viernes, 14 de septiembre de 2018

Lisboa, Septiembre 2018











Un año más nos fuimos de viaje. Disfruto planificando y organizándolos. La primera opción fue Bélgica, en concreto Bruselas, Gante y Brujas, pero el precio excesivo de los vuelos me hizo girar en redondo. No fue una cuestión de poder, si no de querer. Y no quiero gastar más de 2.000 euros solo en vuelos de ida y vuelta a Bélgica. Si el servicio a recibir fuera exquisito, eliminando colas, agilizando la facturación por la compañía aérea y un trato diferencial en los aviones, quizás aceptase estos precios, pero me parece un abuso superlativo precios vip para servicios de bajo coste. Desestimada la opción belga sondeé el mercado europeo. Islandia y Moscú-San Petersburgo tuve que desecharlas por distintos motivos. Finalmente punto de mira en Lisboa. Cercana, no muy grande, con alrededores interesantes, facilidades con el idioma y buena prensa en general.






En mayo reservé los vuelos. De viajar en vuelos directos desde Alicante o Valencia, a hacerlo con sendas escalas en Madrid nos ahorramos casi 500 euros, con Air Europa. Increíble. Por poco más de 750 euros volamos los cuatro, pero con la trampa de tener que facturar directamente con la compañía aérea. Les ahorramos cargas y puestos de trabajo, como agradecimiento nos cobran por nuestra gestión de chequear 60 euros ida, 60 euros vuelta. Veremos la botella medio llena, por un tercio del precio a Bélgica viajamos a Portugal.






Reservé una habitación en el Hotel Imperador, en el barrio de Saldanha, zona de ensanche de la ciudad. Mi medio pomelo, no muy convencida, en agosto estuvo viendo otras alternativas, decidiéndonos finalmente por un apartamento en el barrio de Graça, mucho más cercano al casco antiguo. Por segunda vez en el mismo año optamos alquilar un piso en contraposición con nuestra costumbre habitual hasta la fecha de alojarnos en hoteles. Es otra forma de viajar. Tienes más amplitud, dado que un hotel te constriñe a una habitación y un aseo. Al contar con varias habitaciones, aseo y cocina supone un remedo hogareño para una semana. El ahorro económico es de varios cientos de euros. Las compañías hoteleras deberán reflexionar al respecto. Los últimos años han supuesto una inflexión en el cambio de las costumbres de alojamiento de los cada vez más numerosos turistas. No todo fue perfecto pero aunque se pierda el glamour del servicio hotelero y los buffet para el desayuno, cosa que eché francamente de menos, unos cientos de euros en los vuelos y otros tantos en el alojamiento dan presupuesto para nuevos viajes.






Compré una buena guía y un libro de historia del país. Durante un mes intenté empaparme del pasado luso y de la realidad actual de la capital lisboeta. Busqué consejos en blogs de internet con opiniones de personas que hubieran viajado allá con anterioridad. Pulsé opiniones de familiares y amigos los cuales nos añadieron detalles para completar el puzle. Pero nada, nada, te prepara para conocer una ciudad hasta que no la vives en primera persona.






01-09-2018






Sábado, con nuestro coche al aeropuerto de Alicante. Lo dejemos aparcado toda la semana en unos de los múltiples servicios de aparcamiento de las cercanías. No hace mucho había dos o tres explanadas para este menester, ahora son legión. Por 30 euros, depósito de coche y servicio de transporte y recogida desde sus instalaciones a la terminal. Para la próxima ocasión, compararé precios porque dado el incremento de la oferta, seguro que existen precios aún más competitivos.






Una hora nos tuvieron en las ventanillas de facturación. Y seguimos sin saber por qué. Justo al lado nuestro llegaban, y se iban rapidísimo, viajeros con destino al Reino Unido. Nuestra cola, en cambio, casi no avanzaba. Es desesperante ver como te fijan una hora de embarque mientras estás parado en la cola que te genera la propia compañía aérea. A la espera, saludamos a mi compañero, ya prejubilado, Juan Garre, que iba a despedir a su hija que se volvía a ¡Australia¡, donde nos dijo que vivía. Añadió que espera ir a pasar  allí durante las fiestas navideñas  para ponerse moreno. Cuando conseguimos acceder a la zona de embarque, en los aseos nos topamos con Lola, amiga de Inmaculada, que se iba de viaje a Ibiza. Nos contó su periplo por Sevilla y Cerdeña, poniéndonos los dientes largos. Ya estamos todos.





Primer vuelo Alicante-Madrid, una vez más, la angustia de volar. Me marean y me dan pánico los despegues. Una vez a velocidad de crucero, lo sobrellevo. Los aterrizajes los tolero. Pero no puedo dejar de pensar en qué si el piloto tiene un mal día, se acabó la fiesta. El avión en cuestión era de hélices, hacía un ruido infernal que poco ayudaba a tranquilizarme.  Llegamos a la T2 de Barajas y como nos quedaban varias horas hasta el vuelo a Lisboa, aprovechamos para comer, si ir a un burrikín se puede llamar comer. Segundo vuelo, segundo sofocón y siendo sobre las siete de la tarde aterrizamos en el aeropuerto lisboeta.











Hora: En Portugal tienen una hora menos que en el resto de la península, la misma de Canarias y/o el Reino Unido. Precisamente en esos días la prensa se hizo eco de un estudio elaborado por técnicos de la Unión Europea sobre lo innecesario del cambio horario dado que no supone un ahorro considerable. Deberíamos unificar nuestro horario con los países de nuestro entorno geográfico, no solo por adecuarnos a la realidad solar sino también para borrar de la historia el motivo real de mantener la hora central europea, que no fue otra que el deseo del dictador de tener la misma hora que su adorada Alemania nazi.






El aeropuerto de Lisboa es pequeño, demasiado para la carga de tráfico aéreo que debe soportar por el exponencial incremento del turismo en los últimos años. Para llegar a la zona de recogida de maletas nos hicieron pasar por medio de todas las tiendas del Duty Free. Cogimos un taxi. Tras indicarle la dirección, comenzó su carrera loca por callejuelas y cruces estrechos para llegar a nuestro apartamento. Menos más que la distancia eran solo unos 7 kms.






Taxi: En Lisboa además de la carrera del taxi, te cobran un extra por cada uno de los bultos que se meten en el maletero. Fueron 15 euros, razonables, pese a que nos debería haber descontado 25 euros por la tensión del trayecto.






Nos bajamos al pie de una cuesta muy pindia, que sufrimos toda la semana. Nuestro apartamento estaba situado en la parte mas alta de Lisboa. Sangre, sudor y casi lágrimas bajar y subir cada día. Lo mejor, a 100 metros el mirador de Graça desde el cual divisábamos una bella postal de la ciudad. Esperamos durante unos 5 minutos a que apareciera la persona que nos tenía que dar entrada al apartamento. Se llamaba Ana, una muchacha de veintipocos años, con un castellano muy fluido, muy agradable.





