14 de mayo de 2022, tras más de dos años y medio, volví a ser ultramaratoniano en Ronda, covid mediante.
Lo intenté en 2018, junto a mi primo, el incombustible Pepe Gálvez. Entonces en el km 60 reventé. Vomitando cinco minutos. Los espasmos que me generaron los vómitos, me provocaron calambres. Noqueado. Lo intenté. Seguí junto a Pepe otros 10 kms, pero llegando al cuartel, en el 70, sabía que la única elección era la retirada. Hay que saber cuando es que no.
Ante mi segundo intento en Ronda, me rodeé de la mejor compañía. Inmaculada, mi medio pomelo, no se lo quiso perder. Nuestros amigos, casi hermanos, Irene y Carmelo, tampoco.
Larga distancia en coche desde Murcia. Más de cinco horas. Cuando llegamos a mediodía del viernes 13, Ronda ya empezaba a llenarse.
Alquilamos un apartamento para los cuatro. Tengo claro la oferta-demanda pero menudo abuso de precios en ese fin de semana. Llegamos a ver apartamentos por 20.000. Verídico.
Como llegamos antes, Inmaculada y yo salimos a pasear. Era como ir con una niña pequeña. Yo ya lo había vivido, sé lo impresionante que es ver las calles atestadas. Ya de por sí Ronda es una ciudad para no perdérsela. Pero si a eso sumas miles de personas a la vez, no tiene parangón.
A última hora, nos acercamos a la cena de la pasta. Entregué mi boleto. "Entra", me dijo Inmaculada, "que te espero". "Tira delante de mi", le respondí. Cogí una bandeja, se la puse en la mano. El legionario le echó el pegote de ensalada de patatas, la pasta, la chispa-de-la-vida y el postre. Su cara de niña feliz valió por toda la carrera. Y eso que no fue la mejor cena que hemos disfrutado juntos.
Volvimos paseando poco a poco, al día siguiente, batalla. Irene y Carmelo llegaron al anochecer. Ya estamos todos.
Día D, 6.00, ya en pie. Para hacer los deberes, zumo de pomelos que me llevé de casa. Bollería industrial en grandes cantidades. Luego té, mas bollería. Comí todo lo que encontré por encima de la mesa. Pasé a ver al Sr Baliza.
Empecé el rito. Vestirse. Y la elección de la ropa es fundamental. Nada nuevo, todo usado y reutilizado muchas veces, que no genere sorpresas. Camisa lo mas desgastada posible, imposible rozaduras. Calcetines que no aprieten. Bambos usados, el terreno era pedregoso pero no técnico. Calzoncillos sin costuras, es muy molesto que te vaya rozando un testículo, todavía recuerdo una carrera en Moratalla, que me tuve que apartar de la senda para quitarme los que llevaba que me estaban martirizando.
La mochila. Agua. Pastillas de sales minerales. Algo de comida, chocolate, pasas, masa de higos y frutos secos. El móvil bien cargado. El reloj para saber en que km se va. Visera para el sol. Baterías para recargar el reloj o el móvil. Algo de dinero, por si acaso. Es un follón cargar con la mochila, da mucho calor, pero la alternativa es no poder echar mano de lo que te haga falta.
Cuando todos se despertaron, salimos camino de línea de salida. Las calles a reventar. Miles de personas hacia el campo de fútbol. La carrera tenía como hora de comienzo las 10 de la mañana. Cuando llegamos, a las 9:15, no cabía un alfiler. Me fui a dejar mi bolsa de vida. Me separé de Inmaculada, Irene y Carmelo. Ya no les vi hasta la salida.
Bajé al césped.
¿Que como estaba la plaza? ¡¡ Abarrotáaaaa¡¡¡ Sólo ante la ultradistancia. Tras la foto, me tumbé y esperé. Me llamó IQ. "¿Como estás?", me dijo. "No hemos conseguido sitio", añadió. "Estamos justo en la curva". "Vale", respondí. "Saldré el último", concluí. "¿El último?", dijo ella. No debió creerme en ese momento.
Oía las conversaciones. Los más, no hablaban. Concentrados. Y no por el tiempo o por el puesto. No. Por acabar. Por no equivocarse en la estrategia. Con el calor que hacía, no cebarse era la única opción de los seres humanos que cerramos el pelotón.
10:00. 4.350 corredores individuales y 1.400 en equipo dispuestos a comenzar nuestra aventura. De los 5.750 que salimos, 1.600 abandonaron, básicamente, por el tremendo calor.
Pistoletazo de salida. Seguí sentado. Uno tras otra fueron saliendo detrás de mi. No había prisa. Seguí sentado. Tras 10' desde la salida, me levanté. Despacio fuí hacia el arco. Y sí, salí el último. Tras jartarse de grabar, Inmaculada apagó el móvil. Al fin llegué. "Lo del último....?". "Ya te lo dije".
Calle principal, amplia, a rebosar de corredores, andarines y gente mirando. Empecé a correr, despacio, pero adelantado. Espectacular el ambiente. Entramos en la plaza de toros, la de los Ordóñez, y dimos media vuelta al coso, a ese lugar donde dicen que se disfruta de una tradición pero que personalmente me parece una barbarie que no deberíamos permitirnos como sociedad. Y no, decir que si no, no habría toros de lidia es otra necedad, disfrutar con el sufrimiento nos rebaja al nivel de alimañas. No es mío el video, pero hace una idea.
Dejamos Ronda. Camino estrecho, sin complicaciones. Mucha cabeza. No quemarse, en todos los sentidos, ni correr mas rápido de lo debo ni hacerlo cuando mas calor hiciera.
Los primeros avituallamientos se sucedieron cada 5/6 kms. Organización perfecta. La Legión lo borda. Bien aprovisionados. Dulce, salado, frutas, líquidos. Aunque es cierto que al final, cuando mas falta hacía, te limitaban a un dulce y un salado. No sé si por falta o por permitir a los primeros coger sin medida.
No llevaba ni 10 kms cuando se me puso a la par Pablo. Me vio mi escudo racinguista y me preguntó: "Eres de Santander?". Casi 60 kms juntos, muy buena compañía. Me vino bien. Ya en los 30 kms finales, el sube-y-baja, el montañero que llevo dentro me hizo tirar. Se quedó a su ritmo.
Arriate, primer gran punto de paso, km 25. Pueblo de cuestas. Todo el pueblo en las calles. Todo. El calor empezaba a castigar. Mucha agua, chispa de la vida, tomatitos cherry (la primera vez que los veía en una carrera) y dulces. Comí y bebí de todo y en todos los avituallamientos. Es obligatorio. Da igual no tener ni sed ni hambre. Si esperas a tenerlos, estás acabado. Al final de la carrera llevaba un buen revoltijo en el estómago.
Como era mi segunda participación, sabía que la subida tras Arriate se hacía muy larga. Llevadera, no muy dura, pero muchos kms. Fijé un ritmo sostenido, pero sin forzar. Ahí se nota quien es montañero y quien llanea. Adelanté a decenas, de hecho saqué de rueda a Pablo.
Coroné, me avituallé y esperé a Pablo. Tener con quién hablar, de lo que sea, evade la mente del dolor. Bajamos al trote y empezó mi tramo peor. 25 kms hasta Setenil de las Bodegas. Totalmente plano. Mucho calor. "Mi consejo", le dije a Pablo, "andar hasta que baje el calor". Me hizo caso.
Todo lo que adelanté en la subida lo perdí, y mas, en esos 25 kms. Asfixiado. Primeros mensajes a mi pomelo. "Voy bien pero !qué calor!". Cada km se me hizo eterno. Y consciente que no había llegado a la mitad.
Alcalá del Valle, kms 42, maratón. Y me quedaba otra maratón más 19 kms. Esta afición mía va a ser de sicólogo.
Saliendo de Alcalá del Valle, muchísimo calor, una tremenda cuesta, corta pero muy intensa. Al fondo ya se divisaba Setenil. Necesitaba llegar allí. Mitad de carrera, empezar a restar kms. Siguen quedando muchos, pero restar es fundamental para la moral.
!Que bonito Setenil!, con sus bares, bodegas y casas esculpidas en la roca. En la bajada hacia el pueblo, Pablo se quedó atrás, se le cargaban las rodillas. Hizo bien, hay que adaptarse.
Pocos centenares de metros antes del avituallamiento de Setenil empecé a oír sirenas de ambulancias. Pregunté a un legionario. El calor se cobraba su precio. Bastantes participantes no soportaron el calor y acabaron en el hospital. Me conjuré, a mi hoy no me pasa, pensé.
20' sentado. No había prisa. Chocolate. Chispa de la vida. Bocata y un par de pastillas de sales minerales para contener los calambres. En mi anterior participación, fue en este tramo donde reventé. Pero hoy no toca. Hoy volveré a ser ultramartoniano.
No negaré que salí de Setenil con dudas. Pero mantuve la concentración. No cebarse.
Corrí unos kms junto a un malagueño con tal acentazo que me perdí la mitad de la conversación. Poco después, me alcanzó Pablo. Otros 10 kms juntos. Terreno menos llano. Mejor. Ni una molestia muscular. Pero sin acelerarme.
Llegué a "aquel" avituallamiento, que con mi primo Pepe de testigo, vomité hasta la primera papilla, lo cual me provocó agujetas, tirones y todo tipo de calambres. Entonces supe que estaba liquidado. Casi no podía andar. En cambio, en esta ocasión, aparte del lógico cansancio y el hartazgo del calor, todo controlado.
7:00 de la tarde, empezaba a caer el sol. Conseguí superar los 45 kms bajo el infierno. A lo lejos, Ronda, pero aún faltaba mucho.
Anochecía cuando llegué al acuartelamiento de la Legión. Bajaban la bandera, toques de corneta, todos quietos como hipnotizados. Respeto pero no comparto el "banderismo". No soy amigo del militarismo. En tiempos de tecnología y botones rojos, los ejércitos son un reducto del pasado. Y la Legión, por añadidura, tiene un sesgo histórico que no olvido. Que su fundador repitiera una y otra vez su frase, "Viva la Muerte", demuestra que no estaba muy en sus cabales. Pero en cuanto organizar carreras, matrícula de honor. Sin duda.
Cena. Con Pablo. Arroz blanco tres delicias. Perrito caliente. No me entraba, pero me obligué. Quedaba lo mas duro. Cuatro subidas y cuatro bajadas.
