Los Pasos son los Pasos: De Muvi.
22 de Abril, Madrid, Plaza de Colón…inicio de mi primera maratón..
22 de
Septiembre, un poco más allá, Madrid, Plaza de Castilla… ¿otra vez aquí? ¿y
otra vez para darme una paliza corriendo?. Lo mío no tiene arreglo. Pero así
es, aquí estoy. A escasos 15 metros veo a la “speaker” informando de los
pormenores de la prueba, y digo veo, no me he equivocado, por que oír, lo que
se dice oír, no se oía nada. Lástima de parrafada que se echó, pues más de 800
participantes no nos enteramos de nada.
¿Qué como
estoy?. Pues parece que bien. Tras el viaje desde Murcia, que siempre cansa,
foto de equipo y entrada en el apartahotel… (que digo que mal suena eso,
Aparthotel. ¿Adónde tengo que apartarlo? ¿o es que no es un hotel y tengo que
quitarlo de la lista de hoteles?)….¡uff¡, otra vez desbarrando…en resumidas
cuentas, algo nervioso, pero bien, con mucho ánimo.
Tras el
habitual paseo en metro como cada vez que voy a Madrid, acabamos cenando el
típico bocata “madriñeril” de calamares en El Ideal, en una transversal de la
Plaza Mayor. Que no fue bocata, sino bocata y medio que me supo a gloria y me
sentó mejor si cabe.
Para cuando
quise coger la cama, y lo que es peor, el sueño, ya solo quedaban cinco horas
para despertarme, pero debe ser el síndrome del “pre-maratoniano”, no dormir la noche anterior.
Al lío, salida
en Plaza de Castilla. Bien desayunado, bien todo lo demás, en suma bien. ¿He
dicho que estaba bien?. Pues eso, bien. Pistoletazo
y a correr. Ahí estamos todos juntos, empieza el reto. Veo a Fausto, Salvi,
Ginés, Oskar, Manolo, Edu, Juande, Rai, Pepe, Fernando, José Antonio, Pinchi,
Richy y Dani, los de la “orla”…que esa historia, ya la contaré en otra ocasión.
100 kms de
Madrid a Segovia, ahí es nada….bueno, que al final fueron 102. Si, para los
“puristas”, ¿Qué más dan 100 que 102?. Pues cuando llevas 15 horas y media
corriendo-andando-corriendo, sí, sí que importan, ¡¡cómo que se te van ya otros
15 minutos y nadie te lleva en brazos¡¡.
Primera
etapa, de Plaza Castilla Fuencarral (de la salida al km 4), ruta totalmente
urbana. Fue una suerte de “deja vú”, de ya haber vivido esta experiencia. Me retrotraje
a la maratón de Madrid, me recordaba aquella experiencia, pero Richy ya me sacó
de mi “horror”…”¡¡para nada¡¡, no pasamos por aquí”. Vamos, que con gps me
pierdo en el pasillo de mi casa.
Todos
parlanchines, todos bromistas, todos hablando del cochinillo que nos comeríamos
en Segovia (yo, con lo poco “comiente” que soy, sabía, que como mucho, verduras).
Todos, en el fondo, con la responsabilidad y porque no decirlo, con algo de
digamos respeto-miedo ante el reto que nos habíamos propuesto. 100 kilómetros,
muchos de nosotros, yo el primero, no había pasado nunca de la cincuentena
corriendo.
A lo lejos ya
divisábamos, por poco tiempo, a los corredores, a los de verdad, a los que
correrían hasta la meta. A los que ya estarían duchados y cenados cuando
nosotros no habríamos ni llegado a Cercedilla a por el arroz. Pero no
adelantemos acontecimientos.
Segunda
etapa, de Fuencarral a Tres Cantos (del km 4 al primer avituallamiento en
el km 15,8). Tres Cantos, otro curioso nombre. Te hace pensar en cuentos de
hadas, un castillo y un embrujo que tan solo se elimina con los “tres cantos”
del príncipe…aunque casi seguro será por algo menos prosaico y tendrá que ver
con “tres piedras”.
