viernes, 6 de junio de 2014

Madrid-Segovia 22.09.12

Los Pasos son los Pasos: De Muvi.

22 de Abril, Madrid, Plaza de Colón…inicio de mi primera maratón..

22 de Septiembre, un poco más allá, Madrid, Plaza de Castilla… ¿otra vez aquí? ¿y otra vez para darme una paliza corriendo?. Lo mío no tiene arreglo. Pero así es, aquí estoy. A escasos 15 metros veo a la “speaker” informando de los pormenores de la prueba, y digo veo, no me he equivocado, por que oír, lo que se dice oír, no se oía nada. Lástima de parrafada que se echó, pues más de 800 participantes no nos enteramos de nada.



¿Qué como estoy?. Pues parece que bien. Tras el viaje desde Murcia, que siempre cansa, foto de equipo y entrada en el apartahotel… (que digo que mal suena eso, Aparthotel. ¿Adónde tengo que apartarlo? ¿o es que no es un hotel y tengo que quitarlo de la lista de hoteles?)….¡uff¡, otra vez desbarrando…en resumidas cuentas, algo nervioso, pero bien, con mucho ánimo.

Tras el habitual paseo en metro como cada vez que voy a Madrid, acabamos cenando el típico bocata “madriñeril” de calamares en El Ideal, en una transversal de la Plaza Mayor. Que no fue bocata, sino bocata y medio que me supo a gloria y me sentó mejor si cabe.

Para cuando quise coger la cama, y lo que es peor, el sueño, ya solo quedaban cinco horas para despertarme, pero debe ser el síndrome del “pre-maratoniano”, no dormir la noche anterior.

Al lío, salida en Plaza de Castilla. Bien desayunado, bien todo lo demás, en suma bien. ¿He dicho que estaba bien?.  Pues eso, bien. Pistoletazo y a correr. Ahí estamos todos juntos, empieza el reto. Veo a Fausto, Salvi, Ginés, Oskar, Manolo, Edu, Juande, Rai, Pepe, Fernando, José Antonio, Pinchi, Richy y Dani, los de la “orla”…que esa historia, ya la contaré en otra ocasión.



100 kms de Madrid a Segovia, ahí es nada….bueno, que al final fueron 102. Si, para los “puristas”, ¿Qué más dan 100 que 102?. Pues cuando llevas 15 horas y media corriendo-andando-corriendo, sí, sí que importan, ¡¡cómo que se te van ya otros 15 minutos y nadie te lleva en brazos¡¡.

Primera etapa, de Plaza Castilla Fuencarral (de la salida al km 4), ruta totalmente urbana. Fue una suerte de “deja vú”, de ya haber vivido esta experiencia. Me retrotraje a la maratón de Madrid, me recordaba aquella experiencia, pero Richy ya me sacó de mi “horror”…”¡¡para nada¡¡, no pasamos por aquí”. Vamos, que con gps me pierdo en el pasillo de mi casa.

Todos parlanchines, todos bromistas, todos hablando del cochinillo que nos comeríamos en Segovia (yo, con lo poco “comiente” que soy, sabía, que como mucho, verduras). Todos, en el fondo, con la responsabilidad y porque no decirlo, con algo de digamos respeto-miedo ante el reto que nos habíamos propuesto. 100 kilómetros, muchos de nosotros, yo el primero, no había pasado nunca de la cincuentena corriendo.

A lo lejos ya divisábamos, por poco tiempo, a los corredores, a los de verdad, a los que correrían hasta la meta. A los que ya estarían duchados y cenados cuando nosotros no habríamos ni llegado a Cercedilla a por el arroz. Pero no adelantemos acontecimientos.

Segunda etapa, de Fuencarral a Tres Cantos (del km 4 al primer avituallamiento en el km 15,8). Tres Cantos, otro curioso nombre. Te hace pensar en cuentos de hadas, un castillo y un embrujo que tan solo se elimina con los “tres cantos” del príncipe…aunque casi seguro será por algo menos prosaico y tendrá que ver con “tres piedras”.

