lunes, 20 de mayo de 2024

Dublín, Irlanda, mayo 2024

 



En un pasado remoto los celtas partieron de Europa oriental para asentarse en las costas atlánticas de Francia y España. Más tarde cruzaron el mar hacia las Islas Británicas donde fueron arrinconados por los diferentes invasores romanos, anglos, sajones o vikingos. En Irlanda resistieron a los asentamientos vikingos y a la invasión de los británicos. Hoy la isla esmeralda es el centro del mundo celta, descendientes directos de los mismos que poblaron Cantabria hace siglos. De viaje a la tierra de unos primos lejanos a los que no conocía pero con los que tengo un pasado común.




 Esta vez fue una decisión fácil. Ambos estábamos de acuerdo en que nuestro próximo destino tenía que ser Irlanda. No quiero ser un moñas empalagoso pero viajar con Inmaculada, con lo bueno y lo malo, es la mejor experiencia que puedo desear.


 

Jueves 02/05/24




 

No aprendemos, otra vez madrugón. Nuestro vuelo despegaba desde Alicante a las 07:20. Antes de las cuatro de la madrugada teníamos que ponernos en movimiento. Las maletas terminadas. Aparcamos el coche en un aparcamiento de larga estancia, Khan Low Cost Parking, que por 21,50 euros guardaron nuestro coche cinco días. Nos llevaron y recogieron de la terminal. Volamos con Ryanair, cruzando los dedos por no tener ningún problema, porque esta compañía es la reina de las incidencias. Cero problemas. La tripulación en ambos vuelos era española y las comunicaciones en inglés y castellano. Un poco apretados, eso sí. Las piernas casi clavadas en el asiento de delante y no soy de piernas largas.

 

Aterrizamos en Dublín a las 09:15, hora local, allí hay una hora menos, la misma que teníamos que tener nosotros. Seguimos con el horario central europeo, la que escogió el pequeño dictador tras la guerra civil, para parecernos lo máximo posible a sus queridos amigos nazis. Aeropuerto pequeño. Contratamos el traslado a la ciudad con Aircoach, empresa de autobuses que por 18 euros te hacen el recorrido ida y vuelta, con varias paradas en el centro de Dublín. Se puede contratar por internet y con el código bidi te validan el billete.



 

Cuando llegamos estaba nublado, calabobos y algo de frío. Irlanda presume de tener las cuatro estaciones cada día. Pasan del frío al sol, de la lluvia al calor, en cuestión de minutos. No nos debemos quejar, salvo algo de lluvia ligera, ni llovió ni las condiciones meteorológicas nos impidieron ver nada. Lo primero, acostumbrarse al tráfico por la izquierda, como los ingleses. Los suecos, en los 70, lo cambiaron de un día para otro. Los japoneses lo mantienen debido a que fueron empresas inglesas quienes construyeron los ferrocarriles en la misma dirección inversa. Con el esfuerzo de desbritanización que están realizando en las últimas décadas, sorprende que mantengan el tráfico como los ingleses.



 

En poco más de 20 minutos llegamos a O´Connell Street, principal calle dublinesa, donde estaba nuestro hotel, Holiday Inn. El autobús nos dejó a 2 minutos caminando. Los hemos visitado mejores. La habitación estaba bien, algo pequeña. Aseo curioso. Buen servicio de habitaciones pero pocos muebles. La cama muy cómoda. El desayuno muy soso, todos los días lo mismo. Huevos revueltos, salchichas y un bacon incomible. Menudo pecado. Tostadas, cereales, magdalenas y croissants. Té o café. No me gustó. Lo mejor, Pilar, en la recepción. Enfrentados como siempre al inglés, nos lo hizo muy fácil, encantadora y encima santanderina. No se pudo pedir más. Eran las 10:00 cuando llegamos y nuestra hora de entrada eran las 14:00, así que dejamos nuestras maletas allí y salimos  a pasear.


 

Dublín? Ni es Nueva York, ni París, ni Londres. Ni falta que le hace. La primera impresión no fue buena. Ciudad gris, oscura, casi provinciana, paredes húmedas y ennegrecidas. Que equivocados estábamos. Nos enamoró en pocas horas. La visita histórica, dos días como mucho. Los paseos, si el tiempo acompaña. El ambiente es insuperable. Las calles a reventar. Los comercios repletos. Y los pubs. Increíbles, siempre había gente, siempre había marcha. Es una ciudad para disfrutar y pasárselo bien. Y olvidarse de todo los demás. Es plana, sin metro, con tranvía y autobuses pero por su tamaño no es necesario el uso del transporte público. Es una ciudad para una escapada cada dos o tres años.

 




Salimos a O´Connell Street, la avenida más amplia, con hoteles, tiendas de regalos, paradas de los autobuses y taxis. A lo largo de la alameda central diversas estatuas de personajes de la historia reciente irlandesa. En una punta, Parnell, el que declarara la independencia tras el levantamiento de Viernes Santo de 1916. En la otra, el propio O´Connell, líder nacionalista de mitad del siglo XIX. Detrás de la estatua de Parnell, el Garden of Remembrance, en honor y recordatorio de todos los irlandeses que dieron su vida durante la rebelión de 1916. Porque parece que Irlanda es un país de los de siempre pero no, hasta 1921 no obtuvieron del Reino Unido la consideración de Estado Libre y hasta 1949 no vieron proclamada su república.



 


En O´Connell Street vimos varias tiendas Carrolls, venta de regalos, para el último día. Con algo de calabobos pasamos al lado de la GPO, la central de correos, centro de operaciones de los nacionalistas durante los hechos de 1916, donde resistieron pocos días y de donde se los llevaron camino de la cárcel y el paredón. En el centro de la alameda, The Spire, una gran aguja con 121 metros de altura, con una luz en su cénit. Erigida en 2002, dicen que es la estatua más alta del mundo. A vueltas con las competiciones. Cada vez que vamos de viaje, tienen el jardín más grande, el río más caudaloso, lo que sea más y más. En esa ubicación había una estatua del almirante Nelson, irlandés de nacimiento, que venció a Napoleón, al que sus compatriotas no guardan afecto. El ínclito, gran héroe británico, como respuesta a su origen irlandés respondía altaneramente que haber nacido en una cuadra no lo convertía en caballo. Que pena renunciar a tus orígenes y mucho menos por ser británico, un pueblo que durante siglos ha demostrado que presumen de honor cuando son unos meros invasores oportunistas egocéntricos. Por donde pasaban solo han dejado miseria y problemas. Ahí está la guerra entre Israel y Palestina. Fue el Reino Unido, colonizador de la zona, quien le dio a los judíos la posibilidad de establecerse en aquellas tierras porque una novela decía 2.000 años atrás que era suya. De aquellos polvos, estos lodos.