Recogí mi bolsa de vida. Dejé la sobrecarga y cogí el cortavientos, obligatorio. Sin comentarios, vi a pocos que se lo pusieran.
Media hora. Iba hacia lo desconocido. Pablo se quedó a los primeros metros. Entró en meta una hora después que yo.
Ya de noche. Bajó el calor. Montaña. Esto es lo mío. Y lo fue. Cuando llegué al cuartel iba entorno al 1700, acabé sobre el 1100, adelanté a 600. Que sí, que da igual, que cuando yo salí hacía la montaña el ganador llevaba 1 hora en meta. 9 horas tardó. Superman. Pero como sube la moral verte adelantar corredores. Y como te hunde ver que te adelantan todos.
Algo había oído hablar de la subida a la Ermita, de ser dura e interminable. Es llevadera hasta los 500 metros finales, muy pindios. Dos llamadas. "Como vas, primo?". Era Pepe. "Muy bien, todo controlado". La otra, mi pomelo, "Donde estás?". "Bajando a Montejaque", le respondí. "Aquí estamos".
Mi hija Marta, todo la carrera preocupada. Me escribió varia veces. Dándome ánimos. Incluso hablando del festival de Eurovisión, que como le pronostiqué un mes antes, ganaría Ucrania si o si, aunque mandaran una delegación de mudos.
Mi hija Julia, un clon mío y de mi. Un como vas y poco más. No hizo falta más.
Cuando supe que estaban a 1 km, aprovechando la bajada, aceleré. De noche, todo cambia. Los pueblos blancos, resplandecen. Las montañas negras, asustan.
Allí estaban. Inmaculada, Irene y Carmelo. Mi compañera para todo y los amigos que siempre están. "Como vas?". Algo exhausto, me salió un bien poco convincente.
Desde Montejaque, un giro en redondo para volver al mismo sitio, dejando el embalse a un lado, oculto por la noche. Físicamente, el peor momento. La subida, dura, la llevé muy bien, pero la bajada asfaltada me abrasó las piernas. Cuando los volví ver a mi segundo paso por Montejaque, iba muerto, les di mala imagen. "Déjalo ya", me dijo Inmaculada. En mi cabeza pasó la idea un milisegundo. Me quedan 18 a meta. Aunque sea a rastras, acabo.
Seguí. Bajando a Benaoján iba derrotado. Atravesé sus calles medio zombi.
Pero tras el avituallamiento de un minidulce y un bocata, me noté revivir. 15 kms a meta. Esto está hecho. Creo. Corría algo de fresco, lo suficiente para animarme. En la subida al Cortijo de la Manía llevaba un equipo pisándome los pies. No me gusta ir rodeado de gente que grita, parece que para que les oigan. Pero parecían ir mas fuertes. Poco a poco sus voces se perdieron, se fueron quedando atrás, había vencido una pequeña batalla. El terreno algo mas quebrado, los adelantaba a pares. Subidón de moral.
Todavía con fuerzas, bajé corriendo, no muy fuerte para evitar una caída que me dejara tirado a tan poco de la meta.
Km 95, ultima subida, el Puerto de la Muela. Subí pletórico, pero con dolor de estómago.
Coroné. Un trozo de naranja. Me calló como una piedra. Empecé a vomitar. ¡¡Otra vez no¡¡. Cinco minutos con el cuerpo baldado. Tranquilo. Son solo 6 kms más. "Estás bien?", pues no, no lo estaba, pero nadie me lo preguntó. No di tiempo a mi cerebro a ordenar la rendición. Empecé a caminar, lento al principio. Tras unos minutos comprobé los efectos de los vómitos. El estómago mucho mejor, las piernas, mucho peor. Pero da igual, asakoooo, hasta la meta.
Al empezar la ultima bajada, ahí estaba Ronda, con su tajo esperándome. Ya de madrugada, Inmaculada, Irene y Carmelo se habían ido a dormir. Todos? No. Mi medio pomelo seguía velando. Vaya noche le di.
Según dicen los que saben, la garganta del río Guadalevín que divide en dos Ronda, lleva ahí 5 millones de años. Ahí es nada. Así que cuando en 1751 empezaron a construir el puente, parece que fue ayer. 40 años tardaron en terminarlo.
Por un lateral hay una cuesta, que como bien dice su nombre, cuesta mucho, la que llaman la cuesta del cachondeo. Y tras 100 kms, mas que del cachondeo, es del cabreo, pero que necesidad había de terminar así.
Pero esto es Ronda. De todo un poco.
Tras una bajada sin forzar, para evitar tirones o calambres, me fui acercando a la cuesta. Despacio. Sabía que era el final. Y en lugar de tomarlo con calma, decidí apretar, era hora de terminar. Subía francamente bien. Ya en las calles de Ronda. Hola, estoy de vuelta. Tras 18 horas exactas crucé la meta.
Recogí la medalla. La sudadera de regalo (pagada con sudor y dinero de la inscripción). Y como en todas las grandes carreras, mi cerebro al darse cuenta de que se había acabado, empezó a desconectar todo. Si hubiera tenido que hacer 130, 130 habrían sido, pero cuando cruzo la meta, ni 20 metros más.
Ir a por la mochila al otro lado del puente me costó mucho trabajo. Eso a mejorar para la organización. Y la vuelta al apartamento fue muy dura. No podía ni dar un paso.
Ya "en casa", debía tener muy mala pinta porque Inmaculada me miraba como si estuviera al borde del colapso. No había forma de quitarme los bambos. La ducha fue trabajosa. El cansancio calló en cascada. Una vez en la cama, me dolía todo, solo pude dormir 1 hora, y malamente. Mi amor, mi compañera, mi amiga, mi pomelo me trajo de vuelta.
Feliz. Lo conseguí. Otra para la memoria.
Volveré?. Pues quien sabe. Pero no necesariamente. Tendría que ser con los macedonios, en equipo, para hacerla de otra manera, pero en este momento, creo que mi página de los 101 de Ronda se cierra.
Gracias Irene y Carmelo, por siempre estar y ser. Impagable vuestro cariño.
Inmaculada, todo empieza y acaba contigo. Espero que por otros 25 años.
25 años han pasado desde aquel
increíblemente lluvioso 24 de mayo murciano de 1997. 30
años desde que nos conocimos. El tiempo ha pasado rápidamente, día a día. En tiempos de inmediatez, de
impaciencia, de felicidad virtual, mantener viva la llama del compromiso
empieza a ser novedoso. Y no, no creo en el amor para siempre por que sí,
porque te lo diga un sospechoso señor vestido con faldas o poncho de colores, con tan poca credibilidad al respecto como que
nunca se ha casado ni ha tenido pareja….o eso dicen. Una cifra tan especial había que celebrarla.
Pese a mi carácter no
religioso, tomo nota de algunas de sus lecciones. Vuelvo a aquel maravilloso
lluvioso día de 1997 cuando se me ocurrió subir al púlpito para hacer mi
declaración de amor a mi medio pomelo. Nadie me entendió entonces, y no porque el
texto no fuera claro, sino porque los nervios me aligeraron la lengua. Fue
ininteligible. Doy la palabra a Pablo, hablando ante los Corintios.
Por los cerros de Ubeda. Lo sé.
Pues decía, cifra tan mágica había que celebrarla. Y decidimos hacer un viaje
juntos, solos, como lo hicimos entonces.
El primer destino en mente fue
Moscú y Leningrado. Verídico. Será para mejor ocasión. Cuba saltó a la
palestra. Incluso miramos vuelos, rutas, lugares que visitar hasta que guguel nos dijo que mayo es de los
peores meses para viajar allá por la alta posibilidad de lluvias y tifones.
Para otra ocasión. Algo se dijo de Islandia, pero poco. Egipto estuvo muy
avanzado, con fechas y precios incluidos, pero tras años sin nada en nuestra
agenda, mayo la teníamos abarrotada de eventos, no hubo forma de cuadrar. Ramsés
II tendrá que esperar, espero que poco.
Optamos por lo seguro. Recorrer
Suiza, Centroeuropa, que nunca decepciona. Pero los vuelos, las fechas, los
traslados, tampoco nos lo pusieron fácil. Castelldefels parecía la última
opción. Hasta que nuestro destino se nos presentó callado y tranquilo. Bienvenidos a Múnich y Baviera.
Baviera ya estuvo habitada en el siglo I antes de nuestra era. Fue
campo de batalla para romanos, celtas, teutones y germanos hasta que en el
788 Carlomagno la incorporó al imperio carolingio. De mano en mano tras su
muerte, en 1180 Federico I Barbarroja se la ofreció como ducado a Otto de
Wittlesbach en 1180. Esta familia tiene el dudoso honor de ser la dinastía que más
tiempo ha reinado de forma consecutiva en un territorio, hasta la deposición de
Luis III en 1918.
Tras siglos de luchas internas y externas, Guillermo IV unificó toda
Baviera en un ducado en 1545. Cien años después, tras la ayuda de Maximiliano I
a la causa del emperador Carlos I de España y V de Alemania durante la guerra
de los Treinta Años, éste le concedió el estatus de Principado, con el derecho
de Elector para el puesto de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
Por su ayuda a las tropas napoleónicas, Baviera consiguió el estatus de
reino en 1805 que no perdió en 1812 tras aliarse con rusos, ingleses y
austríacos para vencer al Corso. Integrada como reino en la Alemania prusiana,
tras el final de la Primera Guerra Mundial se suceden el Terror Rojo
(proclamación de la república soviética de Baviera) y el Terror Blanco (fuerzas
contrarias que atacaron Múnich). Finalmente se integraron en la República de
Weimar, dentro del territorio alemán.
En 1923 los nacionalsocialistas intentaron dar un golpe de estado,
fallido, en Múnich. Tras la llegada al poder de Hitler, Baviera fue su
principal baluarte. Al terminar la II Guerra Mundial, Baviera se convirtió en
un Land de la República Federal Alemana.
16/05
Como siempre, apurando los días
de vacaciones para no perder ni uno solo día, aquel lunes por la mañana fui a trabajar,
muy cansado tras las 18 horas de los 101 kilómetros de Ronda. Pero esa será
otra historia.
A media tarde, con las maletas
cargadas, pusimos rumbo hacia Madrid. No sabíamos que ese día
era festivo madrileño, el lunes posterior a su patrón San Isidro. A unos 80 kms
de la capital, parón tras parón. Desesperante. Cuando quisimos llegar ya eran
pasadas las 11 de la noche. En esta ocasión nos dieron acogida nuestros
sobrinos María y Josemi que viven desde hace unos años allí. Pobreticos, los
tuvimos a la espera más allá de la hora esperada. Cansados, hablamos un rato y
a media noche, a dormir.