Poco llevábamos corrido, pero camino del primer avituallamiento, del grupo inicial ya se van desgranando grupos más pequeños. Cada uno adapta el ritmo a sus piernas. En estas carreras de tan larga distancia, y lo que es más importante, de tan larga duración, es importante las piernas, no cabe duda, pero mucho más, la cabeza.



Pinchi y Edu se descuelgan. Van a su ritmo, muy bien. Buena cabeza. Manolo ni se le vio desde el principio. El se planteó la prueba en 20 horas, y fiel a su planteamiento, así lo hizo.

Por el contrario Juande y Salvi, mucho más fuertes, echaron adelante. Venga, con ánimo.
Los demás, pues junticos. Ya por la primeras vías pecuarias (que
 no pecuniarias, como oí a uno. Eso hubiéramos querido nosotros, que nos pagaran por correr), paralelos a la autovía, disfrutando de los corredores que nos cruzamos. También mucho ciclista, alguno eso sí, de mal humor, “exigiendo” que nos echáramos al arcén….”muchacho, ¿vas a hacer con los corredores lo mismo que hacen los coches contigo?”.  Sin más comentarios, hay que saber disfrutar todos de la naturaleza, dejando a cada uno su espacio.

Primer avituallamiento, y de “regalo” pasamos un puente sobre la autovía. Oscar, como ya me daría cuenta después….con prisas, prisas….que nervios…Güasapman…agua, isotónicos, cola y sobre todo fruta. Nunca dejo pasar un avituallamiento. Por costumbre lo hago. Es cierto que en muchos casos ni hambre ni sed hay, pero no se debe dejar que sea el cuerpo quien te lo diga. Desde mi punto de vista, es un error no avituallarse, es la madera de la caldera. Sin hambre y sin sed, básico comer y beber. El cuerpo te lo agradece, sino, luego te castiga y el castigo es duro, muy duro.

Tercera etapa, de Tres Cantos a Colmenar Viejo (del km 15,8 al km 26,8). ¿Colmenar Viejo?, y digo yo, ¿hay un Colmenar Nuevo?. No lo he mirado, ¿pero éste es el pueblo donde viven la “abejas matusalem”, de ahí lo de viejo?.

A un cuarto del comienzo, ya empiezan a notarse los problemas. Una corredora hablando por el móvil, aparentemente con su pareja, llorando por los dolores. Pronto empezamos, pero aún así, la llegué a ver 60 kms después, así que hizo de tripas corazón y cumplió, seguro.

Fausto se nos va quedando. Su rodilla le dolía. Se va demorando. Busco en la mochila y saco paracetamol pero eeguía dolorido. Poco después le oigo alto y claro: “¡¡Nachooo¡¡”, me vuelvo. “¿Qué?”. “La biciiii”. Me vuelvo y veo un ciclista, con una camiseta de un club de Cabezón de la Sal, de mi patria cántabra, con el lábaro, el mismo que colgaba de mi mochila, mi homenaje a mi Tierra.



Mi rodilla izquierda me empieza avisar, solo es una molestia, pero, molesta. Como Güasapman luego nos meterá prisa en el siguiente avituallamiento, me adelanto algo con Richy, correteamos, hasta que vemos “aquella-cuesta-del-cementerio”…madre mía, el Tourmalet. Que me perdonen los difuntos de Colmenar, pero con esa cuesta, casi más valdría mandar los féretros con ruedas.

Llegamos al pabellón de Colmenar y ahí están esperando las acompañantes del equipo, las mujeres sin cuyo apoyo y ayuda, más de uno habríamos caído antes de la meta. Como tenía cinco minutos hasta que llegara Güasapman con prisas, me dio tiempo a quitarme las piedrecillas de dentro de los “bambos”, que fue algo constante, y a comer sandía como si me fuera la vida en ello. Pero la parada tan larga me pasa factura, la rodilla me recuerda que sola no va a mejorar. Cuando echamos a correr, no me encontraba bien, me costaba seguir hasta que entré en calor.