 

Dublín está atravesado de oeste a este por el río Liffey. La parte norte, la obrera. La parte sur, donde vive la gente con dinero. El Liffey desemboca en el mar de Irlanda, adonde se asoma la ciudad. Se puede atravesar por varios puentes a pocos centenares el uno del otro. El más grande, O´Connell Bridge, que es igual de ancho que de largo. El más conocido y lustroso, Ha´Penny. Los más modernos, de Calatrava. Durante 1840 las excavaciones en sus orillas han revelado 40 tumbas vikingas, lo que convierte a la ciudad en el cementerio vikingo más grande fuera de Escandinavia.



Era poco más de mediodía y las calles estaban repletas. Entramos en la zona de Temple Bar. Sir William Temple adquirió estos terrenos pantanosos en 1600 para atraer el comercio. Tuvo su época próspera pero con el progreso de los muelles, declinó. En los años 60 los comerciantes aprovecharon las rentas bajas para hacerse con los locales que empezaron a reconvertirse en el bullicioso barrio de pubs y comercios que actualmente atrae a los turistas de media Europa que pagan casi el doble por unas pintas que los dublineses saborean mejor y más baratas en otros pubs de la ciudad. Pero es que hay que ir. Son varias calles, suelo empedrado, pubs recargados de decoración, música en directo casi en cada momento, dan de comer y cenar. La marcha está asegurada 24/7, aunque habría que estar en pleno noviembre, a ver cómo está la ciudad. Siempre me llama la atención, siempre lo pienso, como serán todas estas ciudades de postal que visitamos, fuera de temporada. Me acuerdo de Santander y recuerdo los inviernos en los que los bares estaban medio vacíos, solo con los santanderinos de turno, aguerridos frente a la lluvia.





 Nos echamos alguna foto y seguimos el paseo hasta Dublín Castle, que tiene poco de castillo. Su establecimiento original fue creado por los vikingos, al lado de la charca negra, “Dubh Linn”. Ya en el siglo XIII fue remodelado por los ingleses por orden del rey Juan en 1204, siendo símbolo de su dominación durante 700 años. En 1684 fue destruido por un incendio. Entramos por la plaza y lo que vimos no parecía un castillo, más bien edificios burócratas, con salones que no visitamos. Salimos por la puerta este. Estaban en obras, la fachada está siendo reparada y reconstruida en el estilo protestante característico británico, grandes sillares grises sin mucho detalle. En la parte trasera, los jardines de Dubh Linn, lo más bonito del lugar, con césped bien cuidado, grandes flores y un rincón dedicado a los miembros de la Garda, la policía irlandesa que luchó durante el levantamiento de 1916.

 





La ciudad es un museo a cielo abierto dedicado a los héroes de la independencia.  Durante siglos los irlandeses se levantaron contra el invasor y durante siglos perdieron. Esto los ha regalado un carácter especial. Irlanda es orgullo, tristeza, nostalgia, tradición, derrota, fuga, melancolía, naturaleza indómita, decepción y alcohol, mucho alcohol. Y un dublinés no es como el resto de los irlandeses, es más cosmopolita, más europeo, pero a la vez irlandés hasta la médula. Por el contrario, el oeste de Irlanda es gaélico. Aunque la inmensa mayoría habla inglés, el gaélico es el idioma oficial. La cartelería se expresaba en gaélico e inglés. De origen celta, parece un idioma endemoniado pero los sucesivos gobiernos están fomentando su aprendizaje y su uso, siendo obligatorio unos conocimientos básicos para acceder a ciertos puestos públicos. Un idioma es cultura, es historia, es familia, nunca se debe perder, la imposición del idioma central solo crea más separación, ¿quiénes somos nosotros para decir a una familia que habla otro idioma que solo puede hablar el mayoritario? Los irlandeses están recorriendo el camino de vuelta a sus raíces aunque esperemos que no sea un camino excluyente, que no primen a unos sobre otros.






 Saliendo del castillo, llegamos a Christ Church, catedral protestante, dedicada a la Santísima Trinidad. La más antigua de la ciudad. En un país y una ciudad 80% católica, sorprende que las mejores obras arquitectónicas sean las protestantes, para luego caer en la cuenta que se debe a que el imperio británico regó a sus correligionarios con millones de libras durante siete siglos para ensalzar su religión, mientras relegó y discriminó a los católicos que se tuvieron que contentar con pequeñas iglesias, mayoritariamente inspiradas en la arquitectura grecorromana, con diseño y talla más pobre.




 Ya estuvo en este lugar la primera iglesia católica fundada en 1030 por el rey vikingo católico, Sitrik Barbasedosa Silkenbeard. En 1172 el normado Richard de Claire, llamado Stronbow (arco fuerte), fue llamado por un rey irlandés para vencer a un enemigo. Conquistó la ciudad, el país y se lo entregó al rey inglés Enrique II. Le dieron la mano y se llevó el brazo. Tras la conquista, la demolió y construyó su basílica en piedra, sustituyendo a la de madera precedente. No entramos. Frente a Christ Church está Dublinia, museo instalado en el neogótico Synod Hall donde se puede experimentar la vida en un barco vikingo o ver las cocinas de la Edad Media. Es una visita obligada si se viaja con niños. Uniendo ambos edificios un arco del siglo XIX añadido durante las reformas de Christ Church.





