25 años han pasado desde aquel increÃblemente lluvioso 24 de mayo murciano de 1997. 30 años desde que nos conocimos. El tiempo ha pasado rápidamente, dÃa a dÃa. En tiempos de inmediatez, de impaciencia, de felicidad virtual, mantener viva la llama del compromiso empieza a ser novedoso. Y no, no creo en el amor para siempre por que sÃ, porque te lo diga un sospechoso señor vestido con faldas o poncho de colores, con tan poca credibilidad al respecto como que nunca se ha casado ni ha tenido pareja….o eso dicen. Una cifra tan especial habÃa que celebrarla.
Pese a mi carácter no religioso, tomo nota de algunas de sus lecciones. Vuelvo a aquel maravilloso lluvioso dÃa de 1997 cuando se me ocurrió subir al púlpito para hacer mi declaración de amor a mi medio pomelo. Nadie me entendió entonces, y no porque el texto no fuera claro, sino porque los nervios me aligeraron la lengua. Fue ininteligible. Doy la palabra a Pablo, hablando ante los Corintios.
Por los cerros de Ubeda. Lo sé. Pues decÃa, cifra tan mágica habÃa que celebrarla. Y decidimos hacer un viaje juntos, solos, como lo hicimos entonces.
El primer destino en mente fue
Moscú y Leningrado. VerÃdico. Será para mejor ocasión. Cuba saltó a la
palestra. Incluso miramos vuelos, rutas, lugares que visitar hasta que guguel nos dijo que mayo es de los
peores meses para viajar allá por la alta posibilidad de lluvias y tifones.
Para otra ocasión. Algo se dijo de Islandia, pero poco. Egipto estuvo muy
avanzado, con fechas y precios incluidos, pero tras años sin nada en nuestra
agenda, mayo la tenÃamos abarrotada de eventos, no hubo forma de cuadrar. Ramsés
II tendrá que esperar, espero que poco.
Optamos por lo seguro. Recorrer
Suiza, Centroeuropa, que nunca decepciona. Pero los vuelos, las fechas, los
traslados, tampoco nos lo pusieron fácil. Castelldefels parecÃa la última
opción. Hasta que nuestro destino se nos presentó callado y tranquilo. Bienvenidos a Múnich y Baviera.
Baviera ya estuvo habitada en el siglo I antes de nuestra era. Fue campo de batalla para romanos, celtas, teutones y germanos hasta que en el 788 Carlomagno la incorporó al imperio carolingio. De mano en mano tras su muerte, en 1180 Federico I Barbarroja se la ofreció como ducado a Otto de Wittlesbach en 1180. Esta familia tiene el dudoso honor de ser la dinastÃa que más tiempo ha reinado de forma consecutiva en un territorio, hasta la deposición de Luis III en 1918.
Tras siglos de luchas internas y externas, Guillermo IV unificó toda
Baviera en un ducado en 1545. Cien años después, tras la ayuda de Maximiliano I
a la causa del emperador Carlos I de España y V de Alemania durante la guerra
de los Treinta Años, éste le concedió el estatus de Principado, con el derecho
de Elector para el puesto de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
Por su ayuda a las tropas napoleónicas, Baviera consiguió el estatus de
reino en 1805 que no perdió en 1812 tras aliarse con rusos, ingleses y
austrÃacos para vencer al Corso. Integrada como reino en la Alemania prusiana,
tras el final de la Primera Guerra Mundial se suceden el Terror Rojo
(proclamación de la república soviética de Baviera) y el Terror Blanco (fuerzas
contrarias que atacaron Múnich). Finalmente se integraron en la República de
Weimar, dentro del territorio alemán.
En 1923 los nacionalsocialistas intentaron dar un golpe de estado,
fallido, en Múnich. Tras la llegada al poder de Hitler, Baviera fue su
principal baluarte. Al terminar la II Guerra Mundial, Baviera se convirtió en
un Land de la República Federal Alemana.
16/05
Como siempre, apurando los dÃas
de vacaciones para no perder ni uno solo dÃa, aquel lunes por la mañana fui a trabajar,
muy cansado tras las 18 horas de los 101 kilómetros de Ronda. Pero esa será
otra historia.
A media tarde, con las maletas
cargadas, pusimos rumbo hacia Madrid. No sabÃamos que ese dÃa
era festivo madrileño, el lunes posterior a su patrón San Isidro. A unos 80 kms
de la capital, parón tras parón. Desesperante. Cuando quisimos llegar ya eran
pasadas las 11 de la noche. En esta ocasión nos dieron acogida nuestros
sobrinos MarÃa y Josemi que viven desde hace unos años allÃ. Pobreticos, los
tuvimos a la espera más allá de la hora esperada. Cansados, hablamos un rato y
a media noche, a dormir.
La denominación de Baviera es Estado Libre de Baviera. En la RFA no
existe el derecho a decidir. Nos suena, no? La constitución alemana recoge
expresamente que no existe posibilidad de pedir un referéndum local para
la independencia. Para que un Land pueda independizarse ha de ser aprobado por
toda la nación. Hay un pequeño partido independentista pero como muy baja representación.
Los bávaros son un pueblo muy laborioso, uno de los Land más ricos de Alemania. Muy conservadores. Muy religiosos. Discrepan mucho del resto de Alemania, especialmente de los Land industriales del norte. De hecho, en toda Baviera se hablan hasta tres dialectos del alemán. Los berlineses se mofan del acento de los bávaros.
17/05
Esto empieza ya. MarÃa nos pidió un cabifai que recorrió la distancia hasta el aeropuerto en un suspiro, fernandoalonsoeando por la autovÃa. Menos mal que el recorrido era breve, mi mano apretada por la de IQ no habrÃa aguantado más la presión.
Da igual cuantos viajes hayamos
hecho, cada vez que llego a un aeropuerto siento la misma tensión de nervios.
Buscar el vuelo. Asegurarme que lo llevamos todo. Que no nos falte ningún
papel. Pasaportes. Bonos de vuelos, hotel y excursiones. A lo que desde hace
poco se suman los pasaportes covid, que mira que les dimos vueltas, para que
después nadie nos lo pidiera. Y no lo preparo solo, pero me siento responsable por
los dos.
El vuelo fue regular, no por el piloto, si no por nosotros mismos. IQ pasó las tres peores horas de todo el viaje. Copión que soy, poco antes de aterrizar empezaron a darme mareos y amagos de arcadas. Aterrizamos, recogimos maletas y a la aventura.
¿¿¿Por qué Múnich?? Pues realmente no hubo un motivo especial. Nunca ha sido uno de esos destinos que hayamos tenido en el punto de mira para visitarlo. Surgió, sin más. Y normalmente cuando menos los preparas, mejor resulta.
Salimos del aeropuerto en busca del transporte. Nunca hay que cifrarlo todo a la improvisación, no digo llevarlo milimetrado pero hay mucha información en intranet que te facilita los viajes, el secreto es usarlo con moderación. IQ habÃa leÃdo en internet que la mejor forma de desplazarse desde el aeropuerto era el tren. Coger un taxi es un seguro de atraco-a-mano-armada. Importante hacerse previamente con un plano de los transportes. En Múnich hay lÃneas de metro (marcadas con una U mayúscula blanca sobre fondo azul), tranvÃas (TRAM), autobuses (X) y trenes de cercanÃas, una S blanca con fondo verde rácing. Hay dos lÃneas, la S8 (amarilla) y la S1 (azul celeste). Antes de llegar al andén hay máquinas expendedoras de los billetes, con opción de usarlas en castellano. 12,30 € por cada uno. Seguro que cualquier taxi cobrará no menos de 50 € por los 28 kms de distancia. Los medios de transporte son el único lugar donde sigue siendo obligatorio, ahora, el uso de las mascarillas.