Cuarta Etapa, Colmenar Viejo a Manzanares El Real (del km 26,8 al km 41,8). Se acabaron los chistes, se pone el recorrido cuesta arriba, y mucho. Me consoló que iba a ver el Manzanares real, debe ser que el que pasa por Madrid es de mentira.

Cada vez quedamos menos. Fausto y Rai definitivamente han quedado atrás. Seguimos Güasapman Oskar, Fernando, Richy, Pepe, Ginés y este humilde relator. Durante el camino cogimos a Dani, lo está pasando mal. Problemas musculares

Afortunadamente la información que nos dieron no era verídica del todo, en una etapa tan larga, a mitad de camino, junto al Puente Romano, también teníamos avituallamiento.

¿Fue la etapa que encontramos por primera vez a Begoña, la “alicantina” de Madrid?. No estoy seguro, lo que sí recuerdo es que nos contó que era su segundo año en la prueba. Fue nuestra constante “compañera”, durante y después, y nos dio información muy valiosa. Alegre y jovial, siempre iba “pegando la hebra” con alguien. Saludos para ella y para su hija, de la que nos habló.

También fue el tramo en el que jugamos al “píllame” con los amigos de Guadalajara, ahora te cojo yo, ahora me coges tú. Bajando a Manzanares El Real, uno de ellos se cayó y se marcó toda la cara. Les vimos en Cercedilla, ya no después, pero no me cabe duda que llegaron. También para ellos nuestro recuerdo.

                Alcanzamos a Salvi, su lesión en el empeine no le dejaba continuar. Para él, final del reto 2012, pero comienza el de 2013. Alguno le dijo algún comentario fuera de tono en relación con su abandono, pero Salvi, al ponerte en la salida, ya habías triunfado, porque ganaste a mucha gente que nunca se atrevería ni a intentarlo, y tú, pese a la limitación que traías, lo hiciste. Lo demás, le pasa a cualquiera.

A la entrada en Manzanares El Real, vimos el embalse, con la “caló” daba ganas de darse un baño, pero hoy no…¡¡¡mañanaaaa¡¡¡. Impresionante la acogida de las correbirras…Pilar, Ana, Maribel, Yolanda, Merce y Juanpe (si, he dicho “las”, pero es que nombrando a 5 mujeres y un hombre, decir “los” me parecería muy machista). No sé si las hubo mejores, pero nadie animó y ayudó tanto como el equipo de seguimiento correbirrero.



Nuevo avituallamiento, y me comí plátano hasta reventar. Casi no me dio tiempo a mandar un mensaje a casa, a mi medio pomelo, Inmaculada, y mis niñas, Marta y Julia, a las cuales, y eso es lo que más siento, las tuve en vilo todo el día. Las eché mucho de menos, y quise ver en cada ánimo, en cada apoyo y en cada aplauso a cada una de las tres. Fue duro hacerlo sin ellas, pero pude hacerlo por ellas.

Quinta etapa, de Manzanares El Real a Mataelpino (del km 41,8 al km 49,4), que digo yo que quien ponía los nombres a los pueblos. ¿Mataelpino?....¿xenofobia forestal?.

Calor, que calor, y yo sin crema. Empecé a notar la cara arder y la rodilla ya me está empezando a dar la tabarra más de lo soportable. Me tomé un paracetamol. Por detrás, Richy empezó a sufrir. Como dicen los ciclistas, “hizola goma”, pero nos alcanzó para hacernos la foto en el cartel de entrada en Mataelpino…50 kms, ¡ya somos ultramaratonianos¡.



Eso sí, pregunté el nombre del alcalde del pueblo, porque, hay que ser poco misericordioso para ponernos la rampa que nos tocó subir justo antes de llegar.