Calçada do Monte, a la izquierda en el número 90, nuestro apartamento






Los portugueses: Lisboa es pluricultural y multiétnica. Muchas personas de color procedentes de las antiguas colonias africanas (Angola, Mozambique, Guinea, etc.), barriadas con inmigrantes asiáticos de origen hindú, o comerciantes de todas las nacionalidades. Salvo contadas excepciones, los portugueses son gente muy agradable, amable y servicial que intentan por todos los medios ayudarte. Difieren mucho de los habitualmente (no todos, pero casi) antipáticos germano-escandinavos, los soberbios e irrespetuosos anglosajones y de los suspicaces eslavos.






Ana nos enseñó el apartamento. Coqueto, limpio, remodelado recientemente y dotado de todo tipo de utensilios. Lo que fallaba era el barrio. Aceras de adoquines desconchados, calles sucias, descampados invadidos de maleza, callejuelas sin orden ni concierto. La primera impresión que me dio fue repelente. Me retrotraía a las callejuelas, travesías y pasajes de mi Santander de los años 70. 






 Vista de la Calçada do Monte desde abajo





Una vez depositadas las maletas y escogidas las habitaciones, salimos a dar un paseo. El Mirador de Graça para comprobar el paisaje. Mucha gente sentada disfrutando de la tarde noche. Babelia de idiomas, como siempre destacando el vocerío de italianos y españoles. En las barandillas, colgados varias decenas de candados. ¿Porqué una pareja presupone que un candado representa su imperecedero amor?. Creo que aquellos que quieran dejar testimonio de su amor deberían hacerlo cara a cara, no colgando candados por donde pasan. Lanzadas las primeras fotos, bajamos la cuesta (Calçada do Monte) camino de la calla principal del barrio de Graça. Vimos el primer tuk, vehículos pequeños, no muy estables, remedo de los vehículos del sudeste asiático de mismo nombre, para que los turistas eviten el agotamiento de tantas cuestas. En varias ocasiones nos invitaron a subir, pero declinamos las invitaciones, aunque en algún caso con las ganas nos quedamos. Cuando llegamos a la calle principal del barrio, el Largo da Graça, buscamos algún lugar para cenar. Los pocos bares para comer por allí eran pequeños, con mesas muy juntas, estaban llenos.




Tuk, candados y vistas desde el Mirador de Graça





Comer en Lisboa: En Lisboa hay varios tipos de sitios para comer. Como nos dijo Ana, los que tienen los menús en varios idiomas, situados principalmente en las calles mas céntricas, son los mas caros y de peor calidad. Los étnicos, tailandeses, chinos, kebab, italianos o japoneses. O los pequeños baretos de comida portuguesa con pocas mesas, buena comida, servicio personalizado y precio razonable. Nosotros llegamos con recomendaciones de nuestra sobrina María y su novio Josemi que ya habían estado en la ciudad anteriormente. Comimos en cuatro de ellos y no erramos el tiro en ningún caso. Hay una app que se llama Zomato, algo así como el Trypadvisor portugués para hacer la comparativa de los sitios para comer. La bajé, pero tras varias vueltas y trasteos, la eliminé.






Mientras dábamos vueltas por el barrio vimos pasar el famoso tranvía 28 el cual no cogimos porque siempre iba repleto. Tuvimos una experiencia de tranvía en el barrio de Belem y no vimos la necesidad de repetirla por muy renombrado que fuera. Como no encontramos donde cenar, decidimos comprar algo en un Dia y cenar en el apartamento.




Tranvía 28





Comercio: Lisboa tiene todo tipo de tiendas. Unas, las tiendas donde compraban nuestras madres en los 70/80 camisetas, ropa interior, ferreterías, las de toda la vida. Había por doquier las que en mi juventud llamábamos ultramarinos que tenían de todo un poco desde verduras a galletas, pasando por cerveza o leche, a bajo precio. Muchas de las tiendas eran marcas españolas, con productos españoles que dan la impresión de convertir Lisboa en una sucursal española. Otras, las firmas de más calidad estaban en la Avda Liberdade principalmente y alrededor de la plaza de Dom Pedro IV (Rossio). En la zona más turística, las calles de la Baixa, Barrio Alto, Alfama y Avenida, mayormente eran tiendas de souvenirs regentados por asiáticos con esa amalgama de baratillo que no representa a una capital europea, con bufandas y camisetas futboleras, sudaderas, camisetas, figurillas y todo tipo de cachivaches que nadie quiere recibir de recuerdo.





02-09-2018





6:30 de la mañana. Nos despierta el canto de un gallo. ¡Que bucólico sonido en mitad de una gran ciudad¡. Mientras vamos pasando todos por la ducha, pongo algo de música. No sé cuantos años podremos seguir en esta burbuja familiar de poder viajar juntos los cuatro, pero en ese momento, con mis tres pomelos cerca y la música de fondo fui inmensamente feliz.














IIniciamos la aventura cargando con mi mochila de toda la vida, que nos ha acompañado en todos los viajes desde que nos la trajimos de la luna de miel en México hace 21 años y medio. Acabo siempre harto a los pocos días, pero es una tradición a la que voy a renunciar. Demasiadas tradiciones, quizás manías, quizás un mucho de supersticioso, pero sin estos pequeños actos me siento incómodo. Nos acercamos por segunda vez, ahora a plena luz del día, al mirador de Graça a contemplar la vista. Pasados los días, puedo asegurar que valió la pena el lugar del apartamento por tener tan cerca esa foto. Cuesta con una pendiente superior al 15%. Vimos todo tipo de tiendas del pasado, peluquerías diminutas como la barbería de Mateo en la calle San José donde me cortaban el pelo hace 40 años en Santander. El callejero de la guía no marcaba todas las travesías y callejuelas. Sería imposible. Y en el primer día damos muchas vueltas para llegar a la plaza de Martim Moniz donde íbamos a coger el metro.






Praça de Martim Moniz






Metro: Da igual las similitudes de los metros en distintas ciudades, siempre te tienes que enfrentar a cómo sacar los billetes. Este metro está gestionado por la empresa pública Carris. Hay que comprar las tarjetas ya sea en las máquinas de las estaciones, ya en sitios concretos como estancos o oficinas de la concesionaria. En cada estación suelen haber varias máquinas, pocas me parecieron, provocando muchas colas. Por cada viajero hay que comprar una tarjeta que vale 2 euros, que tiene validez por un año y que se pueden recargar no tan solo para metro sino también para autobús, tranvías (excepto la línea 28), trenes e incluso ferries. Una vez compradas las tarjetas, se pueden recargar con viajes sencillos o múltiples. En caso de trasbordos a otros medios, lo mejor es una recarga por 24 horas como es el caso de ir a Belém. Hay varias líneas de metro, pero les faltan trazado. No entiendo como no hay una línea que llegue hasta Belém y otra que recorra la parte alta de la ciudad, la más moderna, donde están los grandes hoteles y el centro financiero.