Ya en el tren, los primeros paisajes bávaros, verdes, llanos. Aún nervioso fui comprobando, estación a estación, que Ãbamos en la dirección correcta, primera inmersión en ese mundo enrevesado que es el alemán.
Recuerdo a un guÃa de una excursión preguntándonos que nos parecÃa el sonido del idioma alemán. El idioma de los cabreados. Es escuchar el alemán y me vienen a la cabeza los discursos inflamatorios de aquel seudoario bajito, feo, de ridÃculo bigotito que chillaba a las masas estupideces atroces que condujeron al desastre y a la desolación al mundo no hace tanto. Parece increÃble que haya hoy gente, mucha, que con la prueba fehaciente de unos 55.000.000 de muertos, pueda pensar en que alguna de sus ideas es aceptable. Mejor recuerdo, por lo grotesco, aquella escena de La Vida es Bella en el que otro acalorado alemán explica a escupegritos el funcionamiento del campo de concentración, con la impagable traducción de Benigni.
Tras menos de media hora llegamos a la estación central, la Hauptbahnhof. Ya en superficie, la primera impresión. Muy soleado, mucha gente y muchas obras. Obras por todas partes. La ciudad estaba levantada por todas partes. Espero que podamos volver dentro de 10 años para verlas terminadas.
Sacamos el plano, mejor el GPS,
mi invento preferido. Nos guió al hotel, a 15´ de la estación central y a unos
25´ andando del centro. München City
Center, afiliado al grupo Meliá. Recorrimos
varias avenidas plagadas de comercios y emigrantes, especialmente turcos,
afganos, indios o árabes. ¿Nos habrÃamos equivocado de ubicación? No, nuestro
hotel, al otro lado, estaba muy cerca de la explanada donde se celebra la Oktoberfest.
¿El Hotel? Pues no estaba mal, con carencias sobre sus supuestas cuatro estrellas. Cuando llegamos nos atendió Chiara, que con la misma poca soltura que yo con el inglés, nos facilitó la entrada utilizando mi mejor italiano. La habitación, pequeña, pero con buena cama. Aseo con ducha. Si no ponÃas la etiqueta de que hicieran la habitación, no la hacÃan. No nos cambiaron las sábanas en los siete dÃas que estuvimos allÃ. Se nos acabó el jabón y estuvimos sin, hasta que otro italiano, Lorenzo, nos gestionó otro bote. Tampoco nos cambiaron las toallas. TenÃamos un pequeño balcón que daba al patio donde daban el desayuno a diario. Hotel con obras de reforma, las fotos de su web son las de las futuras habitaciones, nada que ver con las actuales, que están bien, pero no son las que publicitan. Cada mañana, la cuadrilla de obreros (españoles, nos los tropezamos en el desayuno un dÃa y la mayorÃa eran andaluces) empezaban a martillear a primera hora, siendo un despertador no deseado. El desayuno, correcto también, pero sin mucha variedad. Lo mismo los siete dÃas, sin grandes cantidades. Harto de salchichas es decir poco. Para ambientarnos, nos castigaron dÃa tras dÃa con reguetón.
Tras abrir la maleta, asearnos y
situarnos un poco, salimos a conocer la ciudad. HacÃa sol y calor. Las
previsiones nos planteaban unas vacaciones lluviosas. Felizmente se
equivocaron, durante seis dÃas sol y calor. En algunos momentos, sofocante. El
vestuario que nos llevamos sirvió de poco. Abrigos, pantalones y camisas de manga
larga, no pudimos usarlos. Asà que si repito modelo en las fotos es que no
habÃa más. Al séptimo llovió a cántaros.
El primer momento en cada ciudad es desconcertante. No puedes hacerte idea del tamaño, de si te dará tiempo, si te podrás perder. En Múnich, no. Es una ciudad que se conoce en dos o tres dÃas salvo que quieras recorrer las afueras.
Con hambre, buscamos donde comer.
Entramos en Coffee Fellows,
una franquicia de la que vimos varios locales, donde comimos bocadillos con pan
tÃpico, relleno de salami, pepino, lechuga, a su libre albedrÃo.
Las consecuencias del viaje nos
pasaron factura. Cansancio y malestar para IQ. Desde nuestro hotel nos
dirigimos al primer punto de visita, Karlsplatz.
Atravesamos el arco, Neuhauser,
Kaufingerstrasse, Frauenkirche, Marienplatz, Neues Rathaus, Alter Rathaus, bordeamos por
detrás Promenade Platz para
dirigirnos de vuelta al hotel. No es que no lo disfrutáramos pero nuestros
condicionantes fÃsicos pesaban mucho, asà que nos fuimos pronto a la habitación
para recuperar fuerzas. Pero ya con los
primeros 10 kms en las piernas.
Paseando entre la gente en nuestros viajes, veo pasar nuestras vidas en las caras ajenas. De ser la parejita de recién casados al actual maduro matrimonio que observa con una pizca de melancolÃa a todos los jóvenes, repletos de hormonas y vitalidad, sonrientes, creen que invencibles. Asà fuimos nosotros no hace tanto. Atardece en nuestras vidas. Hasta el momento no puedo quejarme. Claro que ha habido malos momentos pero el balance es muy positivo. Ya hago las cuentas. Con los años cumplidos, 54, pienso cuanto falta para que el atardecer dé paso a la noche y tras ella, sombras y cenizas. Me he hecho el firme propósito de no dejar pasar ninguna ocasión. Lo único infinito es el tiempo, nosotros caducaremos.
18/05
Primer desayuno. Como era de
esperar, perdà el sentido. Me ponen
los desayunos de los hoteles. Sé que como sin cabeza. Más de una vez, tras el
desayuno, no he comido nada más hasta el desayuno siguiente. Huevos revueltos,
beicon, patatas fritoasadas,
salchichas fritas y otras salchichas con pinta de órgano viril, ¡¡¡buaff¡¡¡.
Sin parar, el segundo desayuno. Tazón de leche minúsculo (¡¡¡alemanes
cabezacuadradas¡¡¡), con cereales, mininapolitanas con hilillo de chocolate y
bizcocho viudo de gracia. No se vayan todavÃa, infusión de agua sucia, sin
limón por ninguna parte. Zumo de naranja o asÃ. Reventado. Primer dÃa y ya no podÃa
moverme.
Primeras fotos a nuestras dos pomelitas a las que tuvimos puntualmente informadas con testimonios gráficos y telefónicos. Primer viaje sin ellas. No se las vio muy tristes cuando nos fuimos. Lo mejor fue que a la vuelta no encontramos un burro muerto por esnifar vaya-usted-a-saber que, como en la pelÃcula Despedida de Soltero, ni quemada ninguna habituación.
A la espalda del hotel, como faro
para encontrar nuestro hotel, Theresienwiese.
En esta iglesia, muy bonita por fuera pero algo desangelada por dentro, se
casaron en 1810 Luis I de Baviera y Theresa Von-no-se-qué.
Para celebrar la boda, en una pradera muy cercana, organizaron carreras de
caballos, una feria de ganado y un festival folclórico. Les gustó tanto el
evento que decidieron repetirlo cada año, dando lugar a lo que hoy se conoce
como la Oktoberfest, la
fiesta muniquesa más famosa, que como dice su nombre se celebra en …..
¡¡septiembre¡¡.
La campa donde se celebra la Oktoberfest es un espacio grande, pero sin gracia. Presidiéndolo está el Ruhmeshalle, la Sala de la Fama, terminada en 1853, porticado semicircular sostenido por hileras de columnas en cuyas paredes hay bustos de famosas personalidades de Baviera. Al frente, de guardia, una estatua alegórica a Baviera, personificación griega de la patria bávara. De 18 metros de altura, fue la primera estatua monumental en hierro, 30 años anterior a la Estatua de la Libertad. En su cabeza tiene un mirador. No subimos. La escalera parecÃa claustrofóbica.