 

Bajamos por Winetavern St, la calle de la  taberna del vino, hasta el puente Ha´Penny, así llamado por que antiguamente cobraban medio penique (half penny) por cruzarlo. Dicen que cobraban por cada dos pies que cruzaran así que los pobres cargaban con sus hijos a hombros para ahorrarse dinero. Enfrente, el hotel The Clarence, propiedad de U2. Nos contaron que cuando Bono, el líder de U2, era joven, pidió a la dirección del hotel poder cantar allí para abrirse carrera. No le dejaron. Les respondió que cuando fuera millonario volvería para comprarlo. Pues no sé, no lo creo, pero ahora es suyo, ahí grabaron parte del videoclip de su canción Beatiful Days. U2 es visible por la ciudad pero no mucho. Leí hace años que en los 70, siendo un mozalbete, el joven Paul Hewson paseaba por las calles de Dublín y se paró a ver una tienda de instrumentos musicales. Había una marca que le llamó la atención, Bono Vox. Menos mal que escogió lo primero.




 


Si algo abunda son los homenajes a su maravillosa pléyade de escritores. El relamido de Oscar Wilde. El ininteligible James Joyce, varias veces he intentado leer su Ulyses y he desistido. Lo volveré a intentar ahora que puedo ponerle imagen a los lugares que recorre la novela. Los acontecimientos narrados en el libro se suceden un 16 de junio. Ahora, cada 16 de junio se celebra el día de Ulyses. La ciudad se llena de personas que recorren los lugares que recorre el personaje. También los premios nobel Paul Kavanagh, George Bernard Shaw y Samuel Becket. Jonathan Swift, el deán de San Patricio que escribió Los viajes de Gulliver. Yeats, Bowen hasta la actual bestseller Rooney.

 





Irlanda, es un país de contrastes, de miseria y desidia, de cultura e historia. Tras unas primeras décadas de independencia dependientes totalmente del Reino Unido, supieron progresar, facilitando con bajada de impuestos la instalación de empresas. Hoy es la sede europea de las más grandes empresas del mundo como Amazon, Dropbox, Google, Facebook, etc. El otrora vecino pobre de la Gran Bretaña ahora es el país con mayor renta per cápita de Europa.

 



Paramos a comer en la zona de Temple Bar, en el pub Bunsen. La comida dublinesa no destaca especialmente. Lo habitual es comer hamburguesas y platos combinados. Como siempre, hay italianos pero nunca españoles, porque no exportamos nuestra gastronomía? Comimos bien, sin locuras, dos hamburguesas con carne de la buena. De allí, vuelta al hotel a recoger las llaves, subir las maletas y entrar en la habitación a descansar. 




Yo, como soy culo de mal asiento, me puse los bambos y salí a correr. Me acerqué a Glasnevin, a 3 kms del hotel, al cementerio donde están enterrados los grandes héroes dublineses.  Es inmenso, con más de 1,5 millones de residentes partiendo de la base que el país solo tiene poco más de 5 millones de habitantes, da el dato de lo grande que es. Adornado de cruces celtas, donde reposan al pie de un gran torre redonda, los restos del ubicuo O´Connell






De vuelta, me paré en King´s Inn, para ver si el árbol se acababa de comer el banco.




 

Ducha rápida y ruta por el este del río Liffey. En paralelo a O´Connel Street está Marlborough Street. Este Marlborough, que antes que una calle fue un duque llamado John Churchill, pariente del premier británico del siglo XX, derrotó a los franceses en una batalla en 1709. Los franceses quisieron darle la vuelta con una canción de chiste “Marlborough, Marlborough, se fue a la guerra”  pero se les atragantaba el nombre y se quedó con Mambrú. Que miedo le tendrían los franceses que usaban al tal Marlborough para asustar a los niños. Cómetelo todo o te llevará Marlborough, el coco de los niños gabachos. Y también tiene algo que ver con una conocida marca de cigarros pero eso será en otro viaje.




 En esa calle, St Mary´s Procathedral, un armatoste de cemento, simulando un templo griego, catedral católica de Dublín. Los católicos vencieron pero con su falta de arte, no nos convencieron.




Llegamos a la ribera norte del Liffey. Customs House, el edificio de la aduana. 




El Famine Memorial, conjunto de estatuas que representan a los millones de irlandeses que iban por la ribera del río camino del puerto para iniciar la inmigración en barcos como el Jeanie Johnston, réplica amarrada en su noray. Dice la estadística que hay más irlandeses en EEUU que en toda Irlanda.  







EPIC, el museo de la inmigración, con una gran galería comercial. Hacía soleado y el paseo fue muy agradable. Cruzamos por Samuel Beckett Bridge, moderno, de Calatrava, que aparenta un arpa en homenaje al símbolo irlandés tan característico. 





En la parte sur, los Docklands, muelles rehabilitados donde unos novios se echaban fotos. 






Pearse Street, acabamos entre las columnas del Parlamento, enfrente del Trinity College, escuchando a uno de los muchos grupos callejeros. Eran tres, el cantante pelirrojo cantaba bien, canciones setenteras, los vimos tres veces por la ciudad en otros momentos. La ciudad es un musical a cielo abierto, en las calles principales, solos, dúos o grupos, amenizan a los viandantes por unos pocos euros. Desde el Trinity College arranca Dame Street, con estatuas por doquier. 




Llegamos directamente al pub Temple Bar, el más típico tópico. Seguramente sus consumiciones son las más caras pero el espectáculo es digno de disfrutarlo. Los pubs son pequeños bares que han ido invadiendo locales anejos, formando una cadena de pequeños espacios en cuyo centro cantan clásicos irlandeses e internacionales. Los cantantes hablan mucho, preguntan por las canciones, animan y marcan los bailes y los coros. Nos recibieron, ¡cómo no¡, con ABBA. No faltó Sweet Caroline a coro de decenas de cantantes pero la estrella del viaje, la banda sonora original, la marcó The Wild Rover.






 Muy cansados, volvimos paseando por el puente Ha´Penny, hasta The Church, una iglesia reconvertida en pub y restaurante donde hay que hacer reserva para comer. De ahí, pasando por la bulliciosa comercial baratera Henry Street, al hotel, era hora de descansar.