Belém se alza a las afueras de Lisboa en la desembocadura del Tajo, erigido por Manuel I en la época dorada portuguesa en el siglo XVI. Tras varios cambios entre metro y autobús, Rúa de Belém por la cual empezamos a pasear. Se abre una gran explanada que hacia la derecha está ocupada por el Monasterio de los Jerónimos y a la izquierda por la Praça do Imperio con el Monumento de los Descubridores al fondo, en la orilla del Tajo.





Monasterio de los Jerónimos, Belém





El Monasterio de los Jerónimos, palacio construido por Manuel I para huir del centro de Lisboa y tener un punto de amarre (500 años atrás el agua llegaba hasta las mismas puertas del palacio), impresiona desde fuera. Tras distintas vicisitudes, ahora es un museo. La cola para visitarlo además de kilométrica era a plena luz del día. Desistimos de sufrir horas bajo el inclemente sol. Echamos cientos de fotos a la fachada. Mientras el pórtico se veía blanco reluciente por una rehabilitación reciente el resto tenía las paredes ennegrecidas. Cruzando la calle, la Praça do Imperio cuya mayor virtud es el plano amplio para la foto del monasterio. Al fondo, el Monumento de los Descubridores construido en 1960 para honrar a los reyes, marinos y a todos los que participaron en los grandes descubrimientos. Tiene un ascensor interior. Desde arriba, además de la plaza y el monasterio se divisa una vista mas amplia de Belém y de la otra orilla del Tajo. En el cénit del monumento, en pocos metros, un par de decenas de turistas nos codeábamos para retratar cada recodo a vista de pájaro. Desde allí se plasma la realidad lisboeta, grandes éxitos con grandes fracasos. Junto a los grandes monumentos, solares abandonados, jardines descuidados, basura y suciedad que provocan una sensación dual, admiración y repugnancia a la vez. Primer día y mantenía mi opinión negativa de la ciudad.




Monumentos a los Descubridores






Cálido paseo hasta la Torre de Belém que a comienzos del siglo XVI estaba erigida en medio del río pero que debido al retroceso de las aguas ha quedado en la orilla. Una hora de cola sin avanzar bajo un sol de justicia fue mi intento por entrar. No aguanté hasta el final. Lástima. Quedará por otra visita. Con hambre, caímos en la trampa de los turistas novatos sentados en un bar de medio pelo, O Caniço, en el cual comimos entre regular y mal. Para el postre, nos acercamos a la famosa pastelería de Belém donde venden los renombrados pasteles de nata. Otra vez cola. Las salas interiores abarrotadas.





Torre de Belém





Los pasteles de nata no son de nata, mas bien de crema pastelera someramente tostada con azúcar y canela. La pastelería lleva allí desde 1837 pero ahora no deja de ser una marca comercial que vende de forma industrial. Compramos media docena que nos comimos sentados en el Jardín Botánico Tropical. Una cosa es la fama y otra la calidad. Mucho mejores son los de la pastelería Manteigaria, en Rua de Loreto, al lado de la céntrica plaza de Luis Camoes.




Pasteles de nata de Belém





El Jardín Botánico Tropical desemboca en el Palacio de Belém tristemente disfrazado por una feria de libros y todo tipo de actividades. No pudimos valorarlo en su justa medida. Para volver cogimos un metro. Amarillo, típico, con sus asientos de madera. Sardinas en lata. Mucha fama, pero sobrevalorado. Para una foto, vale. Para usarlo, mejor cualquier otro transporte. Llegamos a Caís do Sodré.






 Palacio de Belém





Caís do Sodré: Estación que acoge metros, autobuses, trenes, tranvías y transporte fluvial. Para llegar a Belém es el punto de trasbordo. Saliendo a la izquierda en la calle se puede coger tranvía o autobuses con la misma tarjeta Carris. De esta estación salen los trenes ida y vuelta a Cascais y Estoril. Saliendo a la derecha, los ferry que llevan a Calcilhas, desde donde se puede subir al Cristo Rei.






Cogimos uno de los frecuentes ferries que te acercan a la otra orilla. Calcilhas, retorno al pasado del barrio pesquero santanderino con olor penetrante a fritanga de pescado, calles muy sucias, paseo al borde del mar en un estado demencial y desconchones por todas partes. En el desembarcadero, a la izquierda, la parada de autobuses donde hay que coger el 101 que sube al Cristo Rei, no vale la pena hacerlo andando. Una vez allí, banda sonora a toda pastilla de música eclesial. Al fondo la mole de 103 metros de altura con el cristo en la parte superior. Subida en ascensor y pequeño tramo estrecho para llegar a la terraza. Imposible echar una foto del cristo entero incluso tirado en el suelo. Perfecta vista de Lisboa al fondo y una vez más, salvando las distancias, me recuerda a Santander, con su perfil alargado, sus edificios de 4 0 5 alturas sobre el perfil en cuesta. En la base del cristo, vista al Ponte 25 de Abril, inspirado en el Golden Gate de San Francisco. Marta se hinchó a fotos desde todos los ángulos. El sol ya nos tenía fritos, literalmente. El cansancio empezaba a aflorar y era el primer día.






 

Cristo Rei, frente a Lisboa
Puente 25 de Abril, desde Cristo Rei




Vuelta al apartamento tras un ferry y un metro. Intentando seguir las indicaciones del callejero, nos perdimos en la subida que con el tipo de rampas al 15% castigó nuestra osadía de no ir con la ruta aprendida. Una vez en casa, tras cena rápida y 10 kms en las piernas de los paseos del día, caímos rendidos.





03-09-2018





Segundo despertar en Lisboa. Segunda vez que nos despierta el gallo. ¿Que bonito?. Al menos amanece nublado para evitar otro sofocón como el día precedente. Seguía con la sensación de repulsa hacia una ciudad sucia y destartalada pero agradezco la tranquilidad del barrio, silencio casi absoluto si no fuera por nuestro amigo gallináceo. Primera parada en la calle Villa Berta, muy cercana al apartamento, en medio del barrio de Graça según recomendación de un bloguero. Tenía su gracia, muy estilo vintás como dicen ahora. Camino de Santa Engracia y San Vicente da Fora me doy cuenta que, precisamente, el lunes está cerrado. Cambio de rumbo.





Villa Berta





Horarios: Los horarios en Lisboa son muy similares a los españoles. Apertura entorno a las 9:00 y cierres sobre las 18:30 para palacios, iglesias y monumentos varios. Hay que tener cuidado con aquellos lugares que cierran a mediodía o los que lo hacen algún día de la semana. Salvo en Belém no tuvimos que hacer colas muy largas.





