Un año más nos fuimos de viaje. Disfruto planificando y organizándolos.
La primera opción fue Bélgica, en concreto Bruselas, Gante y Brujas, pero el
precio excesivo de los vuelos me hizo girar en redondo. No fue una cuestión de
poder, si no de querer. Y no quiero gastar más de 2.000 euros solo en vuelos de
ida y vuelta a Bélgica. Si el servicio a recibir fuera exquisito, eliminando
colas, agilizando la facturación por la compañía aérea y un trato diferencial
en los aviones, quizás aceptase estos precios, pero me parece un abuso
superlativo precios vip para servicios de bajo coste. Desestimada la opción
belga sondeé el mercado europeo. Islandia y Moscú-San Petersburgo
tuve que desecharlas por distintos motivos. Finalmente punto de mira en
Lisboa. Cercana, no muy grande, con alrededores interesantes, facilidades con
el idioma y buena prensa en general.
En mayo reservé los vuelos. De viajar en vuelos
directos desde Alicante o Valencia, a hacerlo con sendas escalas en Madrid nos ahorramos
casi 500 euros, con Air Europa. Increíble. Por poco más de 750 euros volamos
los cuatro, pero con la trampa de tener que facturar directamente con la
compañía aérea. Les ahorramos cargas y puestos de trabajo, como agradecimiento nos cobran por nuestra gestión de chequear 60 euros ida, 60 euros
vuelta. Veremos la botella medio llena, por un tercio del precio a Bélgica
viajamos a Portugal.
Reservé una habitación en el Hotel Imperador,
en el barrio de Saldanha, zona de ensanche de la ciudad. Mi medio pomelo, no
muy convencida, en agosto estuvo viendo otras alternativas, decidiéndonos
finalmente por un apartamento en el barrio de Graça, mucho más cercano al casco
antiguo. Por segunda vez en el mismo año optamos alquilar
un piso en contraposición con nuestra costumbre habitual hasta la fecha de
alojarnos en hoteles. Es otra forma de viajar. Tienes más amplitud, dado que un
hotel te constriñe a una habitación y un aseo. Al contar con varias
habitaciones, aseo y cocina supone un remedo hogareño para una semana. El
ahorro económico es de varios cientos de euros. Las compañías
hoteleras deberán reflexionar al respecto. Los últimos años han supuesto una
inflexión en el cambio de las costumbres de alojamiento de los cada vez más
numerosos turistas. No todo fue perfecto pero aunque se pierda el glamour del servicio hotelero y los
buffet para el desayuno, cosa que eché francamente de menos, unos cientos de euros en los
vuelos y otros tantos en el alojamiento dan presupuesto para nuevos viajes.
Compré una buena guía y un libro de historia del país.
Durante un mes intenté empaparme del pasado luso y de la realidad actual de la
capital lisboeta. Busqué consejos en blogs de internet con opiniones
de personas que hubieran viajado allá con anterioridad. Pulsé opiniones de
familiares y amigos los cuales nos añadieron detalles para completar el puzle.
Pero nada, nada, te prepara para conocer una ciudad hasta que no la vives en
primera persona.
01-09-2018
Sábado, con nuestro coche al aeropuerto de Alicante. Lo
dejemos aparcado toda la semana en unos de los múltiples servicios de
aparcamiento de las cercanías. No hace mucho había dos o tres explanadas para
este menester, ahora son legión. Por 30 euros, depósito de coche y servicio de
transporte y recogida desde sus instalaciones a la terminal. Para la próxima
ocasión, compararé precios porque dado el incremento de la oferta, seguro que
existen precios aún más competitivos.
Una hora nos tuvieron en las ventanillas de facturación. Y
seguimos sin saber por qué. Justo al lado nuestro llegaban, y se iban
rapidísimo, viajeros con destino al Reino Unido. Nuestra cola, en cambio, casi
no avanzaba. Es desesperante ver como te fijan una hora de embarque mientras
estás parado en la cola que te genera la propia compañía aérea. A la espera, saludamos a mi compañero, ya prejubilado, Juan Garre, que iba a
despedir a su hija que se volvía a ¡Australia¡, donde nos dijo que vivía. Añadió que espera ir a pasar allí durante las fiestas navideñas para ponerse moreno. Cuando conseguimos acceder a la zona de embarque, en los aseos nos
topamos con Lola, amiga de Inmaculada, que se iba de viaje a Ibiza. Nos contó
su periplo por Sevilla y Cerdeña, poniéndonos los dientes largos. Ya estamos todos.
Primer vuelo Alicante-Madrid, una vez más, la angustia de
volar. Me marean y me dan pánico los despegues. Una vez a velocidad de crucero, lo sobrellevo. Los aterrizajes los tolero. Pero no puedo dejar de pensar en qué
si el piloto tiene un mal día, se acabó la fiesta. El avión en cuestión era de
hélices, hacía un ruido infernal que poco ayudaba a tranquilizarme. Llegamos a la T2 de Barajas y como nos quedaban
varias horas hasta el vuelo a Lisboa, aprovechamos para comer, si ir a un burrikín se puede llamar comer. Segundo
vuelo, segundo sofocón y siendo sobre las siete de la tarde aterrizamos en el
aeropuerto lisboeta.
Hora: En Portugal tienen una hora menos que en el resto de la península, la
misma de Canarias y/o el Reino Unido. Precisamente en esos días la prensa se
hizo eco de un estudio elaborado por técnicos de la Unión Europea sobre lo
innecesario del cambio horario dado que no supone un ahorro considerable.
Deberíamos unificar nuestro horario con los países de nuestro entorno
geográfico, no solo por adecuarnos a la realidad solar sino también para borrar
de la historia el motivo real de mantener la hora central europea, que no fue
otra que el deseo del dictador de tener la misma hora que su adorada Alemania
nazi.
El aeropuerto de Lisboa es pequeño, demasiado para la carga
de tráfico aéreo que debe soportar por el exponencial incremento del turismo en
los últimos años. Para llegar a la zona de recogida de maletas nos hicieron
pasar por medio de todas las tiendas del Duty Free. Cogimos un taxi. Tras
indicarle la dirección, comenzó su carrera loca por callejuelas y cruces
estrechos para llegar a nuestro apartamento. Menos más que la distancia eran
solo unos 7 kms.
Taxi: En Lisboa además de la carrera del taxi, te cobran un extra por cada
uno de los bultos que se meten en el maletero. Fueron 15 euros, razonables,
pese a que nos debería haber descontado 25 euros por la tensión del trayecto.
Nos bajamos al pie de una cuesta muy pindia, que sufrimos
toda la semana. Nuestro apartamento estaba situado en la parte mas alta de
Lisboa. Sangre, sudor y casi lágrimas bajar y subir cada día. Lo mejor, a 100 metros el mirador de Graça desde el cual divisábamos una bella postal de
la ciudad. Esperamos durante unos 5 minutos a que apareciera la persona que nos
tenía que dar entrada al apartamento. Se llamaba Ana, una muchacha de
veintipocos años, con un castellano muy fluido, muy agradable.