Poco llevábamos
corrido, pero camino del primer avituallamiento, del grupo inicial ya se van desgranando
grupos más pequeños. Cada uno adapta el ritmo a sus piernas. En estas carreras
de tan larga distancia, y lo que es más importante, de tan larga duración, es
importante las piernas, no cabe duda, pero mucho más, la cabeza.
Pinchi y Edu
se descuelgan. Van a su ritmo, muy bien. Buena cabeza. Manolo ni se le vio
desde el principio. El se planteó la prueba en 20 horas, y fiel a su
planteamiento, así lo hizo.
Por el
contrario Juande y Salvi, mucho más fuertes, echaron adelante. Venga, con
ánimo.
Los demás, pues junticos. Ya por la primeras vías pecuarias (que
no pecuniarias, como oí a uno. Eso hubiéramos querido nosotros, que nos pagaran por correr), paralelos a la autovía, disfrutando de los corredores que nos cruzamos. También mucho ciclista, alguno eso sí, de mal humor, “exigiendo” que nos echáramos al arcén….”muchacho, ¿vas a hacer con los corredores lo mismo que hacen los coches contigo?”. Sin más comentarios, hay que saber disfrutar todos de la naturaleza, dejando a cada uno su espacio.
Los demás, pues junticos. Ya por la primeras vías pecuarias (que
no pecuniarias, como oí a uno. Eso hubiéramos querido nosotros, que nos pagaran por correr), paralelos a la autovía, disfrutando de los corredores que nos cruzamos. También mucho ciclista, alguno eso sí, de mal humor, “exigiendo” que nos echáramos al arcén….”muchacho, ¿vas a hacer con los corredores lo mismo que hacen los coches contigo?”. Sin más comentarios, hay que saber disfrutar todos de la naturaleza, dejando a cada uno su espacio.
Primer
avituallamiento, y de “regalo” pasamos un puente sobre la autovía. Oscar, como
ya me daría cuenta después….con prisas, prisas….que nervios…Güasapman…agua,
isotónicos, cola y sobre todo fruta. Nunca dejo pasar un avituallamiento. Por
costumbre lo hago. Es cierto que en muchos casos ni hambre ni sed hay, pero no
se debe dejar que sea el cuerpo quien te lo diga. Desde mi punto de vista, es
un error no avituallarse, es la madera de la caldera. Sin hambre y sin sed,
básico comer y beber. El cuerpo te lo agradece, sino, luego te castiga y el
castigo es duro, muy duro.
Tercera
etapa, de Tres Cantos a Colmenar Viejo (del km 15,8 al km 26,8). ¿Colmenar
Viejo?, y digo yo, ¿hay un Colmenar Nuevo?. No lo he mirado, ¿pero éste es el
pueblo donde viven la “abejas matusalem”, de ahí lo de viejo?.
A
un cuarto del comienzo, ya empiezan a notarse los problemas. Una corredora
hablando por el móvil, aparentemente con su pareja, llorando por los dolores.
Pronto empezamos, pero aún así, la llegué a ver 60 kms después, así que hizo de
tripas corazón y cumplió, seguro.
Fausto
se nos va quedando. Su rodilla le dolía. Se va demorando. Busco en la mochila y
saco paracetamol pero eeguía dolorido. Poco después le oigo alto y claro: “¡¡Nachooo¡¡”,
me vuelvo. “¿Qué?”. “La biciiii”. Me vuelvo y veo un ciclista, con una camiseta
de un club de Cabezón de la Sal, de mi patria cántabra, con el lábaro, el mismo
que colgaba de mi mochila, mi homenaje a mi Tierra.
Mi
rodilla izquierda me empieza avisar, solo es una molestia, pero, molesta. Como
Güasapman luego nos meterá prisa en el siguiente avituallamiento, me adelanto
algo con Richy, correteamos, hasta que vemos
“aquella-cuesta-del-cementerio”…madre mía, el Tourmalet. Que me perdonen los
difuntos de Colmenar, pero con esa cuesta, casi más valdría mandar los féretros
con ruedas.
