Llega el verano, llegan las vacaciones. Es el momento de desconectar de la rutina diaria que nos mina las fuerzas y el ánimo. ¿Qué hacer para que las vacaciones sean especiales como lo fueron las de años anteriores, como esperamos que sean las del futuro?. En cabeza de la lista, un viaje siempre es la primera opción.
Cualquier dinero gastado en viajar es dinero bien gastado. No soy de gustos caros. No me gusta la comida de chef ni vestir las marcas ni las tendencias de la moda. No bebo más que agua y refrescos. No fumo, no bebo y lo demás en pequeñas dosis. Me da igual que mi móvil sea anticuado y no tener "el último" grito electrónico. Soy víctima del consumismo, "con su mismo" calzado, "con su mismo" pantalón o "con su mismo" plato de lentejas. Sin derrochar, no escatimo a la hora de viajar.
Realizar un viaje es un placer que dura meses. No empieza cuando te subes al coche, tren o avión si no tiempo atrás cuando piensas donde, cuando y ¡cuanto¡. Atrás quedaron las agencias de viajes que teníamos que visitar para contratar las vacaciones. Internet nos ha abierto nuestra propia agencia de viajes, una ventana a cualquier rincón del mundo.
Este 2016 es especial. Tras un durísimo 2015, es el momento de hacer algo diferente y especial que palíe, al menos en una pizca, ese dolor que nunca nos va a abandonar. Barajamos varias opciones. Un crucero por las islas griegas o por el Báltico, visitar Berlín o el norte de Italia. Los cruceros los desechamos dado que parece que ahora no es la mejor época para navegar por el Mediterráneo con todos los problemas que generan la inmigración masiva derivada de la guerra en Siria y el Báltico es de todo menos caluroso para que nuestras hijas disfrutaran de las instalaciones de un barco.
Berlín era la opción idónea. Cercano, llamativo, cosmopolita, pero dándole vueltas creí tener clara cual era la opción acertada, así que un sábado por la mañana me acerqué a mi medio pomelo, Inmaculada, y le dije: "No me veo corriendo la maratón de Nueva York, no me apetece, demasiada gente, así que creo que este año es el momento adecuado para ir allá". Ella se quedó parada. Ni se le había pasado por la cabeza. Ya no había alternativa. Nueva York fue el destino elegido. Siempre me había dicho que le encantaría ir a la Gran Manzana, pues llegó el día.
Cerrando el viaje:
Por cuestiones laborales tuvimos que "morir" en la agencia de viajes de la empresa de Inmaculada que fueron quienes nos ofrecieron fechas, vuelos y hoteles para nosotros eligiéramos. Por nuestra parte intentamos acertar con el hotel y comparar precios en vuelos y excursiones por NY. Una cosa es no escatimar y otra bien distinta es regalar el dinero que tanto nos cuesta ganar.
Varias veces cambiamos la semana elegida para poder cuadrar los vuelos, que se llevan un gran porcentaje del coste final. Las fechas que cerramos fueron del 12 al 19 de julio. Una semana, que ya de antemano sabíamos iba a ser insuficiente por la enormidad de NY, máxime cuando nos llevamos a nuestras pomelitas, a las que no podíamos machacar con jornadas de 18 horas visitando cada rincón de la ciudad. Aún así, mucha paliza las dimos y suficientemente bien aguantaron pese al agotamiento a las que las sometimos. ¡¡Premio para Marta y Julia¡¡.
Como el vuelo directo salía de Madrid, la tarde del 11/07 cogimos el coche para dormir en uno de los hoteles cercanos a Barajas, en concreto el SHS Aeropuerto que por pocos euros nos dio una noche de habitación (mejorable, pero para el caso, suficiente), desayuno, traslados de ida y vuelta a la terminal y aparcamiento de nuestro coche durante la semana de vacaciones. Seguramente habrá mejores opciones en la zona, pero creo que no se puede pedir más por menos precio.
Despegando:
Nuestro vuelo marcado para las 11:00 del 12/07 se demoró tres horas, así que tuvimos que dar un par de vueltas por la terminal satélite 4S para no aburrirnos. Ahí empezó la diversión cuando, con mi hija Marta, me dediqué a subirme en las cintas transportadoras para ir correteando de una parte a otra de la terminal como si fuéramos dos niños pequeños.