Calçada do Monte, a la izquierda en el número 90, nuestro apartamento
Los portugueses: Lisboa es pluricultural y multiétnica. Muchas personas de color
procedentes de las antiguas colonias africanas (Angola, Mozambique, Guinea, etc.),
barriadas con inmigrantes asiáticos de origen hindú, o comerciantes de todas las nacionalidades. Salvo contadas excepciones, los portugueses son
gente muy agradable, amable y servicial que intentan por todos los medios
ayudarte. Difieren mucho de los habitualmente (no todos, pero casi) antipáticos
germano-escandinavos, los soberbios e irrespetuosos anglosajones y de los
suspicaces eslavos.
Ana nos enseñó el apartamento. Coqueto, limpio, remodelado
recientemente y dotado de todo tipo de utensilios. Lo que fallaba era el
barrio. Aceras de adoquines desconchados, calles sucias, descampados invadidos
de maleza, callejuelas sin orden ni concierto. La primera impresión que me dio
fue repelente. Me retrotraía a las callejuelas, travesías y pasajes de mi
Santander de los años 70.
Vista de la Calçada do Monte desde abajo
Una vez depositadas las maletas y escogidas las habitaciones,
salimos a dar un paseo. El Mirador de Graça para comprobar el paisaje. Mucha gente
sentada disfrutando de la tarde noche. Babelia de idiomas, como siempre
destacando el vocerío de italianos y españoles. En las barandillas, colgados varias decenas de candados. ¿Porqué una pareja presupone que un
candado representa su imperecedero amor?. Creo que aquellos que quieran dejar
testimonio de su amor deberían hacerlo cara a cara, no colgando candados por
donde pasan. Lanzadas las primeras fotos, bajamos la cuesta (Calçada do Monte) camino de la calla
principal del barrio de Graça. Vimos el primer tuk, vehículos pequeños, no muy
estables, remedo de los vehículos del sudeste asiático de mismo nombre, para
que los turistas eviten el agotamiento de tantas cuestas. En varias ocasiones
nos invitaron a subir, pero declinamos las invitaciones, aunque en algún caso
con las ganas nos quedamos. Cuando llegamos a la calle principal del barrio, el
Largo da Graça, buscamos algún lugar para cenar. Los pocos bares para comer por
allí eran pequeños, con mesas muy juntas, estaban llenos.
Tuk, candados y vistas desde el Mirador de Graça
Comer en Lisboa: En Lisboa hay varios tipos de sitios para comer. Como nos dijo Ana, los que tienen los menús en varios idiomas,
situados principalmente en las calles mas céntricas, son los mas caros y de
peor calidad. Los étnicos, tailandeses, chinos, kebab, italianos o japoneses. O
los pequeños baretos de comida portuguesa con pocas mesas, buena comida,
servicio personalizado y precio razonable. Nosotros llegamos con recomendaciones de nuestra sobrina María y su novio Josemi que ya habían estado
en la ciudad anteriormente. Comimos en cuatro de ellos y no erramos el tiro en
ningún caso. Hay una app que se llama Zomato, algo así como el Trypadvisor
portugués para hacer la comparativa de los sitios para comer. La bajé, pero
tras varias vueltas y trasteos, la eliminé.
Mientras dábamos vueltas por el barrio vimos pasar el famoso
tranvía 28 el cual no cogimos porque siempre iba repleto. Tuvimos una experiencia
de tranvía en el barrio de Belem y no vimos la necesidad de repetirla por muy
renombrado que fuera. Como no encontramos donde cenar, decidimos comprar algo
en un Dia y cenar en el apartamento.
Tranvía 28
Comercio: Lisboa tiene todo tipo de tiendas. Unas, las tiendas donde compraban
nuestras madres en los 70/80 camisetas, ropa interior, ferreterías, las de toda
la vida. Había por doquier las que en mi juventud llamábamos ultramarinos que
tenían de todo un poco desde verduras a galletas, pasando por cerveza o leche,
a bajo precio. Muchas de las tiendas eran marcas españolas, con productos
españoles que dan la impresión de convertir Lisboa en una sucursal española.
Otras, las firmas de más calidad estaban en la Avda Liberdade principalmente y
alrededor de la plaza de Dom Pedro IV (Rossio). En la zona más turística, las
calles de la Baixa, Barrio Alto, Alfama y Avenida, mayormente eran tiendas de
souvenirs regentados por asiáticos con esa amalgama de baratillo que no representa
a una capital europea, con bufandas y camisetas futboleras, sudaderas,
camisetas, figurillas y todo tipo de cachivaches que nadie quiere recibir de
recuerdo.
02-09-2018
6:30 de la mañana. Nos despierta el canto de un gallo. ¡Que
bucólico sonido en mitad de una gran ciudad¡. Mientras vamos pasando todos por
la ducha, pongo algo de música. No sé cuantos años podremos seguir en esta
burbuja familiar de poder viajar juntos los cuatro, pero en ese momento, con
mis tres pomelos cerca y la música de fondo fui inmensamente feliz.
IIniciamos la aventura cargando con mi mochila de
toda la vida, que nos ha acompañado en todos los viajes desde que nos la trajimos
de la luna de miel en México hace 21 años y medio. Acabo siempre harto a los
pocos días, pero es una tradición a la que voy a renunciar. Demasiadas
tradiciones, quizás manías, quizás un mucho de supersticioso, pero sin estos
pequeños actos me siento incómodo. Nos acercamos por segunda vez, ahora a plena
luz del día, al mirador de Graça a contemplar la vista. Pasados los días, puedo
asegurar que valió la pena el lugar del apartamento por tener tan cerca esa
foto. Cuesta con una pendiente superior al 15%. Vimos todo tipo de tiendas del
pasado, peluquerías diminutas como la barbería de Mateo en la calle San José
donde me cortaban el pelo hace 40 años en Santander. El callejero de la guía no
marcaba todas las travesías y callejuelas. Sería imposible. Y en el primer día
damos muchas vueltas para llegar a la plaza de Martim Moniz donde íbamos a
coger el metro.
Praça de Martim Moniz
Metro: Da igual las similitudes de los metros en distintas ciudades, siempre
te tienes que enfrentar a cómo sacar los billetes. Este metro está gestionado por la empresa pública Carris. Hay que comprar las tarjetas ya
sea en las máquinas de las estaciones, ya en sitios concretos como
estancos o oficinas de la concesionaria. En cada estación suelen haber varias
máquinas, pocas me parecieron, provocando muchas colas. Por cada viajero hay que
comprar una tarjeta que vale 2 euros, que tiene validez por un año y que se
pueden recargar no tan solo para metro sino también para autobús, tranvías
(excepto la línea 28), trenes e incluso ferries. Una vez compradas las tarjetas,
se pueden recargar con viajes sencillos o múltiples. En caso de trasbordos a
otros medios, lo mejor es una recarga por 24 horas como es el caso de ir a
Belém. Hay varias líneas de metro, pero les faltan trazado. No entiendo como no
hay una línea que llegue hasta Belém y otra que recorra la parte alta de la
ciudad, la más moderna, donde están los grandes hoteles y el centro financiero.