La denominación de Baviera es Estado Libre de Baviera. En la RFA no
existe el derecho a decidir. Nos suena, no? La constitución alemana recoge
expresamente que no existe posibilidad de pedir un referéndum local para
la independencia. Para que un Land pueda independizarse ha de ser aprobado por
toda la nación. Hay un pequeño partido independentista pero como muy baja representación.
Los bávaros son un pueblo muy laborioso, uno de los Land más ricos de
Alemania. Muy conservadores. Muy religiosos. Discrepan mucho del resto de
Alemania, especialmente de los Land industriales del norte. De hecho, en toda
Baviera se hablan hasta tres dialectos del alemán. Los berlineses se mofan del
acento de los bávaros.
17/05
Esto empieza ya. María nos pidió
un cabifai que recorrió la distancia
hasta el aeropuerto en un suspiro, fernandoalonsoeando
por la autovía. Menos mal que el recorrido era breve, mi mano apretada por la
de IQ no habría aguantado más la presión.
Da igual cuantos viajes hayamos
hecho, cada vez que llego a un aeropuerto siento la misma tensión de nervios.
Buscar el vuelo. Asegurarme que lo llevamos todo. Que no nos falte ningún
papel. Pasaportes. Bonos de vuelos, hotel y excursiones. A lo que desde hace
poco se suman los pasaportes covid, que mira que les dimos vueltas, para que
después nadie nos lo pidiera. Y no lo preparo solo, pero me siento responsable por
los dos.
El vuelo fue regular, no por el
piloto, si no por nosotros mismos. IQ pasó las tres peores horas de todo el
viaje. Copión que soy, poco antes de aterrizar empezaron a darme mareos y
amagos de arcadas. Aterrizamos, recogimos maletas y a la aventura.
¿¿¿Por qué Múnich?? Pues
realmente no hubo un motivo especial. Nunca ha sido uno de esos destinos que
hayamos tenido en el punto de mira para visitarlo. Surgió, sin más. Y
normalmente cuando menos los preparas, mejor resulta.
Salimos del aeropuerto en busca
del transporte. Nunca hay que cifrarlo todo a la improvisación, no digo
llevarlo milimetrado pero hay mucha información en intranet que te facilita los viajes, el secreto es usarlo con moderación. IQ había leído en internet que
la mejor forma de desplazarse desde el aeropuerto era el tren. Coger un taxi es
un seguro de atraco-a-mano-armada. Importante
hacerse previamente con un plano de los transportes. En Múnich hay líneas de
metro (marcadas con una U mayúscula
blanca sobre fondo azul), tranvías (TRAM),
autobuses (X) y trenes de cercanías,
una S blanca con fondo verde rácing.
Hay dos líneas, la S8 (amarilla) y la
S1 (azul celeste). Antes de llegar al
andén hay máquinas expendedoras de los billetes, con opción de usarlas en
castellano. 12,30 € por cada uno. Seguro que cualquier taxi cobrará no menos de
50 € por los 28 kms de distancia. Los medios de transporte son el único lugar
donde sigue siendo obligatorio, ahora, el uso de las mascarillas.
Ya en el tren, los primeros paisajes
bávaros, verdes, llanos. Aún nervioso fui comprobando, estación a estación, que
íbamos en la dirección correcta, primera inmersión en ese mundo enrevesado que
es el alemán.
Recuerdo a un guía de una
excursión preguntándonos que nos parecía el sonido del idioma alemán. El idioma
de los cabreados. Es escuchar el alemán y me vienen a la cabeza los discursos
inflamatorios de aquel seudoario bajito, feo, de ridículo bigotito que chillaba
a las masas estupideces atroces que condujeron al desastre y a la desolación al
mundo no hace tanto. Parece increíble que haya hoy gente, mucha, que con la
prueba fehaciente de unos 55.000.000 de muertos, pueda pensar en que alguna de
sus ideas es aceptable. Mejor recuerdo, por lo grotesco, aquella escena de La
Vida es Bella en el que otro acalorado alemán explica a escupegritos el
funcionamiento del campo de concentración, con la impagable traducción de
Benigni.
Tras menos de media hora llegamos
a la estación central, la Hauptbahnhof.
Ya en superficie, la primera impresión. Muy soleado, mucha gente y muchas
obras. Obras por todas partes. La ciudad estaba levantada por todas partes.
Espero que podamos volver dentro de 10 años para verlas terminadas.
Sacamos el plano, mejor el GPS,
mi invento preferido. Nos guió al hotel, a 15´ de la estación central y a unos
25´ andando del centro. München City
Center, afiliado al grupo Meliá. Recorrimos
varias avenidas plagadas de comercios y emigrantes, especialmente turcos,
afganos, indios o árabes. ¿Nos habríamos equivocado de ubicación? No, nuestro
hotel, al otro lado, estaba muy cerca de la explanada donde se celebra la Oktoberfest.
¿El Hotel? Pues no estaba mal, con
carencias sobre sus supuestas cuatro estrellas. Cuando llegamos nos atendió
Chiara, que con la misma poca soltura que yo con el inglés, nos facilitó la
entrada utilizando mi mejor italiano. La habitación, pequeña, pero con buena
cama. Aseo con ducha. Si no ponías la etiqueta de que hicieran la habitación,
no la hacían. No nos cambiaron las sábanas en los siete días que estuvimos
allí. Se nos acabó el jabón y estuvimos sin, hasta que otro italiano, Lorenzo,
nos gestionó otro bote. Tampoco nos cambiaron las toallas. Teníamos un pequeño
balcón que daba al patio donde daban el desayuno a diario. Hotel con obras de
reforma, las fotos de su web son las de las futuras habitaciones, nada que ver
con las actuales, que están bien, pero no son las que publicitan. Cada mañana,
la cuadrilla de obreros (españoles, nos
los tropezamos en el desayuno un día y la mayoría eran andaluces)
empezaban a martillear a primera hora, siendo un despertador no deseado. El
desayuno, correcto también, pero sin mucha variedad. Lo mismo los siete días,
sin grandes cantidades. Harto de salchichas es decir poco. Para ambientarnos,
nos castigaron día tras día con reguetón.
Tras abrir la maleta, asearnos y
situarnos un poco, salimos a conocer la ciudad. Hacía sol y calor. Las
previsiones nos planteaban unas vacaciones lluviosas. Felizmente se
equivocaron, durante seis días sol y calor. En algunos momentos, sofocante. El
vestuario que nos llevamos sirvió de poco. Abrigos, pantalones y camisas de manga
larga, no pudimos usarlos. Así que si repito modelo en las fotos es que no
había más. Al séptimo llovió a cántaros.
El primer momento en cada ciudad
es desconcertante. No puedes hacerte idea del tamaño, de si te dará tiempo, si
te podrás perder. En Múnich, no. Es una ciudad que se conoce en dos o tres días
salvo que quieras recorrer las afueras.
Con hambre, buscamos donde comer.
Entramos en Coffee Fellows,
una franquicia de la que vimos varios locales, donde comimos bocadillos con pan
típico, relleno de salami, pepino, lechuga, a su libre albedrío.
Las consecuencias del viaje nos
pasaron factura. Cansancio y malestar para IQ. Desde nuestro hotel nos
dirigimos al primer punto de visita, Karlsplatz.
Atravesamos el arco, Neuhauser,
Kaufingerstrasse, Frauenkirche, Marienplatz, Neues Rathaus, Alter Rathaus, bordeamos por
detrás Promenade Platz para
dirigirnos de vuelta al hotel. No es que no lo disfrutáramos pero nuestros
condicionantes físicos pesaban mucho, así que nos fuimos pronto a la habitación
para recuperar fuerzas. Pero ya con los
primeros 10 kms en las piernas.
Paseando entre la gente en nuestros viajes, veo pasar nuestras vidas en
las caras ajenas. De ser la parejita de recién casados al actual maduro matrimonio
que observa con una pizca de melancolía a todos los jóvenes, repletos de
hormonas y vitalidad, sonrientes, creen que invencibles. Así fuimos
nosotros no hace tanto. Atardece en nuestras vidas. Hasta el momento no puedo
quejarme. Claro que ha habido malos momentos pero el balance es muy positivo. Ya
hago las cuentas. Con los años cumplidos, 54, pienso cuanto falta para que el
atardecer dé paso a la noche y tras ella, sombras y cenizas. Me he hecho el
firme propósito de no dejar pasar ninguna ocasión. Lo único infinito es el
tiempo, nosotros caducaremos.
18/05
Primer desayuno. Como era de
esperar, perdí el sentido. Me ponen
los desayunos de los hoteles. Sé que como sin cabeza. Más de una vez, tras el
desayuno, no he comido nada más hasta el desayuno siguiente. Huevos revueltos,
beicon, patatas fritoasadas,
salchichas fritas y otras salchichas con pinta de órgano viril, ¡¡¡buaff¡¡¡.
Sin parar, el segundo desayuno. Tazón de leche minúsculo (¡¡¡alemanes
cabezacuadradas¡¡¡), con cereales, mininapolitanas con hilillo de chocolate y
bizcocho viudo de gracia. No se vayan todavía, infusión de agua sucia, sin
limón por ninguna parte. Zumo de naranja o así. Reventado. Primer día y ya no podía
moverme.
Primeras fotos a nuestras dos
pomelitas a las que tuvimos puntualmente informadas con testimonios gráficos y
telefónicos. Primer viaje sin ellas. No se las vio muy tristes cuando nos
fuimos. Lo mejor fue que a la vuelta no encontramos un burro muerto por esnifar
vaya-usted-a-saber que, como en la película Despedida de Soltero, ni quemada
ninguna habituación.
A la espalda del hotel, como faro
para encontrar nuestro hotel, Theresienwiese.
En esta iglesia, muy bonita por fuera pero algo desangelada por dentro, se
casaron en 1810 Luis I de Baviera y Theresa Von-no-se-qué.
Para celebrar la boda, en una pradera muy cercana, organizaron carreras de
caballos, una feria de ganado y un festival folclórico. Les gustó tanto el
evento que decidieron repetirlo cada año, dando lugar a lo que hoy se conoce
como la Oktoberfest, la
fiesta muniquesa más famosa, que como dice su nombre se celebra en …..
