En un pasado remoto los celtas partieron de Europa oriental para asentarse
en las costas atlánticas de Francia y España. Más tarde cruzaron el mar hacia
las Islas Británicas donde fueron arrinconados por los diferentes invasores
romanos, anglos, sajones o vikingos. En Irlanda resistieron a los asentamientos
vikingos y a la invasión de los británicos. Hoy la isla esmeralda es el centro
del mundo celta, descendientes directos de los mismos que poblaron Cantabria
hace siglos. De viaje a la tierra de unos primos lejanos a los que no conocía
pero con los que tengo un pasado común.
Jueves 02/05/24
No aprendemos, otra vez madrugón. Nuestro vuelo despegaba desde
Alicante a las 07:20. Antes de las cuatro de la madrugada teníamos que ponernos
en movimiento. Las maletas terminadas. Aparcamos el coche en un aparcamiento de
larga estancia, Khan Low Cost Parking, que por 21,50 euros guardaron nuestro
coche cinco días. Nos llevaron y recogieron de la terminal. Volamos con
Ryanair, cruzando los dedos por no tener ningún problema, porque esta compañía
es la reina de las incidencias. Cero problemas. La tripulación en ambos vuelos
era española y las comunicaciones en inglés y castellano. Un poco apretados, eso sí. Las piernas casi clavadas en el asiento de delante y no soy de piernas
largas.
Aterrizamos en Dublín a las
09:15, hora local, allí hay una hora menos, la misma que teníamos que tener
nosotros. Seguimos con el horario central europeo, la que escogió el pequeño dictador tras la guerra civil, para parecernos lo máximo posible a sus
queridos amigos nazis. Aeropuerto pequeño. Contratamos el traslado a la ciudad
con Aircoach, empresa de autobuses que por 18 euros te hacen el recorrido ida y
vuelta, con varias paradas en el centro de Dublín.
Se puede contratar por internet y con el código bidi te validan el billete.
Cuando llegamos estaba nublado, calabobos y algo de frío. Irlanda presume de tener las cuatro
estaciones cada día. Pasan del frío al sol, de la lluvia al calor, en cuestión
de minutos. No nos debemos quejar, salvo algo de lluvia ligera, ni llovió ni las
condiciones meteorológicas nos impidieron ver nada. Lo primero, acostumbrarse
al tráfico por la izquierda, como los ingleses. Los suecos, en los 70, lo
cambiaron de un día para otro. Los japoneses lo mantienen debido a que fueron
empresas inglesas quienes construyeron los ferrocarriles en la misma dirección
inversa. Con el esfuerzo de desbritanización
que están realizando en las últimas décadas, sorprende que mantengan el tráfico
como los ingleses.
En poco más de 20 minutos llegamos a O´Connell Street, principal calle dublinesa, donde estaba nuestro
hotel, Holiday Inn. El autobús nos
dejó a 2 minutos caminando. Los hemos visitado mejores. La habitación estaba
bien, algo pequeña. Aseo curioso. Buen servicio de habitaciones pero pocos
muebles. La cama muy cómoda. El desayuno muy soso, todos los días lo mismo.
Huevos revueltos, salchichas y un bacon incomible. Menudo pecado. Tostadas, cereales,
magdalenas y croissants. Té o café. No me gustó. Lo mejor, Pilar, en la
recepción. Enfrentados como siempre al inglés, nos lo hizo muy fácil,
encantadora y encima santanderina. No se pudo pedir más. Eran las 10:00 cuando
llegamos y nuestra hora de entrada eran las 14:00, así que dejamos nuestras
maletas allí y salimos a pasear.
Dublín? Ni es Nueva York, ni
París, ni Londres. Ni falta que le hace. La primera impresión no fue buena.
Ciudad gris, oscura, casi provinciana, paredes húmedas y ennegrecidas. Que
equivocados estábamos. Nos enamoró en pocas horas. La visita histórica, dos
días como mucho. Los paseos, si el tiempo acompaña. El ambiente es insuperable.