Rula rulando por las callejuelas nos encontró el Mirador de Santa Luzía con una vista a media altura de Alfama y Mouraria, repleta de turistas ávidos de colecciones postales fotográficas. Mientras mis pomelos se quedaban en la balconada, bajé por una cuesta en la cual, al fondo, un grupo de japoneses con su guía paraban en la puerta de una casa normal y corriente donde una bigotuda lisboeta les ofrecía vino y al lado, en un pequeño pasaje, un guía eslavo enseñaba unas viñetas con la historia de la ciudad a algunos paisanos que debían haber olvidado el uso del jabón y el desodorante.




 
Mirador de Santa Luzía y sus alrededores





Guías o free tour: La ciudad está repleta de guías. Los habrá profesionales, encubiertos y aprovechados. Nos comentaron de hacer uso del servicio pero me resisto a pagar a una persona por lo que me gusta descubrir en persona. A lo mejor me pierdo algo, pero prefiero la sensación de aventura que algún falso conocimiento.






Deambulamos perdidos hasta toparnos con el Castelo de San Jorge. Parada obligada. Tras la toma de Lisboa por parte del rey Alfonso Enríquez en 1147, transformó la ciudadela mora en un castillo desde donde contemplar a sus pies la ciudad y el Tajo. El hiperactivo Manuel I, a comienzos del siglo XVI, lo abandonó por un palacio en la Praça del Comercio, convirtiéndose sucesivamente en teatro, prisión y armería. Tras el terremoto de 1755 quedó medio en ruinas no siendo restaurado hasta 1938.







Castelo de San Jorge





Terremoto 1755: Día de Todos los Santos para más inri. A las 9:30 tronó el primer temblor. Poco después otro meneo dejó la ciudad casi en ruinas. Los barrios ahora turísticos de Alfama, la Baixa, Barrio Alto y Chiado se derrumbaron casi por completo. Más de 20 iglesias enterraron entre escombros a miles de feligreses rezando en tan señalada festividad religiosa. Un tercer seísmo provocó un pavoroso incendio que asoló lo poco que quedaba. Como a perro flaco todo son pulgas, los terremotos provocaron un tsunami que inundó la parte baja de la ciudad. 15.000 personas perecieron. La ciudad tal como la vemos, es la reconstrucción realizada a partir de esa fecha, comenzada por el Marqués de Pombal, a la sazón, primer ministro. Poco sobrevivió de la medieval y anterior ciudad de Lisboa.









El castillo destaca por las estupendas vistas de toda la ciudad, las mismas o parecidas que los múltiples miradores existentes en toda la zona más antigua, lo cual da una idea de la multitud de cuestas (y cuestan de verdad). Almenas con trazados imposibles, paseos arbolados, la Torre de Ulises con su bandera ondeante. Me encantan los castillos. Escucho el repiqueteo de las herraduras de cientos de caballos de la guardia real escoltando a los reyes. El trasiego de la franela de las sirvientes en las cocinas preparando opíparos banquetes. El retumbar lejano de marinas de guerra intentando tomar al asalto la ciudadela. Huelo la cera de las velas donde los literatos y poetas tejen sus libros. Huele a historia. A simples vidas de herreros, palafreneros, vigías o damas de compañía riendo o llorando como se ha hecho, se hace y se seguirá haciendo siempre, dará igual los avances técnicos de los que dispongamos. El ser humano cambia poco, tan solo lo hace su entorno, normalmente por su culpa. En estas visitas podría echar todo un día para disfrutar de cada ángulo, de cada historia que sugiere cada recodo, de cada olvido, de cada ilusión, de cada vida.








 Castelo de San Jorge





Fuera de la ciudadela almenada hay una barriada que vuelve a cumplir con mi estereotipo de calles sucias, fachadas pintarrajeadas, edificios abandonados, basura y dejadez pero el rechazo va dejando paso a un nuevo sentimiento, la indiferencia. Veo lo bueno, desecho lo malo. Esto último tiene solución. Tras un par de horas, a la búsqueda del restaurante Da Prata 52 (https://youtu.be/qrHFg47Mopk). Totalmente recomendable. Situado en la calle del mismo nombre, tiene una decoración retro de artilugios de otra época (tocadiscos, planchas, teteras, etc.). Ocho o diez mesas no más. El menú tiene variedad. Los platos, como te avisan, son pequeños, así que pedimos 6 para compartir. El que parecía el dueño del local se molestó en explicarnos con detalle cada plato, sus ingredientes y como se cocinaba. Nos dio sugerencias. Se notaba mucho que disfrutaba con su trabajo. Un 10 por el servicio, por la comida y por la experiencia.








Restaurante Da Prata 52




Muy reconfortados nos dirigimos a la Sé (iniciales de Sede Episcopalis), catedral de Lisboa. Sus inicios datan de 1150. Sufrió daños por varios terremotos durante la edad media y rematado por el de 1755. Lo que hoy se contempla es una mezcla de estilos derivados de las distintas reconstrucciones. Fachada difícil de fotografíar por el reducido espacio de la plaza, a rebosar de tuks que no dejan espacio a la imaginación.  Justo a la entrada, en una de las jambas me llamó la atención un símbolo muy querido. Interior austero, como casi todos los templos en Lisboa. Una vez dentro, siempre le doy la vuelta al comentario de mi medio pomelo sobre mi afición a las iglesias pese a mi nula religiosidad. Siempre respondo lo mismo, el arte lo es, da igual la parafernalia que pueda haber detrás. Y si hay algo que abunde en Europa son iglesias. Algunas espectaculares como el San Pedro del Vaticano, otras menos, pero todas con su historia de capellanes zumbones por las sacristías, monseñores atrabiliarios detrás de su obispo, canteros que delinearon cada bloque que alzó el templo, vidrieros que dieron color y vida a santos desdibujados, el aroma secular a doctrina impuesta, cada historia de miedo y angustia que intentábase apagar rezando a la luz tenue de cientos de velas. Las iglesias son algo más que las sedes de una confesión religiosa, son hornacinas que acumulan miles, millones de pequeñas historias que no podemos ni debemos borrar. No tiene nada que ver con ser o no religioso.




Sé, catedral de Lisboa con la conexión cántabra





Pegado a la Sé está la iglesia de Santo Antonio a Sé, en remodelación de la fachada en estos momentos. Según leí en algún libro, San Antonio de Padua, era lisboeta. Que luego se trasladara a Italia no ha al caso, pero esta iglesia se erige sobre el presunto lugar donde estaba la casa donde nació. Iglesia sin mucha gracia si no fuera por la cripta que, adornada con azulejos azules y blancos (de ahí la palabra azulejo, me imagino que si fueran verdes se llamarían verdejos), embocaba sobre el pesebre antoniano.