Tras el almuerzo de Julia en MacEse, comimos juntos sobre las 12:00 en La Mari, una franquicia que tiene locales en toda España, uno de ellos en Murcia. Bien, pese a la hora, especialmente Inmaculada a la que "refrescaron" tirándole agua helada por las piernas. ¡¡¡brrrrr¡¡¡¡. De postre, Marta no pudo evitar la tentación de una enorme magdalena, eso que ahora llaman cupcake, coolant, o como se diga.
No puedo entender ni compartir esa manía a decir todo en inglés, habiendo palabra en castellano. ¿Parece mas "cool" llamar a un bollo "cupcake", de esos que comes tras hacer "running" en el parque donde has dejado el coche en el "parking"?. ¿Tan pobre de espíritu es nuestra sociedad o nos sentimos tan acomplejados por los estadounidenses que creemos mejor lo suyo que lo nuestro?. Cervantes, Quevedo, García Lorca, Manrique, Garcilaso de la Vega, Espronceda....¿no son suficiente muestra del legado maravilloso de nuestro idioma para dejarnos comer el terreno por anglicismos innecesarios?. Sé que es una batalla perdida, una lástima, pero por mi parte seguiré diciendo corredor, finalizador, magdalena, libro electrónico, etc.
Entrando en EEUU:
Sobre las seis de la tarde hora NY (00:00 de España) aterrizamos. El cambio horario fue una constante en el viaje, por que cuando nosotros desayunábamos, vosotros comíais; cuando dormíais, nosotros cenábamos. El famoso jet-lag (desfase horario para los castellano-parlantes) se cobró su tributo.
Llegamos a la aduana con más miedo que vergüenza. Todo el mundo en España nos había contado historias de controles minuciosos, vigilancia extrema y cárcel segura si sonreíamos a destiempo. Pero no, salvo un papel adicional pendiente de rellenar, pasamos sin más problemas. Los controles de los estadounidenses (que no americanos como ellos (y nosotros) los llamamos, por que tan americanos son los estadounidenses como los argentinos, cubanos o ecuatorianos, por ejemplo) en todo el aeropuerto y la ciudad era férreo. Asombraba ver tanto policía, en muchos casos con el fusil calado. Por otra parte, nos daba una gratificante sensación de seguridad que nos quitaba los miedos a una gran ciudad desconocida. Allí tienen claro que antes o después el terrorismo les volverá a atacar y se preparan para minimizar sus efectos.
Salimos a la terminal, buscamos el cartel del conductor que nos debía llevar al hotel, lo peor del viaje. A la ida llegaron tarde, tuvimos que esperar en la central de las compañías de transporte. Primer contacto con el inglés estadounidense cuando nos marcaron con el número 2020 para el traslado al hotel. Al oír a la empleada llamándonos a voces, literal: "¡¡¡tuidi tuidi¡¡¡" no entendíamos nada. Después repitió en voz más clara: "¡¡twenty twenty¡¡. A la vuelta, llegaron demasiado pronto, provocándonos un cabreo innecesario. Go Airlink era la compañía, nefasta, para que lo tengáis en cuenta.
No soy un angloparlante, pero me defiendo. Leo en inglés sin problemas, soy capaz de mantener conversaciones sin mucha profundidad, pero tengo el oído "vago", me cuesta entenderlo y si encima tienen un acentazo tremendo, no me entero. Al pasar de los días se me fue "abriendo" el oído e iba cogiendo más frases. Me pasa en todos los viajes. Cuando comienzo a sentirme cómodo con el idioma, es la hora de irse. Luego llegan las promesas para la vuelta: "voy a practicar más, leer más revistas, libros y periódicos", para cuando vuelvo a la rutina, dejarlo. Esta vez no....¿o sí?.
El momento "inglis" fue cuando Inmaculada, tras una parrafada en inglés de no-se-quién, respondió solo para nosotros: ¡¡"ec-cuimis". Literal. Ya fue el latiguillo del viaje entre los cuatro.
El momento "inglis" fue cuando Inmaculada, tras una parrafada en inglés de no-se-quién, respondió solo para nosotros: ¡¡"ec-cuimis". Literal. Ya fue el latiguillo del viaje entre los cuatro.
Mientras esperábamos para ir al hotel hablamos con varias parejas de viaje de bodas. ¡Como ha cambiado el asunto¡. La mayoría no sólo visitaban Nueva York, si no que hacían un combinado con Ribera Maya o Las Vegas, e incluso había unos que iban a coger un coche y recorrer no-se-cuantas-ciudades. Algunos 20 días de luna de miel.