Belém se alza a las afueras de Lisboa en la desembocadura del
Tajo, erigido por Manuel I en la época dorada portuguesa en el siglo XVI. Tras
varios cambios entre metro y autobús, Rúa de Belém por la cual empezamos a
pasear. Se abre una gran explanada que hacia la derecha está ocupada por el
Monasterio de los Jerónimos y a la izquierda por la Praça do Imperio con el
Monumento de los Descubridores al fondo, en la orilla del Tajo.
Monasterio de los Jerónimos, Belém
El Monasterio de los Jerónimos, palacio construido por Manuel
I para huir del centro de Lisboa y tener un punto de amarre (500 años atrás el agua llegaba hasta las
mismas puertas del palacio), impresiona desde fuera. Tras distintas
vicisitudes, ahora es un museo. La cola para visitarlo además de kilométrica
era a plena luz del día. Desistimos de sufrir horas bajo el inclemente sol. Echamos
cientos de fotos a la fachada. Mientras el pórtico se veía blanco reluciente
por una rehabilitación reciente el resto tenía las paredes ennegrecidas. Cruzando
la calle, la Praça do Imperio cuya mayor virtud es el plano amplio para la foto
del monasterio. Al fondo, el Monumento de los Descubridores construido en 1960
para honrar a los reyes, marinos y a todos los que participaron en los grandes
descubrimientos. Tiene un ascensor interior. Desde arriba, además de la plaza y
el monasterio se divisa una vista mas amplia de Belém y de la otra orilla del
Tajo. En el cénit del monumento, en pocos metros, un par de decenas de turistas
nos codeábamos para retratar cada recodo a vista de pájaro. Desde allí se
plasma la realidad lisboeta, grandes éxitos con grandes fracasos. Junto a los
grandes monumentos, solares abandonados, jardines descuidados, basura y
suciedad que provocan una sensación dual, admiración y repugnancia a la vez.
Primer día y mantenía mi opinión negativa de la ciudad.
Monumentos a los Descubridores
Cálido paseo hasta la Torre de Belém que a comienzos del
siglo XVI estaba erigida en medio del río pero que debido al retroceso de las
aguas ha quedado en la orilla. Una hora de cola sin avanzar bajo un sol
de justicia fue mi intento por entrar. No aguanté hasta el final. Lástima.
Quedará por otra visita. Con hambre, caímos en la trampa de los turistas
novatos sentados en un bar de medio pelo, O Caniço, en el cual comimos entre
regular y mal. Para el postre, nos acercamos a la famosa pastelería de Belém
donde venden los renombrados pasteles de nata. Otra vez cola. Las salas
interiores abarrotadas.
Torre de Belém
Los pasteles de nata no son de nata, mas bien de crema pastelera someramente tostada con
azúcar y canela. La pastelería lleva allí desde 1837 pero ahora no deja de ser
una marca comercial que vende de forma industrial. Compramos media docena que
nos comimos sentados en el Jardín Botánico Tropical. Una cosa es la fama y otra
la calidad. Mucho mejores son los de la pastelería Manteigaria, en Rua de
Loreto, al lado de la céntrica plaza de Luis Camoes.
Pasteles de nata de Belém
El Jardín Botánico Tropical desemboca en el Palacio de Belém
tristemente disfrazado por una feria de libros y todo tipo de actividades. No
pudimos valorarlo en su justa medida. Para volver cogimos un metro. Amarillo,
típico, con sus asientos de madera. Sardinas en lata. Mucha fama, pero
sobrevalorado. Para una foto, vale. Para usarlo, mejor cualquier otro
transporte. Llegamos a Caís do Sodré.
Palacio de Belém
Caís do Sodré: Estación que acoge metros, autobuses, trenes, tranvías y transporte
fluvial. Para llegar a Belém es el punto de trasbordo. Saliendo a la izquierda
en la calle se puede coger tranvía o autobuses con la misma tarjeta Carris. De
esta estación salen los trenes ida y vuelta a Cascais y Estoril. Saliendo a la
derecha, los ferry que llevan a Calcilhas, desde donde se puede subir al Cristo
Rei.
Cogimos uno de los frecuentes ferries que te acercan a la
otra orilla. Calcilhas, retorno al pasado del barrio pesquero santanderino con
olor penetrante a fritanga de pescado, calles muy sucias, paseo al borde del
mar en un estado demencial y desconchones por todas partes. En el
desembarcadero, a la izquierda, la parada de autobuses donde hay que coger el
101 que sube al Cristo Rei, no vale la pena hacerlo andando. Una vez allí,
banda sonora a toda pastilla de música eclesial. Al fondo la mole de 103 metros
de altura con el cristo en la parte superior. Subida en ascensor y pequeño
tramo estrecho para llegar a la terraza. Imposible echar una foto del cristo
entero incluso tirado en el suelo. Perfecta vista de Lisboa al fondo y una vez
más, salvando las distancias, me recuerda a Santander, con su perfil alargado,
sus edificios de 4 0 5 alturas sobre el perfil en cuesta. En la base del
cristo, vista al Ponte 25 de Abril, inspirado en el Golden Gate de San Francisco.
Marta se hinchó a fotos desde todos los ángulos. El sol ya nos tenía fritos,
literalmente. El cansancio empezaba a aflorar y era el primer día.
Cristo Rei, frente a Lisboa
Puente 25 de Abril, desde Cristo Rei
Vuelta al apartamento tras un ferry y un metro. Intentando
seguir las indicaciones del callejero, nos perdimos en la subida que con el
tipo de rampas al 15% castigó nuestra osadía de no ir con la ruta aprendida.
Una vez en casa, tras cena rápida y 10 kms en las piernas de los paseos del
día, caímos rendidos.
03-09-2018
Segundo despertar en Lisboa. Segunda vez que nos despierta el
gallo. ¿Que bonito?. Al menos amanece nublado para evitar otro sofocón como el
día precedente. Seguía con la sensación de repulsa hacia una ciudad sucia y
destartalada pero agradezco la tranquilidad del barrio, silencio casi absoluto
si no fuera por nuestro amigo gallináceo. Primera parada en la calle Villa
Berta, muy cercana al apartamento, en medio del barrio de Graça según
recomendación de un bloguero. Tenía su gracia, muy estilo vintás como dicen ahora. Camino de Santa Engracia y San Vicente da
Fora me doy cuenta que, precisamente, el lunes está cerrado. Cambio de rumbo.
Villa Berta
Horarios: Los horarios en Lisboa son muy similares a los españoles. Apertura
entorno a las 9:00 y cierres sobre las 18:30 para palacios, iglesias y monumentos
varios. Hay que tener cuidado con aquellos lugares que cierran a mediodía o los
que lo hacen algún día de la semana. Salvo en Belém no tuvimos que hacer colas
muy largas.
