jueves, 5 de junio de 2014

IV Ruta de las Fortalezas 20.04.2013

Qart Hadast


Sábado 20 de abril. Cinco y veinte de la madrugada. Suena el despertador, se conecta la radio. ¿Es la voz de Sonny Bono la que  me despierta con las primeras estrofas del clásico sesentero “I got you babe”?.  Bien excursionistas…¡¡¡arribaaaa¡¡¡ ¿¿ Punxsutawney??. ¿¿El Día de la Marmota??. Pues no. Cartagena, Ruta de las Fortalezas. 51 kilómetros nos esperan.

Parece que vivo en “Atrapado en el Tiempo”, película de culto de Bill Murray, que no fue valorada en su justa medida, con un genial guión que otros “clásicos” han copiado, los Simpsons y Shrek entre otros. Así me siento en el momento que empieza mi nuevo reto, cumpliendo con los habituales ritos para correr durante un largo rato esperando no acabar roto al concluir la ruta.

20 de Abril. Curiosamente, la víspera del 2766º año desde la fundación de, ¡sí¡, como no podía ser de otra forma, de la fundación de Roma (21 de abril de 753 A.C).  

Todos los caminos llevan a Roma.

Y si, lo sé, me repito, pero es que ¡las casualidades no existen¡, y, ante la nueva ultramaratón a la que me voy a enfrentar, que vendrá cargada de “sangre, sudor y (quizás) lágrimas” que coincida con el 124 aniversario del nacimiento de Hitler tiene  bastante de augurio tétrico.

Del no hay dos sin tres, en mi caso, pasamos directamente al no hay cinco sin seis. Tras 3 maratones y dos ultramaratones, vamos a por la sexta medalla en mi zamarra correbirrera de las grandes ocasiones.

Solo nos falta saber la postdata. ¿Acabaré como galgo o podenco?. ¿Escipión el Africano o Aníbal el Bárcida?. ¿Romano o cartaginés?. Difícil elección. La carrera me dará la respuesta.

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Ocho de la mañana, Plaza de los Héroes de Cavite, que no lo fueron tanto por sus hazañas bélicas, sino, más bien, por ser las víctimas propiciatorias de una guerra injusta y desigual, alentada por quijotescos generalotes que en 1898 se creían capaces de hacer frente a la armada estadounidense con cuatro barquichuelos, algunos fusiles caducos, un mucho de soberbia y para variar, un Borbón trasnochado y sobreactuado, Alfonso XIII. 33 años después de aquello, fue precisamente la ciudad de Cartagena quien en 1931 le despidió efusivamente al inicio de su exilio…..a Roma. ¿Quién dijo casualidades?.



Día actual. 115 años después, ¿su nieto seguirá su estela?. Todavía se mantiene en la retina colectiva su patética frase tras la “elefantada”….. ¡¡Lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir¡¡. Vale, lo dejo, estamos aquí para correr, no para polemizar, pero es queeeeee…

Izan la bandera española. Suena el himno nacional español.

- ¿Por qué te pegas esas palizas corriendo? ¿No sabes que correr es de cobardes?  – son preguntas que me hacen muy a menudo mis amigos y familiares.

Mientras suenan los acordes de la marcha real, rebusco en mis recuerdos, rememoro mi niñez. Vuelvo a Santander, a mi barrio de San Celedonio, a la Travesía de Tantín (ahora rebautizada como C/ Salvador Hedilla no sé por qué) donde estaba, y sigue estando, la casa en la que nací. Voy para mayor, pertenezco a esa última generación de niños que todavía nacimos en casa. Era una barriada típica de los años 70, que podría perfectamente ser escenario del “Cuéntame”.



Recuerdo aquella cuesta con la portilla en la que jugábamos a la pelota mi hermano Jose y yo. Aunque creo que él no jugaba a la pelota, sino, al tiro al blanco.

La lechería de “Nanducio”, donde iba a comprar bolsas de leche (la uperisación, entonces, no existía, y todos crecimos igual de sanos), que luego se convirtieron en las botellas de leche Collantes, “con la que los niños se hacen gigantes”.

Bajaba al garito de “la Pufo”, con su tufo a vete-tu-a-saber-qué, a por La Gaceta del Norte para mi padre por ¡¡¡1 peseta¡¡¡, tan solo por ver si en las páginas centrales traía un poster del Athlétic de Iríbar, el “Chopo”.