¡¡septiembre¡¡.
La campa donde se celebra la Oktoberfest es un espacio
grande, pero sin gracia. Presidiéndolo está el Ruhmeshalle, la Sala de la Fama, terminada en 1853,
porticado semicircular sostenido por hileras de columnas en cuyas paredes hay
bustos de famosas personalidades de Baviera. Al frente, de guardia, una estatua alegórica a Baviera,
personificación griega de la patria bávara. De 18 metros de altura, fue la
primera estatua monumental en hierro, 30 años anterior a la Estatua de la
Libertad. En su cabeza tiene un mirador. No subimos. La escalera parecía
claustrofóbica.
Atravesamos la explanada. Plagada
de cuervos, al igual que en Viena, mal augurio, bicho feo y que nada bueno
aporta. Ludwigs-Vorstadt, es
uno de los muchos barrios con casas unifamiliares. Los muniqueses rechazan los
pisos, los consideran guetos. Dada la ley de que ningún edificio construido o a
construir tenga una altura superior a las torres de la Frauenkirche que se otean desde cualquier punto de la
ciudad, Múnich no tiene rascacielos, y esto le da un apariencia intemporal pero
a la vez genera un galopante problema de vivienda.
Sendlinger Tor, ya mencionada en 1318, es una puerta gótica,
de lo poco que queda de la segunda muralla construida entre 1285-1347. Los alrededores
en obras. La actual forma data de 1906. Para facilitar el tráfico, la
practicidad germánica hizo derruir el paño con tres arcadas para levantar un
solo arco con el material antiguo. Entre las obras, las grúas y el profuso
cableado para los tranvías, sacar fotos limpias fue un arte. ¿No podrán quitar
tantos cables aéreos? ¿No son los alemanes los más eficientes europeos? Mires
donde mires, el cielo está rayado por cableado.
Sendlingerstrasse, calle peatonal, en diagonal hacia el
centro de la ciudad, Marienplatz.
Amplia, con menos gente, paseo ineludible. En sus costados, todo tipo de
tiendas. Las fachadas de los edificios, con todo lujo de detalles. Destacaba Asamhaus, la casa de los
hermanos Asam, finalizada en 1733. A su lado, la despampanante Asamkirche, iglesia construida
como un edificio más. Iglesia bajo la advocación de San Juan Nepomuceno,
barroca, con el mejor interior de cualquiera de los templos que visitamos.
Es cierto que parece un contrasentido mi carácter no religioso con el
afán de visitar cuantas iglesias puedo. Pero el Arte es Arte. Me gusta ponerme
en la situación de todos aquellos arquitectos y fieles que siglos atrás
construyeron iglesias para ensalzar su fe, su manera de dar casa a su dios. No
coincido con su fe, pero puedo imaginarme cuan orgullosos debían estar de cada
templo erigido. Siglos después, perdura el sentimiento de quienes pusieron todo
su empeño, deseo, devoción en incluso interés, en dejar su testimonio. Son
piedras que te cuentan historias. No solo de santos y dioses, sino también de
la gente, del que se acercaba a rezar a ese dios al que pedía la curación de su
hijo o la solución de sus problemas. Una iglesia no es solo fe, es arte, es
historia, y como tal, merece nuestra visita para recordar a todos aquellos que
pasaron por allí antes que nosotros.
St Jakobs Platz, algo así como el barrio judío, presidido
por la sinagoga con forma de búnker. Parece un símbolo del aislamiento de los
judíos ante aquel pueblo que les hizo pasar tantas miserias. Bunkerizada, con
cuatro paredes de piedra, con la puerta disimulada en la propia piedra y clave
de acceso para poder entrar.
Múnich, cuna del nazismo, que vivió en sus calles, estas mismas calles,
el auge de uno de los partidos políticos más aberrantes de cuantos hayan
existido, ha decidido borrar su pasado. Puedo entender que no quieran
recordarlo, pero pensar que es posible borrar por ley el pasado solo es
autoengaño, porque la sustancia, la ideología del racismo, xenofobia y del odio
que generó el partido nazi sigue latente en ciertos colectivos y no todos de
bajo nivel. Esta ideología tenía un claro contenido de supremacismo, de
soberbia, de afán de imponer, que pervive en la sociedad no tan solo
alemana. Y son las capas altas, acomodadas, de rancio abolengo, las más
peligrosas por que pueden conjugar su racismo con la capacidad socioeconómica
de financiarlo. Y con todo su poder, venderlo a la plebe, a aquellos que se
dejan engañar por soflamas nacionalistas, de amor a la patria, de
enaltecimiento de la bandera. Y las banderas solo son eso, trapos ondeantes, no
significan nada más. La auténtica patria la forman las familias, los amigos, los
vecinos, los conciudadanos, los que juntos viven en sociedad y con su esfuerzo,
mejoran la vida de todos.
Habrán pasado 80/90 años, pero si se aguza el oído, aun se escuchan los
gritos de las tropas de asalto de las SS forzando a la población de religión
judía, muchos de ellos viviendo cientos de años en Alemania, alemanes de pura
cepa, camino del lager o fusilados ahí mismo por no moverse, por no ser lo
demasiado rápidos. No, el nazismo y sus millones de víctimas no se pueden
olvidar solo con la intención de hacerlo. Es una herida que han de curar,
pidiendo perdón a los descendientes de cada víctima, pidiendo perdón a cada
familia alemana que tuvo que sufrir los efectos de una guerra devastadora y
décadas de postración tras la derrota, y sobre todo, perdonándose a sí mismos
como sociedad por haber consentido por su actitud activa o pasiva tamaña
monstruosidad. Y a partir de ese momento, deberán hacer propósito de enmienda
para que nunca más puede suceder tal aberración. ¿Lo conseguirán? Esperemos que
sí, pero mucho me temo que esa semilla del mal sigue prendida en muchos
corazones alemanes con el efecto contagio hacia el resto de Europa en la cual,
embutidos en banderas, con propaganda populista de la grandeza de la nación,
proclaman la necesidad de volver a hacer grande cada nación, excluyendo a todos
los diferentes, a los que ellos consideren diferentes.
Karlsplatz. En 1791 el príncipe Carlos Teodoro derruyó las
murallas y decidió expandir la ciudad. Construyó una plaza al oeste de la
Ciudad Vieja, la cual puso su nombre, la plaza de Carlos, Karlsplatz. En uno de
sus lados mantuvo una de las puertas de la muralla medieval, Karlstor, punto por el que
pasamos innumerables veces al ser el acceso al centro de la ciudad.
Desde la Karlstor se abre las calles principales de la ciudad, Neuhauserstrasse y Kaufingerstrasse. Es la zona más
turística, donde todas las grandes marcas tienen sus tiendas. Como en el resto
de la ciudad, varias obras tachonaban la milla comercial muniquesa. De forma
consecutiva vimos los edificios más emblemáticos de la ciudad.
Bürgersaal, iglesia católica consagrada en 1768, se visita en dos
alturas. A nivel de la calle, una capilla muy sobria. Subiendo por las dos
escaleras laterales, en la primera planta, la iglesia de la Anunciación. Fachada
de un rojo teja muy llamativo. Miércoles, media mañana, no solo es que hubiera misa, es que había parroquianos. Nos sorprendió la cantidad de iglesias, con
oficios a cualquier hora, con devotos. La fama de región conservadora y muy
religiosa quedó documentada en nuestros paseos.
Augustinerbräu, en el lado derecho de la avenida, la más
antigua cervecería de la ciudad. En el siglo XIX unieron dos edificios para
crear amplios salones. Ya en 1328 se la menciona. El nombre se debe a que fue
fundada por los agustinos. Vale la pena dar un vuelta por el interior,
especialmente la Muschelsaal
(la sala de las conchas), cubiertas
de conchas, cornamentas, bustos y molduras. En la parte posterior, un patio.
La comida bávara, personalmente, para olvidar. Toda la variedad posible
de salchichas, pero salchichas al fin y al cabo. Carne en todas sus variedades. Escasas
verduras, legumbres y fruta. El chucrut, col fermentada, tiene un pase, pero
cuidado con ese símil de queso rallado. Es rábano picante. Me gusta el picante,
pero lo de este rábano es molesto. Las bebidas las venden a precio de
oro. De los postres, el famoso pastel strudel, que no está mal, pero era
caliente. Para unos días, pase, pero como en casa no se come en ninguna parte.
St Michaelskirche, siguiendo Neuhauserstrasse, estaba en obras. Iglesia fundada por los
jesuitas en 1590. Preciosa fachada, afeada por una grúa que no nos dejaba la
foto perfecta. Monumental interior. Muchos de los monumentos y edificios, tuvieron que ser reconstruidos tras la
segunda guerra mundial. El 70% fue destruido. De hecho, dado el estado de Múnich,
pensaron en trasladar la capital de Baviera a una ciudad cercana. Finalmente
empezaron la reconstrucción que parece no terminar nunca. En concreto, de la
iglesia de San Miguel tan solo quedó la fachada, todo lo demás tuvieron que
reconstruirlo.
Deutsches Jagd un Fischereimuseum, antigua basílica agustina
del siglo XIII, en 1966 se convirtió en la sede del museo de la Caza y la
Pesca. No entramos, pero inmortalizamos sendas estatuas de cazapez que flanqueaban el ingreso. Ya se empezaban a divisar las
cúpulas de las torres de Frauenkirche,
pero antes vale la pena contemplar las fachadas de los edificios aledaños,
decoradas con adornos y pinturas.
Frauenkirche, catedral gótica terminada en 1488, construida
en tan solo 20 años. Otra vez la practicidad de los alemanes. En lugar de
piedra, usaron ladrillos para su construcción, material que facilita la rapidez
en la construcción. Posteriormente la recubrieron de piedra para darle el
aspecto típico del gótico. El interior, muy sencillo, destacando la tumba en
madera del emperador Luis IV.
Marienplatz, la plaza con más historia. Hasta comienzos del
siglo XIX era la plaza del mercado. Abarrotada de gente. En el centro de la
plaza, la Mariensäule, la columna
de la virgen, de 1638, con la figura dorada de la Virgen, de 1593.