Atravesamos la explanada. Plagada de cuervos, al igual que en Viena, mal augurio, bicho feo y que nada bueno aporta. Ludwigs-Vorstadt, es uno de los muchos barrios con casas unifamiliares. Los muniqueses rechazan los pisos, los consideran guetos. Dada la ley de que ningún edificio construido o a construir tenga una altura superior a las torres de la Frauenkirche que se otean desde cualquier punto de la ciudad, Múnich no tiene rascacielos, y esto le da un apariencia intemporal pero a la vez genera un galopante problema de vivienda.
Sendlinger Tor, ya mencionada en 1318, es una puerta gótica, de lo poco que queda de la segunda muralla construida entre 1285-1347. Los alrededores en obras. La actual forma data de 1906. Para facilitar el tráfico, la practicidad germánica hizo derruir el paño con tres arcadas para levantar un solo arco con el material antiguo. Entre las obras, las grúas y el profuso cableado para los tranvÃas, sacar fotos limpias fue un arte. ¿No podrán quitar tantos cables aéreos? ¿No son los alemanes los más eficientes europeos? Mires donde mires, el cielo está rayado por cableado.
Sendlingerstrasse, calle peatonal, en diagonal hacia el centro de la ciudad, Marienplatz. Amplia, con menos gente, paseo ineludible. En sus costados, todo tipo de tiendas. Las fachadas de los edificios, con todo lujo de detalles. Destacaba Asamhaus, la casa de los hermanos Asam, finalizada en 1733. A su lado, la despampanante Asamkirche, iglesia construida como un edificio más. Iglesia bajo la advocación de San Juan Nepomuceno, barroca, con el mejor interior de cualquiera de los templos que visitamos.
Es cierto que parece un contrasentido mi carácter no religioso con el afán de visitar cuantas iglesias puedo. Pero el Arte es Arte. Me gusta ponerme en la situación de todos aquellos arquitectos y fieles que siglos atrás construyeron iglesias para ensalzar su fe, su manera de dar casa a su dios. No coincido con su fe, pero puedo imaginarme cuan orgullosos debÃan estar de cada templo erigido. Siglos después, perdura el sentimiento de quienes pusieron todo su empeño, deseo, devoción en incluso interés, en dejar su testimonio. Son piedras que te cuentan historias. No solo de santos y dioses, sino también de la gente, del que se acercaba a rezar a ese dios al que pedÃa la curación de su hijo o la solución de sus problemas. Una iglesia no es solo fe, es arte, es historia, y como tal, merece nuestra visita para recordar a todos aquellos que pasaron por allà antes que nosotros.
Múnich, cuna del nazismo, que vivió en sus calles, estas mismas calles, el auge de uno de los partidos polÃticos más aberrantes de cuantos hayan existido, ha decidido borrar su pasado. Puedo entender que no quieran recordarlo, pero pensar que es posible borrar por ley el pasado solo es autoengaño, porque la sustancia, la ideologÃa del racismo, xenofobia y del odio que generó el partido nazi sigue latente en ciertos colectivos y no todos de bajo nivel. Esta ideologÃa tenÃa un claro contenido de supremacismo, de soberbia, de afán de imponer, que pervive en la sociedad no tan solo alemana. Y son las capas altas, acomodadas, de rancio abolengo, las más peligrosas por que pueden conjugar su racismo con la capacidad socioeconómica de financiarlo. Y con todo su poder, venderlo a la plebe, a aquellos que se dejan engañar por soflamas nacionalistas, de amor a la patria, de enaltecimiento de la bandera. Y las banderas solo son eso, trapos ondeantes, no significan nada más. La auténtica patria la forman las familias, los amigos, los vecinos, los conciudadanos, los que juntos viven en sociedad y con su esfuerzo, mejoran la vida de todos.
Habrán pasado 80/90 años, pero si se aguza el oÃdo, aun se escuchan los
gritos de las tropas de asalto de las SS forzando a la población de religión
judÃa, muchos de ellos viviendo cientos de años en Alemania, alemanes de pura
cepa, camino del lager o fusilados ahà mismo por no moverse, por no ser lo
demasiado rápidos. No, el nazismo y sus millones de vÃctimas no se pueden
olvidar solo con la intención de hacerlo. Es una herida que han de curar,
pidiendo perdón a los descendientes de cada vÃctima, pidiendo perdón a cada
familia alemana que tuvo que sufrir los efectos de una guerra devastadora y
décadas de postración tras la derrota, y sobre todo, perdonándose a sà mismos
como sociedad por haber consentido por su actitud activa o pasiva tamaña
monstruosidad. Y a partir de ese momento, deberán hacer propósito de enmienda
para que nunca más puede suceder tal aberración. ¿Lo conseguirán? Esperemos que
sÃ, pero mucho me temo que esa semilla del mal sigue prendida en muchos
corazones alemanes con el efecto contagio hacia el resto de Europa en la cual,
embutidos en banderas, con propaganda populista de la grandeza de la nación,
proclaman la necesidad de volver a hacer grande cada nación, excluyendo a todos
los diferentes, a los que ellos consideren diferentes.
Karlsplatz. En 1791 el prÃncipe Carlos Teodoro derruyó las
murallas y decidió expandir la ciudad. Construyó una plaza al oeste de la
Ciudad Vieja, la cual puso su nombre, la plaza de Carlos, Karlsplatz. En uno de
sus lados mantuvo una de las puertas de la muralla medieval, Karlstor, punto por el que
pasamos innumerables veces al ser el acceso al centro de la ciudad.
Desde la Karlstor se abre las calles principales de la ciudad, Neuhauserstrasse y Kaufingerstrasse. Es la zona más turÃstica, donde todas las grandes marcas tienen sus tiendas. Como en el resto de la ciudad, varias obras tachonaban la milla comercial muniquesa. De forma consecutiva vimos los edificios más emblemáticos de la ciudad.
Bürgersaal, iglesia católica consagrada en 1768, se visita en dos
alturas. A nivel de la calle, una capilla muy sobria. Subiendo por las dos
escaleras laterales, en la primera planta, la iglesia de la Anunciación. Fachada
de un rojo teja muy llamativo. Miércoles, media mañana, no solo es que hubiera misa, es que habÃa parroquianos. Nos sorprendió la cantidad de iglesias, con
oficios a cualquier hora, con devotos. La fama de región conservadora y muy
religiosa quedó documentada en nuestros paseos.
Augustinerbräu, en el lado derecho de la avenida, la más antigua cervecerÃa de la ciudad. En el siglo XIX unieron dos edificios para crear amplios salones. Ya en 1328 se la menciona. El nombre se debe a que fue fundada por los agustinos. Vale la pena dar un vuelta por el interior, especialmente la Muschelsaal (la sala de las conchas), cubiertas de conchas, cornamentas, bustos y molduras. En la parte posterior, un patio.
La comida bávara, personalmente, para olvidar. Toda la variedad posible de salchichas, pero salchichas al fin y al cabo. Carne en todas sus variedades. Escasas verduras, legumbres y fruta. El chucrut, col fermentada, tiene un pase, pero cuidado con ese sÃmil de queso rallado. Es rábano picante. Me gusta el picante, pero lo de este rábano es molesto. Las bebidas las venden a precio de oro. De los postres, el famoso pastel strudel, que no está mal, pero era caliente. Para unos dÃas, pase, pero como en casa no se come en ninguna parte.
St Michaelskirche, siguiendo Neuhauserstrasse, estaba en obras. Iglesia fundada por los
jesuitas en 1590. Preciosa fachada, afeada por una grúa que no nos dejaba la
foto perfecta. Monumental interior. Muchos de los monumentos y edificios, tuvieron que ser reconstruidos tras la
segunda guerra mundial. El 70% fue destruido. De hecho, dado el estado de Múnich,
pensaron en trasladar la capital de Baviera a una ciudad cercana. Finalmente
empezaron la reconstrucción que parece no terminar nunca. En concreto, de la
iglesia de San Miguel tan solo quedó la fachada, todo lo demás tuvieron que
reconstruirlo.