Llegando al hotel:
12/07, visitando los alrededores de Times Square:
Hemos visitado otras ciudades mas bonitas que NY. París o Londres son infinitamente mas bellas. Roma exuda historia por sus calles. Ámsterdam, tranquilidad. Copenhague, romanticismo. Praga y su puente de Carlos. Budapest con su urbanismo en desarrollo. Glasgow, casticismo. Edimburgo, brujería. Florencia, arte. Venecia, misterio. Malta y la vuelta a la España de los 60, pero NY es distinta. Ni es bonita, ni histórica, ni tranquila, ni romántica, ¡¡ni falta que le hace¡¡. Es todo eso y nada en concreto. Es esa ciudad que todos conocemos a través de una pantalla. Cuando te ves en sus calles, te sientes actor de película. Cada esquina evoca esa serie, la otra trilogía, esa noticia. De vuelta ya a casa, cada noche se puede volver a NY a través de la televisión. Nunca acabas de irte.
Es el faro de la civilización occidental, el punto que todos queremos visitar. Pero a la vez es el infierno de un capitalismo brutal que todo lo mide en dólares, donde cohabitan infinidad de sociedades paralelas. Desde la rica sociedad blanca, sajona, post-europea y pudiente, al servilismo de hispanos y negros (vale, afroamericanos para los más sensibles), pasando por los guetos de judíos, chinos u otras nacionalidades. Lo mejor y lo peor se toca, del esplendor de las grandes avenidas con sus rascacielos a la ruina y miseria de la podedumbre y pobreza en las calles, con decenas y/o cientos de pedigüeños en cualquier esquina, durmiendo en bancos o portales. Es cierto que es una sociedad plurinacional y multicultural, permeable, en la que se puede pasar de un estrato a otro, pero esta posibilidad está regida únicamente por una cosa: $$$.
La comida en NY, lo esperado. Mucha pizza, perritos calientes (que no hot dogs), hamburguesas, pasta y poco más. Es cierto que había restaurantes de calidad con menús de todas las nacionalidades, pero cuando vas con el tiempo muy justo comes donde y cuando puedes, no donde y lo que quieres. Para una semana, soportable, pero de vuelta, locos por leche, fruta, verduras, ensalada. De hecho, el primer día de vuelta en España, ¡lentejas¡. Para chuparse los dedos.
La primera noche en el hotel descubrimos, mas bien recordamos tarde, que los enchufes de los estadounidenses son distintos. Ya nos ha pasado varias veces fuera de España, de hecho en Francia compramos un par pero no nos los llevamos. Menos mal que la pantalla de televisión tenía una conexión usb a la cual conectábamos los móviles cuando se quedaban sin batería. Televisión que por cierto tenía 90 canales siendo TVE la última y la única española. Había alguna más en castellano pero hecha por y para hispano-estadounidenses. Subiendo y bajando canales vi todo tipo de partidos de fútbol americano, baloncesto (que no basket, canasta en castellano) y béisbol, deporte nacional que por más que lo he intentado no he llegado a comprender.
13/07, visitando Theater District, Chelsea y Garment District y Lower Midtown:
Tengo la sana costumbre de comprar una guía de la ciudad a visitar para intentar organizarlo lo mejor posible. Nunca cumplimos con el plan exacto por que una cosa es el papel y otra la realidad, pero al menos, que no nos coja de sorpresa. Muchas cosas se quedaron en el tintero, pero cumplimos con creces lo que buscábamos: Disfrutar.
Según un guía en Manhattan duermen 1,5 millones de personas. Pocos me parecieron. Pero nos comentó que, a diario, entran más de 8 millones de personas para trabajar allí. ¡Que bárbaro¡. El doble de la población de Madrid.
Si se quiere ver todo o al menos un pincelada de todo, solo hay un camino, mucho tiempo, lo que es lo mismo, mucho más dinero. Así que tienes que ir escogiendo. Harlem, Bronx, Queens y Brooklyn lo cubrimos con la excursión "Contrastes". Manhattan sólo podría llevar semanas si no meses, así que tirando de zapatilla y Metro, intentamos abarcar lo máximo posible. Desde el primer momento renunciamos a ver una obra de teatro, un coro góspel o un partido de béisbol para dejar tiempo para otras opciones. Visto a toro pasado, muy contentos con todo lo que vimos, que es lo que cuenta. Lo que no pudimos ver, pues otra vez será.