Las calles a reventar. Los comercios repletos. Y los pubs. Increíbles, siempre
había gente, siempre había marcha. Es una ciudad para disfrutar y pasárselo
bien. Y olvidarse de todo los demás. Es plana, sin metro, con tranvía y
autobuses pero por su tamaño no es necesario el uso del transporte público.
Es una ciudad para una escapada cada dos o tres años.
Salimos a O´Connell Street,
la avenida más amplia, con hoteles, tiendas de regalos, paradas de los
autobuses y taxis. A lo largo de la alameda central diversas estatuas de
personajes de la historia reciente irlandesa. En una punta, Parnell, el que declarara la
independencia tras el levantamiento de Viernes Santo de 1916. En la otra, el
propio O´Connell, líder nacionalista
de mitad del siglo XIX. Detrás de la estatua de Parnell, el Garden of
Remembrance, en honor y recordatorio de todos los irlandeses que dieron su
vida durante la rebelión de 1916. Porque parece que Irlanda es un país de los de siempre pero no, hasta 1921 no
obtuvieron del Reino Unido la consideración de Estado Libre y hasta 1949 no
vieron proclamada su república.
En O´Connell Street vimos
varias tiendas Carrolls, venta de
regalos, para el último día. Con algo de calabobos pasamos al lado de la GPO, la central de correos, centro de
operaciones de los nacionalistas durante los hechos de 1916, donde resistieron
pocos días y de donde se los llevaron camino de la cárcel y el paredón. En el
centro de la alameda, The Spire, una
gran aguja con 121 metros de altura, con una luz en su cénit. Erigida en 2002,
dicen que es la estatua más alta del mundo. A vueltas con las competiciones. Cada
vez que vamos de viaje, tienen el jardín más grande, el río más caudaloso, lo
que sea más y más. En esa ubicación había una estatua del almirante Nelson, irlandés de nacimiento, que venció a Napoleón, al que sus compatriotas no guardan afecto. El ínclito,
gran héroe británico, como respuesta a su origen irlandés respondía
altaneramente que haber nacido en una cuadra no lo convertía en caballo. Que
pena renunciar a tus orígenes y mucho menos por ser británico, un pueblo que
durante siglos ha demostrado que presumen de honor cuando son unos meros
invasores oportunistas egocéntricos. Por donde pasaban solo han dejado miseria
y problemas. Ahí está la guerra entre Israel y Palestina. Fue el Reino Unido,
colonizador de la zona, quien le dio a los judíos la posibilidad de
establecerse en aquellas tierras porque una novela decía 2.000 años atrás que era
suya. De aquellos polvos, estos lodos.
Dublín está atravesado de
oeste a este por el río Liffey. La
parte norte, la obrera. La parte sur, donde vive la gente con dinero. El Liffey desemboca en el mar
de Irlanda, adonde se asoma la ciudad. Se puede atravesar por varios
puentes a pocos centenares el uno del otro. El más grande, O´Connell Bridge, que es igual de ancho que de largo. El
más conocido y lustroso, Ha´Penny.
Los más modernos, de Calatrava. Durante 1840 las excavaciones en sus orillas
han revelado 40 tumbas vikingas, lo que convierte a la ciudad en el cementerio
vikingo más grande fuera de Escandinavia.
Era poco más de mediodía y las calles estaban repletas. Entramos en la
zona de Temple Bar. Sir William Temple adquirió estos
terrenos pantanosos en 1600 para atraer el comercio. Tuvo su época próspera
pero con el progreso de los muelles, declinó. En los años 60 los comerciantes
aprovecharon las rentas bajas para hacerse con los locales que empezaron a
reconvertirse en el bullicioso barrio de pubs y comercios que actualmente atrae
a los turistas de media Europa que pagan casi el doble por unas pintas que los
dublineses saborean mejor y más baratas en otros pubs de la ciudad. Pero es que
hay que ir. Son varias calles, suelo empedrado, pubs recargados de decoración,
música en directo casi en cada momento, dan de comer y cenar. La marcha está
asegurada 24/7, aunque habría que estar en pleno noviembre, a ver cómo está la
ciudad. Siempre me llama la atención, siempre lo pienso, como serán todas estas
ciudades de postal que visitamos, fuera de temporada. Me acuerdo de Santander y recuerdo los inviernos en
los que los bares estaban medio vacíos, solo con los santanderinos de turno,
aguerridos frente a la lluvia.