Deutsches Jagd un Fischereimuseum, antigua basÃlica agustina
del siglo XIII, en 1966 se convirtió en la sede del museo de la Caza y la
Pesca. No entramos, pero inmortalizamos sendas estatuas de cazapez que flanqueaban el ingreso. Ya se empezaban a divisar las
cúpulas de las torres de Frauenkirche,
pero antes vale la pena contemplar las fachadas de los edificios aledaños,
decoradas con adornos y pinturas.
Frauenkirche, catedral gótica terminada en 1488, construida en tan solo 20 años. Otra vez la practicidad de los alemanes. En lugar de piedra, usaron ladrillos para su construcción, material que facilita la rapidez en la construcción. Posteriormente la recubrieron de piedra para darle el aspecto tÃpico del gótico. El interior, muy sencillo, destacando la tumba en madera del emperador Luis IV.
Marienplatz, la plaza con más historia. Hasta comienzos del siglo XIX era la plaza del mercado. Abarrotada de gente. En el centro de la plaza, la Mariensäule, la columna de la virgen, de 1638, con la figura dorada de la Virgen, de 1593.
Presidiendo el largo de la plaza, el Neues Rathaus, antiguo ayuntamiento. Construido durante el siglo XIX, derruyeron 24 casas para hacerle espacio. De estilo neogótico, fue terminado en 1906. Ya va necesitando un lavado de cara pues la fachada, de piedra, está negra por la humedad. La torre está coronada por el Münchner Kindl, el niño de Múnich. La torre tiene uno de los carrillones más grandes de Europa, el Glockspiel, reloj que cada dÃa da un concierto con sus 43 campanas acompañadas por el baile de varias figuras. Allà estuvimos a la hora indicada, la plaza repleta, todo el mundo con la vista puesta en el reloj. SoporÃfero. El tintineo monótono y las figuritas con su movimiento insulso solo provocaron dolores musculares a los cientos de turistas que grabamos tan aburrido momento.
Altes Rathaus, el antiguo ayuntamiento, en un lateral de la Marienplatz. De 1310, ha sido restaurado hace poco y se ve espléndido con su colorido. La torre es la parte más antigua, que data de 1180. En sus dependencias, Don Bigotito y su marioneto Goebbels, planearon la noche de los cristales rotos. La noche entre el 9 y 10 de noviembre, fecha conmemorativa del Putsch de Múnich (el intento de golpe de estado del partido nazi en 1923) las fuerzas nazis quemaron cientos de sinagogas y destruyeron miles de negocios regentados por judÃos a lo largo de toda Alemania. La policÃa no hizo nada por detener las hordas nazis. Cientos de judÃos fueron asesinados.
Marienplatz es un hervidero de gente a cada momento. Centro
real de la ciudad. Pero no intentes sentarte a contemplar los edificios y ver
pasar gente. Los bancos son caros de ver. Algún grupo de sillas metálicas. Poco
más. Debe ser que no quieren gente sentada, sin gastar.
Frente al ayuntamiento, Peterskirche, el edificio más antiguo de la ciudad. Construido en el siglo XII, formaba parte un monasterio de monjes (Mönchen, en alemán, que dio nombre a la ciudad). Contiene en su interior los restos enjoyados de Santa Munditia, patrona de las solteras. En la ciudad abundan por igual iglesias sobrias, sombrÃas casi insulsas al lado de joyas arquitectónicas. Peterskirche es de las aburridas. Lo mejor, su torre. Por 5 € (y 306 escalones, por una subida estrecha y extenuante) puedes subir al campanario para una vista aérea global e hincharte a fotos.
En la parte posterior, Heilig-Geist-Kirche, o la iglesia del EspÃritu Santo, que esta sÃ, muy bonita en su interior. También ha visto llover, y nevar. Lleva allà desde el siglo XIII. Imaginemos 500 años atrás. Sin luz artificial, solo antorchas, frente al frÃo, la lluvia y la nieve. Sin alcantarillado. Sin Mercadona. Sin Netflix. Trabajar, rezar, holgar y dormir. Y cuidado con no coger un resfriado, la penicilina no será descubierta hasta cientos de años antes. La tos te agarra, se pega a los pulmones, fiebre galopante, cura rezante.
Viktualienmarkt, mercadillo diario, con pequeñas tiendas de regalos y alimentos, mesas donde comer, lugar de encuentro del ocio muniqués. Hormigueo de gente. Ni sé las veces que pasamos por allà y en todas, una acordeonista pidiendo limosna a cambio de una versión aguada del Bella Ciao, si, esa canción que muchos cantan sin saber que era un himno de los partisanos italianos, ejército rojo en lucha contra el fascismo mussoliniano, primo de Don Bigotito....y de Paquita la Culona.
En el centro de Viktualienmarkt, el Maibaum o el árbol de mayo. Cada noche de 30 de abril, en el centro de cada ayuntamiento de Baviera, se levanta un tronco con los colores blanco y azul (los colores de la bandera bávara), antigua tradición que representa la fertilidad de la primavera. En la parte superior, una corona. A ambos lados, figuras representativas de las actividades de la localidad, en este caso, cerveceros.
Hofbräuhaus, callejeando y con necesidad de ir al aseo, llegamos al lugar que más veces visitamos. Me sigue pareciendo increÃble que para usar los aseos te quieran cobrar. Es casi un donativo, pero hacer negocio con las urgencias de los demás está muy feo.
CervecerÃa real fundada en 1585 por Guillermo V, Luis I acudió en 1830 a su inauguración como hospederÃa. Aquà se sentaban a confabular en los años 20 los futuros jerarcas nazis. Ni un recuerdo en la cervecerÃa. Nadie les hace responsables, pero no puedes borrar la historia.
Espectacular es decir poco. Condensa el espÃritu
muniqués. Gran salón abierto, techo pintado, una figura alada parecida a SuperMario,
pequeño escenario donde cinco músicos ofrecÃan las tÃpicas tonadas bávaras.
Decenas de grandes mesas corridas, con sillas para compartir tabla con otros
clientes. La cerveza, su razón de ser. Al fondo, las jarras de los socios
guardadas en un armario de rejilla, bajo llave. Cada socio, cuando llega, saca
su propia jarra.
Por Ledererstrasse, Isartor, torre junto al rÃo Isar, otro de los últimos vestigios de las antiguas murallas. La torre data de 1337 y las impepinables obras, datan de hoy en dÃa.
Seguimos camino del rio Isar, que nace en los Alpes austrÃacos, recorre 295 kms y desemboca en el Danubio. Bajaba rápido y caudaloso, con varios brazos, alguno encauzado y un par de islas, ya colonizadas. Cruzamos por Ludwigsbrücke, el puente, que ¡cómo no¡, estaba en obras. Continuamos paseando por la ribera del rÃo hasta un punto frente a St Lukaskirche donde los lugareños tomaban el sol y algún valiente se bañaba. Muy valiente, toqué el agua con la mano, helada. En un pequeño bosquecillo nos sentamos en un banco. Nuestras voces atrajeron a una granadina que en cinco minutos nos contó que era catalana pero que se trasladó por amor a Granada (aunque viajaba sola) y nos dio una clase magistral para visitar Salzburgo.
Maximilianeum, en la otra orilla, en obras, se asemeja mucho la fachada de la plaza de España de Sevilla. Mandado construir por Maximiliano II en el siglo XIX, albergó el parlamento bávaro desde 1949 y el senado bávaro desde 1999. Cruzamos el puente y retrocedimos un poco para ver St Lukaskirche, mucho mejor por fuera que en el interior. Lo más llamativo, la planta del templo, de perfecta cruz griega. Lleno de andamios, no da para un foto completa.