 

Viernes, 03/05/24


 



Primer desayuno en el hotel. Qué pena de beicon, mal cortado, medio crudo. Salimos al fresco, algo de lluvia, poca. En las calles mucho tráfico. Los coches se amontonan y como vienen en otra dirección había que mirar cinco veces. Los semáforos son diferentes. Se ponen en verde, da un pitido, como un aviso, y de inmediato pasa al naranja, que es el momento de cruzar. Duran lo mismo que en España pero si no estás atento, se te pasa. La ciudad tiene algo de decrépito, ajada, casas derruidas o caídas, sin grandes construcciones, salvo las calles del centro, pero eso le da encanto. Dicen que Irlanda es el país con más pelirrojos, el 10% de la población, que haberlos los había, pero entre los turistas y los inmigrantes no destacaban. Los pubs se diferencian por la gente que los llena. Los del centro, los más conocidos, repletos de turistas chillones y escandalosos. Los irlandeses, tranquillos con sus mil pintas, charlan, cantan, beben, quizás se desboquen pero será de madrugada, controlan mucho más que los ingleses borrachuzos y chillones.




 Iniciamos el paseo por Parnell Street, con hipermercados como Lidl o Tesco, donde compramos bebidas y aperitivos para el día. Del hotel cogimos algún emparedado y bananas. Bajamos camino del río Liffey, atravesamos Millenium Bridge, con un suelo resbaladizo que es la risa de los dublineses en días de lluvia. 




En la parte sur de la ciudad, junto a la iglesia de St Andrew la estatua de Molly Malone. Molly es un personaje real, o de leyenda, que se dice que vivió durante el siglo XVII. Vendía pescado y marisco por las calles. Por la noche vendía otro tipo de mercancía. Un buen día calló fulminada y uno de sus muchos clientes nocturnos la quiso recordar cantándole su famosa canción. Dice el mito que si le tocas una teta, volverás a Dublín y que si le tocas las dos, lo harás para quedarte allí a vivir. Le toqué con ganas dos o cuatro o seis, quizás volvamos pero seguro que de viaje, no a quedarnos.





Trinity College, la universidad más famosa del país. Fue fundada por Isabel I de Inglaterra en 1592 para que los protestantes estudiaran fuera del ambiente católico y proeuropeo que podía corromper su adicción a la corona británica. En sus aulas estudiaron grandes como Swift, Wilde, Rooney, Beckett e incluso Bram Drácula Stoker. Es un conjunto de edificios y parques muy elegantes. En un lateral está su biblioteca con más de 2 millones de libros, con el Libro de Kells, manuscrito del siglo IX sobre los evangelios, con motivos celtas. Hay dos visitas al día y hay que comprar la entrada con anticipación, cosa que no habíamos hecho, así que no entramos. Vale la pena recorrer sus jardines y fotografiarse frente a sus paredes. Días después intentamos volver pero lo tenían cerrado a los turistas debido a una manifestación de los estudiantes en apoyo de Palestina. Pilar, la del hotel, nos dijo que había mucho más detrás. Que la protesta no solo era por Palestina, también por la subida de las tasas. La rectora, como contraataque, amenazó a los sindicatos estudiantiles con una demanda por daños y perjuicios por lo ingresos perdidos, valorados en 300.000 euros. El resto de días siguió igual, no pudimos volver para verlo o entrar en la biblioteca.






 Salimos por la zona de los museos, entrando en los jardines de Merrion Square, rodeada de mansiones georgianas. En un principio era un parque privado para los vecinos. En una esquina un chulín Oscar Wilde nos esperaba para foto de familia. Debajo de este parque se construyó un refugio antiaéreo para más de 1.000 personas. Este parque, estas calles, son en las que vivió Wilde mientras estuvo en Dublín. El amigo Oscar era de esos a los que le han cargado decenas de frases de perfil de uasá, como a Groucho Marx, Mark Twain o Albert Einstein. Sabía escribir, vendía mucho, sabía hablar y lo hacía. Pero se pasó de listo. En época victoriana ser abiertamente homosexual estaba mal visto y fue a liarse con el hijo de un noble. Su suegro lo denunció. Wilde, muy pagado de sí mismo, creyó vencerlo fácil con su verborrea en el tribunal. Perdió y pasó casi dos años en la cárcel. Cuando salió ya no fue el mismo y murió solo, abandonado y pobre en un hotelillo de París que aún se mantiene abierto por el recuerdo de haber sido la residencia de Wilde.




 Desde Merrion Square, a la zona de los museos, que son de entrada gratuita. The National Gallery, pinacoteca que no visitamos. El Museo de Historia Natural, pequeño, con cientos de animales disecados, repleto de críos. Y el Museo Nacional de Arqueología, en varias plantas, con piezas celtas y vikingas principalmente. St Stephen´s Garden, a la espalda de los museos, espacio verde con un estanque, bustos y estatuas de sus héroes nacionales y sus glorias literarias que hacen muy bien en ensalzar. Si se tienen, vale la pena recordarlos y homenajearlos.






 St Patrick´s, segundo gran templo protestante, mezcla de iglesia y castillo que tienen los templos protestantes. La entrada cuesta 10 euros y te entregan unos auriculares para hacer la visita guiada en castellano. Se cuenta que a mediados del siglo V, en este lugar, San Patricio bautizaba a sus correligionarios. Su estructura, como Christ Church, originariamente era de madera, hasta la llegada de los anglonormandos que la derruyeron y la levantaron de nuevo en piedra. El interior, típico de las iglesias protestantes, sin cristos, ni vírgenes, ni santos. Esta sucursal cristiana considera idolatría las figuras. En su lugar, mucha bandera, mucho recuerdo a glorias militares, a grandes generales, que digo yo que es otra forma de idolatría. En una de sus naves está enterrado Jonathan Swift, que fue deán de la catedral, el que ya conté que escribió Los viajes de Gulliver.