Hay que diferenciar los metros locales (paran en todas las paradas) de los express (que no lo hacen y a lo peor te llevan desde Manhattan a Harlem sin parar (si, lo digo con conocimiento de causa)). Por cierto, sí que es una experiencia viajar en el Metro de NY pero salvo contadas excepciones, son calurosos, sucios, oscuros y malolientes. Como ya dije antes, entre la 42st con la 8th está Port Authority Bus Terminal, la estación central de metros y autobuses.
La zona estaba rehabilitada recientemente, con tablas de madera formando un paseo sobre el cual corrían muchos turistas o no tan turistas. Al fondo, las zonas ajardinadas con chalés de lujo de Jersey City, por medio, las aguas del Río Hudson donde no hace mucho amerizó un avión que recién despegado del aeropuerto sufrió una avería por que una bandada de patos le inutilizó los motores. El piloto lo avisó al pasaje y con una maniobra excepcional consiguió amerizar evitando la muerte de los pasajeros. Ahora es un héroe nacional pero en primera instancia lo detuvieron. ¡¡¡Así son de listos los neoyorquinos¡¡. Ahí va una simulación de como fue.
Comenzamos a andar, tónica del viaje. Julia empezó a quejarse del cansancio, no acostumbrada a tanto paseo. Mucho se quejó, mucho nos enfadamos, pero solo me queda reconocerle que se portó como una campeona los siete días. Marta al principio, lo llevaba mejor, pero al quinto día, otra que no podía mas. Lo dicho, ¡¡premio para Marta y Julia¡¡.
Paralelos al Hudson desde 44st hasta la altura de 34st, doblamos por el Jacob K Javits Convention Center, ya en el distrito de Chelsea y Garment, donde los primeros rascacielos asomaban. Zona de expansión, vimos obras de nuevos rascacielos. Al decir del guía de "Contrastes", actualmente hay 250 rascacielos, al final de este año, serán entorno a 400. En 2025 ¿cuantos?.
NY una ciudad en continua evolución. Una ciudad que se puede redescubrir tras años de ausencia. Esto la diferencia de otras ciudades como Roma, París, Londres o Berlín que solo crecen en el extrarradio o con leves reformas. NY, por contra, está en continuo cambio. A lo peor, con tantos rascacielos, pierde su esencia y se convierte en un panal de rica miel.
De vuelta, cada paso debió ser una tortura para Julia. Cuando ahora lo rememoro la veo como cuando yo estoy en ese km 90 tras 20 horas de esfuerzo y a 20 kms de la meta. Sin ganas para mucho más, hotel para cambiarnos el calzado y bajar a comer a la esquina, en el Athenée, cuyo servicio dejó mucho que desear con una neg....afroamericana que no sonrió ni una vez y que tenía pintada en la cara "estoy hasta la narices de mi trabajo".
Primera propina. En NY los precios son caros de por sí. El equivalente al IVA supone el 8,85% pero resulta un atraco que tengas que soltar, además, entre un 10-15% adicional de propina. Soy totalmente enemigo de las propinas. No tengo que premiar algo que debiera presuponerse: el buen servicio. No entendería que algún cliente me diera una propina en mi oficina por hacer las cosas bien, es mi trabajo, me pagan por ello. Pero a 6.000 kms de casa, no tenía muchas ganas de una bronca innecesaria que nos amargara el viaje. Pasamos por el aro.
Primera propina. En NY los precios son caros de por sí. El equivalente al IVA supone el 8,85% pero resulta un atraco que tengas que soltar, además, entre un 10-15% adicional de propina. Soy totalmente enemigo de las propinas. No tengo que premiar algo que debiera presuponerse: el buen servicio. No entendería que algún cliente me diera una propina en mi oficina por hacer las cosas bien, es mi trabajo, me pagan por ello. Pero a 6.000 kms de casa, no tenía muchas ganas de una bronca innecesaria que nos amargara el viaje. Pasamos por el aro.
A media tarde subimos a descansar un rato y el jet-lag (recordemos, desfase horario) se cobró su tributo. Julia y yo ya nos despertamos hasta 12 horas después. Entre sueños me pareció oír a Inmaculada y Marta hablar de bajar a cenar o dar una vuelta ellas solas pero finalmente no se atrevieron. NY, la ciudad que nunca duerme, pero nosotros si.