Llegamos
al pabellón de Colmenar y ahí están esperando las acompañantes del equipo, las
mujeres sin cuyo apoyo y ayuda, más de uno habríamos caído antes de la meta. Como
tenía cinco minutos hasta que llegara Güasapman con prisas, me dio tiempo a
quitarme las piedrecillas de dentro de los “bambos”, que fue algo constante, y
a comer sandía como si me fuera la vida en ello. Pero la parada tan larga me
pasa factura, la rodilla me recuerda que sola no va a mejorar. Cuando
echamos a correr, no me encontraba bien, me costaba seguir hasta que entré en
calor.
Cuarta
Etapa, Colmenar Viejo a Manzanares El Real (del km 26,8 al km 41,8). Se
acabaron los chistes, se pone el recorrido cuesta arriba, y mucho. Me consoló
que iba a ver el Manzanares real, debe ser que el que pasa por Madrid es de mentira.
Cada
vez quedamos menos. Fausto y Rai definitivamente han quedado atrás. Seguimos
Güasapman Oskar, Fernando, Richy, Pepe, Ginés y este humilde relator. Durante
el camino cogimos a Dani, lo está pasando mal. Problemas musculares
Afortunadamente la información que nos dieron no era verídica del todo, en una etapa tan larga, a mitad de camino, junto al Puente Romano, también teníamos avituallamiento.
Afortunadamente la información que nos dieron no era verídica del todo, en una etapa tan larga, a mitad de camino, junto al Puente Romano, también teníamos avituallamiento.
¿Fue
la etapa que encontramos por primera vez a Begoña, la “alicantina” de Madrid?.
No estoy seguro, lo que sí recuerdo es que nos contó que era su segundo año en
la prueba. Fue nuestra constante “compañera”, durante y después, y nos dio
información muy valiosa. Alegre y jovial, siempre iba “pegando la hebra” con
alguien. Saludos para ella y para su hija, de la que nos habló.
También
fue el tramo en el que jugamos al “píllame” con los amigos de Guadalajara,
ahora te cojo yo, ahora me coges tú. Bajando a Manzanares El Real, uno de ellos
se cayó y se marcó toda la cara. Les vimos en Cercedilla, ya no después, pero
no me cabe duda que llegaron. También para ellos nuestro recuerdo.
Alcanzamos
a Salvi, su lesión en el empeine no le dejaba continuar. Para él, final del
reto 2012, pero comienza el de 2013. Alguno le dijo algún comentario fuera de
tono en relación con su abandono, pero Salvi, al ponerte en la salida, ya
habías triunfado, porque ganaste a mucha gente que nunca se atrevería ni a
intentarlo, y tú, pese a la limitación que traías, lo hiciste. Lo demás, le
pasa a cualquiera.
A
la entrada en Manzanares El Real, vimos el embalse, con la “caló” daba ganas de
darse un baño, pero hoy no…¡¡¡mañanaaaa¡¡¡. Impresionante la acogida de las
correbirras…Pilar, Ana, Maribel, Yolanda, Merce y Juanpe (si, he dicho “las”,
pero es que nombrando a 5 mujeres y un hombre, decir “los” me parecería muy
machista). No sé si las hubo mejores, pero nadie animó y ayudó tanto como el
equipo de seguimiento correbirrero.
Nuevo
avituallamiento, y me comí plátano hasta reventar. Casi no me dio tiempo a
mandar un mensaje a casa, a mi medio pomelo, Inmaculada, y mis niñas, Marta y
Julia, a las cuales, y eso es lo que más siento, las tuve en vilo todo el día.
Las eché mucho de menos, y quise ver en cada ánimo, en cada apoyo y en cada
aplauso a cada una de las tres. Fue duro hacerlo sin ellas, pero pude hacerlo
por ellas.
Quinta
etapa, de Manzanares El Real a Mataelpino (del km 41,8 al km 49,4), que
digo yo que quien ponía los nombres a los pueblos. ¿Mataelpino?....¿xenofobia
forestal?.
Calor,
que calor, y yo sin crema. Empecé a notar la cara arder y la rodilla ya me está
empezando a dar la tabarra más de lo soportable. Me tomé un paracetamol. Por
detrás, Richy empezó a sufrir. Como dicen los ciclistas, “hizola goma”, pero
nos alcanzó para hacernos la foto en el cartel de entrada en Mataelpino…50 kms,
¡ya somos ultramaratonianos¡.