 

Llegando a Christ Church, torcimos al oeste para llegar a la iglesia de St John, católica, mazacote del siglo XIX y al St Audoen´s Park, donde hay sendas iglesias dedicadas a ese santo, una católica, muy sosa, la otra protestante, muy bonita. En esta zona quedan los últimos restos de la muralla que rodeaba Dublín, construida por los normados en 1240. En la punta del parque se mantiene en pie la única puerta histórica. 





Antes de cruzar el rio de nuevo, entramos en The Brazen Head, que dicen es el pub más antiguo de Dublín, que el original data de 1198. Actualmente es una amalgama de salas repletas de irlandeses bebedores, con las paredes repletas de decoración y música celta. Dimos una vuelta y una foto. Enfrente, la mole de Four Courts, el palacio de justicia, del siglo XVIII, con una gran cúpula verde. Estaba en obras.

 





Al otro lado del río, la iglesia de St Michan, cerrada, data de los siglos XVII a XIX, con un cripta llena de momias. A su espalda, la fábrica de whiskey (así lo escriben los irlandeses) Jameson, que tiene visita y cata. No bebo, no entramos. 





Tampoco fuimos a la fábrica de Guiness. Nos comentaron que no siendo bebedores no vale la pena, te dan a probar varias variedades. Guiness está presente en cualquier rincón. Pubs, anuncios, campeonatos deportivos, promociones, es la marca irlandesa por excelencia. Arthur Guiness la fundó en 1759 y 250 años después sigue vendiendo a 150 países. En la azotea tiene una terraza, Gravity Bar, con pinta gratuita y vista 360 grados de Dublín. Cansados, volvimos un rato al hotel a descansar.




 Tras la siesta, salimos otra vez por O´Connell Street. Al final, y más en ciudades no muy grandes, pasas una y otra vez por las misma calles, las más grandes y vistosas, ¿para que ir por paralelas feas y oscuras? Atravesamos el rio y a la altura del Trinity College, recorrimos la avenida Dame Street, muy bulliciosa, paralela al río y a la espalda de la zona de Temple Bar, hasta South Great George´s Street. Más pubs, zona a unos cientos de metros de Temple Bar, donde beben pintas los irlandeses, más tranquilos, más baratas, más auténticos. A mitad de avenida, George´s Street Arcade, un pasaje entre medias de un edificio victoriano, de piedra roja, con puestos y tiendas donde comprar recuerdos a precios más aceptables que en el centro. 




Callejeando, Grafton Street, que se creó en 1663, la mejor calle comercial del sur de Dublín, repleta de gente, donde tienen tienda las principales marcas. En cada esquina grupos, dúos o solistas cantando. Paseando oímos todo tipo de música, algunos con poco público, otros atestados.





 Volvimos al meollo, entramos en varios pubs a oír música hasta acabar en el Oliver St John Gogarty, que antes que un pub fue un renombrado escritor entre los siglos XIX y XX. El pub tiene varias plantas, con música en vivo y bebida abajo y música y comida arriba. Decidimos cenar allí. Un trio entrado en años cantaba clásicas tonadas irlandesas que al principio estaban bien pero tras una hora, agotaban. El servicio dejó que desear, muy lentos. IQ pidió fish and chips, mucho refrito y poco pescado. Yo, a lo seguro, lasaña de carne, estaba muy buena. Tuve una urgencia y tuve que subir al piso de arriba, a los aseos, donde un pedazo de negro me miraba con ojos golosos, los 30 segundos más largos del viaje. Tras la cena, escuchamos más música, paramos en un par de pubs con mucha marcha y tranquilamente hacia el hotel, al día siguiente, primer excursión.








 

Sábado, 04/05/24




         Dublín tiene para dos o tres días si te lo tomas con tranquilidad. Algo nos dejamos pero no da para mucho más. Así que quisimos visitar el resto de Irlanda. Desde casa llevamos contratadas dos días de excursiones, allí contratamos la tercera. La primera excursión, a la costa oeste, Galway y los Acantilados de Moher. Habitualmente contratamos con la mayorista Civitatis, que deriva en las agencias locales. En este caso, Irlanda Tours. Además de la ruta, hay que tener suerte con el guía. Esta vez, división de opiniones. El primer día regular, los otros dos, genial.




 Para llegar hasta Galway hay más de 200 kms desde Dublín, unas tres horas desde la costa este a la oeste en línea recta. El guía, Javier Nosequé, no era muy hablador, se le notaba aburrido de su trabajo y aportó los datos de forma monótona, cometiendo errores garrafales como decir que el submarino lo inventó Josep Peral. A partir de ahí, no le dimos crédito a sus historias. En las tres horas de viaje, prados, vacas y ovejas. Irlanda es una isla poco montañosa, con largas praderas, verdes, inmensas. Mucho me recuerda a mi Cantabria natal. Hay más vacas u ovejas que personas. Y ni un solo lobo, así que el ganado no tiene depredador. Puestos a pasar las tres horas, escuché a los ejércitos británicos abriéndose paso por las praderas. A los celtas huyendo hacía escondites seguros. La zona occidental es el reducto de los auténticos irlandeses, los que siguen hablando gaélico. Ya viajé por allí hace poco siguiendo a Javier Reverte, al que tanto echo de menos, en su viaje por aquellas tierras en su libro Canta Irlanda que leí por segunda vez para ir preparado.




 Antes de llegar a Galway se pasa cercano de Athenry donde en 1316 hubo una gran batalla que los irlandeses vencieron de forma aplastante a las tropas inglesas y retrasaron la llegada británica a estas tierras. Por allí batalló el rey Brian Boru que legó el arpa como símbolo nacional. Galway es una pequeña ciudad aunque la tercera de Irlanda, coqueta, puede servir de base para recorrer la costa atlántica. Es ciudad universitaria, con lo que la edad media de su población es baja. Fundada por el clan de los O´Connor de la región de Connacht, nunca fue tomada por los vikingos debido a la corriente rápida de su corto río que desemboca en este punto de la bahía. Durante la Edad Media fue puerto para la carga y descarga de pescado, mucho proveniente de España, así que su calle y barrio central se llaman Latin Quartet. Por acá estuvo Colón en sus múltiples viajes comerciales antes de convertirse en descubridor famoso. Seguramente consultó el Libro de Brendon, que le inspiraría su viaje.