Subía al obrador de Cipriano a comprar “curasanes y luzmelas”. Allí, “Vicentón”, con su puro perenne que años después le llevó a la tumba, me decía aquello del “malvado Nacho, que tenemos que hacerlo bueno” que pasó a los anales familiares. Me pedía que cantara, pues parece ser que de muy pequeño tenía buena voz. Lástima, ahora me podrían sacar en rogativa para hacer que lloviera.

Subía, bajaba, subía….mi barrio era todo en cuesta, así ya mis piernas se empezaron a curtir y a sufrir.

La taberna de “el Vasco”, con aquel aroma a vino rancio que no invitaba a entrar. Tenía algo de miedo atávico a franquear su puerta.

La tienda de ultramarinos, como se llamaban entonces a las tiendas de barrio, con el “señor Ziquiel” y su eterno jersey verde, y “Luci”, la cajera, que a ojos de un rapaz parecía una nueva Venus. Visto al crisol del presente, no pasaba el corte.

Aquel microcosmos de escasamente unos cientos de metros cuadrados fue mi universo infantil. Pasaron muchos años antes que pisara la playa del Sardinero, en aquellos años, en los que dicho recorrido era toda una aventura. Nada eché en falta. Fui muy feliz y ahora que ya soy, digamos, de mediana edad, rememoro cada vez más “aquellos maravillosos años”.

Una pelota, unas chapas y un bocadillo de chorizo pamplonica eran más que suficientes para pasar la mejor de las tardes siempre que una tromba de agua nos encerrara en casa, que dado el clima santanderino, pasaba las mas de las veces.

Eran los tiempos de la mirinda y el tang; de las pipas facundo; del carrusel deportivo, con la narración de Héctor del Mar de las hazañas futboleras, de “Tarzán Migueli”, el “Pulpo Arconada” o de “Cámara Lenta Del Bosque”; de los cromos, chapas y canicas; de la primera y del uhf; de las pesetas.

No vivíamos esclavizados a pantallas de la televisión, ni ordenador, ni psp, ni game boy, ni mp4, ni “guasap”, nada de nada. Jugar con la canicas al guá, o lo que nosotros llamábamos el “ascenso a la cumbre” con aquellos ciclistas que comprábamos en el garito de “el Pulgoso”, o imitar a Geñupi o Quinito (ídolos racinguistas de la época) en las escaleras de la Travesía, que invariablemente nos obligaba tener que llamar a las casas de “Juanita Banana”, de “Donguina” o de “Doña Apolonia” para recogerla y pedir las consabidas disculpas, ese era nuestro simple y feliz día a día. Nuestra imaginación era nuestro mejor juguete.

El único guiño a la globalización que vendría, era la radio que mi madre oía con fruición y cuya afición me ha transmitido. Del “Felicite con música” del mediodía patrocinado por Supermercados Alconsant a las cientos de repeticiones de la canción de ABBA, Chiquitita, en el programa vespertino, “Buscando la canción del verano”.

Así que rula rulando, me convertí en un adolescente regordete al que una revolución hormonal y un par de zagalas pizpiretas le llevaron a calzarse por primera vez unos “espais”, que era como se llamaba el calzado deportivo en Santander, hoy todavía no sé por qué.

Eran años sin preocupaciones. Años en los que todo podía pasar. Nos creíamos invencibles e inmortales, en el estricto sentido de la palabra. Ultimamente veo correr los días, pasan sin darnos cuenta, nos caen los años, las canas, el pelo, las carnes y aquella felicidad inocente casi me duele. No volverá aquel tiempo y no estoy preparado para lo que inexorablemente viene. Nadie lo está. Intento disfrutar el día a día, pero mi cabeza me tortura de forma malsana ante la idea de un fin cierto. Vivimos siempre un el futuro, dilapidando el presente.

            Casi 30 años después, sigo corriendo, al decir de algunos, como si fuera Forrest Gump, por las presuntas locuras que hago o algo peor. Tras un parón de 9 años, dedicados intensamente a disfrutar en exclusiva con mi principal papel en la vida, ser padre, una noche de septiembre de 2009 me miré al espejo, me pesé en la báscula y me dije alto y claro: Hasta aquí he llegado. Debe haber tiempo para todo.

            Tengo claro que antes o después, espero mas después que antes, seré vencido por La Parca, así que pongo todo de mi parte para alargar dicho mutis por el foro (romano, por supuesto) lo máximo posible. Ya se sabe, quien mueve las piernas, mueve el corazón.