Entrada en avituallamiento, y comí otra vez como si me fuera la vida en ello. ¡¡Membrillo¡¡…Irene, Carmelo estos 6 trozos van por vosotros, solo faltó el queso. Chocolate, refresco de cola…y la peña correbirrera por todo lo alto. ¿Pero cómo lo consiguen?. Cuando lleguen a Segovia van a estar molidos…tic tac tic tac…Güasapman nos llama, que se va, ¡¡esperaaaa¡¡¡.

Sexta Etapa de Mataelpino a Navacerrada (del km 49,4 al km 54,8). Etapa que se me hizo eterna, con una subida final, junto a Fernando, que no parecía acabar. Y mira que yo iba con ganas de abrir la nava esa que tienen cerrada por ahí. El equipo perdió definitivamente a Richy, pero luego demostró lo que hay que tener.



Momento de revisar ritmo. Me encontraba bien, incluso fuerte, pero el dolor de la rodilla era un aviso que no debía olvidar. Podría tirar más rápido, pero preferí ir junto a los compañeros. Intentar una aventura en solitario que a lo mejor me reducía el tiempo en una hora, o a lo peor me hace reventar, para luego pagarlo caro, va  a ser que no. Pensé, por una vez pienso, y creo, como luego me demostré a mí mismo, que más vale ir en grupo, que lo importante es llegar y hacerlo bien.

Empezamos a ver vacas, muchas vacas, y muchas “pistas” de vacas. Hasta fotos se echaron de las vacas, pero bueno, ¿no son esas cosas con cuernos que dan leche?. Bueno, nada, fotos.

Séptima etapa, Navacerrada a Cercedilla (del km 54,8 al km 64,4), donde se fabrican los cercedos…como los carpinteros hacen carpintos. Ya se huele el arroz. ¡¡Como no¡¡, salimos corriendo detrás de Güasapman. Etapa que se hizo más cómoda. La confianza y la certeza de que ya llegamos a Cercedilla, para repostar fuerzas, fue el gran aliciente. En un exceso de confianza quise tirar de más del grupo y la rodilla se resintió, la hinchazón aumentaba de forma alarmante. El dolor, aunque tolerable, no remitía.

Cuando llegamos al pabellón de Cercedilla, 25 minutos de descanso. Aquí sí que hubo que explayarse. Comí arroz, por comerlo, porque debía estar hecho desde hacía mucho rato, ciertamente, el único fallo de la organización (junto con la falta de avituallamiento en la meta). Si, eran hidratos de carbono. Y no, no esperaba una paella valenciana, ¡pero frío y duro¡. Eso sí, su efecto recuperador fue inmediato.



Entre la gente, sin buscar mucho, encontramos a las correbirras, ya con Salvi entre ellos (había abandonado), con la mejor de sus sonrisas y sus ánimos. En campeón. Con crema y unos guantes apareció mi “ángel salvadora”, un masaje a mi maltrecha rodilla. 48 horas después tengo la certeza de que sin aquel masaje, no habría acabado. Me dio fuerzas para la cumbre de la Fuenfría sin sufrir dolores. 

Recogimos el material nocturno. El frontal (que follón, no pude aguantarlo en la frente, lo llevé en la mano), la manta térmica (que como fue, volvió, ni la abrí), la luz intermitente (un balón pequeño que los sardineros regalaron a mi niña Julia) y el silbato. No cabía nada, algo había que dejar. Como no le había dado “bola” cogí la bolsa de los frutos secos y de los orejones, y los dejé en la basura, con el pesar que me supone tirar comida.

Etapa Octava, de Cercedilla al Alto de la Fuenfría (del km 64,4 al km 79,3). Como bien decía Salvi en Cercedilla, si se llama Fuenfría es por algo. En un día caluroso, cuando llegamos arriba, casi al anochecer, pelaba…sino, la habrían llamado Fuencaliente, ¿no Salvi?. 

Empezaba lo duro. ¿Begoña?, otra vez por aquí…la cuarta o quinta vez que nos vemos. Ginés dejó su impronta, y frase memorable, “los pasos son los pasos”, o así, que con mi mala cabeza, ya se me va olvidando todo, de aquí que lo escriba.

