Qart Hadast
Sábado 20 de abril. Cinco y veinte de
la madrugada. Suena el despertador, se conecta la radio. ¿Es la voz de Sonny
Bono la que me despierta con las
primeras estrofas del clásico sesentero “I got you babe”?. Bien excursionistas…¡¡¡arribaaaa¡¡¡ ¿¿ Punxsutawney??. ¿¿El Día de la Marmota??. Pues no. Cartagena, Ruta de las
Fortalezas. 51 kilómetros nos esperan.
Parece que vivo en “Atrapado en el
Tiempo”, película de culto de Bill Murray, que no fue valorada en su justa
medida, con un genial guión que otros “clásicos” han copiado, los Simpsons y
Shrek entre otros. Así me siento en el momento que empieza mi nuevo reto,
cumpliendo con los habituales ritos para correr durante un largo rato esperando
no acabar roto al concluir la ruta.
20 de Abril. Curiosamente, la víspera
del 2766º año desde la fundación de, ¡sí¡, como no podía ser de otra forma, de
la fundación de Roma (21 de abril de 753
A.C).
Todos los caminos llevan a Roma.
Y si, lo sé, me repito, pero es que
¡las casualidades no existen¡, y, ante la nueva ultramaratón a la que me voy a
enfrentar, que vendrá cargada de “sangre,
sudor y (quizás) lágrimas” que
coincida con el 124 aniversario del nacimiento de Hitler tiene bastante de augurio tétrico.
Del no hay dos sin tres, en mi caso,
pasamos directamente al no hay cinco sin seis. Tras 3 maratones y dos
ultramaratones, vamos a por la sexta medalla en mi zamarra correbirrera de las
grandes ocasiones.
Solo nos falta saber la postdata. ¿Acabaré
como galgo o podenco?. ¿Escipión el Africano o Aníbal el Bárcida?. ¿Romano o
cartaginés?. Difícil elección. La carrera me dará la respuesta.
*************
Ocho de la mañana, Plaza de los
Héroes de Cavite, que no lo fueron tanto por sus hazañas bélicas, sino, más
bien, por ser las víctimas propiciatorias de una guerra injusta y desigual,
alentada por quijotescos generalotes que en 1898 se creían capaces de hacer
frente a la armada estadounidense con cuatro barquichuelos, algunos fusiles
caducos, un mucho de soberbia y para variar, un Borbón trasnochado y sobreactuado,
Alfonso XIII. 33 años después de aquello, fue precisamente la ciudad de
Cartagena quien en 1931 le despidió efusivamente al inicio de su exilio…..a
Roma. ¿Quién dijo casualidades?.
Día actual. 115 años después, ¿su
nieto seguirá su estela?. Todavía se mantiene en la retina colectiva su
patética frase tras la “elefantada”….. ¡¡Lo siento, me he equivocado, no
volverá a ocurrir¡¡. Vale, lo dejo, estamos aquí para correr, no para
polemizar, pero es queeeeee…
Izan la bandera española. Suena el
himno nacional español.
- ¿Por qué te pegas esas palizas
corriendo? ¿No sabes que correr es de cobardes? – son preguntas que me hacen muy a menudo mis
amigos y familiares.
Mientras suenan los acordes de la
marcha real, rebusco en mis recuerdos, rememoro mi niñez. Vuelvo a Santander, a
mi barrio de San Celedonio, a la Travesía de Tantín (ahora rebautizada como C/
Salvador Hedilla no sé por qué) donde estaba, y sigue estando, la casa en la
que nací. Voy para mayor, pertenezco a esa última generación de niños que
todavía nacimos en casa. Era una barriada típica de los años 70, que podría perfectamente
ser escenario del “Cuéntame”.
Recuerdo aquella cuesta con la
portilla en la que jugábamos a la pelota mi hermano Jose y yo. Aunque creo que
él no jugaba a la pelota, sino, al tiro al blanco.
La lechería de “Nanducio”, donde iba
a comprar bolsas de leche (la uperisación, entonces, no existía, y todos
crecimos igual de sanos), que luego se convirtieron en las botellas de leche
Collantes, “con la que los niños se hacen gigantes”.
Bajaba al garito de “la Pufo”, con su
tufo a vete-tu-a-saber-qué, a por La Gaceta del Norte para mi padre por ¡¡¡1
peseta¡¡¡, tan solo por ver si en las páginas centrales traía un poster del
Athlétic de Iríbar, el “Chopo”.