            Y un buen día, me apunté a una carrera. Me gustó la experiencia. Una carrera ha llevado a otra. Un reto a otro, y aquí estamos, en Cartago Nova, a la espera de la salida.

            Acaba la marcha real. Espero que dentro de no mucho, sea el Himno de Riego.


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            Ha llegado la hora. A mis pies, la histórica ciudad de Cartagena, fundada en el lejano año 227 a.C., o lo que es lo mismo, el 526 desde la fundación de Roma, con el nombre púnico de Qart Hadasht, que significaba Ciudad Nueva, de la que derivó la Carthago Nova romana, hasta la actual Cartagena. Esto dice la güiquipedia.

            Púnicos, romanos, bizantinos y árabes elevaron la ciudad a conjunto histórico de primer orden, rematado con la conversión de sus costas en enclave estratégico de la defensa del litoral mediterráneo, cubriendo cada elevación del terreno de baterías, fuertes y cuarteles militares que hoy vamos a recorrer.

            A toro pasado, tras 51 kilómetros por sus calles y laderas, no puedo dejar de lamentar que una ciudad con tales vestigios históricos-artísticos-culturales viva totalmente de espaldas a un pasado tan glorioso. El estado de la mayoría de sus baterías, fuertes y castillos es lamentable y urge una actuación inmediata que ponga en valor tamaño patrimonio cultural.

Menos palabrería pedante y a correr. Y pedante seré al contar que  esta palabra deriva del italiano bajomedieval que designaba al maestro que iba, andando, de una casa a otra enseñando a los niños, de la voz preexistente pedante, “soldado de a pié” o “peatón”. Pues eso, usemos los pies y como peatones, corredores, andantes, empecemos la Ruta.

Antes de nada, felicitar a la Organización, creo que nunca he participado en la Región en una carrera tan bien organizada, avituallada y abastecida. Además, todo un detalle acordarse de los fallecidos en Boston.

            Salida, y desde el principio con mi pareja de baile en más de una carrera, el gran Ricardo Sanz, es un gustazo ir a su lado, si le escuchara de vez en cuando e intentara dosificar algo más, mejor me habría ido.
            El comienzo de la carrera, con los 3.500 corredores-andadores fue caótico.

Km. 5, El Calvario, con la Ermita del mismo nombre, pero es que ni la vi. Mal empieza el tema cuando la primera cuesta que tenemos que subir es un calvario. Vaya cruz que nos hemos echado al hombro. Tan cercano a la salida, la pista intransitable….de ¡tanta gente¡. Eso sí, subida que engañaba, y casi mejor así, que quedaba mucho por delante.

            Km. 10, Chimenea, que para quien no lo conozca es eso, una chimenea en mitad de una ladera. Subida larga camino de San Julián. Ricardo marcando bien los tiempos, incluso, la parada a mear…bueno, miccionar, orinar, o lo que sea.

            Km. 12, Castillo de San Julián. ¿He dicho subida, larga?, pero larga. Se empezaba a hacer la primera criba. Cuando llegué arriba, ya iba solo. Error. Tomar nota para la próxima vez. No soy superman y debería haber aguantado un poco tan bien acompañado que iba.

            La bajada, en cuanto al trazado, engañosa, con mucho peligro si no ibas con todos los sentidos enchufados.

            Desde allí a la Concepción, terreno feote. Mucho asfalto en zona industrial. Aproveché el paso por Cala Cortina para comer algo, pero por segunda carrera consecutiva, el estómago revuelto no me dejó tranquilo.

            Km. 19, Castillo de la Concepción. Era una tachuela en comparación con el resto, pero al final, todo suma y todo resta en el carburador, y otra mata a la espalda.

            Grata sorpresa al ver a Runner CT dando ánimos que a otros les sonarán vacíos, pero para mí, cada palabra que te dicen, es una zancada gratis.

            Camino de Fajardo y Galeras, empieza la carrera de verdad. Donde se sufre de verdad.

            Km. 26, Batería Fajardo. Al pié ya empiezo a notar mi exceso de ritmo, así que decido bajar un punto, queda mucha carrera. Lo peor está por venir, me duelen los riñones y la falta de aliento me castiga. Las dos rampas que llevan a la cumbre no auguran nada bueno.

       En el avituallamiento cogí un donut, y el mero hecho de no poder abrirlo….¡atención, atención¡…..malas noticias.

            Las bajadas me castigan más que las subidas. Solo puede ser por una cosa, tengo las piernas cargadas en exceso. Intento comer un plátano, pero me produce ardores.