Para engañar, los primeros 500 metros cuesta abajo, pero enseguida se puso, como se dice en Santander, “pindio”, para arriba, unas cuestas largas y duras. En fila india, me puse a la cabeza, marcamos un ritmo bueno, ni muy duro ni muy lento. No era cuestión de reventar, pero tampoco de llegar al desayuno. Paisaje espléndido. Un pinar de decenas de kilómetros. Ahora se da uno cuenta del patrimonio que se pierde con cada incendio y porque los pirómanos deben pagar con cárcel sus desvaríos.

Como en un parque, oímos múltiples voces de niños, ya fuera de camping, de fiesta o de paseo. Nos encontramos numerosas personas andando o en bicicleta. Ante tan placentero entorno, no es de extrañar la cantidad de excursionistas que disfrutaban del día. Pero la subida cada vez más dura. Navacerrada, que en su momento pareció dura, ahora era un juego de niños. Quince kilómetros para llegar a la cima, algo más de 2 horas y media nos costó coronar. Encontramos un avituallamiento mediada la subida. Nos vino muy bien, máxime cuando en Cercedilla dijeron que no había nada hasta la cumbre.

El segundo tramo era más suave de pendiente, pero las piernas tienen, como todo un tope. Entre los pinos vimos lo que en su época debió ser una carretera forestal. “Mirad por donde sube una carretera”, exclamé, cual colegial de excursión escolapia. Fernando, bregado en mil batallas montañiles aseveró, “esa es para nosotros”. Viendo la lejanía dije: “No, no puede ser”. Fallé, nos tocó ir por allí.

A falta de un kilómetro para la cumbre empecé a notar una pájara, suave, pero pájara. Iba mareado, y ya solo podía andar mirando al suelo. Afortunadamente al coronar, un caldito me revivió, junto con dos magdalenas. Que vaya mezcla ¿no?. Mano de santo. Fue el momento de ponerse más ropa, para no congelarnos y encender los focos. Llamé a casa, hablé con Inmaculada. Va todo bien. Me duele saber a la familia pendiente y preocupada. Va todo bien. ¡¡Como decir que iba con una “pájara”¡¡. Vamos, viéndolo por donde lo vieras, sonaba mal. Eso sí, lo de la rodilla, se lo iba contando. Su ánimo compensó la mala media hora que había pasado.

Novena Etapa, Alto de la Fuenfría a la Cruz Gallega (del km 79,3 al km 91). ¿Cruz Gallega?. Y digo yo, ¿cómo llegó una gallega a aquel punto en medio de la provincia de Segovia?. Da igual, con lo oscuro que estaba, podía ser la Torre de Londres, que no se vería tampoco.



Bajada en la que intentamos trotar para aligerar tiempo, pero el terreno, con muchas piedras, era demasiado propicio a las caídas, como Pepe nos demostró, eso sí, discreto hasta para caerse. Por fortuna, con solo unos rasguños. Contactamos con Richy, iba con Dani. Se habían “recuperado”. ¡¡Bien por los valientes¡¡. Finalizaron. Fausto parece ser que seguía en carrera, sin confirmación “oficial”, no nos quedaban dudas que llegaría aunque fuera arrastrándose. Cuando el seguir se pone duro, los duros siguen.

Recorrido que provocó mucha ansia, a tan poco de la meta y con tanta oscuridad, la ausencia de “civilización” atenazaba de angustia. Nos cruzamos con un compañero de reto que iba zigzagueante, que faltó poco para verle caer por el borde del camino. “Voy bien de cabeza”, dijo, “lo que voy mal es de piernas”. Ese era su problema. Le pedimos que no fuera al borde, por que iría bien de cabeza, pero si le fallaban las piernas, la cabeza poco haría para evitarle una grave caída y entre bosques, sería difícil de encontrar. Espero que llegara sin problemas.