Desde el monumento a Maximiliano II comienza Maximilianstrasse, la calle más exclusiva, la Milla de Oro, con las firmas más importantes y caras. Casi cada tienda, con portero-guardaespaldas. Las aceras atestadas de coches de alta gama. Parece que los BMW los regalan. Porsche, Bentley, Maserati. Hoteles de cinco estrellas superior. Viejos teñidos, de abultada cartera, para comprar regalitos a sus rubias oxigenadas.
Max Joseph Platz, plaza dedicada a Maximiliano II José, con una estatua sedente suya, que no quiso ver en vida porque no le gustaba, pero que preside la plaza que lleva su nombre. En vista 360º, el Nationaltheater, coronado por sendas banderas de Ucrania, hogar de estreno de las óperas de Wagner. Palais Toerring-Jettebach, antiguo palacio que hoy alberga viviendas de lujo. Eilleshof, con sus coquetas galerÃas. Residenz, el palacio nuevo de los reyes bávaros. Mole de cemento y fachadas coloreadas. Accedimos a sus jardines, escuetos.
Feldherrhalle, monumento dedicado a los héroes militares bávaros. Se terminó en 1844. A este punto llegaron el 8 de noviembre de 1923, salidos de la cervecerÃa Bürgerbräukeller (hoy derruida), Don Bigotito y sus colegas para dar un golpe de estado. La cerveza y sus virtudes parece que nublaban la mente de estos unineurónicos nazis. Fallaron. Cuatro policÃas y 16 nazis murieron en el intercambio de disparos. Juzgados, fueron condenados a muerte. Indultados. Tan solo estuvieron en la cárcel unos meses, tiempo que aprovechó aquel para escribir Mein Kampf, su lucha, catálogo de barbaridades y atrocidades.
Odeonsplatz se abre desde el Feldherrhalle, explanada irregular donde se llevaban a cabo
muchos de los festivales oratorios de los amigos gamados. Es el comienzo del ensanche de la ciudad hacia el norte.
Theatinerkirche, iglesia dedicada San Cayetano, construida en 1662 con curiosa fachada amarilla, blanco interior y eterno descanso de los duques y reyes de Baviera.
Entramos en los jardines posteriores a la Residenz, el Hofgarten, construidos a comienzos del siglo XVII. En el cruce de caminos, el templo de Diana, Hofgartentempel, junto a una fuente donde unos niños se remojaban, pringados del lodo acumulado, ante la tranquilona mirada de sus madres. Al fondo, el imponente edificio de la cancillerÃa bávara, terminada en 1992. Tras la pausa, Ludwigstrasse, donde se encuentran los edificios universitarios. Da igual donde te encuentres. Los graduados, con sus gorros, sus padres encorbatados y sus madres de tiros largos, festejan el fin de una época.
El paseo hasta el arco Siegestor se hizo eterno. La Puerta de la Victoria, que fue mandada construir por Luis I, para celebrar las victorias bávaras y coronado por otra estatua de la alegorÃa de Baviera. La guÃa nos mandaba a conocer el barrio de Schwabing, supuesto barrio bohemio. Pues vale. No le vimos la gracia o es que las muchas horas andando nos tenÃan baldados. Lo único que valÃa la pena era el Palais Pacelli.
Regresamos poco a poco. Nueva
entrada a los aseos de la Hofbräuhaus.
Marienplazt. Nos dejamos
llevar hasta el hotel. Reventados, para descubrir que nos habÃan anulado la
excursión prevista para el dÃa siguiente a Innsbruck
y el Tirol por falta de
asistentes, éramos los únicos en contratarla. La mente que corre que vuela te
dice: ¿Y si nos las anulan todas?. No le demos vueltas. Tumbados tras 30,6 kms
de paseo (41 en dos dÃas), ¡¡verÃdico¡¡, nos pusimos ver La Guerra de las Galaxias en alemán. Ni
un solo canal en castellano.
19/05
Nos despertamos con dolor en
todos los músculos. Un poco de bajón por la suspensión de la excursión tirolesa
desayunamos como siempre. Mucho. Primer destino del dÃa, el parque Englischer Garten. Cogimos el
metro. A la entrada de cada estación hay máquinas expendedoras. Los billetes se
compran simples, por zonas, por fechas. El simple, que cubre el ámbito de la
ciudad, cuesta 3,50 €. En principio hay que picarlos al entrar a la lÃnea
escogida, pero fuimos los únicos que picábamos los billetes. Y hasta ahà puedo
leer. Hay que vigilar las lÃneas, algunas no son diarias, las marcadas por dos
colores a la vez. Y hay que controlar el destino y origen, dado que por la
misma vÃa pueden ir y venir trenes con destinos opuestos.
El Englischer Garten, el JardÃn Inglés, recibe ese nombre por el parecido con los jardines silvestres similares a los británicos. Es uno de los parques urbanos más grandes de Europa. Fue mandado construir por el estadounidense BenjamÃn Thompson, ministro del Elector Carlos Teodoro. Es un remanso de paz. Caminos repletos de patos. Amplio espacio para salir a correr, pasear o meramente sentarse a disfrutar del silencio. Jueves por la mañana, de un dÃa laborable en medio del mes de mayo, y mucha gente disfrutaba de la paz.
Paseamos siguiendo la orilla del lago Kleinhesselohe. A lo largo de varias horas vimos sucesivamente la Torre China, construida en 1790 como mirador y escenario para orquesta. La tienen acorralada por las mesas de pequeños restaurantes. El Monópteros, situado en una pequeña ladera, con una vista panorámica de Múnich. A lo largo de los jardines hay varios brazos del Isar. Estaban plagados de muchos jóvenes tomando el sol. Terminadas las clases, con sol y calor, las hormonas estaban dislocadas. El agua en los diferentes canales corrÃa veloz, los que se atrevÃan a bañarse eran arrastrados rápidamente hasta los puentes. Al comienzo del parque, la Casa de Té japonesa, rodeada de tÃpicos arboles orientales. El Eisbach, pequeño recodo que genera olas que los más audaces surfean, parece ser, incluso en pleno invierno. Surf en mitad de Múnich, vivir para ver. Como última etapa, Haud der Kunst, Museo de Arte Alemán, construido entre 1933 y 1937.
Al salir, un torrente de bicis nos asaltaron. Toda la ciudad está surcada por carriles para las bicis. A decir de un guÃa, mucha gente va en bici incluso en lo peor del invierno. Nos dio la impresión que se priorizan las bicis frente a las personas.
Nos sentamos a comer en la Hofbräushaus. Qué momento mágico. Los músicos con el tÃpico atuendo bávaro de pantalón corto con tirantes sobre camisa blanca. El camarero nos trajo la carta, sin traducción posible. Nos pedimos sendas cervezas. Nunca he bebido una cerveza. Nunca. Pero ante la insistencia de mi medio pomelo de que al menos la probara, me pedà una sin alcohol. Lo de vasos no va con ellos. Pedazo de jarras. Lo intenté, pero debe ser lo más parecido a meado de rana revenida. De comer, comida bávara, para quien la quiera.
Como era pronto, tras otros 10 kms (y vamos 50), nos volvimos un rato al hotel a descansar.
Por la tarde, la ruta de los
museos. Saliendo de nuestro hotel, llegamos al antiguo jardÃn botánico, Alter Botanischer, pequeño, algo
sucio. A su espalda, The Charles,
hotel de lujo flanqueado por mas BMW de alta gama. La basÃlica de St Bonifaz, de forma paleocristiana, construida
en el siglo XIX y reconstruida tras la segunda guerra mundial. Entramos en plena
misa y algo me dice que esa congregación tenÃa algo de ultracatólico.