Eso
sí, pregunté el nombre del alcalde del pueblo, porque, hay que ser poco
misericordioso para ponernos la rampa que nos tocó subir justo antes de llegar.
Entrada
en avituallamiento, y comí otra vez como si me fuera la vida en ello.
¡¡Membrillo¡¡…Irene, Carmelo estos 6 trozos van por vosotros, solo faltó el
queso. Chocolate, refresco de cola…y la peña correbirrera por todo lo alto.
¿Pero cómo lo consiguen?. Cuando lleguen a Segovia van a estar molidos…tic tac
tic tac…Güasapman nos llama, que se va, ¡¡esperaaaa¡¡¡.
Sexta
Etapa de Mataelpino a Navacerrada (del km 49,4 al km 54,8). Etapa que se me
hizo eterna, con una subida final, junto a Fernando, que no parecía acabar. Y
mira que yo iba con ganas de abrir la nava esa que tienen cerrada por ahí. El
equipo perdió definitivamente a Richy, pero luego demostró lo que hay que
tener.
Momento de revisar ritmo. Me encontraba bien, incluso fuerte, pero el dolor
de la rodilla era un aviso que no debía olvidar. Podría tirar más rápido, pero
preferí ir junto a los compañeros. Intentar una aventura en solitario que a lo
mejor me reducía el tiempo en una hora, o a lo peor me hace reventar, para luego
pagarlo caro, va a ser que no. Pensé,
por una vez pienso, y creo, como luego me demostré a mí mismo, que más vale ir
en grupo, que lo importante es llegar y hacerlo bien.
Empezamos
a ver vacas, muchas vacas, y muchas “pistas” de vacas. Hasta fotos se echaron
de las vacas, pero bueno, ¿no son esas cosas con cuernos que dan leche?. Bueno,
nada, fotos.
Séptima
etapa, Navacerrada a Cercedilla (del km 54,8 al km 64,4), donde se fabrican
los cercedos…como los carpinteros hacen carpintos. Ya se huele el arroz. ¡¡Como
no¡¡, salimos corriendo detrás de Güasapman. Etapa
que se hizo más cómoda. La confianza y la certeza de que ya llegamos a
Cercedilla, para repostar fuerzas, fue el gran aliciente. En un exceso de
confianza quise tirar de más del grupo y la rodilla se resintió, la hinchazón
aumentaba de forma alarmante. El dolor, aunque tolerable, no remitía.
Cuando
llegamos al pabellón de Cercedilla, 25 minutos de descanso. Aquí sí que hubo
que explayarse. Comí arroz, por comerlo, porque debía estar hecho desde hacía
mucho rato, ciertamente, el único fallo de la organización (junto con la falta
de avituallamiento en la meta). Si, eran hidratos de carbono. Y no, no esperaba
una paella valenciana, ¡pero frío y duro¡. Eso sí, su efecto recuperador fue
inmediato.
Entre
la gente, sin buscar mucho, encontramos a las correbirras, ya con Salvi entre
ellos (había abandonado), con la mejor de sus sonrisas y sus ánimos. En campeón. Con
crema y unos guantes apareció mi “ángel salvadora”, un masaje a mi maltrecha
rodilla. 48 horas después tengo la certeza de que sin aquel masaje, no habría
acabado. Me dio fuerzas para la cumbre de la Fuenfría sin sufrir
dolores.
Recogimos el material nocturno. El frontal (que follón, no pude aguantarlo en la
frente, lo llevé en la mano), la manta térmica (que como fue, volvió, ni la abrí), la luz intermitente (un balón pequeño que los
sardineros regalaron a mi niña Julia) y el silbato. No cabía nada, algo había
que dejar. Como no le había dado “bola” cogí la bolsa de los frutos secos y de
los orejones, y los dejé en la basura, con el pesar que me supone tirar
comida.
Etapa
Octava, de Cercedilla al Alto de la Fuenfría (del km 64,4 al km 79,3). Como
bien decía Salvi en Cercedilla, si se llama Fuenfría es por algo. En un día
caluroso, cuando llegamos arriba, casi al anochecer, pelaba…sino, la habrían
llamado Fuencaliente, ¿no Salvi?.