Rula rulando por las callejuelas nos encontró el
Mirador de Santa Luzía con una vista a media altura de Alfama y Mouraria,
repleta de turistas ávidos de colecciones postales fotográficas. Mientras mis
pomelos se quedaban en la balconada, bajé por una cuesta en la cual, al fondo,
un grupo de japoneses con su guía paraban en la puerta de una casa normal y
corriente donde una bigotuda lisboeta les ofrecía vino y al lado, en un pequeño
pasaje, un guía eslavo enseñaba unas viñetas con la historia de la ciudad a
algunos paisanos que debían haber olvidado el uso del jabón y el desodorante.
Mirador de Santa Luzía y sus alrededores
Guías o free tour: La ciudad está repleta de guías. Los habrá profesionales, encubiertos y
aprovechados. Nos comentaron de hacer uso del servicio pero me resisto a pagar
a una persona por lo que me gusta descubrir en persona. A lo mejor me pierdo
algo, pero prefiero la sensación de aventura que algún falso conocimiento.
Deambulamos perdidos hasta toparnos con el Castelo de San
Jorge. Parada obligada. Tras la toma de Lisboa por parte del rey Alfonso
Enríquez en 1147, transformó la ciudadela mora en un castillo desde donde
contemplar a sus pies la ciudad y el Tajo. El hiperactivo Manuel I, a comienzos
del siglo XVI, lo abandonó por un palacio en la Praça del Comercio,
convirtiéndose sucesivamente en teatro, prisión y armería. Tras el terremoto de
1755 quedó medio en ruinas no siendo restaurado hasta 1938.
Castelo de San Jorge
Terremoto 1755: Día de Todos los Santos para más inri. A las 9:30 tronó el primer
temblor. Poco después otro meneo dejó la ciudad casi en ruinas. Los barrios ahora turísticos de Alfama, la Baixa, Barrio Alto y Chiado se derrumbaron casi por
completo. Más de 20 iglesias enterraron entre escombros a miles de feligreses
rezando en tan señalada festividad religiosa. Un tercer seísmo provocó un
pavoroso incendio que asoló lo poco que quedaba. Como a perro flaco todo son
pulgas, los terremotos provocaron un tsunami que inundó la parte baja de la
ciudad. 15.000 personas perecieron. La ciudad tal como la vemos, es la
reconstrucción realizada a partir de esa fecha, comenzada por el Marqués de
Pombal, a la sazón, primer ministro. Poco sobrevivió de la medieval y anterior
ciudad de Lisboa.
El castillo destaca por las estupendas vistas de toda la
ciudad, las mismas o parecidas que los múltiples miradores existentes en toda
la zona más antigua, lo cual da una idea de la multitud de cuestas (y cuestan de verdad). Almenas con trazados
imposibles, paseos arbolados, la Torre de Ulises con su bandera ondeante. Me
encantan los castillos. Escucho el repiqueteo de las herraduras de cientos de
caballos de la guardia real escoltando a los reyes. El trasiego de la franela
de las sirvientes en las cocinas preparando opíparos banquetes. El retumbar
lejano de marinas de guerra intentando tomar al asalto la ciudadela. Huelo la
cera de las velas donde los literatos y poetas tejen sus libros. Huele a
historia. A simples vidas de herreros, palafreneros, vigías o damas de compañía
riendo o llorando como se ha hecho, se hace y se seguirá haciendo siempre, dará
igual los avances técnicos de los que dispongamos. El ser humano cambia poco,
tan solo lo hace su entorno, normalmente por su culpa. En estas visitas podría
echar todo un día para disfrutar de cada ángulo, de cada historia que sugiere
cada recodo, de cada olvido, de cada ilusión, de cada vida.
Castelo de San Jorge
Fuera de la ciudadela almenada hay una barriada que vuelve a
cumplir con mi estereotipo de calles sucias, fachadas pintarrajeadas, edificios
abandonados, basura y dejadez pero el rechazo va dejando paso a un nuevo
sentimiento, la indiferencia. Veo lo bueno, desecho lo malo. Esto último tiene
solución. Tras un par de horas, a la
búsqueda del restaurante Da Prata 52 (https://youtu.be/qrHFg47Mopk).
Totalmente recomendable. Situado en la calle del mismo nombre, tiene una decoración
retro de artilugios de otra época (tocadiscos,
planchas, teteras, etc.). Ocho o diez mesas no más. El menú tiene variedad.
Los platos, como te avisan, son pequeños, así que pedimos 6 para compartir. El
que parecía el dueño del local se molestó en explicarnos con detalle cada
plato, sus ingredientes y como se cocinaba. Nos dio sugerencias. Se notaba mucho que disfrutaba con su trabajo. Un 10 por el servicio, por la comida y por
la experiencia.
Restaurante Da Prata 52
Muy reconfortados nos dirigimos a la Sé (iniciales de Sede Episcopalis), catedral de Lisboa. Sus inicios datan
de 1150. Sufrió daños por varios terremotos durante la edad media y rematado
por el de 1755. Lo que hoy se contempla es una mezcla de estilos derivados de
las distintas reconstrucciones. Fachada difícil de fotografíar por el reducido
espacio de la plaza, a rebosar de tuks que no dejan espacio a la imaginación. Justo a la entrada, en una de las jambas me llamó la atención un símbolo muy querido. Interior austero, como casi todos los templos en Lisboa. Una vez dentro,
siempre le doy la vuelta al comentario de mi medio pomelo sobre mi afición a
las iglesias pese a mi nula religiosidad. Siempre respondo lo mismo, el arte lo
es, da igual la parafernalia que pueda haber detrás. Y si hay algo que abunde
en Europa son iglesias. Algunas espectaculares como el San Pedro del Vaticano, otras
menos, pero todas con su historia de capellanes zumbones por las sacristías, monseñores
atrabiliarios detrás de su obispo, canteros que delinearon cada bloque que alzó
el templo, vidrieros que dieron color y vida a santos desdibujados, el aroma secular
a doctrina impuesta, cada historia de miedo y angustia que intentábase apagar
rezando a la luz tenue de cientos de velas. Las iglesias son algo más que las
sedes de una confesión religiosa, son hornacinas que acumulan miles, millones
de pequeñas historias que no podemos ni debemos borrar. No tiene nada que ver
con ser o no religioso.
Sé, catedral de Lisboa con la conexión cántabra
Pegado a la Sé está la iglesia de Santo Antonio a Sé, en
remodelación de la fachada en estos momentos. Según leí en algún libro, San
Antonio de Padua, era lisboeta. Que luego se trasladara a Italia no
ha al caso, pero esta iglesia se erige sobre el presunto lugar donde estaba la
casa donde nació. Iglesia sin mucha gracia si no fuera por la cripta que,
adornada con azulejos azules y blancos (de
ahí la palabra azulejo, me imagino que si fueran verdes se llamarían verdejos),
embocaba sobre el pesebre antoniano.
