. A la llegada a Madrid cogimos un taxi. El taxista, me pareció de ascendencia eslava, nos dio el viaje. No sabía encontrar la calle y nos repitió diez veces las tarifas. Ibuprofeno por favor. Volvimos a dormir en casa de María y Josemi. A la mañana siguiente, de vuelta a casa. Con nuestras niñas.



La vida sigue. Me encanta viajar. Es genial. Pero también estar en casa. Como en casa no se está en ninguna casa. ¿O sí?







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