14/07, excursión "Contrastes", puente de Brooklyn y Zona Cero:
Tras un sueño reparador, el día iba a comenzar con la única excursión que teníamos contratada, "Contrastes" que hacía honor a su nombre en la visita por Harlem, Bronx, Queens y Brooklyn. Esta excursión está ofertada en cualquier paquete vacacional. La propia agencia que nos cerró los vuelos nos la ofreció, pero de pedirnos ellos 240 $ por los cuatro la contratamos por 160 $ a través de "Atrápalo". Escandaloso.
Como nos tenían citados a las 8:10 en el Row Hotel, a 300 metros del nuestro, desayunamos en el Pizza Caffe y las bebidas hirviendo no habían sido un espejismo, eran la cruda realidad. Nuestro guía para la excursión, Luis, colombiano, ya entrado en años con casi 30 de experiencia en su sector. Hizo amena la ruta, pero se notaba que tanto el recorrido como su parrafada sonaba a lo mismo de siempre.
Vistos el Nou Camp y el Bernabéu (o El Sardinero), nada me dijo el Yankee Stadium, al contrario que el parque en el antiguo emplazamiento del estadio que hizo las delicias de Julia mientras estuvimos parados.
En Queens abundan los parques, los residenciales, las casas en planta. A falta de tradición e historia como las grandes capitales europeas, sus monumentos, sus catedrales y sus palacios son los estadios deportivos y los rascacielos. Tras el Yankee Stadium, vimos el estadio de los Mets, el otro equipo de béisbol de NY, algo así como la rivalidad entre el Barcelona y el Español. Los Mets tienen el aparcamiento vallado, pero exterior. Los días de partido los forofos se llevan la comida y la barbacoa para comer antes de entrar a ver el encuentro. Me imagino que como no solo comerán, a más de uno le tendrán que contar el resultado.
Mas allá, Flushing Meadows Corona, zona deportiva donde se celebra el famoso campeonato de tenis. En el parque se rodaron parte de las escenas exteriores de Men in Black. Entre Queens y Brooklyn una avenida que, sobre-elevada, tenía la línea del tren y a ambos lados tiendas de artículos de todas las nacionalidades posibles, incluso, una que vendía material del Barça. Nos pararon para un almuerzo y me metí en una tienda a por refrescos y algo de comer. Descubrí que vendían latas de Coca-Cola de un litro. Enormes.
Atrás Queens y ya en Brooklyn, una barriada con chalés con su jardín delantero, uno de los cuales era la casa de McEnroe, y el barrio judío de Williamsburg donde tienen su gueto los judíos askenazíes, esos que llevan trenzas que les cuelgan de las sienes. Luis nos contó un montón de curiosidades que lejos de sorprenderme me asquearon un tanto.
Cuando alguien me dice si soy creyente siempre le respondo que sí, aunque luego añado, "pero tu debes querer saber si soy religioso, ¿no?". Resulta pretencioso como las religiones se adueñan del término creyente. Yo creo, pero creo en la justicia, en la igualdad, en la libertad y tantos otros derechos inalienables al ser humano. Respeto a aquellos que consideran que ser creyente es dar por cierta la existencia de un Dios y/o todos sus derivados pero no lo comparto. En cierto modo los envidio. Envidio esa certeza en la trascendencia de la vida, dado que para mí, la muerte, es el final, y eso me aterra.
Luis fue desgranando preceptos de los judíos askenazíes. Tienen más de 600 y tienen que cumplir, al menos, la mitad. Me resultó chocante y repulsivo el papel gregario (casi servil) que le otorgan a la mujer que incluso, una vez casadas, se tienen que poner una peluca para tapar su pelo natural cuando salen a la calle. Viven en su gueto, apartados, pero por que ellos quieren.
Lo que no puedo entender es que la excursión "Contrastes" nos haga pasar por allí tratando a esta comunidad como si fueran un circo. Finalizamos la excursión en Seaport Civic Center tras atravesar el puente de Manhattan con vistas a los tres puentes que forman la BMW...Brooklyn, Manhattan y Williamsburg.
Lo que no puedo entender es que la excursión "Contrastes" nos haga pasar por allí tratando a esta comunidad como si fueran un circo. Finalizamos la excursión en Seaport Civic Center tras atravesar el puente de Manhattan con vistas a los tres puentes que forman la BMW...Brooklyn, Manhattan y Williamsburg.