Königsplatz, diáfana plaza circundada de museos. La Glyptothek, con la mejor colección de escultura clásica de Europa. El Staatliche Antikensammlungen, enfrente, con una exposición itinerante sobre el Samnio. Estaban cerrados. No pudo ser. Otra vez será.
El Propyläen, asà llamado por que imita otro monumento, el Propileo de Atenas, de ahà su semejanza con un templo griego. Este era el lugar de inicio de todos los desfiles militares durante el perÃodo nazi.
Karolinenplatz, construida por orden de Maximiliano I José, en cuyo centro se alza un obelisco de bronce fundido, obtenido de las armas capturadas a los turcos tras la victoria en la batalla de Navarino, en 1827. En los alrededores de la Königsplatz hay más museos, la nueva y la vieja pinacoteca, el museo paleontológico, el museo de arte moderno, etc.
En dirección a Odeonplatz, en un recodo casi escondido, un plazoleta poco visible, estaba la Platz der Opfer der Nazionalsozialist. Un pebetero de poco más de 4 metros de altura, con una llama que supongo eterna, recuerda a todos los opositores de los nazis que no consiguieron sobrevivir. No sobrevivieron, pero vencieron, su recuerdo ha de prevalecer frente a los verdugos.
Desde Odeonplatz, volvimos a Marienplatz pasando por Alter Hof. Esta fue la primera residencia fortificada de los Wittelsbasch, construida entre 1253-55. En el siglo XIV fue residencia de uno de los dos duques de Baviera que llegaron a emperador, en este caso Luis IV. Cuenta la leyenda que siendo Luis IV un bebé, un mono de la colección de animales se lo llevó hasta lo alto de la torre que desde entonces se conoce como la Torre del Mono.
Desde allà dimos un paseo al anochecer. Muy poca luz. Pocas farolas. No luce nada. Cenamos una ensalada a precio de oro y un muy sabroso filete de lomo en salsa de pimientos. Con otros 15 kms en las piernas (65 ya), a dormir.
Hoy excursión, la ruta de los castillos del sur de Baviera
que se hicieron famosos por Luis II de Baviera, que los mandó construir.
A este rey del siglo XIX se le conoce en el mundo hispanoparlante como el Rey Loco, aunque los alemanes lo llaman el Rey de los Cuentos de Hadas. Luis, hijo del rey Maximiliano, tuvo una infancia complicada. Con un padre distante, severo y mucho alemán. Su madre, una vez cumplido el trámite de parir un par de herederos, se dedicó a subir y bajar montañas por los Alpes, cosa que no deja de subirle la nota. Luis, sin terminar los estudios, se encontró proclamado rey con 18 años. Sin la formación necesaria, le cayó la carga del absolutismo monárquico cuando lo que él deseaba era leer, escuchar música y salir de fiesta con otros jovencitos. Pero en la ultraconservadora y muy católica Baviera no estaba (ni está) muy bien visto un rey refinado, mecenas de la cultura y por añadidura homosexual. Con esos mimbres, mala pinta tenÃa la cosa.
Seguramente lo intentó, pero gobernar no era lo suyo, pero es lo que
tiene el cargo de rey, que es vitalicio en todos los sentidos y aunque la
mayorÃa de sus congéneres de todos los tiempos han sabido vivir a cuerpo de
rey, haciéndose un emérito en toda regla, el joven Luis ni sabÃa ni querÃa
reinar.
Decidió dejar el gobierno en manos de otros y refugiarse en el sur de
Baviera, lindando con Austria y Suiza. Primero se encerró en el castillo de
Hogenschwangau, al pie del lago Alpsee, para empezar su carrera frenética por
construir castillos de cuentos de hadas. Tanto construyó y todo financiado de
su peculio, que arruinó a su familia.
Un buen dÃa escuchó una ópera de Richard Wagner y desde entonces quedó
prendado de su música. Hay que reconocer a Wagner la magnitud de su obra, con
este tono tan épico pero algo excesivo y tan nacionalista que los débiles de mente
se creÃan los personajes de sus obras, aquellos héroes de las sagas
escandinavas. Don Bigotito fue otro de los fanáticos de la música de Wagner y
se veÃa a lomos de un corcel alado, junto a las tropas de los nibelungos
dominando el mundo.
Neuschwastein, el auténtico castillo de hadas. En todas partes, libros, guÃas y comentarios, lo primero que dicen es que es el castillo en el que se inspiró Disney para el diseño del castillo de sus parques. Pues será, pero es mucho más que eso. Construido entre 1868/92, le pusieron su nombre tras la muerte del rey. Nuevo castillo del Cisne.
Es espectacular y hay que imaginárselo nevado, con niebla, con lluvia, son sol. Es un castillo de cuento, de la princesa encerrada, del prÃncipe salvador, de la mala malÃsima. No pudimos hacer la tÃpica foto desde el puente, estaba en obras. Dio igual. El entorno, al pie de los Alpes, entre bosques, con la vista de la llanura y los lagos al fondo es incomparable. El rey Luis II diseñó la mayorÃa de las salas y algunas no dejan dudas sobre su locura. Visita guiada con audioguÃa, milimetrada germánicamente, con detalles sobre la decoración. Debimos echar tres o cuatro carretes de fotos.
Bajamos paseando al pueblo, Schwangau, donde mientras comimos un par de bocatas nos acercamos al lago Alpsee. De postal. Decenas de fotos. Imágenes con el reflejo de los Alpes nevados en el agua. El lugar más bonito que visitamos en todo el viaje.
Oberammergau, famosa por que cada 10 años, durante el verano, representan el juicio y condena de un tal Jesús. Y precisamente tocaba este año. En 1633 hubo una gran mortandad en Baviera a causa de una epidemia de peste. Los habitantes prometieron hacer una representación de la pasión de Cristo si eran protegidos. Y hasta hoy.
Tuvieron que aparcar el autobús fuera del pueblo. Las tÃpicas casas del sur de Baviera, con sus tejados a dos aguas, con sus ventanas y balcones de madera, tienen las fachadas decoradas con trampantojos, las trampas de los ojos. La primera data de 1700. Las más bonitas, las vimos desde el autobús a la salida, las que representan personajes de cuentos como Caperucita Roja.
Linderhof, a 20´de Oberammergau, otro de los tres castillos que mandó construir Luis II. Más pequeño, enclavado entre montañas, en origen era poco más que una casona de descanso para las jornadas de caza. Al lado de la casa original habÃa plantado un tilo, linder en alemán, de ahà el nombre del palacio, el Patio del Tilo, Linderhof. El tilo, sigue ahÃ, cientos de años después sigue atesorando secretos de todo lo que ha visto. Más pequeño que Neuschwastein, tiene unos preciosos jardines en la parte delantera con un templete en alto y otros jardines más pequeños en la parte trasera.
A lo largo de la finca que ocupa el palacio está la Casa MarroquÃ, pequeño quiosco morisco con el trono en su interior.
El palacio estaba dedicada a Luis XIV de Francia y por extensión a los Borbones de los cuales Luis II de Baviera era un gran admirador. Ya sabemos el porqué de llamarlo Rey Loco. De planta circular, está recargado hasta la extenuación. En la visita guiada no pudimos ver ni un centÃmetro cuadrado sin decorar. Rococó cocó. La sala de los espejos sà que tenÃa un toque mágico por el efecto de profundidad que conferÃan los espejos enfrentados. No pudimos entrar en la gruta artificial, porque estaba en obras. Recuerda la gruta de Venus, de la ópera Tannhäuser. En aquella época, a la luz de las velas, tétrico es decir poco.
De vuelta a Múnich, dimos un pequeño paseo para estirar las piernas y a dormir con otros 20 kms en las piernas (y vamos 85 kms).