Empezaba
lo duro. ¿Begoña?, otra vez por aquí…la cuarta o quinta vez que nos vemos. Ginés
dejó su impronta, y frase memorable, “los pasos son los pasos”, o así, que con
mi mala cabeza, ya se me va olvidando todo, de aquí que lo escriba.
Para
engañar, los primeros 500 metros cuesta abajo, pero enseguida se puso, como se
dice en Santander, “pindio”, para arriba, unas cuestas largas y duras. En
fila india, me puse a la cabeza, marcamos un ritmo bueno, ni muy duro ni muy
lento. No era cuestión de reventar, pero tampoco de llegar al desayuno. Paisaje
espléndido. Un pinar de decenas de kilómetros. Ahora se da uno cuenta del
patrimonio que se pierde con cada incendio y porque
los pirómanos deben pagar con cárcel sus desvaríos.
Como
en un parque, oímos múltiples voces de niños, ya fuera de camping, de fiesta o
de paseo. Nos encontramos numerosas personas andando o en bicicleta. Ante tan
placentero entorno, no es de extrañar la cantidad de excursionistas que disfrutaban
del día. Pero
la subida cada vez más dura. Navacerrada, que en su momento pareció dura, ahora
era un juego de niños. Quince kilómetros para llegar a la cima, algo más de 2
horas y media nos costó coronar. Encontramos un avituallamiento mediada la
subida. Nos vino muy bien, máxime cuando en Cercedilla dijeron que no había
nada hasta la cumbre.
El
segundo tramo era más suave de pendiente, pero las piernas tienen, como todo un
tope. Entre los pinos vimos lo que en su época debió ser una carretera
forestal. “Mirad por donde sube una carretera”, exclamé, cual colegial de
excursión escolapia. Fernando, bregado en mil batallas montañiles aseveró, “esa
es para nosotros”. Viendo la lejanía dije: “No, no puede ser”. Fallé, nos tocó
ir por allí.
A falta de un kilómetro para la cumbre empecé a notar una pájara, suave, pero pájara. Iba mareado, y ya solo podía andar mirando al suelo. Afortunadamente al coronar, un caldito me revivió, junto con dos magdalenas. Que vaya mezcla ¿no?. Mano de santo. Fue el momento de ponerse más ropa, para no congelarnos y encender los focos. Llamé a casa, hablé con Inmaculada. Va todo bien. Me duele saber a la familia pendiente y preocupada. Va todo bien. ¡¡Como decir que iba con una “pájara”¡¡. Vamos, viéndolo por donde lo vieras, sonaba mal. Eso sí, lo de la rodilla, se lo iba contando. Su ánimo compensó la mala media hora que había pasado.
Novena
Etapa, Alto de la Fuenfría a la Cruz Gallega (del km 79,3 al km 91). ¿Cruz
Gallega?. Y digo yo, ¿cómo llegó una gallega a aquel punto en medio de
la provincia de Segovia?. Da igual, con lo oscuro que estaba, podía ser la
Torre de Londres, que no se vería tampoco.
Bajada
en la que intentamos trotar para aligerar tiempo, pero el terreno, con muchas
piedras, era demasiado propicio a las caídas, como Pepe nos demostró, eso sí,
discreto hasta para caerse. Por fortuna, con solo unos rasguños. Contactamos
con Richy, iba con Dani. Se habían “recuperado”. ¡¡Bien por los valientes¡¡.
Finalizaron. Fausto parece ser que
seguía en carrera, sin confirmación “oficial”, no nos quedaban dudas que
llegaría aunque fuera arrastrándose. Cuando el seguir se pone duro, los duros
siguen.
Recorrido
que provocó mucha ansia, a tan poco de la meta y con tanta oscuridad, la
ausencia de “civilización” atenazaba de angustia. Nos cruzamos con un compañero
de reto que iba zigzagueante, que faltó poco para verle caer por el borde del
camino. “Voy
bien de cabeza”, dijo, “lo que voy mal es de piernas”. Ese era su problema. Le
pedimos que no fuera al borde, por que iría bien de cabeza, pero si le fallaban
las piernas, la cabeza poco haría para evitarle una grave caída y entre bosques,
sería difícil de encontrar. Espero que llegara sin problemas.