Interior cripta San Antonio a Sé





Buscando aire libre, nos encaminamos hacia las orillas del Tajo donde en la rua dos Bacalhoerios (bacaladores) está la Casa Dos Bicos, con una facha de piedra blanca con múltiples adornos pungentes en forma de diamante. En la zona baja casi todas las calles tienen nombres que evocan los profesionales que en ellas trabajaban. Además de la de los bacaladores, están la Rua Da Prata, Rua Dos Douradores, Rua Da Correeiros, Rua Do Oro, Rua Dos Sapateiros que desembocan en la Praça do Comercio más conocida como Terreiro do Paço (algo así como la zona de palacio)), diáfana, abierta al mar, con un innegable ambiente veneciano, construido por el espitoso Manuel I. A ambos lados de la zona palaciega se yerguen dos edificios porticados colmados de comercios de restauración. La parte sur se abre al Tajo con una escalinata que usaban los reyes para abordar sus buques cuando tenían que viajar vía marítima. Nos acercamos a mezclarnos entre las gentes. Descansamos un rato disfrutando del olor de agua dulce de río mezclada con el salitre que arrastra el Atlántico por el estuario. En medio de la plaza, una estatua ecuestre de Jose I.




Casa dos Bicos

 
Praça do Comercio






Política: Portugal es una república desde su proclamación en 1910 con la caída del rey Manuel II, sucesor de Carlos I el cual fue asesinado en la Praça do Comercio en 1908 junto con su hijo Luis Felipe. Tras unos años turbulentos, a primeros de los años 30 se hizo con el poder Antonio de Oliveira Salazar, demócrata pero menos, que con las triquiñuelas habituales de los dictadores del siglo XX se hizo con el poder total durante casi 40 años (cuantas similitudes con el general inhumado). Tras una oportuna apoplejía, fue sustituido por un acólito en 1968 hasta la caída de la dictadura en 1974 con la revolución de los claveles. Si, Portugal es una república, pero Lisboa está repleta de todo tipo de monumentos y esculturas en las plazas dedicadas a todos y cada uno de sus reyes. Son monarquicannos.






Rua Augusta, un feo ejemplo de urbanismo seducido por tiendas de baratillo. Girando al oeste nos topamos en el Elevador de Santa Justa que salva la altura entre el nivel del mar y el barrio de Chiado. Aquí si que había colas, una para comprar los billetes, otra para subir. No vale la pena. Dando la vuelta por detrás, por la Rua do Carmo, se puede acceder al balcón del elevador. Antes, la plaza del rey Dom Pedro IV (o de Rossio por la estación en la parte norte) donde comprobé lo fácil que es adquirir drogas. En un breve paseo solo de 5 minutos se me acercaron varias personas a ofrecerme hachís y cocaína. Al fondo el Teatro Nacional, muy al estilo parisino. Flanqueando al rey Pedro IV, dos fuentes verdosas que lucirían elegantes con una mano de limpieza. En un lateral, la Praça da Figueira, hermana pequeña de la anterior con la foto de ¿quién? pues si, otro rey, éste Joao I, con un pequeño mercadillo con batiburrillo de comidas, maletas o adornos varios y gallos de algo parecido a la porcelana.




Praça de Dom Pedro IV y Elevador de Santa Justa





A media tarde, en la zona céntrica, pasean todos los turistas posibles y algunos más. Animación de músicos callejeros. Pintores de brocha gorda o pincel delicado. Mucho bullicio que invita a zambullirse como uno más en el paisaje. Acometimos la rua do Carmo corta pero con bastante desnivel. Lisboa es la ciudad ideal para preparar cualquier carrera con su inacabable sube-y-baja. Girando por dos veces te encuentras ante la Igreja Do Carmo, ruinas de la iglesia gótica que se alzan desnudas sin techo desde el terremoto de 1755, dominando la Baixa, mudo testimonio de un día negro. Visita que quizás no atraiga pero es imprescindible para retornar casi 300 años atrás cuando sacudida tras sacudida el templo se cayó, literalmente, sobre las cabezas de los parroquianos. Agotados ya por tanto andar, Rossío para buscar el camino al apartamento. Por segundo día consecutivo perdimos la ruta y dimos muchas vueltas. Fue la última vez, el gps de Inmaculada nos dejó claro el camino. Intentamos cenar por los alrededores pero tras varios minutos sentados en una mesa de una franquicia llamada A Padaria Portuguesa, nos levantamos con 15 kms en las piernas (25 en dos días). Cena en casa, de vernos el sábado siguiente empujados por las pilotas del avión para ocupar nuestros asientos.






Igreja do Carmo





04-09-2018






Tercera despertá. ¿No darán algún día libre al gallo?. Decidimos buscar donde desayunar en nuestro barrio de Graça. Escogimos un local aseado con mucha oferta de pastelería, aunque habrá que darles una lección de como preparar tostadas con aceite y tomate, no esos mazacotes de pan, a sueldo del colegio de dentistas.





Incendio del Chiado: En 1988 un incendio destruyó parte del barrio. La llama prendió en una tienda de Rua do Carmo llevándose por delante edificios del siglo XVIII, oficinas y tiendas. Ya restaurado, una placa conmemora a todos los que echaron una mano para apagar el fuego.










Segundo día por el centro de Lisboa. Comenzamos por la Rua Garret, principal calle de la zona céntrica, famosa por sus tiendas de libros, ropa y cafeterías destacando la librería Bertrand a decir de ellos, la más antigua del mundo, abierta desde 1732, para mí, un tugurio húmedo con paredes sucias y una colección de libros previsibles.









Pasear por Lisboa: Pues hay que ir preparados. Es una ciudad que se hace dura por las cuestas de la zona más turística. Al norte, la ciudad mas moderna, con sus amplias avenidas, parques, centro financiero y hoteles de lujo. Es una ciudad muy segura pese a las frecuentes caras diferentes que dan respeto por ese miedo atávico a lo distinto. Nadie te importuna, nadie te molesta. Seguro que hay delincuencia, pero salvo casos muy contados, no la detectamos. Cuando las autoridades portuguesas sean conscientes de la perla en bruto que tienen entre manos, acelerarán todas las obras de restauración de fachadas y calles que embellezcan la ciudad. Mi sensación de indiferencia va dejando lugar a un ligero aprecio por ese aroma de hogar añejo.






La cafetería A Brasileira, desde 1784, clon de tantas cafeterías similares del Madrid castizo en cuya puerta hay una estatua sedente de Fernando de Pessoa donde nadie deja de hacerse una foto en la silla vacía en la que te invita a acompañarlo. Mas adelante, enfrentadas, las Iglesia de la Encarnación en la cual daba misa un cura negro (la primera vez que veía un caso igual) y la Iglesia de Loreto, conocida como de los italianos (la llaman así porque la diseñaron dos transalpinos) que haciendo honor a su sobrenombre estaba invadida de connacionales. Al frente, la plaza de Luis Camoes, por la que pasamos varias veces en la semana dado que al final, como todas las ciudades, (y Lisboa por su tamaño más), revisitas los mismos caminos. Campeando, la estatua del Cervantes portugués, del Chespir portugués, Luis Camoes, escritor de la epopeya en verso Os Lusiadas, el Quijote portugués.