La ciudad es un museo a cielo abierto dedicado a los héroes de la
independencia. Durante siglos los
irlandeses se levantaron contra el invasor y durante siglos perdieron. Esto los
ha regalado un carácter especial. Irlanda
es orgullo, tristeza, nostalgia, tradición, derrota, fuga, melancolía,
naturaleza indómita, decepción y alcohol, mucho alcohol. Y un dublinés no es
como el resto de los irlandeses, es más cosmopolita, más europeo, pero a la vez
irlandés hasta la médula. Por el contrario, el oeste de Irlanda es gaélico. Aunque la inmensa mayoría habla inglés, el
gaélico es el idioma oficial. La cartelería se expresaba en gaélico e inglés. De
origen celta, parece un idioma endemoniado pero los sucesivos gobiernos están
fomentando su aprendizaje y su uso, siendo obligatorio unos conocimientos
básicos para acceder a ciertos puestos públicos. Un idioma es cultura, es
historia, es familia, nunca se debe perder, la imposición del idioma central
solo crea más separación, ¿quiénes somos nosotros para decir a una familia que
habla otro idioma que solo puede hablar el mayoritario? Los irlandeses están
recorriendo el camino de vuelta a sus raíces aunque esperemos que no sea un
camino excluyente, que no primen a unos sobre otros.
Bajamos por Winetavern St,
la calle de la taberna del vino, hasta
el puente Ha´Penny, así llamado por
que antiguamente cobraban medio penique (half
penny) por cruzarlo. Dicen que cobraban por cada dos pies que cruzaran así
que los pobres cargaban con sus hijos a hombros para ahorrarse dinero.
Enfrente, el hotel The Clarence,
propiedad de U2. Nos contaron que cuando Bono, el líder de U2, era joven, pidió
a la dirección del hotel poder cantar allí para abrirse carrera. No le dejaron.
Les respondió que cuando fuera millonario volvería para comprarlo. Pues no sé,
no lo creo, pero ahora es suyo, ahí grabaron parte del videoclip de su canción
Beatiful Days. U2 es visible por la ciudad pero no mucho. Leí hace años que en
los 70, siendo un mozalbete, el joven Paul Hewson paseaba por las calles de
Dublín y se paró a ver una tienda de instrumentos musicales. Había una marca
que le llamó la atención, Bono Vox. Menos mal que escogió lo primero.
Si algo abunda son los homenajes a su maravillosa pléyade de
escritores. El relamido de Oscar Wilde.
El ininteligible James Joyce, varias
veces he intentado leer su Ulyses y he desistido. Lo volveré a intentar ahora
que puedo ponerle imagen a los lugares que recorre la novela. Los
acontecimientos narrados en el libro se suceden un 16 de junio. Ahora, cada 16
de junio se celebra el día de Ulyses. La ciudad se llena de personas que
recorren los lugares que recorre el personaje. También los premios nobel Paul Kavanagh, George Bernard Shaw y Samuel
Becket. Jonathan Swift, el deán
de San Patricio que escribió Los viajes de Gulliver. Yeats, Bowen hasta la
actual bestseller Rooney.
Irlanda, es un país de
contrastes, de miseria y desidia, de cultura e historia. Tras unas primeras
décadas de independencia dependientes totalmente del Reino Unido, supieron
progresar, facilitando con bajada de impuestos la instalación de empresas. Hoy es
la sede europea de las más grandes empresas del mundo como Amazon, Dropbox,
Google, Facebook, etc. El otrora vecino pobre de la Gran Bretaña ahora es el país con mayor renta per cápita de Europa.