Subía al obrador de Cipriano a
comprar “curasanes y luzmelas”. Allí, “Vicentón”, con su puro perenne que años
después le llevó a la tumba, me decía aquello del “malvado Nacho, que tenemos
que hacerlo bueno” que pasó a los anales familiares. Me pedía que cantara, pues
parece ser que de muy pequeño tenía buena voz. Lástima, ahora me podrían sacar
en rogativa para hacer que lloviera.
Subía, bajaba, subía….mi barrio era todo
en cuesta, así ya mis piernas se empezaron a curtir y a sufrir.
La taberna de “el Vasco”, con aquel
aroma a vino rancio que no invitaba a entrar. Tenía algo de miedo atávico a
franquear su puerta.
La tienda de ultramarinos, como se
llamaban entonces a las tiendas de barrio, con el “señor Ziquiel” y su eterno
jersey verde, y “Luci”, la cajera, que a ojos de un rapaz parecía una nueva
Venus. Visto al crisol del presente, no pasaba el corte.
Aquel microcosmos de escasamente unos
cientos de metros cuadrados fue mi universo infantil. Pasaron muchos años antes
que pisara la playa del Sardinero, en aquellos años, en los que dicho recorrido
era toda una aventura. Nada eché en falta. Fui muy feliz y ahora que ya soy,
digamos, de mediana edad, rememoro cada vez más “aquellos maravillosos años”.
Una pelota, unas chapas y un bocadillo
de chorizo pamplonica eran más que suficientes para pasar la mejor de las
tardes siempre que una tromba de agua nos encerrara en casa, que dado el clima
santanderino, pasaba las mas de las veces.
Eran los tiempos de la mirinda y el
tang; de las pipas facundo; del carrusel deportivo, con la narración de Héctor
del Mar de las hazañas futboleras, de “Tarzán Migueli”, el “Pulpo Arconada” o
de “Cámara Lenta Del Bosque”; de los cromos, chapas y canicas; de la primera y
del uhf; de las pesetas.
No vivíamos esclavizados a pantallas de
la televisión, ni ordenador, ni psp, ni game boy, ni mp4, ni “guasap”, nada de
nada. Jugar con la canicas al guá, o lo que nosotros llamábamos el “ascenso a
la cumbre” con aquellos ciclistas que comprábamos en el garito de “el Pulgoso”,
o imitar a Geñupi o Quinito (ídolos racinguistas de la época) en las escaleras
de la Travesía, que invariablemente nos obligaba tener que llamar a las casas
de “Juanita Banana”, de “Donguina” o de “Doña Apolonia” para recogerla y pedir
las consabidas disculpas, ese era nuestro simple y feliz día a día. Nuestra
imaginación era nuestro mejor juguete.
El único guiño a la globalización que
vendría, era la radio que mi madre oía con fruición y cuya afición me ha
transmitido. Del “Felicite con música” del mediodía patrocinado por
Supermercados Alconsant a las cientos de repeticiones de la canción de ABBA,
Chiquitita, en el programa vespertino, “Buscando la canción del verano”.
Así que rula rulando, me convertí en
un adolescente regordete al que una revolución hormonal y un par de zagalas
pizpiretas le llevaron a calzarse por primera vez unos “espais”, que era como
se llamaba el calzado deportivo en Santander, hoy todavía no sé por qué.
Eran años sin preocupaciones. Años en
los que todo podía pasar. Nos creíamos invencibles e inmortales, en el estricto
sentido de la palabra. Ultimamente veo correr los días, pasan sin darnos
cuenta, nos caen los años, las canas, el pelo, las carnes y aquella felicidad
inocente casi me duele. No volverá aquel tiempo y no estoy preparado para lo
que inexorablemente viene. Nadie lo está. Intento disfrutar el día a día, pero
mi cabeza me tortura de forma malsana ante la idea de un fin cierto. Vivimos
siempre un el futuro, dilapidando el presente.
Casi 30 años
después, sigo corriendo, al decir de algunos, como si fuera Forrest Gump, por
las presuntas locuras que hago o algo peor. Tras un parón de 9 años, dedicados
intensamente a disfrutar en exclusiva con mi principal papel en la vida, ser
padre, una noche de septiembre de 2009 me miré al espejo, me pesé en la báscula
y me dije alto y claro: Hasta aquí he llegado. Debe haber tiempo para todo.
Tengo claro
que antes o después, espero mas después que antes, seré vencido por La Parca,
así que pongo todo de mi parte para alargar dicho mutis por el foro (romano,
por supuesto) lo máximo posible. Ya se sabe, quien mueve las piernas, mueve el
corazón.
Y un buen
día, me apunté a una carrera. Me gustó la experiencia. Una carrera ha llevado a
otra. Un reto a otro, y aquí estamos, en Cartago Nova, a la espera de la
salida.