Estatua de Fernando de Pessoa

 

Iglesia de los italianos

Praça de Luis Camoes




Literatura Portuguesa: Reconozco que he leído poca. Algo de Eça de Queirós, algo de Saramago, algo de Pessoa, poco más. En general, la veo algo triste, desesperada, repleto de eso que ellos llaman saudade, a lo que yo llamaría falta de sangre. En todo caso, me comprometo a leer, al menos, Os Lusiadas. Si lo conseguí con El Quijote, que será una obra cumbre de la literatura, pero a mi me parece un tostón de mucho cuidado, debo cumplir con Camoes.






Por la parte derecha de la plaza de Luis Camoes corre la Rua de Loreto, al comienzo está la pastelería Manteigaria que como dije con anterioridad, hace dos o tres siestas, los pasteles de nata son mucho mejores. El empedrado en la zona, sucio y pegajoso de noche tras noche de botellón. Con subidón de azúcar recorrimos la Rua de Loreto hasta el elevador da Bica que además de caro estaba asquerosamente sucio. Al fondo a la izquierda, el mirador de Santa Catarina, el hermano feo del resto de miradores, pero buen lugar para pillar drogas, o al menos esa impresión me dio tras que dos personas me volvieran a ofrecer. Las calles se abren a travesías imposibles, con escaleras resbaladizas y pasamanos con millones de pasadas de manos. Nos adentramos en el callejeo de Chiado, el que todo el mundo recomienda, para perderse por allí, lo cual se puede conseguir fácilmente. Las calles no estaban diseñadas si no echadas al tuntún. La risa fue por barrios. Muchas calles sucias y pestilentes. Algunos locales pequeños y sugerentes hasta alcanzar el mirador de San Pedro de Alcántara, justo encima de la estación de Rossío. No pudimos disfrutarlo por estar en obras, pero es la vista contraria de nuestro barrio con el mirador de Graça al fondo. Dejé a mis pomelas sentadas y me aventuré a buscar la Praça del Príncipe, pequeña, familiar, coqueta, a falta de un vendedor de gofres como en el paseo Pereda de Santander. De vuelta, intentando coger otro camino, me perdí y me castigó un kilómetro de callejero innecesario. Parada en la iglesia de San Roque, feota fachada y un interior oscuro, recargado y poco atrayente. La parada de metro mas cercana estaba en la Praça de los Restauradores con un obelisco que conmemora la independencia de Portugal de España en 1640.






 Elevador da Bica

Travesías en Chiado

Mirador de San Pedro de Alcántara




Reino Ibérico: Portugal y España, además de en los remotos tiempos de la Reconquista en los cuales los conceptos de Portugal y España no estaban ni esbozados, formaron un solo reino desde 1580 hasta 1640 durante los cuales tres Felipes, II, III y IV fueron sucesivamente reyes ibéricos. Con la decadencia de la casa de los Habsburgos españoles, no se pudo atender a la vez las revueltas en Flandes, los reinos itálicos, Inglaterra y Portugal. Mas que independizarse, se fueron.






Comimos en el Italy Caffé (http://www.italycafferistorante.com/en/), en la avenida Duque de Avila, en el barrio de Saldanha. Me di el gusto de practicar mi bisoño italiano pidiendo la comida y la cuenta. La especialidad de la casa, Spaghetti a la Forma te la cocinan a la vista, mezclando la pasta ya hervida con la salsa en el cuévano que forma la carcasa de un queso parmesano gigante. Otro acierto de María y Josemi. Por la tarde paseamos por esta zona más nueva. Nos acercamos a la Praça da España, horrorosa. Bordeamos unos nuevos almacenes, que están empezando, El Corte Inglés. El parque de Eduardo VII, pues ni mucho ni poco, con setos si recortar hace meses, un lateral en obras y el otro casi invisible tras unas rejas. La plaza del Marqués de Pombal separa el parque de Eduardo VII de la Avda Liberdade.





Italy Caffé

Parque Eduardo VII


Praça Marques do Pombal






Circulación: Lisboa está sobresaturado de carreteras grandes y pequeñas, vías y cables de tranvía, tuks, autobuses y coches privados. Quizás los tranvías coloridos le den un toque pintoresco, pero deberían peatonizar más calles, ganando terreno para los viandantes que en muchas calles y plazas se deben lanzar a la aventura para cruzar al otro lado.






La Avda Liberdade es la calle de las tiendas de las mejores marcas de moda, tienen su sucursal en esta larga y arbolada alameda de irregulares aceras que te obligan a estar atento para no tropezar con algún adoquín mal posicionado y ver el suelo más de cerca. En un alto en el camino me escabullí para subir a pie por el elevador de Lavra, 225 escalones, para llegar al Campo Dos Mártires, otro parque familiar con patos y gallos. A la salida, la estatua del doctor Sosa Martins, médico del siglo XIX calificado como milagrero al pie de cuya estatua tiene depositados cientos de exvotos en agradecimiento de presuntas curaciones milagrosas.






 Avda da Liberdade

Campo dos Mártires

Monumento a Sosa Martins




Praça Dos Restauradores y Praça de Rossío. En esta compramos un helado en una de las innumerables pastelerías en las que abundan todo tipo de pasteles dulces y salados y, en una esquina, ofrecen helados. Por la misma acera, la llamativa tienda de El Mundo Fantástico de la Sardina Portuguesa, decorada las paredes con miles de latas de sardinas con el año de fabricación rotulada en la tapa, con su pequeño trono y tiovivo. Turistas a cientos, no sé cuantos comprarían género, nosotros no. En cualquier pequeño local ofrecen la especialidad gastronómica, el bacalao, que lo cocinan de mil maneras. Paseando y tras otros 13 kms (38 acumulados), llegamos en estado catatónico al apartamento.



Avda Dos Restauradores

Estación de Rossío


El mundo fantástico de la Sardina portuguesa





05-09-2018






¡Vaya con el gallo¡. Como esto siga igual tendré que hacerle una visita. Primera excursión programada fuera de Lisboa: Sintra. Hay una línea directa desde la estación de Rossío, no tiene pérdida incluso para un desastre como yo. Cada 30-40 minutos sale un tren en esa dirección. El tren, a rebosar de turistas. Enfrente de nosotros se sentaba una persona oriental, seguramente china, que cuando se despertó tenía cara de haberse subido en Pekín y tras el sueñecito no tenía muy claro donde estaba. Una hora en llegar por que pese a los escasos 40 kms, se para en todos los apeaderos y paradas existentes. Sintra, ni taxi ni tuk, a la salida a la derecha sale el autobús 434 que te lleva directo al primer destino, el Palacio Da Pena, eso sí, en nuestro caso, tras 1 hora de insoportable hormigueo por sus rampas de acceso.