Paramos a comer en la zona de Temple Bar, en el pub Bunsen. La comida dublinesa no destaca especialmente. Lo habitual es comer hamburguesas y platos combinados. Como siempre, hay italianos pero nunca españoles, porque no exportamos nuestra gastronomía? Comimos bien, sin locuras, dos hamburguesas con carne de la buena. De allí, vuelta al hotel a recoger las llaves, subir las maletas y entrar en la habitación a descansar.
Yo, como soy culo de mal asiento, me puse los bambos y salí a correr. Me acerqué a Glasnevin, a 3 kms del hotel, al cementerio donde están enterrados los grandes héroes dublineses. Es inmenso, con más de 1,5 millones de residentes partiendo de la base que el país solo tiene poco más de 5 millones de habitantes, da el dato de lo grande que es. Adornado de cruces celtas, donde reposan al pie de un gran torre redonda, los restos del ubicuo O´Connell.
De vuelta, me paré en King´s Inn, para ver si el árbol se acababa de comer el banco.
Ducha rápida y ruta por el este del río Liffey. En paralelo a O´Connel
Street está Marlborough Street.
Este Marlborough, que antes que una calle fue un duque llamado John Churchill,
pariente del premier británico del siglo XX, derrotó a los franceses en una
batalla en 1709. Los franceses quisieron darle la vuelta con una canción de chiste
“Marlborough, Marlborough, se fue a la guerra”
pero se les atragantaba el nombre y se quedó con Mambrú. Que miedo le
tendrían los franceses que usaban al tal Marlborough para asustar a los niños.
Cómetelo todo o te llevará Marlborough, el coco de los niños gabachos. Y
también tiene algo que ver con una conocida marca de cigarros pero eso será en
otro viaje.
Llegamos a la ribera norte del Liffey. Customs House, el edificio de la aduana.
El Famine Memorial, conjunto de estatuas que representan a los millones de irlandeses que iban por la ribera del río camino del puerto para iniciar la inmigración en barcos como el Jeanie Johnston, réplica amarrada en su noray. Dice la estadística que hay más irlandeses en EEUU que en toda Irlanda.
EPIC, el museo de la inmigración, con una gran galería comercial. Hacía soleado y el paseo fue muy agradable. Cruzamos por Samuel Beckett Bridge, moderno, de Calatrava, que aparenta un arpa en homenaje al símbolo irlandés tan característico.
En la parte sur, los Docklands, muelles rehabilitados donde unos novios se echaban fotos.
Pearse Street, acabamos entre las columnas del Parlamento, enfrente del Trinity College, escuchando a uno de los muchos grupos callejeros. Eran tres, el cantante pelirrojo cantaba bien, canciones setenteras, los vimos tres veces por la ciudad en otros momentos. La ciudad es un musical a cielo abierto, en las calles principales, solos, dúos o grupos, amenizan a los viandantes por unos pocos euros. Desde el Trinity College arranca Dame Street, con estatuas por doquier.
Llegamos directamente al pub Temple Bar, el más típico tópico. Seguramente sus consumiciones son las más caras pero el espectáculo es digno de disfrutarlo. Los pubs son pequeños bares que han ido invadiendo locales anejos, formando una cadena de pequeños espacios en cuyo centro cantan clásicos irlandeses e internacionales. Los cantantes hablan mucho, preguntan por las canciones, animan y marcan los bailes y los coros. Nos recibieron, ¡cómo no¡, con ABBA. No faltó Sweet Caroline a coro de decenas de cantantes pero la estrella del viaje, la banda sonora original, la marcó The Wild Rover.
Viernes, 03/05/24
Primer desayuno en el hotel. Qué pena de beicon, mal cortado, medio
crudo. Salimos al fresco, algo de lluvia, poca. En las calles mucho tráfico.