En la bajada agrupamos a dos compañeros de ruta que nos acompañaron hasta casi la meta. Avituallamiento de la Cruz Gallega, lo dicho, no se veía nada. Un poco de leche, magdalenas y galletas y ¡¡cuidado con la próxima bajada¡¡ nos avisaron.

Etapa Décima, Cruz Gallega a Segovia. Ahí ya nos confirmaron que no eran 100 sino 102 kms. Que sí, que qué más da, pero lo mismo pasaba si hubieran sido 98 que 100 y ya estábamos reventados. El primer tramo, después de 91 kms era atroz, con un “pedreguerío” que invitaba a “besar la lona”. Afortunadamente, sin incidentes. Algún valiente, al olor del acueducto, todavía nos adelantaba corriendo.

Fuimos viendo mucha gente, me imagino que de la organización, cantándonos la distancia a meta, esa suerte del “increíble hombre creciente”. A cada persona, más distancia. “Os quedan 6 kms”...”os quedan 7,2”…mejor no escuchar, por que el próximo nos dirá que estamos en Plaza de Castilla. Fue el tramo del saberse “finalizador” (que no ese anglicismo hortera de finisher, eso para los guiris), pero a la vez, doliente de cada paso, de cada recodo, de cada camino….¡¡¡¡cuando acaba esto¡¡¡.

Entramos en la ciudad. Paramos para “equiparnos” para la foto. La bandera del equipo y la camiseta de homenaje al compañero Gaby que se tuvo que quedar en Murcia lesionado (¿¿??). Ultimo esfuerzo, trotamos por las calles de Segovia. Recibimos el aplauso de los paisanos. Por esas cosas del destino, nos equivocamos de ruta y pasamos por el centro de la zona de cena y picoteo, viviendo un momento mágico entre decenas de personas aplaudiendo.

Los “pelos como escarpias”, atrás quedaron meses de entrenamiento. Madrugadas y noches de palizas. Horas y horas de correr solo. 15 horas largas de ruta. Esto llega a su fin. El reto, está aquí.



A la vuelta de una esquina, milenario, hiératico, impávido tras siglos y siglos de ver correr la vida. Romanos, godos, árabes, castellanos, todos estuvieron a sus pies. Ahora éramos nosotros quienes nos presentábamos ante él, para su juicio. Si, el Acueducto de Segovia nos reconocía nuestra gesta. Nos saludaba, parecía que hasta sonreía. Ahí están los correbirras de apoyo, aplausos, abrazos, besos. Acabé, llegué a la meta. Oskar, Gines, Pepe, Fernando y yo. Abrazos. Lo hemos conseguido. Gracias a los cuatro.



Historia. Ya es historia, reciente, pero lo es. Lo tengo fresco, este relato tendrá que recordarme en el futuro detalles que iré olvidando. Muchos otros los habré dejado en el tintero. Seguro que no son todos los que están, pero están los que son. Los demás también fueron acabando. Cumplieron su reto. No era una carrera, ni una competición. No existían enemigos, tan solo compañeros. Mi reto era contra mi mismo. El que ganó llegó hace más de 6 horas y después de mi, seguramente, llegaron decenas, quizás cientos durante horas. Todos ganaron, todos cumplieron su reto. Todos se llevaron su medalla en recuerdo de su gesta.

 Este pequeño relato lo quiero dedicar a todos aquellos que afrontan sus retos y que algunas veces los cumplen. Y no me refiero a los deportivos, que también. Si no a todas aquellas personas que día a día afrontan el reto de vivir, de sacar adelante una familia, de ayudar a sus amigos, de comprometerse con causas sociales, a los que regalan su tiempo a favor de otras personas. Todas y cada una de esas personas son héroes. Yo, solo he cumplido un pequeño reto, al alcance de todos o casi todos. Pero todos y cada uno de vosotros, los que afrontáis vuestros retos diarios ante la adversidad, merecéis la medalla de honor de la vida.


Y como no, gracias a Inmaculada, Marta y Julia. Sin su apoyo total sin reservas, esto no tendría sentido. Os quiero.



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