 








Los pubs son pequeños. En el paseo hasta el rio y  la bahía hay comercios para turistas y la ineludible foto a las casas de colores de The Long Walk. En el puente, a la izquierda, el Spanish Arch, cuyo único interés es el nombre. Cruzamos e hicimos varias fotos. De vuelta por el mismo camino, la iglesia protestante de St Nicholas, muy bonita, camino de la catedral católica también de St Nicholas, con un curioso altar 360º. En las tiendas vendían el anillo de Claddagh, un corazón coronado sujeto por dos manos. Parece ser que su origen es el siglo XVII. El platero Richard Joyce hecho preso por piratas argelinos, fue vendido a un orfebre que le enseño su profesión. Él diseñó el anillo para dárselo a su amada. Tras 14 años de cautiverio volvió a Galway y se lo entregó. Le estaba esperando. O no. Un tal JR Tolkien le dio una vuelta de tuerca a esta historia e hizo millones con sus libros y películas. No dio tiempo para más, una hora y cuarto y de vuelta camino del autobús.








 Hacia el sur, por carretera nacional, camino de los Acantilados de Moher, entrando en el parque natural de The Burren. Recorrido encantador, todo verde, pequeños pueblos, ríos caudalosos. A pocos kms de la costa se divisaban las Islas Aran, donde solo se habla gaélico, unidas por un ferry que cruza la pequeña distancia a diario siempre que el mar y el clima lo permiten. A mitad de camino, el castillo de Dúnguaire, a las afueras del pueblo de Kinvara, al borde del mar. Kinvara tiene casas de colores, dicen que para que los borrachos, de noche, puedan encontrar su casa. El castillo fue mandado construir por el rey Guaire en el siglo XVI. Pasó de mano en mano hasta que Oliver St John Gogarty, el mismo del pub donde cenamos la noche anterior, lo adquirió y recibía a otros escritores y poetas.





Ya en el centro del parque nacional de The Burren, en el condado de Clare, el punto de meta eran los Acantilados de Moher. Es un enorme conjunto rocoso, kárstico, salpicado de caprichosas formas, montes, cuevas y unos vertiginosos acantilados que empequeñecen al torrente de seres humanos que llegan cada día. Moher te regala su paisaje, si quiere. Los días precedentes la niebla y el viento ocultaron su perfil. A nosotros nos recibió nublado pero colorido. Una pequeña y estrecha senda, algo embarrada, irregular pero espectacularmente bella, te deja sin habla. Da igual donde mires, la vista te llena de asombro. Fueron dos horas a la carrera. Podríamos haber dedicado horas y horas a pasear, a echar fotos, a disfrutar de la vista, de la naturaleza, pero el turismo corre demasiado de prisa. 











De vuelta al autobús hasta Dublín con una patética parada en una gasolinera inaugurada por Obama, en Moneygal, porque al parecer tiene un primo de por allí, con un minimuseo ridículo, un pequeño supermercado y un Dodge en la puerta. Eso es turismo, un momento para olvidar. No merece ni foto de recuerdo.




 De vuelta a Dublín, casi a la entrada del hotel, una riada humana venía en dirección contraria. Eran hinchas del equipo de rugby, el Leinster. Irlanda se divide en 26 condados pero históricamente eran cuatro reinos. Ulster, la actual Irlanda del Norte. Leinster, al este, con capital en Dublín. Connacht, al oeste. Y Munster, al sur. El equipo de rugby dublinés, el Leinster, es el más laureado del deporte irlandés, con muchas copas de campeones de Europa en sus vitrinas. Ese día jugaban las semifinales contra los británicos de Northhampton Saints, en su estadio, al lado del hotel. Me gusta mucho el rugby.  Parece un deporte violento, nada más incierto. La rudeza no hay que confundirla con violencia, es un deporte con muchas normas y la deportividad es su bandera, no como el fútbol, plagado de niñatos millonarios, incultos funcionales que se creen que el dinero les permite creerse superiores, pobres niños ricos. Me lo perdí. Lástima. La semana que viene es la final. Sacaré mi camiseta del Leinster, que tengo en casa desde que el tío Santiago, mi compañero de Cobatillas, me la regalara hace más de 20 años. 




También en Irlanda es famoso el hurling, una mezcla de fútbol, hockey y rugby, violento, pero con decenas de miles de seguidores. Es un deporte antiguo, inventado para diferenciarse claramente de sus enemigos británicos. Como ya era tarde a la vuelta, directos a la habitación, puse varios videos de hurling en la televisión. Mejor verlo que jugarlo.




 También son curiosos los funerales irlandeses. Aquí todo es diferente, desenfado, incluso la muerte. Una vez enterrado el finado, los familiares inician el “awake”, literal, levantamiento. Empiezan a beber con los asistentes. Algún muerto no deja pasar la oportunidad de una despedida a lo grande no te lo pierdas




 

Domingo 05/05/24

 



Segunda excursión. Javier Peris, de Tarragona, nuestro guía de hoy, que repetiría al día siguiente. Cambio radical. Ameno, entusiasta, didáctico, amable, cercano. Entiendo que repetir una y otra vez lo mismo debe agotar pero los turistas van una vez y esperan del guía que dé lo mejor, que haga especial la experiencia. Javier Peris lo consiguió. Camino de las montañas de Wicklow nos llevó antes por la zona rica de Dublín, donde los protestantes tenían sus grandes mansiones. Cuando decidieron abandonar la Irlanda independiente, para evitar que sus casas fueran ocupadas por católicos nacionalistas, se las vendieron a los países europeos. Hoy en día la mayoría son embajadas. Se nota la calidad de la construcción, con las escaleras de la entrada que elevan la puerta de entrada, en origen para evitar estar a la misma altura de los excrementos y desperdicios que habían por las calles.