Los coches se amontonan y como vienen en otra dirección había que mirar cinco
veces. Los semáforos son diferentes. Se ponen en verde, da un pitido, como un
aviso, y de inmediato pasa al naranja, que es el momento de cruzar. Duran lo
mismo que en España pero si no estás atento, se te pasa. La ciudad tiene algo
de decrépito, ajada, casas derruidas o caídas, sin grandes construcciones,
salvo las calles del centro, pero eso le da encanto. Dicen que Irlanda es el país con más pelirrojos,
el 10% de la población, que haberlos los había, pero entre los turistas y los
inmigrantes no destacaban. Los pubs se diferencian por la gente que los llena.
Los del centro, los más conocidos, repletos de turistas chillones y
escandalosos. Los irlandeses, tranquillos con sus mil pintas, charlan, cantan,
beben, quizás se desboquen pero será de madrugada, controlan mucho más que los
ingleses borrachuzos y chillones.
En la parte sur
de la ciudad, junto a la iglesia de St Andrew la estatua de Molly Malone. Molly es un personaje real, o de
leyenda, que se dice que vivió durante el siglo XVII. Vendía pescado y marisco
por las calles. Por la noche vendía otro tipo de mercancía. Un buen día calló
fulminada y uno de sus muchos clientes nocturnos la quiso recordar cantándole
su famosa canción. Dice el mito que si le tocas una teta, volverás a Dublín y que si le tocas las dos, lo
harás para quedarte allí a vivir. Le toqué con ganas dos o cuatro o seis,
quizás volvamos pero seguro que de viaje, no a quedarnos.
Trinity College,
la universidad más famosa del país. Fue fundada por Isabel I de Inglaterra en 1592 para que los protestantes estudiaran
fuera del ambiente católico y proeuropeo que podía corromper su adicción a la
corona británica. En sus aulas estudiaron grandes como Swift, Wilde, Rooney, Beckett e incluso Bram Drácula Stoker. Es un conjunto de edificios y
parques muy elegantes. En un lateral está su biblioteca con más de 2 millones
de libros, con el Libro de Kells,
manuscrito del siglo IX sobre los evangelios, con motivos celtas. Hay dos
visitas al día y hay que comprar la entrada con anticipación, cosa que no
habíamos hecho, así que no entramos. Vale la pena recorrer sus jardines y
fotografiarse frente a sus paredes. Días después intentamos volver pero lo
tenían cerrado a los turistas debido a una manifestación de los estudiantes en
apoyo de Palestina. Pilar, la del hotel, nos dijo que había mucho más detrás.
Que la protesta no solo era por Palestina, también por la subida de las tasas.
La rectora, como contraataque, amenazó a los sindicatos estudiantiles con una
demanda por daños y perjuicios por lo ingresos perdidos, valorados en 300.000
euros. El resto de días siguió igual, no pudimos volver para verlo o entrar en
la biblioteca.
Llegando a Christ Church, torcimos al oeste para llegar a la iglesia de St John, católica, mazacote del siglo XIX y al St Audoen´s Park, donde hay sendas iglesias dedicadas a ese santo, una católica, muy sosa, la otra protestante, muy bonita. En esta zona quedan los últimos restos de la muralla que rodeaba Dublín, construida por los normados en 1240. En la punta del parque se mantiene en pie la única puerta histórica.
Antes de cruzar el rio de nuevo, entramos en The Brazen Head, que dicen es el pub más antiguo de Dublín, que el original data de 1198. Actualmente es una amalgama de salas repletas de irlandeses bebedores, con las paredes repletas de decoración y música celta. Dimos una vuelta y una foto. Enfrente, la mole de Four Courts, el palacio de justicia, del siglo XVIII, con una gran cúpula verde. Estaba en obras.
Al otro lado del río, la iglesia de St Michan, cerrada, data de los siglos XVII a XIX, con un cripta llena de momias. A su espalda, la fábrica de whiskey (así lo escriben los irlandeses) Jameson, que tiene visita y cata. No bebo, no entramos.