Acaba la
marcha real. Espero que dentro de no mucho, sea el Himno de Riego.
*************
Ha llegado
la hora. A mis pies, la histórica ciudad de Cartagena, fundada en el lejano año
227 a.C., o lo que es lo mismo, el 526 desde la fundación de Roma, con el
nombre púnico de Qart Hadasht, que significaba Ciudad Nueva, de la que derivó
la Carthago Nova romana, hasta la actual Cartagena. Esto dice la güiquipedia.
Púnicos,
romanos, bizantinos y árabes elevaron la ciudad a conjunto histórico de primer
orden, rematado con la conversión de sus costas en enclave estratégico de la
defensa del litoral mediterráneo, cubriendo cada elevación del terreno de
baterías, fuertes y cuarteles militares que hoy vamos a recorrer.
A toro
pasado, tras 51 kilómetros por sus calles y laderas, no puedo dejar de lamentar
que una ciudad con tales vestigios históricos-artísticos-culturales viva
totalmente de espaldas a un pasado tan glorioso. El estado de la mayoría de sus
baterías, fuertes y castillos es lamentable y urge una actuación inmediata que
ponga en valor tamaño patrimonio cultural.
Menos palabrería pedante y a correr.
Y pedante seré al contar que esta
palabra deriva del italiano bajomedieval que designaba al maestro que iba,
andando, de una casa a otra enseñando a los niños, de la voz preexistente
pedante, “soldado de a pié” o “peatón”. Pues eso, usemos los pies y como
peatones, corredores, andantes, empecemos la Ruta.
Antes de nada, felicitar a la
Organización, creo que nunca he participado en la Región en una carrera tan
bien organizada, avituallada y abastecida. Además, todo un detalle acordarse de
los fallecidos en Boston.
Salida, y
desde el principio con mi pareja de baile en más de una carrera, el gran Ricardo
Sanz, es un gustazo ir a su lado, si le escuchara de vez en cuando e intentara
dosificar algo más, mejor me habría ido.
El comienzo
de la carrera, con los 3.500 corredores-andadores fue caótico.
Km. 5, El Calvario, con la Ermita del
mismo nombre, pero es que ni la vi. Mal empieza el tema cuando la primera
cuesta que tenemos que subir es un calvario. Vaya cruz que nos hemos echado al
hombro. Tan cercano a la salida, la pista intransitable….de ¡tanta gente¡. Eso
sí, subida que engañaba, y casi mejor así, que quedaba mucho por delante.
Km. 10,
Chimenea, que para quien no lo conozca es eso, una chimenea en mitad de una
ladera. Subida larga camino de San Julián. Ricardo marcando bien los tiempos,
incluso, la parada a mear…bueno, miccionar, orinar, o lo que sea.
Km. 12, Castillo
de San Julián. ¿He dicho subida, larga?, pero larga. Se empezaba a hacer la
primera criba. Cuando llegué arriba, ya iba solo. Error. Tomar nota para la
próxima vez. No soy superman y debería haber aguantado un poco tan bien acompañado
que iba.
La bajada,
en cuanto al trazado, engañosa, con mucho peligro si no ibas con todos los
sentidos enchufados.
Desde allí a
la Concepción, terreno feote. Mucho asfalto en zona industrial. Aproveché el
paso por Cala Cortina para comer algo, pero por segunda carrera consecutiva, el
estómago revuelto no me dejó tranquilo.
Km. 19,
Castillo de la Concepción. Era una tachuela en comparación con el resto, pero
al final, todo suma y todo resta en el carburador, y otra mata a la espalda.
Grata sorpresa
al ver a Runner CT dando ánimos que a otros les sonarán vacíos, pero para mí,
cada palabra que te dicen, es una zancada gratis.
Camino de
Fajardo y Galeras, empieza la carrera de verdad. Donde se sufre de verdad.
Km. 26,
Batería Fajardo. Al pié ya empiezo a notar mi exceso de ritmo, así que decido
bajar un punto, queda mucha carrera. Lo peor está por venir, me duelen los
riñones y la falta de aliento me castiga. Las dos rampas que llevan a la cumbre
no auguran nada bueno.
En el
avituallamiento cogí un donut, y el mero hecho de no poder abrirlo….¡atención,
atención¡…..malas noticias.
Las bajadas
me castigan más que las subidas. Solo puede ser por una cosa, tengo las piernas
cargadas en exceso. Intento comer un plátano, pero me produce ardores.