Interior cripta San Antonio a Sé
Buscando aire libre, nos encaminamos hacia las orillas del
Tajo donde en la rua dos Bacalhoerios (bacaladores)
está la Casa Dos Bicos, con una facha de piedra blanca con múltiples adornos
pungentes en forma de diamante. En la zona baja casi todas las calles tienen
nombres que evocan los profesionales que en ellas trabajaban. Además de la de
los bacaladores, están la Rua Da Prata, Rua Dos Douradores, Rua Da Correeiros,
Rua Do Oro, Rua Dos Sapateiros que desembocan en la Praça do Comercio más
conocida como Terreiro do Paço (algo así como la zona de palacio)), diáfana,
abierta al mar, con un innegable ambiente veneciano, construido por el espitoso
Manuel I. A ambos lados de la zona palaciega se yerguen dos edificios
porticados colmados de comercios de restauración. La parte sur se abre al Tajo
con una escalinata que usaban los reyes para abordar sus buques cuando tenían
que viajar vía marítima. Nos acercamos a mezclarnos entre las gentes.
Descansamos un rato disfrutando del olor de agua dulce de río mezclada con el
salitre que arrastra el Atlántico por el estuario. En medio de la plaza, una
estatua ecuestre de Jose I.
Casa dos Bicos
Praça do Comercio
Política: Portugal es una república desde su proclamación en 1910 con la caída
del rey Manuel II, sucesor de Carlos I el cual fue asesinado en la Praça do
Comercio en 1908 junto con su hijo Luis Felipe. Tras unos años turbulentos, a
primeros de los años 30 se hizo con el poder Antonio de Oliveira Salazar,
demócrata pero menos, que con las triquiñuelas habituales de los dictadores del
siglo XX se hizo con el poder total durante casi 40 años (cuantas similitudes
con el general inhumado). Tras una oportuna apoplejía, fue sustituido por un
acólito en 1968 hasta la caída de la dictadura en 1974 con la revolución de
los claveles. Si, Portugal es una república, pero Lisboa está repleta de todo
tipo de monumentos y esculturas en las plazas dedicadas a todos y cada uno de
sus reyes. Son monarquicannos.
Rua Augusta, un feo ejemplo de urbanismo seducido por tiendas
de baratillo. Girando al oeste nos topamos en el Elevador de Santa Justa que
salva la altura entre el nivel del mar y el barrio de Chiado. Aquí si que había
colas, una para comprar los billetes, otra para subir. No vale la pena. Dando
la vuelta por detrás, por la Rua do Carmo, se puede acceder al balcón del
elevador. Antes, la plaza del rey Dom Pedro IV (o de Rossio por la estación en la parte norte) donde comprobé lo
fácil que es adquirir drogas. En un breve paseo solo de 5 minutos se me
acercaron varias personas a ofrecerme hachís y cocaína. Al fondo el Teatro
Nacional, muy al estilo parisino. Flanqueando al rey Pedro IV, dos fuentes
verdosas que lucirían elegantes con una mano de limpieza. En un lateral, la
Praça da Figueira, hermana pequeña de la anterior con la foto de ¿quién? pues
si, otro rey, éste Joao I, con un pequeño mercadillo con batiburrillo de
comidas, maletas o adornos varios y gallos de algo parecido a la porcelana.
Praça de Dom Pedro IV y Elevador de Santa Justa
A media tarde, en la zona céntrica, pasean todos los turistas
posibles y algunos más. Animación de músicos callejeros. Pintores de brocha
gorda o pincel delicado. Mucho bullicio que invita a zambullirse como uno más
en el paisaje. Acometimos la rua do Carmo corta pero con bastante desnivel.
Lisboa es la ciudad ideal para preparar cualquier carrera con su inacabable
sube-y-baja. Girando por dos veces te encuentras ante la Igreja Do Carmo,
ruinas de la iglesia gótica que se alzan desnudas sin techo desde el terremoto
de 1755, dominando la Baixa, mudo testimonio de un día negro. Visita que quizás
no atraiga pero es imprescindible para retornar casi 300 años atrás cuando
sacudida tras sacudida el templo se cayó, literalmente, sobre las cabezas de
los parroquianos. Agotados ya por tanto andar, Rossío para buscar el camino al
apartamento. Por segundo día consecutivo perdimos la ruta y dimos muchas
vueltas. Fue la última vez, el gps de Inmaculada nos dejó claro el camino. Intentamos
cenar por los alrededores pero tras varios minutos sentados en una mesa de una
franquicia llamada A Padaria Portuguesa, nos levantamos con 15 kms en las
piernas (25 en dos días). Cena en casa,
de vernos el sábado siguiente empujados por las pilotas del avión para ocupar nuestros asientos.
Igreja do Carmo
04-09-2018
Tercera despertá.
¿No darán algún día libre al gallo?. Decidimos buscar donde desayunar en
nuestro barrio de Graça. Escogimos un local aseado con mucha oferta de
pastelería, aunque habrá que darles una lección de como preparar tostadas con
aceite y tomate, no esos mazacotes de pan, a sueldo del colegio de dentistas.
Incendio del Chiado: En 1988 un incendio destruyó parte del barrio. La llama prendió en una
tienda de Rua do Carmo llevándose por delante edificios del siglo XVIII,
oficinas y tiendas. Ya restaurado, una placa conmemora a todos los que echaron
una mano para apagar el fuego.
Segundo día por el centro de Lisboa. Comenzamos por la Rua
Garret, principal calle de la zona céntrica, famosa por sus tiendas de libros, ropa
y cafeterías destacando la librería Bertrand a decir de ellos, la más antigua
del mundo, abierta desde 1732, para mí, un tugurio húmedo con paredes sucias y
una colección de libros previsibles.
Pasear por Lisboa: Pues hay que ir preparados. Es una ciudad que se hace dura
por las cuestas de la zona más turística. Al norte, la ciudad mas moderna, con
sus amplias avenidas, parques, centro financiero y hoteles de lujo. Es una
ciudad muy segura pese a las frecuentes caras diferentes que dan respeto por
ese miedo atávico a lo distinto. Nadie te importuna, nadie te molesta. Seguro
que hay delincuencia, pero salvo casos muy contados, no la detectamos. Cuando
las autoridades portuguesas sean conscientes de la perla en bruto que tienen
entre manos, acelerarán todas las obras de restauración de fachadas y calles
que embellezcan la ciudad. Mi sensación de indiferencia va dejando lugar a un
ligero aprecio por ese aroma de hogar añejo.
La cafetería A Brasileira, desde 1784, clon de tantas
cafeterías similares del Madrid castizo en cuya puerta hay una estatua sedente
de Fernando de Pessoa donde nadie deja de hacerse una foto en la silla vacía en
la que te invita a acompañarlo. Mas adelante, enfrentadas, las Iglesia de la
Encarnación en la cual daba misa un cura negro (la primera vez que veía un caso igual) y la Iglesia de Loreto,
conocida como de los italianos (la llaman así porque la diseñaron dos
transalpinos) que haciendo honor a su sobrenombre estaba invadida de
connacionales. Al frente, la plaza de Luis Camoes, por la que pasamos varias
veces en la semana dado que al final, como todas las ciudades, (y Lisboa por su tamaño más), revisitas
los mismos caminos. Campeando, la estatua del Cervantes portugués, del Chespir
portugués, Luis Camoes, escritor de la epopeya en verso Os Lusiadas, el Quijote
portugués.