Presidiendo el largo de la plaza,
el Neues Rathaus, antiguo
ayuntamiento. Construido durante el siglo XIX, derruyeron 24 casas para hacerle
espacio. De estilo neogótico, fue terminado en 1906. Ya va necesitando un
lavado de cara pues la fachada, de piedra, está negra por la humedad. La
torre está coronada por el Münchner
Kindl, el niño de Múnich. La torre tiene uno de los carrillones más
grandes de Europa, el Glockspiel, reloj que cada día da un concierto con sus 43 campanas acompañadas por el baile
de varias figuras. Allí estuvimos a la hora indicada, la plaza repleta, todo el
mundo con la vista puesta en el reloj. Soporífero. El tintineo monótono y las
figuritas con su movimiento insulso solo provocaron dolores musculares a los
cientos de turistas que grabamos tan aburrido momento.
Altes Rathaus, el antiguo ayuntamiento, en un lateral de la Marienplatz. De 1310, ha sido
restaurado hace poco y se ve espléndido con su colorido. La torre es la parte más
antigua, que data de 1180. En sus
dependencias, Don Bigotito y su marioneto Goebbels, planearon la noche de los
cristales rotos. La noche entre el 9 y 10 de noviembre, fecha conmemorativa del
Putsch de Múnich (el intento de golpe de estado del partido nazi en 1923) las
fuerzas nazis quemaron cientos de sinagogas y destruyeron miles de negocios
regentados por judíos a lo largo de toda Alemania. La policía no hizo nada por detener
las hordas nazis. Cientos de judíos fueron asesinados.
Marienplatz es un hervidero de gente a cada momento. Centro
real de la ciudad. Pero no intentes sentarte a contemplar los edificios y ver
pasar gente. Los bancos son caros de ver. Algún grupo de sillas metálicas. Poco
más. Debe ser que no quieren gente sentada, sin gastar.
Frente al ayuntamiento, Peterskirche, el edificio más
antiguo de la ciudad. Construido en el siglo XII, formaba parte un monasterio
de monjes (Mönchen, en alemán, que dio
nombre a la ciudad). Contiene en su interior los restos enjoyados de Santa
Munditia, patrona de las solteras. En la ciudad abundan por igual iglesias
sobrias, sombrías casi insulsas al lado de joyas arquitectónicas. Peterskirche es de las
aburridas. Lo mejor, su torre. Por 5 € (y
306 escalones, por una subida estrecha y extenuante) puedes subir al
campanario para una vista aérea global e hincharte a fotos.
En la parte posterior, Heilig-Geist-Kirche, o la
iglesia del Espíritu Santo, que esta sí, muy bonita en su interior. También ha
visto llover, y nevar. Lleva allí desde el siglo XIII. Imaginemos 500 años atrás. Sin luz artificial, solo antorchas, frente al frío,
la lluvia y la nieve. Sin alcantarillado. Sin Mercadona. Sin Netflix. Trabajar,
rezar, holgar y dormir. Y cuidado con no coger un resfriado, la penicilina no
será descubierta hasta cientos de años antes. La tos te agarra, se pega a los
pulmones, fiebre galopante, cura rezante.
Viktualienmarkt, mercadillo diario, con pequeñas tiendas de
regalos y alimentos, mesas donde comer, lugar de encuentro del ocio muniqués.
Hormigueo de gente. Ni sé las veces que pasamos por allí y en todas, una
acordeonista pidiendo limosna a cambio de una versión aguada del Bella Ciao, si, esa canción que muchos cantan sin saber
que era un himno de los partisanos italianos, ejército rojo en lucha contra el
fascismo mussoliniano, primo de Don Bigotito....y de Paquita la Culona.
En el centro de Viktualienmarkt,
el Maibaum o el árbol de
mayo. Cada noche de 30 de abril, en el centro de cada ayuntamiento de Baviera,
se levanta un tronco con los colores blanco y azul (los colores de la bandera
bávara), antigua tradición que representa la fertilidad de la primavera. En la
parte superior, una corona. A ambos lados, figuras representativas de las
actividades de la localidad, en este caso, cerveceros.
Ya con hambre, nos sentamos a la
vera de Peterskirche, en Zöttl, otra franquicia de
bocadillos y refrescos. El camarero quedó cuarto en el concurso de Mr Simpatía
al cual se presentaron solo tres candidatos. Con muchos kms en las piernas,
empezamos la ruta de la tarde.
Hofbräuhaus, callejeando y con necesidad de ir al aseo,
llegamos al lugar que más veces visitamos. Me
sigue pareciendo increíble que para usar los aseos te quieran cobrar. Es casi
un donativo, pero hacer negocio con las urgencias de los demás está muy feo.
Cervecería
real fundada en 1585 por Guillermo V, Luis I acudió en 1830 a su inauguración
como hospedería. Aquí se sentaban a confabular en los años 20 los futuros jerarcas
nazis. Ni un recuerdo en la cervecería. Nadie les hace responsables, pero no
puedes borrar la historia.
Espectacular es decir poco. Condensa el espíritu
muniqués. Gran salón abierto, techo pintado, una figura alada parecida a SuperMario,
pequeño escenario donde cinco músicos ofrecían las típicas tonadas bávaras.
Decenas de grandes mesas corridas, con sillas para compartir tabla con otros
clientes. La cerveza, su razón de ser. Al fondo, las jarras de los socios
guardadas en un armario de rejilla, bajo llave. Cada socio, cuando llega, saca
su propia jarra.
Por Ledererstrasse, Isartor,
torre junto al río Isar, otro de los últimos vestigios de las antiguas
murallas. La torre data de 1337 y las impepinables obras, datan de hoy en día.
Seguimos camino del rio Isar, que
nace en los Alpes austríacos, recorre 295 kms y desemboca en el Danubio. Bajaba
rápido y caudaloso, con varios brazos, alguno encauzado y un par de islas, ya
colonizadas. Cruzamos por Ludwigsbrücke,
el puente, que ¡cómo no¡, estaba en obras. Continuamos paseando por la ribera del
río hasta un punto frente a St
Lukaskirche donde los lugareños tomaban el sol y algún valiente se bañaba.
Muy valiente, toqué el agua con la mano, helada. En un pequeño bosquecillo nos
sentamos en un banco. Nuestras voces atrajeron a una granadina que en cinco
minutos nos contó que era catalana pero que se trasladó por amor a Granada (aunque viajaba sola) y nos dio una clase
magistral para visitar Salzburgo.
Maximilianeum, en la otra orilla, en obras, se asemeja mucho la
fachada de la plaza de España de Sevilla. Mandado construir por Maximiliano II
en el siglo XIX, albergó el parlamento bávaro desde 1949 y el senado bávaro
desde 1999. Cruzamos el puente y retrocedimos un poco para ver St Lukaskirche, mucho mejor por
fuera que en el interior. Lo más llamativo, la planta del templo, de perfecta
cruz griega. Lleno de andamios, no da para un foto completa.
No
Desde el monumento a Maximiliano
II comienza Maximilianstrasse,
la calle más exclusiva, la Milla de Oro, con las firmas más importantes y caras.
Casi cada tienda, con portero-guardaespaldas. Las aceras atestadas de coches de
alta gama. Parece que los BMW los regalan. Porsche, Bentley, Maserati. Hoteles
de cinco estrellas superior. Viejos teñidos, de abultada cartera, para comprar
regalitos a sus rubias oxigenadas.
Max Joseph Platz, plaza dedicada a Maximiliano II José, con
una estatua sedente suya, que no quiso ver en vida porque no le gustaba, pero
que preside la plaza que lleva su nombre. En vista 360º, el Nationaltheater, coronado por
sendas banderas de Ucrania, hogar de estreno de las óperas de Wagner. Palais Toerring-Jettebach,
antiguo palacio que hoy alberga viviendas de lujo. Eilleshof, con sus coquetas galerías. Residenz, el palacio
nuevo de los reyes bávaros. Mole de cemento y fachadas coloreadas. Accedimos a
sus jardines, escuetos.
Feldherrhalle, monumento dedicado a los héroes militares bávaros.
Se terminó en 1844. A este punto llegaron
el 8 de noviembre de 1923, salidos de la cervecería Bürgerbräukeller (hoy
derruida), Don Bigotito y sus colegas para dar un golpe de estado. La cerveza y
sus virtudes parece que nublaban la mente de estos unineurónicos nazis.
Fallaron. Cuatro policías y 16 nazis murieron en el intercambio de disparos.
Juzgados, fueron condenados a muerte. Indultados. Tan solo estuvieron en la
cárcel unos meses, tiempo que aprovechó aquel para escribir Mein Kampf, su
lucha, catálogo de barbaridades y atrocidades.
Cuando el fracasado cabo pintor llegó a canciller en 1933, ganando unas elecciones (ojo al dato, el fascismo se nos puede volver a colar por las urnas), convirtió este lugar en templo de su lucha, de hecho, era obligado al pasar por allí levantar el brazo en el habitual saludo nazi. Los pocos que no querían venderse y plegarse, daban la vuelta por detrás, para evitar alzar su brazo. Allí les esperaban los guardias para detenerlos o simplemente fusilarlos. Entonces lo llamaron el callejón de los tramposos. Hoy una senda curvilínea dorada es de los pocos reconocimientos a la lucha antinazi. Me apunto a ser un tramposo en Múnich.
Odeonsplatz se abre desde el Feldherrhalle, explanada irregular donde se llevaban a cabo
muchos de los festivales oratorios de los amigos gamados. Es el comienzo del ensanche de la ciudad hacia el norte.
Theatinerkirche, iglesia dedicada San Cayetano, construida
en 1662 con curiosa fachada amarilla, blanco interior y eterno descanso de los
duques y reyes de Baviera.
Entramos en los jardines
posteriores a la Residenz, el
Hofgarten, construidos a
comienzos del siglo XVII. En el cruce de caminos, el templo de Diana, Hofgartentempel, junto a una
fuente donde unos niños se remojaban, pringados del lodo acumulado, ante la
tranquilona mirada de sus madres. Al fondo, el imponente edificio de la
cancillería bávara, terminada en 1992. Tras la pausa, Ludwigstrasse, donde se encuentran los edificios
universitarios. Da igual donde te encuentres. Los graduados, con sus gorros,
sus padres encorbatados y sus madres de tiros largos, festejan el fin de una
época.
El paseo hasta el arco Siegestor se hizo eterno. La
Puerta de la Victoria, que fue mandada construir por Luis I, para celebrar las
victorias bávaras y coronado por otra estatua de la alegoría de Baviera. La
guía nos mandaba a conocer el barrio de Schwabing,
supuesto barrio bohemio. Pues vale. No le vimos la gracia o es que las muchas
horas andando nos tenían baldados. Lo único que valía la pena era el Palais Pacelli.