 



Los montes Wicklow y Glendalough están cerca de Dublín. Salimos de ruta a las 9:30 y en poco más de una hora ya estábamos en el aparcamiento de Glendalough. Día soleado. Seguramente muchos irlandeses, los nativos de las tierras que los romanos bautizaron como Hibernia (el país del invierno perpetuo), cuando sale el sol deben sorprenderse incluso pensar que es el fin del mundo. Es un clima húmero y frío, es de entender los pubs para pasar horas y horas, y las pintas y whiskey para entrar en calor. Llueve tanto que en muchas zonas hay problemas de restricciones cuando deja de llover, dado que no han construido canalizaciones para almacenar agua. En concreto esta agua de Wicklow es especial, es la que usa la Guiness para hacer su famosa cerveza, la lleva por tuberías hasta Dublín.






 Glendalough, Valle de los Dos Lagos en gaélico, enamora a primera vista. Cuando llegue esa última hora, el punto final y me toque pasear por el valle de la muerte, nada temeré, mi familia estará esperándome, si camino por verdes praderas como ésta. Primera parada, el monasterio de San Kevin, restos del siglo VI. Aquí venían a refugiarse los que huían, se acogían a sagrado. Una vez dentro debían escoger entre quedarse para siempre o escapar para no ser atrapados. Parece ser que San Kevin era el Félix Rodríguez de la Fuente de la época, con una conexión especial con los animales. En 1300 el monasterio fue destruido y los Tudor ingleses lo dejaron caerse a pedazos, tal como lo encontramos ahora. 






Alrededor de los restos del monasterio, el cementerio con multitud de cruces celtas, que sincretizan la cruz católica de dos brazos con el disco solar que adoraban los celtas, todo ellos adornado con dibujos geométricos. Los celtas eran animistas, creían que todo tenía alma, personalidad y espíritu, como las montañas, los ríos, los árboles y el sol. En el centro, una gran torre circular donde almacenaban el grano, con una puerta a gran altura cuyo único acceso era con una escalera. En los restos de la iglesia están apoyadas muchas lápidas. Muchos de los residentes habían cumplido más de 100 años en una época en la cual las enfermedades y la falta de sanidad mataban por encima de sus posibilidades. Decía el guía que parece ser que tanto el agua como la tierra tienen algo especial que consigue tan gran longevidad para los vecinos del valle. 






Tras un paseo por una senda cubierta de musgo, árboles y hierba que no hubiera querido que terminara nunca, desembocamos en el Upper Lake, enmarcado por los montes Wicklow. Si hay algo parecido a la paz, este es el sitio. Por todos estos valles se han grabado numerosas escenas de grandes películas y series, especialmente de la serie Vikingos.







 No queríamos irnos pero la excursión ha de seguir. Próxima parada Powescourt, con su palacio y sus jardines, al decir del guía, de los más bonitos del mundo. Construido en el siglo XVIII se quemó en los 70 y ha tenido que rehabilitarse por completo. A la espalda de la gran casa hay un resort para golfistas, gente de dinero. Más que el palacio, utilizado como galería para la venta de recuerdos y muebles carísimos, los jardines son lo que vale la pena. Los recorrimos en el sentido contrario a las agujas del reloj. Unos jardines normales nos parecieron al principio hasta que llegamos al cementerio de mascotas, algunas enterradas allí hace más de 100 años, que esperemos no les suceda como a las de Stephen King. El jardín italiano, la vista del palacio desde la distancia hasta llegar al espectacular jardín japonés. Valió la pena la visita solo por estos minutos.

           





    


Comimos en Johnnie Fox´s Pub, en el condado de Wicklow, un pub en mitad de la nada, que visitan famosos del cine, deporte, políticos e incluso una foto de Flipper VI estaba allí. Esto es comer, para chuparse los dedos, amenizado por una pareja que cantaba muy bien, mientras mirábamos con asombro como colgaban del techo centenares de orinales.

 






Llegamos a Dublín a media tarde, un rato de descanso y salimos a pasear. Cerca de nuestro hotel nos recomendaron ir al pub The Celt, típico irlandés. Se nota la diferencia, no hay tanto chillido, nadie que pierda la cabeza. Paseamos hasta los puentes del Liffey. Al lado del The Clarence, ese hotel de U2, entramos en The Giddy Dolphin, pub más moderno, típico ce hamburguesas, con un solista que cantaba muy bien. Seguimos por Temple Bar, entramos y salimos de varios pubs. Y a la habitación, que mañana toca otra ruta. En principio el lunes, iba a ser para Dublín pero IQ no quiso irse sin visitar el Ulster, allí mismo contratamos la excursión.







 

Lunes 06/05/24




 

Otro madrugón para la excursión al norte. Otra vez Javier Peris de guía, éxito asegurado. Los chascarillos del primer momento, los mismos del día anterior. Lo dicho, como hacer entretenido el día de la marmota. Destino, Ulster. Calzada de los Gigantes y Belfast. Irlanda del Norte, de nuevo en el Reino Unido. El camino es largo pero fui mirando por la ventana el paisaje. Durante el recorrido busqué algún Leprechaun, ese pequeño duende que vive en los árboles al lado de las hadas y que guardan un caldero con monedas de oro al pie del arco iris. Son tan rápidos que si los ves y pestañeas, desaparecen de tu vista. A medida que te acercas al Ulster la política se abre camino. Han pasado 26 años desde los acuerdos de Viernes Santo que pusieron fin a la guerra no declarada entre católicos norirlandeses nacionalistas y protestantes probritánicos unionistas. Una vez que se atraviesa la frontera no declarada (no existe frontera como tal pese al Bréxit), la batalla de banderas comienza.





 Aquellos acuerdos son una victoria silenciosa para los católicos, el IRA y su brazo político el Sinn Fein. Los católicos adquirieron todos sus derechos públicos y sobre todo, el derecho a un referéndum de integración en Irlanda cuando los católicos sean más que los protestantes. Y pasará. Son católicos, ultras, y tienen muchos hijos. Es cuestión de años que sean mayoría. De momento los unionistas se coaligan para frenar a los nacionalistas irlandeses pero veremos la unificación de la isla, la Irlanda que debe ser, sin la invasión británica. Y a lo mejor Escocia toma el mismo camino. Y será la Pequeña Bretaña.