Estatua de Fernando de Pessoa
Iglesia de los italianos
Praça de Luis Camoes
Literatura Portuguesa: Reconozco que he leído poca. Algo de Eça de Queirós, algo de Saramago,
algo de Pessoa, poco más. En general, la veo algo triste, desesperada, repleto
de eso que ellos llaman saudade, a lo que yo llamaría falta de sangre. En todo
caso, me comprometo a leer, al menos, Os Lusiadas. Si lo conseguí con El
Quijote, que será una obra cumbre de la literatura, pero a mi me parece un
tostón de mucho cuidado, debo cumplir con Camoes.
Por la parte derecha de la plaza de Luis Camoes corre la Rua
de Loreto, al comienzo está la pastelería Manteigaria que como dije con
anterioridad, hace dos o tres siestas, los pasteles de nata son mucho mejores.
El empedrado en la zona, sucio y pegajoso de noche tras noche de botellón. Con
subidón de azúcar recorrimos la Rua de Loreto hasta el elevador da Bica que además
de caro estaba asquerosamente sucio. Al fondo a la izquierda, el mirador de
Santa Catarina, el hermano feo del resto de miradores, pero buen lugar para
pillar drogas, o al menos esa impresión me dio tras que dos personas me
volvieran a ofrecer. Las calles se abren a travesías imposibles, con escaleras
resbaladizas y pasamanos con millones de pasadas de manos. Nos adentramos en el
callejeo de Chiado, el que todo el mundo recomienda, para perderse por allí, lo
cual se puede conseguir fácilmente. Las calles no estaban diseñadas si no
echadas al tuntún. La risa fue por barrios. Muchas calles sucias y pestilentes.
Algunos locales pequeños y sugerentes hasta alcanzar el mirador de San Pedro de
Alcántara, justo encima de la estación de Rossío. No pudimos disfrutarlo por
estar en obras, pero es la vista contraria de nuestro barrio con el mirador de
Graça al fondo. Dejé a mis pomelas sentadas y me aventuré a buscar la Praça del
Príncipe, pequeña, familiar, coqueta, a falta de un vendedor de gofres como en
el paseo Pereda de Santander. De vuelta, intentando coger otro camino, me perdí
y me castigó un kilómetro de callejero innecesario. Parada en la iglesia de San
Roque, feota fachada y un interior oscuro, recargado y poco atrayente. La
parada de metro mas cercana estaba en la Praça de los Restauradores con un
obelisco que conmemora la independencia de Portugal de España en 1640.
Elevador da Bica
Travesías en Chiado
Mirador de San Pedro de Alcántara
Reino Ibérico: Portugal y España, además de en los remotos tiempos de la Reconquista
en los cuales los conceptos de Portugal y España no estaban ni esbozados,
formaron un solo reino desde 1580 hasta 1640 durante los cuales tres Felipes,
II, III y IV fueron sucesivamente reyes ibéricos. Con la decadencia de la casa
de los Habsburgos españoles, no se pudo atender a la vez las revueltas en
Flandes, los reinos itálicos, Inglaterra y Portugal. Mas que independizarse, se
fueron.
Comimos en el Italy Caffé (http://www.italycafferistorante.com/en/), en la avenida Duque de Avila, en
el barrio de Saldanha. Me di el gusto de practicar mi bisoño italiano pidiendo
la comida y la cuenta. La especialidad de la casa, Spaghetti a la Forma te la
cocinan a la vista, mezclando la pasta ya hervida con la salsa en el cuévano
que forma la carcasa de un queso parmesano gigante. Otro acierto de María y
Josemi. Por la tarde paseamos por esta zona más nueva. Nos acercamos a la Praça
da España, horrorosa. Bordeamos unos nuevos almacenes, que están empezando, El Corte Inglés. El parque de Eduardo VII, pues
ni mucho ni poco, con setos si recortar hace meses, un lateral en obras y el
otro casi invisible tras unas rejas. La plaza del Marqués de Pombal separa el
parque de Eduardo VII de la Avda Liberdade.
Italy Caffé
Parque Eduardo VII
Praça Marques do Pombal
Circulación: Lisboa está sobresaturado de carreteras grandes y pequeñas, vías y
cables de tranvía, tuks, autobuses y coches privados. Quizás los tranvías
coloridos le den un toque pintoresco, pero deberían peatonizar más calles,
ganando terreno para los viandantes que en muchas calles y plazas se deben
lanzar a la aventura para cruzar al otro lado.
La Avda Liberdade es la calle de las tiendas de las
mejores marcas de moda, tienen su sucursal en esta larga y arbolada alameda de
irregulares aceras que te obligan a estar atento para no tropezar con algún
adoquín mal posicionado y ver el suelo más
de cerca. En un alto en el camino me escabullí para subir a pie por el
elevador de Lavra, 225 escalones, para llegar al Campo Dos Mártires, otro
parque familiar con patos y gallos. A la salida, la estatua del doctor Sosa
Martins, médico del siglo XIX calificado como milagrero al pie de cuya estatua tiene
depositados cientos de exvotos en agradecimiento de presuntas curaciones
milagrosas.
Avda da Liberdade
Campo dos Mártires
Monumento a Sosa Martins
Praça Dos Restauradores y Praça de Rossío. En esta compramos
un helado en una de las innumerables pastelerías en las que abundan todo tipo
de pasteles dulces y salados y, en una esquina, ofrecen helados. Por la misma
acera, la llamativa tienda de El Mundo Fantástico de la Sardina Portuguesa,
decorada las paredes con miles de latas de sardinas con el año de fabricación
rotulada en la tapa, con su pequeño trono y tiovivo. Turistas a cientos, no sé
cuantos comprarían género, nosotros no. En cualquier pequeño local ofrecen la
especialidad gastronómica, el bacalao, que lo cocinan de mil maneras. Paseando
y tras otros 13 kms (38 acumulados), llegamos en estado catatónico al
apartamento.
Avda Dos Restauradores
Estación de Rossío
El mundo fantástico de la Sardina portuguesa
05-09-2018
¡Vaya con el gallo¡. Como esto siga igual tendré que hacerle
una visita. Primera excursión
programada fuera de Lisboa: Sintra. Hay una línea directa desde la estación de
Rossío, no tiene pérdida incluso para un desastre como yo. Cada 30-40 minutos
sale un tren en esa dirección. El tren, a rebosar de turistas. Enfrente de
nosotros se sentaba una persona oriental, seguramente china, que cuando se
despertó tenía cara de haberse subido en Pekín y tras el sueñecito no tenía muy
claro donde estaba. Una hora en llegar por que pese a los escasos 40 kms, se
para en todos los apeaderos y paradas existentes. Sintra, ni taxi ni tuk, a la
salida a la derecha sale el autobús 434 que te lleva directo al primer destino,
el Palacio Da Pena, eso sí, en nuestro caso, tras 1 hora de insoportable
hormigueo por sus rampas de acceso.