Tampoco fuimos a la fábrica de Guiness. Nos comentaron que no siendo bebedores no vale la pena, te dan a probar varias variedades. Guiness está presente en cualquier rincón. Pubs, anuncios, campeonatos deportivos, promociones, es la marca irlandesa por excelencia. Arthur Guiness la fundó en 1759 y 250 años después sigue vendiendo a 150 países. En la azotea tiene una terraza, Gravity Bar, con pinta gratuita y vista 360 grados de Dublín. Cansados, volvimos un rato al hotel a descansar.
Callejeando, Grafton Street, que se creó en 1663, la mejor calle comercial del sur de Dublín, repleta de gente, donde tienen tienda las principales marcas. En cada esquina grupos, dúos o solistas cantando. Paseando oímos todo tipo de música, algunos con poco público, otros atestados.
Sábado, 04/05/24
Los pubs son pequeños. En el paseo hasta el rio y la bahía hay comercios para turistas y la
ineludible foto a las casas de colores de The
Long Walk. En el puente, a la izquierda, el Spanish Arch, cuyo único interés es el nombre. Cruzamos e hicimos
varias fotos. De vuelta por el mismo camino, la iglesia protestante de St
Nicholas, muy bonita, camino de la catedral
católica también de St Nicholas,
con un curioso altar 360º. En las tiendas vendían el anillo de Claddagh, un corazón coronado sujeto por dos manos.
Parece ser que su origen es el siglo XVII. El platero Richard Joyce hecho preso por piratas argelinos, fue vendido a un
orfebre que le enseño su profesión. Él diseñó el anillo para dárselo a su
amada. Tras 14 años de cautiverio volvió a Galway
y se lo entregó. Le estaba esperando. O no. Un tal JR Tolkien le dio una vuelta de tuerca a esta historia e hizo
millones con sus libros y películas. No dio tiempo para más, una hora y cuarto
y de vuelta camino del autobús.
Ya en el centro del parque nacional de The Burren, en el condado de Clare, el punto de meta eran los Acantilados de Moher. Es un enorme conjunto rocoso, kárstico, salpicado de caprichosas formas, montes, cuevas y unos vertiginosos acantilados que empequeñecen al torrente de seres humanos que llegan cada día. Moher te regala su paisaje, si quiere. Los días precedentes la niebla y el viento ocultaron su perfil. A nosotros nos recibió nublado pero colorido. Una pequeña y estrecha senda, algo embarrada, irregular pero espectacularmente bella, te deja sin habla. Da igual donde mires, la vista te llena de asombro. Fueron dos horas a la carrera. Podríamos haber dedicado horas y horas a pasear, a echar fotos, a disfrutar de la vista, de la naturaleza, pero el turismo corre demasiado de prisa.
De vuelta al autobús hasta Dublín con una patética parada en una
gasolinera inaugurada por Obama, en Moneygal,
porque al parecer tiene un primo de por allí, con un minimuseo ridículo, un
pequeño supermercado y un Dodge en la puerta. Eso es turismo, un momento para
olvidar. No merece ni foto de recuerdo.
También en Irlanda es famoso
el hurling, una mezcla de fútbol, hockey y rugby, violento, pero con decenas de
miles de seguidores. Es un deporte antiguo, inventado para diferenciarse
claramente de sus enemigos británicos. Como ya era tarde a la vuelta, directos
a la habitación, puse varios videos de hurling en la televisión. Mejor verlo
que jugarlo.
Domingo 05/05/24
Segunda excursión. Javier Peris, de Tarragona, nuestro guía de hoy, que
repetiría al día siguiente. Cambio radical. Ameno, entusiasta, didáctico,
amable, cercano. Entiendo que repetir una y otra vez lo mismo debe agotar pero
los turistas van una vez y esperan del guía que dé lo mejor, que haga especial
la experiencia. Javier Peris lo consiguió. Camino de las montañas de Wicklow nos llevó antes por la zona rica de Dublín, donde los protestantes tenían
sus grandes mansiones. Cuando decidieron abandonar la Irlanda independiente, para evitar que sus casas fueran ocupadas
por católicos nacionalistas, se las vendieron a los países europeos. Hoy en día
la mayoría son embajadas. Se nota la calidad de la construcción, con las
escaleras de la entrada que elevan la puerta de entrada, en origen para evitar
estar a la misma altura de los excrementos y desperdicios que habían por las
calles.