Enfilo la
subida a Galeras, resuelto, pero oyendo una voz de fondo…..sufres, sufre,
sufrirás.
Km. 30,
Castillo de Galeras. No la recordaba tan
larga, y eso que no es la primera vez que voy. A falta de dos curvas oigo los
cristales de mi ánimo caer hechos añicos. Es la primera vez que me da una
“pájara anímica”, y además, sin una razón clara. Tras 3 horas, ya estoy en el
km 30, pero mi cerebro solo pide una cosa. Para ya. No estoy preparado para lo
que va a venir. Nunca he tenido que luchar contra mí mismo. Si fuera una cosa
de piernas, pues, sabría lo que hacer, descansar, reducir, comer, algo, pero
contra la sirena que en mi cerebro resuena, contra eso, no estaba preparado.
El camino
desde Navantia hasta el Cartago Nova, en llano, asfalto, sin dificultad, es una
tortura. Hago una pequeña parada de 1 minuto. ¿Qué pasa?. El piloto automático
se ha ido, y no tengo plan B.
A la altura
del comienzo de La Atalaya lo que era un rumor, empieza a cuajar. No quiero
seguir. Hablo con mi medio pomelo y mis dos mandarinas. Su voz me anima, pero
es que no quiero seguir. Pongo un pié delante del otro, como un autómata. Sigo
porque sí, pero sin motivación alguna. Apago la música, el dolor de cabeza me
martillea.
Km. 38, Castillo
de La Atalaya. El momento crítico. La subida es dura, pero cuando llego a lo
alto, tengo la decisión tomada, a la bajada, abandono. No vale la pena sufrir.
Miro el reloj, pienso: - Si, es un lástima, llevo 4:20 y lo tienes ahí, pero es
que no quiero sufrir más.
La bajada de
la Atalaya ha sido, con diferencia el peor momento deportivo que nunca he
vivido. Cada paso se hizo eterno y todo ello, con el mal añadido de una moral
rota. Mi principal fortaleza, mi resistencia, siempre ha sido una mente
fría….por los suelos.
Al llegar
otra vez al llano, me siento en una parada de autobús. Decidido, lo dejo. Subo
las piernas en alto y espero a que venga el bus para volver al centro de
Cartagena. En eso estaba cuando me llamaron de casa.
-
¡Animo,
nunca has abandonado¡ - me dijo Inmaculada, mi medio pomelo.
-
Venga,
Papá tu puedes. Lo vas a conseguir – añadió mi niña Marta.
-
Papá,
te he hecho un dibujo de un corazón. Sigue adelante – acabó mi pequeña Julia.
Me levanté, y eché a andar. En ese
momento, Antonio, amigo y compañero correbirrero me dio alcance. Nos pusimos a
la par, un par de kilómetros y empecé a coger ritmo.
Ahora ya no había vuelta de hoja, si empezaba
a subir por Tentegorra, es para terminar.
Veo la meta a mi izquierda, me vuelve
a tentar el demonio del abandono, pero no quiero defraudarlas. Son ellas las
que me ayudaron a seguir. Nada habría pasado si abandonara, esto es una afición,
no una obligación, pero mi medio pomelo puso el dedo en la llaga.
-
No
abandones, no te dejes llevar por un impulso, porque luego te arrepentirás, que
te conozco.
Sí, me conoce y muy bien, sé que si
hubiera abandonado en esa situación, lo lamentaría todo un año, hasta la
próxima edición.
La subida al Roldán, tremenda, y solo
por eso, me descubro ante todos los que son capaces de sufrirlo tras más de 40
kms que llevábamos encima.
Dentro de su dureza, lo subí
relativamente bien. Foto con Antonio al coronar, un poco de agua y ya de
bajada. Echo a correr y así hasta la meta.
Me dejé atrás los fantasmas del
abandono, superé mi propio yo, llegué a la meta en 6:07:01 según mi reloj.
Sensación agridulce a mi llegada, lo hice, pero no pensé que iba a sufrir por
tantas dudas.
*************
Pasados dos
días, cansado, ante estas líneas, sigo “tocado”, sigo sin saber cómo pude
venirme abajo como un castillo de naipes, pero ahí está la parte buena, seguí y
acabé. En mi cabeza el convencimiento de que el planteamiento no fue acertado,
ya fuera el ritmo, la alimentación la motivación o la preparación, algo falló.
Pero así fue, así os lo he contado y que me sirva de experiencia. La próxima
vez que me pase, espero que dentro de mucho, no me cogerá de sorpresa.
¿Escipión o
Aníbal?. Pues no, menos lobos, Caperucito. En mi caso, Reginald Perrin.
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