Otras visitas: Todo el mundo dice que se puede ver Lisboa en dos o tres días. Cierto.
Apretando un poco y seleccionando es más que suficiente, aunque en ese plazo es
más que posible que no acabes descubriendo la auténtica Lisboa, la que te
acoge. Además de las renombradas Sintra, Cascais o Estoril a una distancia
cercana en transporte público están el palacio barroco de Mafra, Colares y su
piscina de agua natural, el Palacio Nacional de Queluz, Cabo Espichel y Setúbal
con su bahía.
Las entradas al Palacio Da Pena se pueden comprar de forma
anticipada por internet como casi todos los monumentos turísticos, evitando
hacer doble cola. Dentro hay un microbús que por unos pocos euros te sube a la
parte alta, para los poco deportistas. El parque es muy amplio, para verlo con
detenimiento seguramente harían falta todo el día o incluso dos, pero nos
concentramos en el palacio. Auténtico cuento de hadas. Construido a instancias
de Fernando, rey consorte de María II, durante el siglo XIX, es un exin castillos de colores. Con tiempo y
espacio, cada centímetro es una postal. Los rojos y amarillos bajo el cielo
azul destacan a decenas de kilómetros. Desde su almenas se ve a poco distancia el Castillo de los Moros.
Palacio Da Pena
Castillo de los Moros
Otra vez en el 434, nos apeamos en el centro histórico a
10´escasos a pie de la estación de trenes. Al frente el Palacio Nacional,
comenzado en el siglo XIV por Juan I. Demasiado sobrio y austero. Tras una
comida pasable en una local pasable consistente en pasables bocatas de tortilla
de patatas, visitamos el interior, reflejo del exterior. Salvo la Sala de los
Blasones, adornadas por azulejos con escenas campestres y decenas de escudos
heráldicos de las familias portuguesas más renombradas el resto no aporta mucho
más que la fachada. Parece el palacio de campo de una familia real pobre.
Palacio Nacional de Sintra
La última visita,
Quinta da Regaleira. De lejos, el puntazo del viaje. Por mucho que quisiera
decir, nada se acercaría con la realidad. Construido en el siglo XIX por un
millonario muy aficionado al ocultismo esta repleto de túneles, pasillos,
palacetes y diversos entretenimientos. Le dedicamos tres horas y media, pero
podríamos perdernos en este parque días y creo que no acabaríamos nunca de
conocer todos sus rincones. No vale perdérselo (https://marcopolito56.wordpress.com/historia/el-misterio-de-la-quinta-de-la-regaleira/).
De regreso a Lisboa, Alfama a cenar en Café Rio (https://cafedorio.pt/wp/es/homees/), hamburguesas
de autor, sin pan. Tercer gran acierto de María y Josemi. Buena calidad, buen
precio, buena cantidad. Con la tripa llena, dimos un paseo nocturno para ver
las calles céntricas a media luz. Cuando llegamos al apartamento el güifi me
anuncia por guasá que soy ya tío-abuelo por el nacimiento de Sofía, la hija de
mi sobrino Manuel. Me hago mayor por momentos. Tras otros 15 kms (53
acumulados) ni pensar me da tiempo antes de dormir.
Café do Rio
06-09-2018
¡¡Como pille al gallo y al gallifante de su dueño se van a
enterar¡¡. Tras varios días en Lisboa, viendo que tenemos cubiertos casi todos
los objetivos, nos fuimos a Cascais y Estoril. No estaba en el plan, pero hay
tiempo para todo. Primero, parada de metro de Caís do Sodré para enlazar con el tren hacia Cascais, como la línea a Sintra, única de ida y vuelta. Al
bajar paseando hacia la plaza de Martín Moniz, noto como la metamorfosis se
adueña de mí. Del rechazo de plano del primer día, pasando a la indiferencia
posterior, me torno enamoradizo. Lisboa te atrapa poco a poco. Ni es la eterna
Roma, ni la imperial Londres, ni la romántica París, ni la cosmopolita Nueva
York. Es otra cosa. Es una ciudad con un no-se-qué anejo que le adorna una
pátina entrañable. El Santander de los 70 se funde con la Lisboa ajada pero viva,
sucia pero vívida, dejada pero cercana. Tiene un pie en el pasado, otro en el
futuro. Seguro que volveremos y espero que el dragón del consumismo no devore
su alma nostálgica en el altar del dios dinero.
Tras un recorrido anodino, desembocamos en la costa de
Cascais, bañada ya por el Atlántico. Cascais tiene tres playas rodeadas de
edificios colonizados por comercios y fastuosas mansiones en las afueras que
alcanzó notoriedad cuando el rey Luis I se vino de veraneo regio en el siglo
XIX. Tiene un aire sesentero que debió hacer las delicias de Ian Flemming, del
cual dicen que se inspiró en estas calles para escribir los guiones de James
Bond. Las playas, pues las hemos visto mucho mejores. El día salió nublado, todavía
más deslucido. Nos dejamos arrastrar por la gente que seguía el paseo de la
línea de costa. En el cabo, la ciudadela del siglo XIX.
Cascais
El cabo de Santa Marta
se divisa rojo y blanco, pero de mínima altura, poco debe servir para su
cometido. Empezamos a ver casoplones,
sin exagerar. De todos los colores, de todos los tamaños, con parcelas
inmensas. La casa-museo de los condes de Castro Guimaraes, con su playa privada
incluida, relatan una historia de lujo que no ha de volver. Algunas mansiones recientes,
otras aparcadas en los 70, pero todas con ese aire de dandy millonario.
Cascais
Tras
varios kilómetros de paseo, la Boca do Inferno, una gruta natural en los
acantilados con alma portuguesa, esto es, suciedad y basura por todas partes.
Comimos en uno de los muchos restaurantes para turistas, sorprendentemente
bien, no así los helados, atraco a mano armada en una de las heladerías
locales.
Boca do Inferno, Cascais
Desde Cascais, paseando, en poco más de tres kilómetros al
borde del mar se llega a Estoril. Amplio y limpio, con nuevo expediente de
palacetes y mansiones.
Paseo de Cascais hasta Estoril
Ya en Estoril, en la que resultó ser la embajada de la
Orden de Malta, se celebraba en ese momento una boda de ingleses. Rubios,
escandalosos, cuatro bodas y un funeral, inconfundibles. Nos dejamos imbuir
por ese halo de todo es posible que
rezuma cada boda. Es cierto que una de cada tres bodas acaba en divorcio, pero en
ese momento, en ese lugar, viendo aquellos novios, volví 21 años atrás cuando
Inmaculada me hizo el hombre más feliz del mundo dándome el sí quiero.