Tras otro repetitivo desayuno de
salchichas, huevos revueltos, beicon y más salchichas, cogimos el metro para
visitar el palacio de verano del Nymphenburg,
a las afueras.
Tras el nacimiento del Maximiliano II Manuel en 1679, heredero al trono, su padre el duque Fernando MarÃa le regaló este palacio a su mujer. Fue la reina quien se encargó de supervisar su construcción. El castillo y sus dependencias sirven de fondo para fotos de póster, pero son sus espectaculares jardines los que valen la pena ser visitados. De estilo francés, muy cuidados, con diseño geométrico, en contraposición con los jardines ingleses, más agrestes y menos organizados, albergan varios palacetes entre los árboles.
El Amalienburg, pabellón de caza con las paredes recubiertas de conchas marinas. El Badenburg, sala de baños y primera piscina de agua caliente de Alemania. El Pagodenburg, pabellón de invitados. El Magdalenenklause, construido dentro de una cueva eremÃtica. La Orangery, primer invernadero de naranjos de Alemania. Y el Monópteros en una pequeña elevación.
El Nymphemburg es de esas visitas que casi nadie hace cuando van a Múnich, pero es imprescindible. La paz y la tranquilidad que transmite son duraderas aún semanas después. Espero que dure.
De vuelta al centro comimos en un italiano a la espalda de la Peterskirche, Bernie´s. La mejor comida de todo el viaje. Cuando sales de viaje, un italiano es apuesta segura. Casi nunca fallas. Y Bernie´s era superior. Que buena comida aunque la camarera, Jaroslava, no era el espÃritu de la simpatÃa.
Por la tarde, primer acercamiento a las inevitables compras. Nunca espero que nadie me traiga nada cuando se va de viaje. Y no entiendo porque en cada viaje tenemos que perder varias tardes o dÃas dando tumbos para llevar regalos. A los que os llevamos algo, lo sé, puede sonar mal, pero el tiempo dedicado a las compras lo asemejo a lo que en baloncesto llaman los minutos de la basura, es tiempo perdido. Pero como somos dos, pues lo que diga mi medio pomelo.
Lushfresh, variedad de jabones de baño, de manos, de ambientador. Kingdom of Sweets, dos plantas en el centro de Múnich, con chuches de todo tipo, incluso con origen en Murcia, de la firma Fini. En una Apotheke, la cajera que nos atendió, era española. No debÃa pasar de los 25 años. Llevaba 8 años allÃ. “¿No quieres volverte?, le preguntamos. “Pues”, nos respondió, “ni quiero ir ni quiero quedarme”. Lo tenÃa claro.
Paseando nos encontramos 20 euros en el suelo. Bingo. El ritmo de compras me rompe. Puedo hacerme 100 kms seguidos, pero yendo de compras, al segundo km estoy baldado. Cuando llegamos a la habitación, me dormÃa antes de quitarme los bambos. 20 kms más y sumamos 105 kms.
22/05
Segunda excursión. Salzburgo.
Si de la excursión a los Castillos de Baviera no tengo queja, ésta, como excursión de Civitatis es prescindible. Más de dos horas de tren de ida y otras tantas de vuelta, con solo cuatro horas y media allÃ, no compensa. Creo que habrÃa sido mejor opción coger el tren por nuestra cuenta, a primera hora hasta el anochecer o alquilar un coche. Con el añadido que el guÃa, un portorriqueño muy sonriente, demostraba demasiadas lagunas históricas.
Salzburgo fue una asignatura pendiente en nuestro viaje a Viena, pero estaba a tres horas
largas por carretera. Como la mayorÃa de las ciudades medievales fue fundada al
lado del curso de un rÃo, las autovÃas de hace cientos de años, junto al rÃo
Salzach. En las cercanÃas del actual emplazamiento hubo una provechosa industria
de sal, el oro blanco de la edad media, usada para conservar la comida en
ausencia de frigorÃficos. Salzburgo, la ciudad de la Sal.
El casco antiguo es pequeño, con el castillo en alto. Se puede recorrer en un solo dÃa. DÃa radiante que nos permitió disfrutar y fotografiar cada rincón. Tras abandonar andando la estación, a 10´ del centro, empezamos la visita por los famosos y floridos Jardines de Mirabell, que tras siglos parece que han de pasar a la historia por ser uno de los lugares donde se rodó en los 60, Sonrisas y Lágrimas. A lo largo de toda la visita, esta pelÃcula fue hilo conductor del guÃa, porque Mozart no parecÃa suficiente.
Es un jardÃn con más de 400 años de historia, para fijarnos solo en el Do Re Mi de los empalagosos Von Trapp. Fueron mandados construir en 1606 por el prÃncipe y arzobispo de Salzburgo, Wolf Dietrich Von Raitenau. Tan santo barón los erigió para su amante (¿o era su sobrina?) Salomé Alt. Desde esa fecha hasta 1700, sendos arquitectos de nombres impronunciables que llamaremos Juan y Juan los ampliaron. En los palacios anexos tiene su sede actual la alcaldÃa.
En un lateral está el JardÃn
de los Enanos. Pequeño jardÃn
circular adornado con figuras de enanos. Fue mandado construir por un tal Frank
Harrach, para homenajear en 1715 a los enanos de la corte. 28 eran las figuras
originales. A Luis de Baviera no le gustaban mucho y los mandó quitar, de
hecho, muchas de las estatuas fueron subastadas. En 1921 una organización local
se acordó que tenÃan 9 estatuas de enanos, amontonadas, y decidieron volver a
colocarlas. Poco a poco fueron recuperando las figuras subastadas pero alguna
todavÃa están en manos particulares y sus bases están vacÃas hasta que regresen
a casa.
Frank Joseph Kai es una preciosa calle en la que todos los
comercios tienen el emblema de su actividad en la pared, costumbre medieval,
época con muchos iletrados. Si la figura fuera un pez, pescaderÃa. Un zapato,
el zapatero. Manzanas y peras, el frutero. No quiero pensar lo que pondrÃan en
el prostÃbulo. Al final de la calle, la casa donde nació Mozart. Mozart, el
genio, el incomprendido, el pesado, el bromista, el juerguista. Mozart en
Viena. Mozart en Salzburgo. 230 años después, su música recuerda al genio.
Recorrimos la plaza, la catedral, las amplias calles. La tienda donde se venden las “bolas de Mozart”, felizmente unos bombones de chocolate rellenos de algo parecido al mazapán. El amigo Wolf, el de la amante que le hizo los jardines a su Salomé, que se creÃa el dueño de la ciudad, decidió tirar decenas de casas para construir una gran plaza y, vaya, casualidad, su palacio.
Dom Zu Salzburg, la catedral de la ciudad, con su fachada blanca, sus torres bulbosas y su interior blanco. La utilizan, además de para el culto, para conciertos y otras actuaciones. En su interior colgaba de la cúpula algo parecido a un tubo.
El guÃa se empeñó en meternos por callejuelas para contarnos una retahÃla de anécdotas cuya verosimilitud pondré en cuarentena dada las múltiples carencias que nos demostró.
Mariensäule, enorme iglesia, reconstruida tras la segunda
guerra mundial. En la plaza, estatua de la Inmaculada Concepción en su frente.
No entramos. Cobraban. Pues va a ser que no. Creo que esa multinacional con dos
milenios de antigüedad, que se viene apropiando de todas las iglesias
construidas con el dinero ajeno, deberÃa permitir el acceso gratuito a cada
templo. Pero, con la iglesia (y sus
millones de votantes) hemos topado.
Peterkirche, pequeña iglesia con un cementerio urbano, con muertos de hace siglos y muertos de anteayer. Cada cierto tiempo comunican a los descendientes de los muertos residentes si quieren renovar el alquiler del espacio. Si nadie da señales de vida (el residente no puede, claro), hacen hueco e instalan a muertos recientes. En la parte interior, hay catacumbas del perÃodo paleocristiano.