Regresamos poco a poco. Nueva
entrada a los aseos de la Hofbräuhaus.
Marienplazt. Nos dejamos
llevar hasta el hotel. Reventados, para descubrir que nos habían anulado la
excursión prevista para el día siguiente a Innsbruck
y el Tirol por falta de
asistentes, éramos los únicos en contratarla. La mente que corre que vuela te
dice: ¿Y si nos las anulan todas?. No le demos vueltas. Tumbados tras 30,6 kms
de paseo (41 en dos días), ¡¡verídico¡¡, nos pusimos ver La Guerra de las Galaxias en alemán. Ni
un solo canal en castellano.
19/05
Nos despertamos con dolor en
todos los músculos. Un poco de bajón por la suspensión de la excursión tirolesa
desayunamos como siempre. Mucho. Primer destino del día, el parque Englischer Garten. Cogimos el
metro. A la entrada de cada estación hay máquinas expendedoras. Los billetes se
compran simples, por zonas, por fechas. El simple, que cubre el ámbito de la
ciudad, cuesta 3,50 €. En principio hay que picarlos al entrar a la línea
escogida, pero fuimos los únicos que picábamos los billetes. Y hasta ahí puedo
leer. Hay que vigilar las líneas, algunas no son diarias, las marcadas por dos
colores a la vez. Y hay que controlar el destino y origen, dado que por la
misma vía pueden ir y venir trenes con destinos opuestos.
El Englischer Garten, el Jardín Inglés, recibe ese nombre por
el parecido con los jardines silvestres similares a los británicos. Es uno de
los parques urbanos más grandes de Europa. Fue mandado construir por el
estadounidense Benjamín Thompson, ministro del Elector Carlos Teodoro. Es un
remanso de paz. Caminos repletos de patos. Amplio espacio para salir a correr,
pasear o meramente sentarse a disfrutar del silencio. Jueves por la mañana, de
un día laborable en medio del mes de mayo, y mucha gente disfrutaba de la paz.
Paseamos siguiendo la orilla del
lago Kleinhesselohe. A lo
largo de varias horas vimos sucesivamente la Torre China, construida en 1790 como mirador y escenario
para orquesta. La tienen acorralada
por las mesas de pequeños restaurantes. El Monópteros,
situado en una pequeña ladera, con una vista panorámica de Múnich. A lo largo
de los jardines hay varios brazos del Isar.
Estaban plagados de muchos jóvenes tomando el sol. Terminadas las clases, con
sol y calor, las hormonas estaban dislocadas. El agua en los diferentes canales
corría veloz, los que se atrevían a bañarse eran arrastrados rápidamente hasta
los puentes. Al comienzo del parque, la Casa
de Té japonesa, rodeada de típicos arboles orientales. El Eisbach, pequeño recodo que
genera olas que los más audaces surfean, parece ser, incluso en pleno invierno.
Surf en mitad de Múnich, vivir para ver. Como última etapa, Haud der Kunst, Museo de Arte Alemán,
construido entre 1933 y 1937.
Al salir, un torrente de bicis nos asaltaron. Toda la ciudad está
surcada por carriles para las bicis. A decir de un guía, mucha gente va en bici
incluso en lo peor del invierno. Nos dio la impresión que se priorizan las bicis
frente a las personas.
Frente al Hofgarten, nos dimos de
bruces con un pequeño monumento, casi como si no quisieran resaltarlo, que
recordaba a la Rosa Blanca, el
colectivo de universitarios que se opusieron al régimen nazi repartiendo
pasquines. Encabezados por los hermanos
Scholl, un traidor los vendió y fueron ejecutados por la Gestapo. Hay una película que recuerda su heroica historia.
Nos sentamos a comer en la Hofbräushaus. Qué momento
mágico. Los músicos con el típico atuendo bávaro de pantalón corto con tirantes
sobre camisa blanca. El camarero nos trajo la carta, sin traducción posible.
Nos pedimos sendas cervezas. Nunca he bebido una cerveza. Nunca. Pero ante la
insistencia de mi medio pomelo de que al menos la probara, me pedí una sin
alcohol. Lo de vasos no va con ellos. Pedazo de jarras. Lo intenté, pero debe
ser lo más parecido a meado de rana revenida. De comer, comida bávara, para
quien la quiera.
Como era pronto, tras otros 10
kms (y vamos 50), nos volvimos un rato al hotel a descansar.
Por la tarde, la ruta de los
museos. Saliendo de nuestro hotel, llegamos al antiguo jardín botánico, Alter Botanischer, pequeño, algo
sucio. A su espalda, The Charles,
hotel de lujo flanqueado por mas BMW de alta gama. La basílica de St Bonifaz, de forma paleocristiana, construida
en el siglo XIX y reconstruida tras la segunda guerra mundial. Entramos en plena
misa y algo me dice que esa congregación tenía algo de ultracatólico.
Königsplatz, diáfana plaza circundada de museos. La Glyptothek, con la mejor
colección de escultura clásica de Europa. El Staatliche Antikensammlungen,
enfrente, con una exposición itinerante sobre el Samnio. Estaban cerrados. No
pudo ser. Otra vez será.
El Propyläen, así llamado por que imita otro monumento, el Propileo de Atenas, de ahí su semejanza con un templo griego. Este era el lugar de inicio de todos los desfiles militares durante el período nazi.
Karolinenplatz, construida por orden de Maximiliano I José,
en cuyo centro se alza un obelisco de bronce fundido, obtenido de las armas
capturadas a los turcos tras la victoria en la batalla de Navarino, en 1827. En
los alrededores de la Königsplatz
hay más museos, la nueva y la vieja pinacoteca, el museo paleontológico, el
museo de arte moderno, etc.
En dirección a Odeonplatz, en un recodo casi
escondido, un plazoleta poco visible, estaba la Platz der Opfer der Nazionalsozialist. Un pebetero de poco
más de 4 metros de altura, con una llama que supongo eterna, recuerda a todos
los opositores de los nazis que no consiguieron sobrevivir. No sobrevivieron,
pero vencieron, su recuerdo ha de prevalecer frente a los verdugos.
Desde Odeonplatz, volvimos a Marienplatz pasando por Alter Hof. Esta fue la primera residencia fortificada de los Wittelsbasch, construida entre 1253-55. En el siglo XIV fue residencia de uno de los dos duques de Baviera que llegaron a emperador, en este caso Luis IV. Cuenta la leyenda que siendo Luis IV un bebé, un mono de la colección de animales se lo llevó hasta lo alto de la torre que desde entonces se conoce como la Torre del Mono.
Desde allí dimos un paseo al anochecer. Muy poca luz. Pocas
farolas. No luce nada. Cenamos una ensalada a precio de oro y un muy sabroso
filete de lomo en salsa de pimientos. Con otros 15 kms en las piernas (65 ya), a dormir.
20/05
Hoy excursión, la ruta de los castillos del sur de Baviera
que se hicieron famosos por Luis II de Baviera, que los mandó construir.
A este rey del siglo XIX se le conoce en el mundo hispanoparlante como
el Rey Loco, aunque los alemanes lo llaman el Rey de los Cuentos de Hadas. Luis,
hijo del rey Maximiliano, tuvo una infancia complicada. Con un padre distante,
severo y mucho alemán. Su madre, una vez cumplido el trámite de parir un par de
herederos, se dedicó a subir y bajar montañas por los Alpes, cosa que no deja
de subirle la nota. Luis, sin terminar los estudios, se encontró proclamado rey
con 18 años. Sin la formación necesaria, le cayó la carga del absolutismo
monárquico cuando lo que él deseaba era leer, escuchar música y salir de fiesta
con otros jovencitos. Pero en la ultraconservadora y muy católica Baviera no
estaba (ni está) muy bien visto un rey refinado, mecenas de la cultura y por añadidura
homosexual. Con esos mimbres, mala pinta tenía la cosa.
Seguramente lo intentó, pero gobernar no era lo suyo, pero es lo que
tiene el cargo de rey, que es vitalicio en todos los sentidos y aunque la
mayoría de sus congéneres de todos los tiempos han sabido vivir a cuerpo de
rey, haciéndose un emérito en toda regla, el joven Luis ni sabía ni quería
reinar.
Decidió dejar el gobierno en manos de otros y refugiarse en el sur de
Baviera, lindando con Austria y Suiza. Primero se encerró en el castillo de
Hogenschwangau, al pie del lago Alpsee, para empezar su carrera frenética por
construir castillos de cuentos de hadas. Tanto construyó y todo financiado de
su peculio, que arruinó a su familia.
Un buen día escuchó una ópera de Richard Wagner y desde entonces quedó
prendado de su música. Hay que reconocer a Wagner la magnitud de su obra, con
este tono tan épico pero algo excesivo y tan nacionalista que los débiles de mente
se creían los personajes de sus obras, aquellos héroes de las sagas
escandinavas. Don Bigotito fue otro de los fanáticos de la música de Wagner y
se veía a lomos de un corcel alado, junto a las tropas de los nibelungos
dominando el mundo.
Un buen día, los políticos se cansaron de su rey objetor, y le
invitaron a dejar el trono, lo cual no aceptó de buena gana. Camino de Múnich,
se ahogó. Y mira que era buen nadador, pero seguramente no hacía caso a su
madre, no guardó dos horas tras la comida, le dio un corte de digestión y RIP.
O lo mismo los políticos se hartaron de sus locuras. En su lugar nombraron rey
a su hermano Otón, el cual estaba loco de remate diagnosticado, así que no pudo reinar, lo
cual hizo su tío Leopoldo. A la muerte del tío Leo, lo sucedió su propio hijo,
Luis III, último rey de Baviera. Y colorín colorado, el reino de Baviera se ha
terminado.
A las 8:30 nos esperaba la
excursión de Civitatis. Hemos hecho distintas excursiones en diferentes viajes
y de todo hay. Es cierto que es muy cómodo. Te llevan, te suben, te bajan y te
cuentan. No tienes que pensar, solo ver. Pero dependes de los horarios de otros. En este caso, la excursión era buena. Hicimos tres paradas. La
narración de la guía era muy entretenida, pero algo no cuadró. Las entradas a
los castillos, que nos las cobraron a 27 euros cada uno, costaban realmente 23
€ en taquilla. Alguien se quedó 4 euros por cada visita. Éramos unos 25, pues
100 € de propina, por que los 62 euros de la excursión debía saberle a poco.