Los montes Wicklow y Glendalough
están cerca de Dublín. Salimos de
ruta a las 9:30 y en poco más de una hora ya estábamos en el aparcamiento de Glendalough. Día soleado. Seguramente
muchos irlandeses, los nativos de las tierras que los romanos bautizaron como Hibernia (el país del invierno perpetuo), cuando sale el sol deben
sorprenderse incluso pensar que es el fin del mundo. Es un clima húmero y frío,
es de entender los pubs para pasar horas y horas, y las pintas y whiskey para
entrar en calor. Llueve tanto que en muchas zonas hay problemas de
restricciones cuando deja de llover, dado que no han construido canalizaciones
para almacenar agua. En concreto esta agua de Wicklow es especial, es la que usa la Guiness para hacer su famosa cerveza, la lleva por tuberías hasta
Dublín.
Alrededor de los restos del monasterio, el cementerio con multitud de cruces celtas, que sincretizan la cruz católica de dos brazos con el disco solar que adoraban los celtas, todo ellos adornado con dibujos geométricos. Los celtas eran animistas, creían que todo tenía alma, personalidad y espíritu, como las montañas, los ríos, los árboles y el sol. En el centro, una gran torre circular donde almacenaban el grano, con una puerta a gran altura cuyo único acceso era con una escalera. En los restos de la iglesia están apoyadas muchas lápidas. Muchos de los residentes habían cumplido más de 100 años en una época en la cual las enfermedades y la falta de sanidad mataban por encima de sus posibilidades. Decía el guía que parece ser que tanto el agua como la tierra tienen algo especial que consigue tan gran longevidad para los vecinos del valle.
Tras un paseo por una senda cubierta de musgo, árboles y hierba que no hubiera querido que terminara nunca, desembocamos en el Upper Lake, enmarcado por los montes Wicklow. Si hay algo parecido a la paz, este es el sitio. Por todos estos valles se han grabado numerosas escenas de grandes películas y series, especialmente de la serie Vikingos.
Comimos en Johnnie Fox´s Pub,
en el condado de Wicklow, un pub en
mitad de la nada, que visitan famosos del cine, deporte, políticos e incluso
una foto de Flipper VI estaba allí. Esto es comer, para chuparse los dedos,
amenizado por una pareja que cantaba muy bien, mientras mirábamos con asombro
como colgaban del techo centenares de orinales.
Llegamos a Dublín a media
tarde, un rato de descanso y salimos a pasear. Cerca de nuestro hotel nos
recomendaron ir al pub The Celt,
típico irlandés. Se nota la diferencia, no hay tanto chillido, nadie que pierda la cabeza. Paseamos hasta los puentes del Liffey.
Al lado del The Clarence, ese hotel
de U2, entramos en The Giddy Dolphin,
pub más moderno, típico ce hamburguesas, con un solista que cantaba muy bien.
Seguimos por Temple Bar, entramos y
salimos de varios pubs. Y a la habitación, que mañana toca otra ruta. En principio el lunes, iba a ser para Dublín pero IQ no quiso irse sin visitar el Ulster,
allí mismo contratamos la excursión.
Lunes 06/05/24
Otro madrugón para la excursión al norte. Otra vez Javier Peris de
guía, éxito asegurado. Los chascarillos del primer momento, los mismos del día
anterior. Lo dicho, como hacer entretenido el día de la marmota. Destino, Ulster. Calzada de los Gigantes y Belfast.
Irlanda del Norte, de nuevo en el Reino Unido. El camino es largo pero
fui mirando por la ventana el paisaje. Durante el recorrido busqué algún Leprechaun, ese pequeño duende que vive
en los árboles al lado de las hadas y que guardan un caldero con monedas de oro
al pie del arco iris. Son tan rápidos que si los ves y pestañeas, desaparecen
de tu vista. A medida que te acercas al Ulster
la política se abre camino. Han pasado 26 años desde los acuerdos de Viernes
Santo que pusieron fin a la guerra no declarada entre católicos norirlandeses
nacionalistas y protestantes probritánicos unionistas. Una vez que se atraviesa
la frontera no declarada (no existe
frontera como tal pese al Bréxit), la batalla de banderas comienza.