Subimos hacia el castillo. La subida la pueden convalidar con media maratón. Hay un funicular cada 10/15´ al increÃble precio de 12 € por cabeza por escasos minutos de subida. Como por el tiempo que disponÃamos tenÃamos claro que no Ãbamos a entrar, subimos hasta la terraza desde la que se puede ver Salzburgo desde arriba. El recodo estaba a reventar de fotógrafos. Incluidos unas colombianas, amigas, una que vive en Hamburgo y la otra en Chicago con las que coincidimos en el tren. Y no, no trabamos conversación, es que hablaban tan alto que me enteré de su vida con pelos y señales.
De bajada, compramos un par de bocadillos de salchichas, para no perder la costumbre, y disfrutamos del paseo por las callejuelas con manifa antivacunas covid incluida, que parecÃa perseguirnos por cada esquina. Cruzando el rio por el Staatsbrücke, a mano derecha estaba la ladera del Kapuzinerkloster. La subida era muy pindia. No habÃa tiempo, pero la vista desde arriba también debÃa ser espectacular.
Andando, acabamos topándonos con otro cementerio urbano, St Sebastian. Sorprende ver lápidas, antiguas, en cualquier iglesia del centro de la ciudad.
Por primera vez nos encontramos por el suelo las tÃpicas placas doradas en memoria de los judÃos perseguidos, trasladados a campos de concentración y desaparecidos. En Múnich, ni una, pero con su historial, todas las calles serÃan un camino amarillo de las miles de placas que deberÃan fijar al suelo.
Volvimos a los Jardines de Mirabell para volver a cruzar el rio Salzach por una pasarela peatonal donde cayeron varias decenas de fotos con el castillo al fondo. Pequeños barcos turÃsticos se dejaban arrastrar por la corriente rápida para después remontarlo trabajosamente de vuelta.
Nos sentamos para descansar. En esos momentos es cuando hay que fijar en la mente los recuerdos. Es más que seguro que no volveremos a Salzburgo, ni a Múnich, ni al resto de Baviera. El tiempo pasará y serán los recuerdos los que quedarán. ¿Para qué escribes las crónicas de tus viajes? ¿Ego? ¿Fardar? No ¿Por qué son tan largas? Son pesadas. Las escribo para permanecer. Con el tiempo, se irán borrando de nuestras mentes las imágenes, los recuerdos, quizás hasta las sensaciones y los sentimientos. Las crónicas prevalecerán. Nos recordarán nuestros viajes cuando no podamos viajar. Recordarán a nuestras hijas cuando viajábamos juntos. Participarán con nosotros de los viajes en los que no estén. Y podrán recordarnos cuando ya no estemos. Serán el recuerdo gráfico de unos padres, de unos abuelos, incluso de unos bisabuelos nunca conocidos. El tiempo pasará, espero y deseo que estas crónicas permanezcan y con ellas, nuestro recuerdo seguirá vivo, aunque solo sea en el corazón de nuestras hijas cuando hagamos el último gran viaje sin vuelo de vuelta.
Cuando llegamos de vuelta a Múnich dimos un paseo. Era domingo. No más de las ocho. Anocheciendo. Y no habÃa casi nadie en las calles. Casi todo estaba cerrado. No encontrábamos sitio donde cenar. Finalmente, cerca del hotel, cenamos en otro italiano, el Da Vinci. Mal servicio. Tónica habitual en Múnich. Los camareros son antipáticos y lentos. No sé si es por un carácter más pausado que los españoles pero tardan 10/15´en atenderte y casi otro tanto en traerte la comanda. Si a eso sumas una gastronomÃa discutible, pues lo dicho, como en casa no se come en ninguna parte.
Con otros 20 kms en las piernas (125 en total), a dormir.
23/05
Ultimo dÃa completo. Si
hubiéramos podido ir a Innsbruck,
este dÃa muniqués no habrÃa existido. Pero lo aprovechamos.
Fuimos al parque olÃmpico donde en 1972, hace 50 años, se celebraron
los juegos olÃmpicos. Al final pasaron a la historia por el atentado palestino
de la organización terrorista Septiembre Negro. Los terroristas mataron a dos
miembros del equipo olÃmpico israelà y tomaron nueve rehenes. Acabó con la muerte de los rehenes, los cinco terroristas y un policÃa.
Pocos recordarán que fueron los juegos de los siete oros y de los siete
récords mundiales del nadador Mark Spitz. España solo se trajo un bronce,
Enrique RodrÃguez Cal, en boxeo.
El Olympiapark tiene aroma de eso que ahora llaman vintage, digamos, añejo. Cuidados jardines. Las instalaciones siguen en uso. Parques alrededor de varios estanques. VÃa para correr y montar en bicicleta.
No quise quedarme con las ganas de entrar en el Olympiastadion. Tras 50 años, sigue impresionando por su tamaño. Césped muy cuidado. Aro olÃmpico de atletismo. Tras los Juegos lo usaron para el mundial de fútbol de 1974 y la Eurocopa de 1988. Durante años fue la sede de los dos equipos de futbol de la ciudad, ahora lo usan para otras competiciones deportivas. No pude bajar a la pista, pero me giré, vi que estaba en el bloque 68, fila 2, solo me hizo falta encontrar la silla 18.
Enfrente al estadio, el Olympiahalle, donde se competÃa al balonmano, ahora es centro de conciertos. Dentro de poco cantará allà uno de los músicos más conocidos en Alemania, Herbert Grönemeyer, al que yo escuchaba en los años 80.
De vuelta al centro, comimos en el Augustiner. IQ pidió un filete fibroso en caldete de agua de fregar con guarnición de zanahorias desvanecidas, patatas tristes y traidor rábano picante. Yo no me quise quedar atrás y nueva ración de salchichas multicolores, con chucrut mocoso, engarzado en un puré amarillo sospechoso. Delicioso. Pero una auténtica cerveza muniquesa.
Ultima tarde muniquesa. A rematar las compras bajo un calabobos sospechoso. Pocas tiendas de regalos, todos en la misma calle. En el primero debieron nombrarnos clientes de la semana por que entramos varias veces. De repente una gota, dos, el diluvio. En lugar que esperar a que parara, ahà estaban ellos, chorreando bajo una manta de agua. Cuando llegamos al hotel éramos un rastro de agua andante. Otros 15 kms y vamos 140.
24/05
25 años ya. Y parece que fue
ayer. Recogimos las maletas. Las dejamos en recepción. Ultimo paseo bajo una
fina pero persistente lluvia.
Karlsplazt otra vez. Salvatorskirche,
iglesia ortodoxa que no pudimos ver. La biblioteca de Literturhaus. Maximilianstrasse
y sus tiendas barateras de Pierre Cardin o Balenciaga. Otra vez Hofbräuhaus. Otra vez Residenz. Esto se acaba, ya nos
repetimos. Adiós Mariënplatz.
Nos acordaremos en invierno cuando el Madrid o el Barcelona vayan a jugar
contra el Múnich de Baviera, el Bayern München.
Volvimos al hotel con mucho tiempo. De sobra. Cogimos las maletas. A la estación. 10 kms por la mañana, redondeamos los 150 kms andando.
El tren de vuelta también por la S8. Ni un problema en el aeropuerto. Comimos otra vez bocatas. Vuelo mejor que a la ida. A la llegada a Madrid cogimos un taxi. El taxista, me pareció de ascendencia eslava, nos dio el viaje. No sabÃa encontrar la calle y nos repitió diez veces las tarifas. Ibuprofeno por favor. Volvimos a dormir en casa de MarÃa y Josemi. A la mañana siguiente, de vuelta a casa. Con nuestras niñas.
La vida sigue. Me encanta viajar. Es genial. Pero también estar en casa. Como en casa no se está en ninguna casa. ¿O sÃ?
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