 

Otras visitas: Todo el mundo dice que se puede ver Lisboa en dos o tres días. Cierto. Apretando un poco y seleccionando es más que suficiente, aunque en ese plazo es más que posible que no acabes descubriendo la auténtica Lisboa, la que te acoge. Además de las renombradas Sintra, Cascais o Estoril a una distancia cercana en transporte público están el palacio barroco de Mafra, Colares y su piscina de agua natural, el Palacio Nacional de Queluz, Cabo Espichel y Setúbal con su bahía.





Las entradas al Palacio Da Pena se pueden comprar de forma anticipada por internet como casi todos los monumentos turísticos, evitando hacer doble cola. Dentro hay un microbús que por unos pocos euros te sube a la parte alta, para los poco deportistas. El parque es muy amplio, para verlo con detenimiento seguramente harían falta todo el día o incluso dos, pero nos concentramos en el palacio. Auténtico cuento de hadas. Construido a instancias de Fernando, rey consorte de María II, durante el siglo XIX, es un exin castillos de colores. Con tiempo y espacio, cada centímetro es una postal. Los rojos y amarillos bajo el cielo azul destacan a decenas de kilómetros. Desde su almenas se ve a poco distancia el Castillo de los Moros.













Palacio Da Pena



Castillo de los Moros


Otra vez en el 434, nos apeamos en el centro histórico a 10´escasos a pie de la estación de trenes. Al frente el Palacio Nacional, comenzado en el siglo XIV por Juan I. Demasiado sobrio y austero. Tras una comida pasable en una local pasable consistente en pasables bocatas de tortilla de patatas, visitamos el interior, reflejo del exterior. Salvo la Sala de los Blasones, adornadas por azulejos con escenas campestres y decenas de escudos heráldicos de las familias portuguesas más renombradas el resto no aporta mucho más que la fachada. Parece el palacio de campo de una familia real pobre.




Palacio Nacional de Sintra



La última visita, Quinta da Regaleira. De lejos, el puntazo del viaje. Por mucho que quisiera decir, nada se acercaría con la realidad. Construido en el siglo XIX por un millonario muy aficionado al ocultismo esta repleto de túneles, pasillos, palacetes y diversos entretenimientos. Le dedicamos tres horas y media, pero podríamos perdernos en este parque días y creo que no acabaríamos nunca de conocer todos sus rincones. No vale perdérselo (https://marcopolito56.wordpress.com/historia/el-misterio-de-la-quinta-de-la-regaleira/).


















De regreso a Lisboa, Alfama a cenar en Café Rio (https://cafedorio.pt/wp/es/homees/), hamburguesas de autor, sin pan. Tercer gran acierto de María y Josemi. Buena calidad, buen precio, buena cantidad. Con la tripa llena, dimos un paseo nocturno para ver las calles céntricas a media luz. Cuando llegamos al apartamento el güifi me anuncia por guasá que soy ya tío-abuelo por el nacimiento de Sofía, la hija de mi sobrino Manuel. Me hago mayor por momentos. Tras otros 15 kms (53 acumulados) ni pensar me da tiempo antes de dormir.




Café do Rio





06-09-2018






¡¡Como pille al gallo y al gallifante de su dueño se van a enterar¡¡. Tras varios días en Lisboa, viendo que tenemos cubiertos casi todos los objetivos, nos fuimos a Cascais y Estoril. No estaba en el plan, pero hay tiempo para todo. Primero, parada de metro de Caís do Sodré para enlazar con el tren hacia Cascais, como la línea a Sintra, única de ida y vuelta. Al bajar paseando hacia la plaza de Martín Moniz, noto como la metamorfosis se adueña de mí. Del rechazo de plano del primer día, pasando a la indiferencia posterior, me torno enamoradizo. Lisboa te atrapa poco a poco. Ni es la eterna Roma, ni la imperial Londres, ni la romántica París, ni la cosmopolita Nueva York. Es otra cosa. Es una ciudad con un no-se-qué anejo que le adorna una pátina entrañable. El Santander de los 70 se funde con la Lisboa ajada pero viva, sucia pero vívida, dejada pero cercana. Tiene un pie en el pasado, otro en el futuro. Seguro que volveremos y espero que el dragón del consumismo no devore su alma nostálgica en el altar del dios dinero.








Tras un recorrido anodino, desembocamos en la costa de Cascais, bañada ya por el Atlántico. Cascais tiene tres playas rodeadas de edificios colonizados por comercios y fastuosas mansiones en las afueras que alcanzó notoriedad cuando el rey Luis I se vino de veraneo regio en el siglo XIX. Tiene un aire sesentero que debió hacer las delicias de Ian Flemming, del cual dicen que se inspiró en estas calles para escribir los guiones de James Bond. Las playas, pues las hemos visto mucho mejores. El día salió nublado, todavía más deslucido. Nos dejamos arrastrar por la gente que seguía el paseo de la línea de costa. En el cabo, la ciudadela del siglo XIX. 





Cascais





El cabo de Santa Marta se divisa rojo y blanco, pero de mínima altura, poco debe servir para su cometido. Empezamos a ver casoplones, sin exagerar. De todos los colores, de todos los tamaños, con parcelas inmensas. La casa-museo de los condes de Castro Guimaraes, con su playa privada incluida, relatan una historia de lujo que no ha de volver. Algunas mansiones recientes, otras aparcadas en los 70, pero todas con ese aire de dandy millonario. 





Cascais




Tras varios kilómetros de paseo, la Boca do Inferno, una gruta natural en los acantilados con alma portuguesa, esto es, suciedad y basura por todas partes. Comimos en uno de los muchos restaurantes para turistas, sorprendentemente bien, no así los helados, atraco a mano armada en una de las heladerías locales.






Boca do Inferno, Cascais





Desde Cascais, paseando, en poco más de tres kilómetros al borde del mar se llega a Estoril. Amplio y limpio, con nuevo expediente de palacetes y mansiones. 




Paseo de Cascais hasta Estoril





Ya en Estoril, en la que resultó ser la embajada de la Orden de Malta, se celebraba en ese momento una boda de ingleses. Rubios, escandalosos, cuatro bodas y un funeral, inconfundibles. Nos dejamos imbuir por ese halo de todo es posible que rezuma cada boda. Es cierto que una de cada tres bodas acaba en divorcio, pero en ese momento, en ese lugar, viendo aquellos novios, volví 21 años atrás cuando Inmaculada me hizo el hombre más feliz del mundo dándome el sí quiero.