Camino del Mar del Norte, hacia
la Calzada del Gigante. Antes una
rápida parada fotográfica en el castillo
de Dunluce, levantado por el clan
McQuillan en el 1500. Pronto sus rivales, el clan McDonell quiso ocuparlo. Tras una larga guerra, los McQuillan fueron desalojados.
Finn McCool era un gigante
que vivía en estas escarpadas costas. Enfrente, en Escocia, vivía otro gigante, Benandonner.
Finn era muy chulo y quería
demostrarle a su enemigo que era el más fuerte, así que empezó a construir una
gran calzada para poder atravesar el estrecho paso hasta tierras escocesas.
Cuando lo terminó, pasó corriendo. Sin que le viera Benandonner, llegó a sus tierras. Le pareció enorme, le entró miedo y
volvió corriendo a su casa. “Me va a matar, es enorme”, le dijo a su mujer
muerto de miedo. “Que puedo hacer, tendré que huir”. Su mujer, pensó. Mientras,
Benandoner, viendo la calzada, hizo
el camino inverso camino de Finn McCool.
La mujer de éste ideó un plan, le dijo que se vistiera de bebé y que se tumbara
en el sofá y se estuviera callado. Benandonner
llegó a su casa, llamó atronadoramente. “Quien es, que quieres”, dijo la esposa
de Finn. “Busco a tu marido”,
respondió. “Está al caer, siéntate que te haga un café, espera aquí junto a mi
bebé”, dijo la lista esposa. Benandonner
vio al enorme bebé y pensó “si el hijo es así, el padre debe ser mucho más
grande que yo”. Sin casi despedirse, salió de la casa de Finn y su mujer, y huyó a Escocia, destruyendo la calzada a su
paso. Lo que se ven hoy son los restos
de esa calzada. Aunque hay aguafiestas que dicen que las miles de piedras
matemáticamente hexagonales son el resultados del enfriamiento rápido de una
erupción magmática de hace 60 millones de años.
Te dejan en la parte alta y hay que bajar paseando durante 15 minutos.
De lejos solo se aprecia el bestial paisaje de la naturaleza, verde, las
montañas cinceladas por los elementos y las hormigas humanas con sus cámaras.
Una vez cerca, no das crédito al espectáculo, una casualidad geológica lo esculpió
hace millones de años, cuando esta especie que destruye el planeta no entraba
en los planes de esos montes. Cien fotos serían pocas. La vuelta, cuesta
arriba, nos la convalidaron con media maratón.
Belfast es una ciudad que se ha quedado en mitad de ninguna parte. Fundada hace muchos siglos por los vikingos, durante la dominación británica fue el centro de la revolución industrial en la isla, con la construcción de barcos, el más famoso y peor construido, el Titánic. A falta de más, han convertido los talleres en los que lo construyeron en museo de visita. Durante la guerra mundial fue fuertemente atacada por los nazis. Tras la proclamación de la República, Belfast pasó a segundo plano. Ha tenido que reconvertirse.
Políticamente sigue divida. Las heridas de la guerra IRA vs Voluntarios del Ulster y Orden de Orange se van cerrando pero siguen presentes. Los barrios católicos y protestantes siguen separados, vallados, con puertas que se cierran por las noches para que no haya problemas. Paseando por el barrio protestante, las calles, las fachadas pintadas, monumentos y carteles recuerdan metro a metro a todos y cada uno la lucha, la vida y la muerte. Impresiona, acongoja, el tiempo pasará, los que lo vivieron pasarán, pero no va a ser fácil. El odio y rencor mutuo parece que no se disolverá.
Martes 07/05/24
Mamá, feliz cumpleaños, te echo mucho de menos.
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