Neuschwastein, el auténtico castillo de hadas. En todas
partes, libros, guías y comentarios, lo primero que dicen es que es el castillo
en el que se inspiró Disney para el diseño del castillo de sus parques. Pues
será, pero es mucho más que eso. Construido entre 1868/92, le pusieron su
nombre tras la muerte del rey. Nuevo castillo del Cisne.
Es espectacular y hay que
imaginárselo nevado, con niebla, con lluvia, son sol. Es un castillo de cuento,
de la princesa encerrada, del príncipe salvador, de la mala malísima. No
pudimos hacer la típica foto desde el puente, estaba en obras. Dio igual. El
entorno, al pie de los Alpes, entre bosques, con la vista de la llanura y los
lagos al fondo es incomparable. El rey Luis II diseñó la mayoría de las salas y
algunas no dejan dudas sobre su locura. Visita guiada con audioguía,
milimetrada germánicamente, con detalles sobre la decoración. Debimos echar
tres o cuatro carretes de fotos.
Bajamos paseando al pueblo, Schwangau, donde mientras
comimos un par de bocatas nos acercamos al lago Alpsee. De postal. Decenas de fotos. Imágenes con el
reflejo de los Alpes nevados en el agua. El lugar más bonito que visitamos en
todo el viaje.
Oberammergau, famosa por que cada 10 años, durante el
verano, representan el juicio y condena de un tal Jesús. Y precisamente tocaba
este año. En 1633 hubo una gran mortandad en Baviera a causa de una epidemia de peste. Los habitantes prometieron hacer una representación de la pasión de Cristo si eran protegidos. Y hasta hoy.
Tuvieron que aparcar el autobús fuera del pueblo. Las típicas casas del sur de
Baviera, con sus tejados a dos aguas, con sus ventanas y balcones de madera,
tienen las fachadas decoradas con trampantojos, las trampas de los ojos. La
primera data de 1700. Las más bonitas, las vimos desde el autobús a la salida,
las que representan personajes de cuentos como Caperucita Roja.
Linderhof, a 20´de Oberammergau,
otro de los tres castillos que mandó construir Luis II. Más pequeño, enclavado
entre montañas, en origen era poco más que una casona de descanso para las
jornadas de caza. Al lado de la casa original había plantado un tilo, linder en alemán, de ahí el nombre del palacio,
el Patio del Tilo, Linderhof.
El tilo, sigue ahí, cientos de años después sigue atesorando secretos de todo
lo que ha visto. Más pequeño que Neuschwastein,
tiene unos preciosos jardines en la parte delantera con un templete en alto y
otros jardines más pequeños en la parte trasera.
A lo largo de la finca que ocupa el palacio está la Casa Marroquí, pequeño quiosco morisco con el trono en su interior.
El palacio estaba dedicada a Luis
XIV de Francia y por extensión a los Borbones de los cuales Luis II de Baviera
era un gran admirador. Ya sabemos el porqué de llamarlo Rey Loco. De planta circular, está recargado hasta la extenuación. En la visita guiada no pudimos
ver ni un centímetro cuadrado sin decorar. Rococó cocó. La sala de los espejos sí
que tenía un toque mágico por el efecto de profundidad que conferían los espejos
enfrentados. No pudimos entrar en la gruta artificial, porque estaba en obras.
Recuerda la gruta de Venus, de la ópera Tannhäuser. En aquella época, a la luz
de las velas, tétrico es decir poco.
De vuelta a Múnich, dimos un
pequeño paseo para estirar las piernas y a dormir con otros 20 kms en las
piernas (y vamos 85 kms).
21/05
Tras otro repetitivo desayuno de
salchichas, huevos revueltos, beicon y más salchichas, cogimos el metro para
visitar el palacio de verano del Nymphenburg,
a las afueras.
Tras el nacimiento del
Maximiliano II Manuel en 1679, heredero al trono, su padre el duque Fernando
María le regaló este palacio a su mujer. Fue la reina quien se encargó de
supervisar su construcción. El castillo y sus dependencias sirven de fondo para
fotos de póster, pero son sus espectaculares jardines los que valen la pena ser
visitados. De estilo francés, muy cuidados, con diseño geométrico, en
contraposición con los jardines ingleses, más agrestes y menos organizados,
albergan varios palacetes entre los árboles.
El Amalienburg, pabellón de caza con las paredes recubiertas de
conchas marinas. El Badenburg,
sala de baños y primera piscina de agua caliente de Alemania. El Pagodenburg, pabellón de invitados. El Magdalenenklause, construido dentro de una cueva eremítica.
La Orangery, primer
invernadero de naranjos de Alemania. Y el Monópteros
en una pequeña elevación.
El Nymphemburg es de esas visitas que casi nadie hace cuando
van a Múnich, pero es imprescindible. La paz y la tranquilidad que
transmite son duraderas aún semanas después. Espero que dure.
De vuelta al centro comimos en un
italiano a la espalda de la Peterskirche,
Bernie´s. La mejor comida de todo el viaje. Cuando sales de viaje, un italiano
es apuesta segura. Casi nunca fallas. Y Bernie´s era superior. Que buena comida
aunque la camarera, Jaroslava, no era el espíritu
de la simpatía.
Por la tarde, primer acercamiento
a las inevitables compras. Nunca espero que nadie me traiga nada cuando se va
de viaje. Y no entiendo porque en cada viaje tenemos que perder varias tardes o
días dando tumbos para llevar regalos. A los que os llevamos algo, lo sé, puede
sonar mal, pero el tiempo dedicado a las compras lo asemejo a lo que en
baloncesto llaman los minutos de la
basura, es tiempo perdido. Pero como somos dos, pues lo que diga mi medio pomelo.
Lushfresh, variedad de jabones de baño, de
manos, de ambientador. Kingdom of
Sweets, dos plantas en el centro de Múnich, con chuches de todo tipo,
incluso con origen en Murcia, de la firma Fini. En una Apotheke, la cajera que
nos atendió, era española. No debía pasar de los 25 años. Llevaba 8 años allí.
“¿No quieres volverte?, le preguntamos. “Pues”, nos respondió, “ni quiero ir ni
quiero quedarme”. Lo tenía claro.
Paseando nos encontramos 20 euros en el suelo. Bingo. El ritmo de compras me
rompe. Puedo hacerme 100 kms seguidos, pero yendo de compras, al segundo km
estoy baldado. Cuando llegamos a la habitación, me dormía antes de quitarme los
bambos. 20 kms más y sumamos 105 kms.
22/05
Segunda excursión. Salzburgo.
Si de la excursión a los
Castillos de Baviera no tengo queja, ésta, como excursión de Civitatis es
prescindible. Más de dos horas de tren de ida y otras tantas de vuelta, con
solo cuatro horas y media allí, no compensa. Creo que habría sido mejor opción coger
el tren por nuestra cuenta, a primera hora hasta el anochecer o alquilar un
coche. Con el añadido que el guía, un portorriqueño muy sonriente, demostraba
demasiadas lagunas históricas.
Salzburgo fue una asignatura pendiente en nuestro viaje a Viena, pero estaba a tres horas
largas por carretera. Como la mayoría de las ciudades medievales fue fundada al
lado del curso de un río, las autovías de hace cientos de años, junto al río
Salzach. En las cercanías del actual emplazamiento hubo una provechosa industria
de sal, el oro blanco de la edad media, usada para conservar la comida en
ausencia de frigoríficos. Salzburgo, la ciudad de la Sal.
El casco antiguo es pequeño, con
el castillo en alto. Se puede recorrer en un solo día. Día radiante que nos
permitió disfrutar y fotografiar cada rincón. Tras abandonar andando la estación,
a 10´ del centro, empezamos la visita por los famosos y floridos Jardines de Mirabell, que tras
siglos parece que han de pasar a la historia por ser uno de los lugares donde
se rodó en los 60, Sonrisas y Lágrimas. A lo largo de toda la visita, esta
película fue hilo conductor del guía, porque Mozart no parecía suficiente.
Es un jardín con más de 400 años de historia, para fijarnos solo en el
Do Re Mi de los empalagosos Von Trapp. Fueron mandados construir en 1606 por el
príncipe y arzobispo de Salzburgo, Wolf Dietrich Von Raitenau. Tan santo barón
los erigió para su amante (¿o era su sobrina?) Salomé Alt. Desde esa fecha
hasta 1700, sendos arquitectos de nombres impronunciables que llamaremos Juan y
Juan los ampliaron. En los palacios anexos tiene su sede actual la alcaldía.
En un lateral está el Jardín
de los Enanos. Pequeño jardín
circular adornado con figuras de enanos. Fue mandado construir por un tal Frank
Harrach, para homenajear en 1715 a los enanos de la corte. 28 eran las figuras
originales. A Luis de Baviera no le gustaban mucho y los mandó quitar, de
hecho, muchas de las estatuas fueron subastadas. En 1921 una organización local
se acordó que tenían 9 estatuas de enanos, amontonadas, y decidieron volver a
colocarlas. Poco a poco fueron recuperando las figuras subastadas pero alguna
todavía están en manos particulares y sus bases están vacías hasta que regresen
a casa.
Saliendo de los Jardines de Mirabell, llegamos
al hotel Bristol, que ha sido
usado para muchas escenas de acción de películas del tipo Misión Imposible.
Desde la plaza ya se divisa el puente que lleva al casco histórico. Antes de
cruzar, la casa del director de orquesta Von Karajan, con una estatua en su
jardín. Von Karajan fue un gran director
de orquesta, pero con dos pecados capitales. Uno, su soberbia, que le hacía
dirigir orquestas sin llevar las partituras lo cual en alguna ocasión le
provocó algún dolor de cabeza al perderse, todo ello ante Don Bigotito. El
otro, desde 1935, fue afiliado del partido nazi.
Marlo-Feingold-Steg, el puente, vista espectacular. Las
barandillas, plagadas de candados por esa reciente costumbre que supuestamente
es una prueba de amor. Que lo será, pero que mensaje se supone que quieran dar,
que su amor está cerrado con la llave perdida??? No sé, casi lo mismo es mejor
un te quiero a tiempo, que un candado a miles de kms.