 

Camino del Mar del Norte, hacia la Calzada del Gigante. Antes una rápida parada fotográfica en el castillo de Dunluce, levantado por el clan McQuillan en el 1500. Pronto sus rivales, el clan McDonell quiso ocuparlo. Tras una larga guerra, los McQuillan fueron desalojados.

 



Finn McCool era un gigante que vivía en estas escarpadas costas. Enfrente, en Escocia, vivía otro gigante, Benandonner. Finn era muy chulo y quería demostrarle a su enemigo que era el más fuerte, así que empezó a construir una gran calzada para poder atravesar el estrecho paso hasta tierras escocesas. Cuando lo terminó, pasó corriendo. Sin que le viera Benandonner, llegó a sus tierras. Le pareció enorme, le entró miedo y volvió corriendo a su casa. “Me va a matar, es enorme”, le dijo a su mujer muerto de miedo. “Que puedo hacer, tendré que huir”. Su mujer, pensó. Mientras, Benandoner, viendo la calzada, hizo el camino inverso camino de Finn McCool. La mujer de éste ideó un plan, le dijo que se vistiera de bebé y que se tumbara en el sofá y se estuviera callado. Benandonner llegó a su casa, llamó atronadoramente. “Quien es, que quieres”, dijo la esposa de Finn. “Busco a tu marido”, respondió. “Está al caer, siéntate que te haga un café, espera aquí junto a mi bebé”, dijo la lista esposa. Benandonner vio al enorme bebé y pensó “si el hijo es así, el padre debe ser mucho más grande que yo”. Sin casi despedirse, salió de la casa de Finn y su mujer, y huyó a Escocia, destruyendo la calzada a su paso.  Lo que se ven hoy son los restos de esa calzada. Aunque hay aguafiestas que dicen que las miles de piedras matemáticamente hexagonales son el resultados del enfriamiento rápido de una erupción magmática de hace 60 millones de años.

 



Te dejan en la parte alta y hay que bajar paseando durante 15 minutos. De lejos solo se aprecia el bestial paisaje de la naturaleza, verde, las montañas cinceladas por los elementos y las hormigas humanas con sus cámaras. Una vez cerca, no das crédito al espectáculo, una casualidad geológica lo esculpió hace millones de años, cuando esta especie que destruye el planeta no entraba en los planes de esos montes. Cien fotos serían pocas. La vuelta, cuesta arriba, nos la convalidaron con media maratón.








 Ruta de Carrick-a-Rede, con Escocia a la vista. Destino Belfast




Belfast es una ciudad que se ha quedado en mitad de ninguna parte. Fundada hace muchos siglos por los vikingos, durante la dominación británica fue el centro de la revolución industrial en la isla, con la construcción de barcos, el más famoso y peor construido, el Titánic. A falta de más, han convertido los talleres en los que lo construyeron en museo de visita. Durante la guerra mundial fue fuertemente atacada por los nazis. Tras la proclamación de la República, Belfast pasó a segundo plano. Ha tenido que reconvertirse. 




Políticamente sigue divida. Las heridas de la guerra IRA vs Voluntarios del Ulster y Orden de Orange se van cerrando pero siguen presentes. Los barrios católicos y protestantes siguen separados, vallados, con puertas que se cierran por las noches para que no haya problemas. Paseando por el barrio protestante, las calles, las fachadas pintadas, monumentos y carteles recuerdan metro a metro a todos y cada uno la lucha, la vida y la muerte. Impresiona, acongoja, el tiempo pasará, los que lo vivieron pasarán, pero no va a ser fácil. El odio y rencor mutuo parece que no se disolverá.




 El ayuntamiento, City Hall, es enorme, de estilo victoriano. El interior está adornado con numerosas salas con exposiciones permanentes, incluso una vidriera del No Pasarán republicano español, en su lucha contra el golpe de estado y la traición de los militares sublevados en 1936. Recorrimos las calles del centro. El Hotel Europa, el hogar de los periodistas que informaban de la guerra 1969-89, que fue bombardeado a menudo. El mini Big Ben, miniatura construida en homenaje al marido de la reina Victoria, Alberto Coburgo Gotha. Pub The Crown. La Opera. Divis Tower, alto edificio en pleno barrio católico desde cuyos últimos pisos contralaban los británicos los movimientos del IRA. Fue bombardeado una y otra vez, así que los británicos para acceder, lo hacían por helicóptero. Paseamos por las calles adyacentes y, como Dublín, parecía fea y gris al principio, pero no, te coge poco a poco. El camino de vuelta se hizo largo. Ya tarde, llegamos directos al hotel.









 

Martes 07/05/24

 

Mamá, feliz cumpleaños, te echo mucho de menos.




         Ultimo día. Nuestro vuelo despegaba a las 21:00. Dejamos las maletas en consigna y salimos de tiendas. Buen día, último día. Recorrido por O´Connell St. Entramos en varias tiendas, Carrolls, una en cada esquina. También compramos en los puestos de George´s Street Arcade. Paseo de despedida por Christ Church, St Patrick´s y Dublin Castle. Entramos en la biblioteca del mecenas Chester Beatty con una colorida colección de libros, papiros y documentos de toda época y origen. Rondamos por el Temple Bar, el río Liffey, para acabar comiendo en The Celt, otra buena comida. El autobús nos recogía en St Stephen´s Garden, así que a las 16:00 empezamos a pasear camino de la parada. Era el momento de despedirnos de Dublín. Nos íbamos sin pasear por Phoenix Park, el parque urbano más grande de Europa desde 1747, ni acercamos a la cárcel de Kilmainham Gaol, desde 1796, donde ocurrieron las mayores batallas carcelarias durante los Troubles. Dublín es para volver, no hace falta más que un fin de semana largo, pero Irlanda, ay Irlanda, es para volver y dedicarle semanas a recorrerla valle a valle.







         Que gran recuerdo nos llevamos, que días inolvidables, y juntos, siempre juntos. Empieza la cuenta atrás para el próximo destino. Mientras podamos, viajaremos.











No hay comentarios:

Publicar un comentario