 Estoril





De vuelta, callejeamos otra vez por Chiado y Barrio Alto, para acabar sentados oyendo a una pequeña orquestra en la plaza de Luis Camoes. Que sí, que me leeré Os Lusiadas, pero en castellano, ¿eh?. Viendo el mapa vi que cerca estaba otra de las recomendaciones para comer de María y Josemi, el restaurante Os Bons Malandros (https://www.eltenedor.es/restaurante/os-bons-malandros/216125), en la cuesta del elevador da Bica. Tras dudar por un menú que no nos decía nada, entramos. Nos atendió el que también parecía ser el dueño. Nos contó su vida en 30 segundos. Hijo de portuguesa y canadiense, había vivido en muchos sitios entre ellos Madrid y Granada, tenía un castellano perfecto. Muy buena cena, calidad, buen servicio. A partir de ahora, cuando proyectemos un viaje, tendremos que mandar por delante a María y Josemi para que nos redacten la guía gastronómica.









Tras la cena, pasamos por la puerta de Manteigaria, pero no nos cabía ningún pastel de nata. Volvimos a ver a la orquesta, ahora en la Rua do Carmo, cantando y liando a las turistas con sus capas, algo así como si fueran tunos portugueses. Julia y yo nos paramos ante un mago callejero, de cartas resudadas, pero de buena prestidigitación. Tras 19 kms (72 acumulados), agotados, nos fuimos a dormir por aquellas cuestas. Otra cosa no, pero el apartamento era de altura.






 Manteigaria, los mejores pasteles de nata de Lisboa





07-09-2018






Ultimo día. De verdad, que me cargo al gallo, a su dueño, a la vecina y a todas las gallinas en 10 kms a la redonda. Como odio los gallos. No los soporto.






¡¡Como no iba salir un día a correr por las calles de Lisboa¡¡. Aunque muy cansado por los días precedentes, me levanté a las 7:00. Sin pensármelo mucho me vestí, dejé a mis pomelos durmiendo y eché a correr. La niebla lo cubría todo. Sin plano ni gps me aventuré a subir a la parte alta de la ciudad por la Avda Almirante Reis. En mi cabeza llevaba el plano, pero mucho era no equivocarse. Torcí dos calles antes de lo previsto, aún así conseguí llegar a Campo Pequeño, con un leve parque y la plaza de toros mas exótica que he visto, roja, con una fachada arabesca. De allí a Campo Grande, grande de verdad, algo dejado, pero muy largo, ideal para correr y pasear. Como no puede ser de otra forma, me tocó balizar a mitad de camino. Retorné al centro para corretear bajo el encanto decadente de las calles céntricas al amanecer. El sol, ya vencida la niebla, me iluminaba la cara. 17 kms de carrera.




Plaza de Toros de Campo Pequeño

Campo Grande




Deporte: Lisboa, como he ido relatando, tiene muchas, pero que muchas cuestas, pero toda la zona de la ribera del Tajo es adecuada para correr. Es una lástima que no lo sepan todavía, pero podrían limpiar kms y kms y muelles, poner paseos de madera o vías verdes para disfrutar del aire ribereño. Debe ser que los políticos lisboetas viajan poco y no ven otras ciudades.






Salimos de casa a rematar la faena. Alfama para ver Santa Engracia y San Vicente da Fora que se nos quedaron colgadas el lunes. La iglesia-museo de San Vicente da Fora es el panteón nacional donde están enterrados los reyes de la dinastía Braganza. A la entrada hay una ventana interior que da a una cisterna donde almacenaban agua, similar (a pequeña escala) a la gigantesca cisterna de Constantinopla. Todas las paredes decoradas con escenas de azulejos, incluida una exposición que representaba las fábulas de La Fontaine. La sala tumular real es simple, austera, como casi todos los monumentos portugueses, destacando en el centro los dos ataúdes de Carlos I y su hijo Luis Felipe, asesinados en 1908, a cuyo cabezal vela una monja esculpida que reza por ellos. Desde la terraza de San Vicente se aprecia una panorámica de Santa Engracia a la cual nos dirigimos a continuación. Esta iglesia, hoy solo museo, es el panteón nacional, dedicado a grandes personalidades desde Enrique el Navegante y Vasco da Gama al futbolista Eusebio, el más grande hasta la fecha. ¿Cuándo le toque la última hora a Cristiano Ronaldo, le harán hueco, o su enorme ego no cabrá en Santa Engracia?. La cúpula es gigantesca y las escaleras que te llevan a la terraza agotadoras. 







San Vicente da Fora




Santa Engracia




Una vez tachadas de la lista, bajamos hasta Santa Apolonia a coger el metro para ir al Parque de la Naciones, en la ribera norte del Tajo, cercano al kilométrico (17 kms) puente Vasco Da Gama que une ambas orillas y aligera parte del tráfico del más céntrico puente del 25 de Abril. Este parque fue sede en 1998 de la Exposición Universal y quedó anclado en ese año. Muchos edificios, pero casi todos aparentemente vacíos. En uso solo la torre Vasco Da Gama, con un hotel de lujo a cuyo pie había aparcado coches de muy alta gama, el centro comercial que ¿cómo se llamaba?, pues si, Vasco da Gama, desde el cual parte un teleférico que te llevaba a unos 25 metros de altura paralelo a la orilla. También está el pabellón donde se hizo Eurovisión este año, donde Almaya llevaron a España a otro fracaso triunfito. Comimos de aquella manera en el centro comercial y nos dejamos achicharrar por unos helados de Haagen Dazs.









 Parque de las Naciones





Por la tarde, barrio de Estrela donde paseamos zombis por su jardín relajante y la basílica, que con tantas iglesias vistas, seguro que no la supimos apreciar. De caminata para el centro, el Palacio de Sao Bento, el homólogo del Congreso de los Diputados madrileño. Ultimas miradas por Barrio Alto, Chiado, Alfama y Graça, a la mañana siguiente de vuelta. Tras los últimos 12 kms (84 para mis pomelos, 101 para mí), de vuelta al apartamento a recoger.




 Basílica da Estrela
 Palacio de Sao Bento
Jardím da Estrela





08-09-2018






4:00 suena el despertador. El gallo dormido felizmente. 5:00 cogemos un taxi. 6:00 facturamos. 8:00 despegamos. 10:30, aterrizamos en Madrid y desayunamos. 16:30 llegamos a Alicante para recoger el coche. 18:30 entramos en casa. 20:00 Lisboa es historia.






Volveré. No sé si todos juntos, si los dos solos, si con otras personas, ni cuando, ni si en avión o coche (la distancia es muy parecida a la que hay a Santander), pero volveremos. La desprecié el primer día, partí enamorado. Hasta pronto Lisboa.




Cantabria Infinita



Roma Victrix ¡¡¡


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