Frank Joseph Kai es una preciosa calle en la que todos los
comercios tienen el emblema de su actividad en la pared, costumbre medieval,
época con muchos iletrados. Si la figura fuera un pez, pescadería. Un zapato,
el zapatero. Manzanas y peras, el frutero. No quiero pensar lo que pondrían en
el prostíbulo. Al final de la calle, la casa donde nació Mozart. Mozart, el
genio, el incomprendido, el pesado, el bromista, el juerguista. Mozart en
Viena. Mozart en Salzburgo. 230 años después, su música recuerda al genio.
Recorrimos la plaza, la catedral,
las amplias calles. La tienda donde se venden las “bolas de Mozart”, felizmente
unos bombones de chocolate rellenos de algo parecido al mazapán. El amigo Wolf,
el de la amante que le hizo los jardines a su Salomé, que se creía el dueño de
la ciudad, decidió tirar decenas de casas para construir una gran plaza y,
vaya, casualidad, su palacio.
Dom Zu Salzburg, la catedral de la ciudad, con su fachada
blanca, sus torres bulbosas y su interior blanco. La utilizan, además de para
el culto, para conciertos y otras actuaciones. En su interior colgaba de la
cúpula algo parecido a un tubo.
El guía se empeñó en meternos por
callejuelas para contarnos una retahíla de anécdotas cuya verosimilitud pondré
en cuarentena dada las múltiples carencias que nos demostró.
Mariensäule, enorme iglesia, reconstruida tras la segunda
guerra mundial. En la plaza, estatua de la Inmaculada Concepción en su frente.
No entramos. Cobraban. Pues va a ser que no. Creo que esa multinacional con dos
milenios de antigüedad, que se viene apropiando de todas las iglesias
construidas con el dinero ajeno, debería permitir el acceso gratuito a cada
templo. Pero, con la iglesia (y sus
millones de votantes) hemos topado.
Peterkirche, pequeña iglesia con un cementerio urbano, con
muertos de hace siglos y muertos de anteayer. Cada cierto tiempo comunican a
los descendientes de los muertos residentes si quieren renovar el alquiler del
espacio. Si nadie da señales de vida (el
residente no puede, claro), hacen hueco e instalan a muertos recientes. En
la parte interior, hay catacumbas del período paleocristiano.
Subimos hacia el castillo. La
subida la pueden convalidar con media maratón. Hay un funicular cada 10/15´ al
increíble precio de 12 € por cabeza por escasos minutos de subida. Como por el
tiempo que disponíamos teníamos claro que no íbamos a entrar, subimos hasta la
terraza desde la que se puede ver Salzburgo
desde arriba. El recodo estaba a reventar de fotógrafos. Incluidos unas
colombianas, amigas, una que vive en Hamburgo y la otra en Chicago con las que
coincidimos en el tren. Y no, no trabamos conversación, es que hablaban tan
alto que me enteré de su vida con pelos y señales.
De bajada, compramos un par de
bocadillos de salchichas, para no perder la costumbre, y disfrutamos del paseo
por las callejuelas con manifa
antivacunas covid incluida, que parecía perseguirnos por cada esquina. Cruzando
el rio por el Staatsbrücke, a
mano derecha estaba la ladera del Kapuzinerkloster.
La subida era muy pindia. No había tiempo, pero la vista desde arriba también
debía ser espectacular.
Andando, acabamos topándonos con
otro cementerio urbano, St Sebastian. Sorprende ver lápidas,
antiguas, en cualquier iglesia del centro de la ciudad.
Por primera vez nos encontramos por el suelo las típicas placas doradas en memoria de los judíos perseguidos, trasladados a campos de concentración y desaparecidos. En Múnich, ni una, pero con su historial, todas las calles serían un camino amarillo de las miles de placas que deberían fijar al suelo.
Volvimos a los Jardines de Mirabell para volver
a cruzar el rio Salzach por una pasarela peatonal donde cayeron varias decenas
de fotos con el castillo al fondo. Pequeños barcos turísticos se dejaban
arrastrar por la corriente rápida para después remontarlo trabajosamente de
vuelta.
Nos sentamos para descansar. En
esos momentos es cuando hay que fijar en la mente los recuerdos. Es más que
seguro que no volveremos a Salzburgo, ni a Múnich, ni al resto de Baviera. El
tiempo pasará y serán los recuerdos los que quedarán. ¿Para qué escribes las crónicas de tus viajes? ¿Ego? ¿Fardar? No ¿Por qué
son tan largas? Son pesadas. Las escribo para permanecer. Con el tiempo, se
irán borrando de nuestras mentes las imágenes, los recuerdos, quizás hasta las
sensaciones y los sentimientos. Las crónicas prevalecerán. Nos recordarán nuestros
viajes cuando no podamos viajar. Recordarán a nuestras hijas cuando viajábamos
juntos. Participarán con nosotros de los viajes en los que no estén. Y podrán
recordarnos cuando ya no estemos. Serán el recuerdo gráfico de unos padres, de
unos abuelos, incluso de unos bisabuelos nunca conocidos. El tiempo pasará,
espero y deseo que estas crónicas permanezcan y con ellas, nuestro recuerdo
seguirá vivo, aunque solo sea en el corazón de nuestras hijas cuando hagamos el
último gran viaje sin vuelo de vuelta.
Por cuarta o quinta vez cruzamos
el rio camino de la iglesia del
Sagrado Corazón. A la hora convenida, reunión de turistas, autobús y
tren. Por primera y única vez, nos pidieron los pasaportes cuando volvimos a
entrar en Alemania desde la austríaca Salzburgo.
Cuando llegamos de vuelta a
Múnich dimos un paseo. Era domingo. No más de las ocho. Anocheciendo. Y no
había casi nadie en las calles. Casi todo estaba cerrado. No encontrábamos sitio
donde cenar. Finalmente, cerca del hotel, cenamos en otro italiano, el Da Vinci.
Mal servicio. Tónica habitual en Múnich. Los camareros son antipáticos y
lentos. No sé si es por un carácter más pausado que los españoles pero tardan
10/15´en atenderte y casi otro tanto en traerte la comanda. Si a eso sumas una
gastronomía discutible, pues lo dicho, como en casa no se come en ninguna
parte.
Con otros 20 kms en las piernas (125 en total),
a dormir.
23/05
Ultimo día completo. Si
hubiéramos podido ir a Innsbruck,
este día muniqués no habría existido. Pero lo aprovechamos.
Fuimos al parque olímpico donde en 1972, hace 50 años, se celebraron
los juegos olímpicos. Al final pasaron a la historia por el atentado palestino
de la organización terrorista Septiembre Negro. Los terroristas mataron a dos
miembros del equipo olímpico israelí y tomaron nueve rehenes. Acabó con la muerte de los rehenes, los cinco terroristas y un policía.
Pocos recordarán que fueron los juegos de los siete oros y de los siete
récords mundiales del nadador Mark Spitz. España solo se trajo un bronce,
Enrique Rodríguez Cal, en boxeo.
Tras salir del metro, nos
encontramos en la sede central de la BMW,
siglas en alemán que traducidas significa Fábrica de Motores de Baviera,
fundada en 1916. Una torre, un museo, el edificio central de diseño y el puente
que comunica ambos lados. Todo en cristal.
El Olympiapark tiene aroma de eso que ahora llaman vintage, digamos, añejo. Cuidados
jardines. Las instalaciones siguen en uso. Parques alrededor de varios
estanques. Vía para correr y montar en bicicleta.
No quise quedarme con las
ganas de entrar en el Olympiastadion.
Tras 50 años, sigue impresionando por su tamaño. Césped muy cuidado. Aro
olímpico de atletismo. Tras los Juegos lo usaron para el mundial de fútbol de
1974 y la Eurocopa de 1988. Durante años fue la sede de los dos equipos de
futbol de la ciudad, ahora lo usan para otras competiciones deportivas. No pude bajar a la pista, pero me giré, vi que estaba en el bloque 68, fila 2, solo me hizo falta encontrar la silla 18.
Enfrente al estadio, el Olympiahalle, donde se competía
al balonmano, ahora es centro de conciertos. Dentro de poco cantará allí uno de los músicos
más conocidos en Alemania, Herbert Grönemeyer, al que yo escuchaba en los años
80.
De vuelta al centro, comimos en
el Augustiner. IQ pidió un
filete fibroso en caldete de agua de fregar con guarnición de zanahorias
desvanecidas, patatas tristes y traidor rábano picante. Yo no me quise quedar
atrás y nueva ración de salchichas multicolores, con chucrut mocoso, engarzado
en un puré amarillo sospechoso. Delicioso. Pero una auténtica cerveza muniquesa.
Ultima tarde muniquesa. A rematar
las compras bajo un calabobos sospechoso. Pocas tiendas de regalos, todos en la
misma calle. En el primero debieron nombrarnos clientes de la semana por que
entramos varias veces. De repente una gota, dos, el diluvio. En lugar que
esperar a que parara, ahí estaban ellos, chorreando bajo una manta de agua.
Cuando llegamos al hotel éramos un rastro de agua andante. Otros 15 kms y vamos 140.
24/05
25 años ya. Y parece que fue
ayer. Recogimos las maletas. Las dejamos en recepción. Ultimo paseo bajo una
fina pero persistente lluvia.
Karlsplazt otra vez. Salvatorskirche,
iglesia ortodoxa que no pudimos ver. La biblioteca de Literturhaus. Maximilianstrasse
y sus tiendas barateras de Pierre Cardin o Balenciaga. Otra vez Hofbräuhaus. Otra vez Residenz. Esto se acaba, ya nos
repetimos. Adiós Mariënplatz.
Nos acordaremos en invierno cuando el Madrid o el Barcelona vayan a jugar
contra el Múnich de Baviera, el Bayern München.
Volvimos al hotel con mucho
tiempo. De sobra. Cogimos las maletas. A la estación. 10 kms por la mañana, redondeamos los 150 kms andando.
El tren de vuelta también
por la S8. Ni un problema en el aeropuerto. Comimos otra vez bocatas. Vuelo
mejor que a la ida. A la llegada a Madridcogimos un taxi. El taxista, me
pareció de ascendencia eslava, nos dio el viaje. No sabía encontrar la
calle y nos repitió diez veces las tarifas. Ibuprofeno por favor. Volvimos a
dormir en casa de María y Josemi. A la mañana siguiente, de vuelta a casa. Con
nuestras niñas.
La vida sigue. Me encanta viajar.
Es genial. Pero también estar en casa. Como en casa no se está en ninguna casa.
¿O sí?