            Enfilo la subida a Galeras, resuelto, pero oyendo una voz de fondo…..sufres, sufre, sufrirás.

            Km. 30, Castillo de Galeras.  No la recordaba tan larga, y eso que no es la primera vez que voy. A falta de dos curvas oigo los cristales de mi ánimo caer hechos añicos. Es la primera vez que me da una “pájara anímica”, y además, sin una razón clara. Tras 3 horas, ya estoy en el km 30, pero mi cerebro solo pide una cosa. Para ya. No estoy preparado para lo que va a venir. Nunca he tenido que luchar contra mí mismo. Si fuera una cosa de piernas, pues, sabría lo que hacer, descansar, reducir, comer, algo, pero contra la sirena que en mi cerebro resuena, contra eso, no estaba preparado.

            El camino desde Navantia hasta el Cartago Nova, en llano, asfalto, sin dificultad, es una tortura. Hago una pequeña parada de 1 minuto. ¿Qué pasa?. El piloto automático se ha ido, y no tengo plan B.

            A la altura del comienzo de La Atalaya lo que era un rumor, empieza a cuajar. No quiero seguir. Hablo con mi medio pomelo y mis dos mandarinas. Su voz me anima, pero es que no quiero seguir. Pongo un pié delante del otro, como un autómata. Sigo porque sí, pero sin motivación alguna. Apago la música, el dolor de cabeza me martillea.

            Km. 38, Castillo de La Atalaya. El momento crítico. La subida es dura, pero cuando llego a lo alto, tengo la decisión tomada, a la bajada, abandono. No vale la pena sufrir. Miro el reloj, pienso: - Si, es un lástima, llevo 4:20 y lo tienes ahí, pero es que no quiero sufrir más.

            La bajada de la Atalaya ha sido, con diferencia el peor momento deportivo que nunca he vivido. Cada paso se hizo eterno y todo ello, con el mal añadido de una moral rota. Mi principal fortaleza, mi resistencia, siempre ha sido una mente fría….por los suelos.

            Al llegar otra vez al llano, me siento en una parada de autobús. Decidido, lo dejo. Subo las piernas en alto y espero a que venga el bus para volver al centro de Cartagena. En eso estaba cuando me llamaron de casa.

-          ¡Animo, nunca has abandonado¡ - me dijo Inmaculada, mi medio pomelo.

-          Venga, Papá tu puedes. Lo vas a conseguir – añadió mi niña Marta.

-          Papá, te he hecho un dibujo de un corazón. Sigue adelante – acabó mi pequeña Julia.

Me levanté, y eché a andar. En ese momento, Antonio, amigo y compañero correbirrero me dio alcance. Nos pusimos a la par, un par de kilómetros y empecé a coger ritmo.

Ahora ya no había vuelta de hoja, si empezaba a subir por Tentegorra, es para terminar.

Veo la meta a mi izquierda, me vuelve a tentar el demonio del abandono, pero no quiero defraudarlas. Son ellas las que me ayudaron a seguir. Nada habría pasado si abandonara, esto es una afición, no una obligación, pero mi medio pomelo puso el dedo en la llaga.

-          No abandones, no te dejes llevar por un impulso, porque luego te arrepentirás, que te conozco.

Sí, me conoce y muy bien, sé que si hubiera abandonado en esa situación, lo lamentaría todo un año, hasta la próxima edición.

La subida al Roldán, tremenda, y solo por eso, me descubro ante todos los que son capaces de sufrirlo tras más de 40 kms que llevábamos encima.

Dentro de su dureza, lo subí relativamente bien. Foto con Antonio al coronar, un poco de agua y ya de bajada. Echo a correr y así hasta la meta.



Me dejé atrás los fantasmas del abandono, superé mi propio yo, llegué a la meta en 6:07:01 según mi reloj. Sensación agridulce a mi llegada, lo hice, pero no pensé que iba a sufrir por tantas dudas.

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            Pasados dos días, cansado, ante estas líneas, sigo “tocado”, sigo sin saber cómo pude venirme abajo como un castillo de naipes, pero ahí está la parte buena, seguí y acabé. En mi cabeza el convencimiento de que el planteamiento no fue acertado, ya fuera el ritmo, la alimentación la motivación o la preparación, algo falló. Pero así fue, así os lo he contado y que me sirva de experiencia. La próxima vez que me pase, espero que dentro de mucho, no me cogerá de sorpresa.


            ¿Escipión o Aníbal?. Pues no, menos lobos, Caperucito. En mi caso, Reginald Perrin.

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