En
la bajada agrupamos a dos compañeros de ruta que nos acompañaron hasta casi la
meta. Avituallamiento
de la Cruz Gallega, lo dicho, no se veía nada. Un poco de leche, magdalenas y
galletas y ¡¡cuidado con la próxima bajada¡¡ nos avisaron.
Etapa
Décima, Cruz Gallega a Segovia. Ahí ya nos confirmaron que no eran 100 sino
102 kms. Que sí, que qué más da, pero lo mismo pasaba si hubieran sido 98 que
100 y ya estábamos reventados. El
primer tramo, después de 91 kms era atroz, con un “pedreguerío” que invitaba a
“besar la lona”. Afortunadamente, sin incidentes. Algún valiente, al olor del
acueducto, todavía nos adelantaba corriendo.
Fuimos
viendo mucha gente, me imagino que de la organización, cantándonos la distancia
a meta, esa suerte del “increíble hombre creciente”. A cada persona, más
distancia. “Os quedan 6 kms”...”os quedan 7,2”…mejor no escuchar, por que el
próximo nos dirá que estamos en Plaza de Castilla. Fue
el tramo del saberse “finalizador” (que no ese anglicismo hortera de finisher,
eso para los guiris), pero a la vez, doliente de cada paso, de cada recodo, de
cada camino….¡¡¡¡cuando acaba esto¡¡¡.
Entramos
en la ciudad. Paramos para “equiparnos” para la foto. La bandera del equipo y
la camiseta de homenaje al compañero Gaby que se tuvo que quedar en Murcia
lesionado (¿¿??). Ultimo
esfuerzo, trotamos por las calles de Segovia. Recibimos el aplauso de los
paisanos. Por esas cosas del destino, nos equivocamos de ruta y pasamos por el
centro de la zona de cena y picoteo, viviendo un momento mágico entre decenas
de personas aplaudiendo.
Los
“pelos como escarpias”, atrás quedaron meses de entrenamiento. Madrugadas y
noches de palizas. Horas y horas de correr solo. 15 horas largas de ruta. Esto
llega a su fin. El reto, está aquí.
A
la vuelta de una esquina, milenario, hiératico, impávido tras siglos y siglos
de ver correr la vida. Romanos, godos, árabes, castellanos, todos estuvieron a
sus pies. Ahora éramos nosotros quienes nos presentábamos ante él, para su
juicio. Si, el Acueducto de Segovia nos reconocía nuestra gesta. Nos saludaba, parecía que hasta sonreía. Ahí están los correbirras de apoyo,
aplausos, abrazos, besos. Acabé, llegué a la meta. Oskar, Gines, Pepe,
Fernando y yo. Abrazos. Lo hemos conseguido. Gracias a los cuatro.
Historia.
Ya es historia, reciente, pero lo es. Lo tengo fresco, este relato tendrá que
recordarme en el futuro detalles que iré olvidando. Muchos otros los habré
dejado en el tintero. Seguro que no son todos los que están, pero están los que
son. Los
demás también fueron acabando. Cumplieron su reto. No era una carrera, ni una
competición. No existían enemigos, tan solo compañeros. Mi reto era contra mi mismo. El que ganó llegó hace más de 6 horas y después de mi,
seguramente, llegaron decenas, quizás cientos durante horas. Todos ganaron,
todos cumplieron su reto. Todos se llevaron su medalla en recuerdo de su gesta.
Este
pequeño relato lo quiero dedicar a todos aquellos que afrontan sus retos y que
algunas veces los cumplen. Y no me refiero a los deportivos, que también. Si no
a todas aquellas personas que día a día afrontan el reto de vivir, de sacar
adelante una familia, de ayudar a sus amigos, de comprometerse con causas
sociales, a los que regalan su tiempo a favor de otras personas. Todas y cada
una de esas personas son héroes. Yo, solo he cumplido un pequeño reto, al
alcance de todos o casi todos. Pero todos y cada uno de vosotros, los que
afrontáis vuestros retos diarios ante la adversidad, merecéis la medalla de
honor de la vida.
Y
como no, gracias a Inmaculada, Marta y Julia. Sin su apoyo total sin
reservas, esto no tendría sentido. Os quiero.
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