Estoril
De vuelta, callejeamos otra vez por Chiado y Barrio Alto,
para acabar sentados oyendo a una pequeña orquestra en la plaza de Luis Camoes.
Que sí, que me leeré Os Lusiadas, pero en castellano, ¿eh?. Viendo el mapa vi
que cerca estaba otra de las recomendaciones para comer de María y Josemi, el
restaurante Os Bons Malandros (https://www.eltenedor.es/restaurante/os-bons-malandros/216125), en la cuesta del elevador da Bica. Tras dudar
por un menú que no nos decía nada, entramos. Nos atendió el que también parecía
ser el dueño. Nos contó su vida en 30 segundos. Hijo de portuguesa y
canadiense, había vivido en muchos sitios entre ellos Madrid y Granada, tenía un castellano perfecto. Muy buena cena, calidad, buen servicio. A
partir de ahora, cuando proyectemos un viaje, tendremos que mandar por delante
a María y Josemi para que nos redacten la guía gastronómica.
Tras la cena, pasamos por la puerta de Manteigaria, pero no nos cabía ningún pastel de nata. Volvimos a ver a la orquesta, ahora en la Rua do
Carmo, cantando y liando a las turistas con sus capas, algo así como si fueran
tunos portugueses. Julia y yo nos paramos ante un mago callejero, de cartas
resudadas, pero de buena prestidigitación. Tras 19 kms (72 acumulados),
agotados, nos fuimos a dormir por aquellas cuestas. Otra cosa no, pero el
apartamento era de altura.
Manteigaria, los mejores pasteles de nata de Lisboa
07-09-2018
Ultimo día. De verdad, que me cargo al gallo, a su dueño, a
la vecina y a todas las gallinas en 10 kms a la redonda. Como odio los gallos. No los soporto.
¡¡Como no iba salir un
día a correr por las calles de Lisboa¡¡. Aunque muy cansado por los días
precedentes, me levanté a las 7:00. Sin pensármelo mucho me vestí, dejé a mis
pomelos durmiendo y eché a correr. La niebla lo cubría todo. Sin plano ni gps
me aventuré a subir a la parte alta de la ciudad por la Avda Almirante Reis. En
mi cabeza llevaba el plano, pero mucho era no equivocarse. Torcí dos calles
antes de lo previsto, aún así conseguí llegar a Campo Pequeño, con un leve
parque y la plaza de toros mas exótica que he visto, roja, con una fachada
arabesca. De allí a Campo Grande, grande de verdad, algo
dejado, pero muy largo, ideal para correr y pasear. Como no puede ser de otra
forma, me tocó balizar a mitad de
camino. Retorné al centro para corretear bajo el encanto decadente de las
calles céntricas al amanecer. El sol, ya vencida la niebla, me iluminaba la
cara. 17 kms de carrera.
Plaza de Toros de Campo Pequeño
Campo Grande
Deporte: Lisboa, como he ido relatando, tiene muchas, pero que muchas
cuestas, pero toda la zona de la ribera del Tajo es adecuada para correr. Es
una lástima que no lo sepan todavía, pero podrían limpiar kms y kms y muelles,
poner paseos de madera o vías verdes para disfrutar del aire ribereño. Debe ser
que los políticos lisboetas viajan poco y no ven otras ciudades.
Salimos de casa a rematar la faena. Alfama para ver Santa
Engracia y San Vicente da Fora que se nos quedaron colgadas el lunes. La iglesia-museo de San Vicente da Fora es el panteón nacional donde están enterrados los
reyes de la dinastía Braganza. A la entrada hay una ventana interior que da a
una cisterna donde almacenaban agua, similar (a pequeña escala) a la gigantesca cisterna de Constantinopla.
Todas las paredes decoradas con escenas de azulejos, incluida una exposición
que representaba las fábulas de La Fontaine. La sala tumular real es simple,
austera, como casi todos los monumentos portugueses, destacando en el centro
los dos ataúdes de Carlos I y su hijo Luis Felipe, asesinados en 1908, a cuyo
cabezal vela una monja esculpida que reza por ellos. Desde la terraza de San
Vicente se aprecia una panorámica de Santa Engracia a la cual nos dirigimos a
continuación. Esta iglesia, hoy solo museo, es el panteón nacional, dedicado a
grandes personalidades desde Enrique el Navegante y Vasco da Gama al futbolista
Eusebio, el más grande hasta la fecha. ¿Cuándo le toque la última hora a
Cristiano Ronaldo, le harán hueco, o su enorme ego no cabrá en Santa Engracia?.
La cúpula es gigantesca y las escaleras que te llevan a la terraza agotadoras.
San Vicente da Fora
Santa Engracia
Una
vez tachadas de la lista, bajamos hasta Santa Apolonia a coger el metro para ir al
Parque de la Naciones, en la ribera norte del Tajo, cercano al kilométrico (17
kms) puente Vasco Da Gama que une ambas orillas y aligera parte del tráfico del
más céntrico puente del 25 de Abril. Este parque fue sede en 1998 de la
Exposición Universal y quedó anclado
en ese año. Muchos edificios, pero casi todos aparentemente vacíos. En uso solo
la torre Vasco Da Gama, con un hotel de lujo a cuyo pie había aparcado coches
de muy alta gama, el centro comercial que ¿cómo se llamaba?, pues si, Vasco da
Gama, desde el cual parte un teleférico que te llevaba a unos 25 metros de
altura paralelo a la orilla. También está el pabellón donde se hizo Eurovisión
este año, donde Almaya llevaron a España a otro fracaso triunfito. Comimos de
aquella manera en el centro comercial y nos dejamos achicharrar por unos
helados de Haagen Dazs.
Parque de las Naciones
Por la tarde, barrio de Estrela donde paseamos zombis por su
jardín relajante y la basílica, que con tantas iglesias vistas, seguro que no
la supimos apreciar. De caminata para el centro, el Palacio de Sao Bento, el
homólogo del Congreso de los Diputados madrileño. Ultimas miradas por Barrio
Alto, Chiado, Alfama y Graça, a la mañana siguiente de vuelta. Tras los últimos
12 kms (84 para mis pomelos, 101 para mí), de vuelta al apartamento a recoger.
Basílica da Estrela
Palacio de Sao Bento
Jardím da Estrela
08-09-2018
4:00 suena el despertador. El gallo dormido felizmente. 5:00
cogemos un taxi. 6:00 facturamos. 8:00 despegamos. 10:30, aterrizamos en Madrid
y desayunamos. 16:30 llegamos a Alicante para recoger el coche. 18:30 entramos
en casa. 20:00 Lisboa es historia.
Volveré. No sé si todos juntos, si los dos solos, si con
otras personas, ni cuando, ni si en avión o coche (la distancia es muy parecida a la que hay a Santander), pero
volveremos. La desprecié el primer día, partí enamorado. Hasta pronto Lisboa.
Cantabria Infinita
Roma Victrix ¡¡¡
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