En el Lower East Side, nos apeamos en Little Italy, ciertamente little. Los chinos les han ido colonizando el barrio y a los italianos le queda poco más de una calle. Comimos en Amici II que tenía fama de buen restaurante. Como en todos los bares y restaurantes, te llevan agua del grifo, enfriada en el frigorífico, que se creen que te hacen pasar por agua embotellada. No comimos mal, aunque me dejé aconsejar y me soltaron una pasta con pollo que casi toda se quedó en el plato. Las raciones de comida solían ser sustanciosas, en algunos casos, hasta exageradas, como los precios.
Para bajar la comida, paseamos por Little Italy y Chinatown. Antes de seguir hasta el East River entramos en una tienda de rusos que vendía artículos de navidad con una colección de árboles de navidad preciosa. Como ese día llevaba mi camiseta de Macedonia mas de uno y mas de dos me saludaron a la voz de "¿Macedonia?". No, cántabro. Pero yo sí sé por que llevaba esa camisa. Así nos acompañaste en el viaje.
Bajamos a la zona de Two Bridges, que como se puede deducir era la zona entre dos puentes. Sacamos un plano del puente de Brooklyn. De repente se nubló el cielo, al fondo las nubes grises se tornaron amenazadoras, olía a lluvia. ¡¡¡¡Corred¡¡¡¡.
El clima, caluroso, con un grado muy alto de humedad pero, cuando te pones a la sombra, se hace muy soportable. Hay que tener cuidado con los locales, tiendas y hotel. Ponen el aire acondicionado muy fuerte, con lo que el contraste entre el bochorno exterior y el frío en interior, puede provocar resfriados.
Sin tiempo para buscar un bar nos resguardamos del chaparrón en la parte trasera de un edificio donde estaban en la puerta varios hombres que parecían los encargados del mantenimiento. Por uno de ellos, italoamericano, con 35 años viviendo en NY, pudimos saber que esos chaparrones era frecuentes y que duraban 30 minutos. Exactos. Pese a la lluvia y a la vista fea pasamos un buen rato con ellos, nos reímos y acabamos cantando junto el himno de Italia, "fratelli d´Italia, l´Italia s´é desta"....increíble, no pudimos dejar de hacernos una foto con ellos. Onírico. Nos regalaron....bolsas de basura para taparnos de la lluvia.
El clima, caluroso, con un grado muy alto de humedad pero, cuando te pones a la sombra, se hace muy soportable. Hay que tener cuidado con los locales, tiendas y hotel. Ponen el aire acondicionado muy fuerte, con lo que el contraste entre el bochorno exterior y el frío en interior, puede provocar resfriados.
Sin tiempo para buscar un bar nos resguardamos del chaparrón en la parte trasera de un edificio donde estaban en la puerta varios hombres que parecían los encargados del mantenimiento. Por uno de ellos, italoamericano, con 35 años viviendo en NY, pudimos saber que esos chaparrones era frecuentes y que duraban 30 minutos. Exactos. Pese a la lluvia y a la vista fea pasamos un buen rato con ellos, nos reímos y acabamos cantando junto el himno de Italia, "fratelli d´Italia, l´Italia s´é desta"....increíble, no pudimos dejar de hacernos una foto con ellos. Onírico. Nos regalaron....bolsas de basura para taparnos de la lluvia.
City Hall Park, donde contemplamos el City Hall (mismamente el ayuntamiento) y el Palacio de Justicia. Al fondo, el puente de Brooklyn, nuestro siguiente destino. Empezamos a caminar y parecía mas corto de lo que fue, solo llegamos al primer pilar, pero nos llevó 15´ que repetimos de vuelta bajo un calor sofocante. De vuelta viramos hacia Lower Manhattan, la parte mas al sur de la isla donde está la Zona Cero, Wall Street y Battery Park.
Zona Cero, impresiona ver las enormes piscinas rodeadas con mármoles con los nombres de las víctimas de los atentados de las Torres Gemelas. En alguna de las ranuras de los nombres pendían flores o banderitas. En el mismo centro, el museo de la víctimas y campeando la zona, como nuevo desafío a los terroristas, el One World Trade Center, primera de las 7 torres que van a construirse en esta zona para sustituir a las tumbadas por los fanáticos.
Tras atravesar la avenida en la que estaba Trinity Church con su cementerio de lápidas al aire libre, el Charging Bull, estatua de un toro que representa el espíritu de la Bolsa, en el cual tardamos otros 15´ en hacer una foto por la cola que había. En un lateral, el centro financiero del mundo, el que decide con sus riquezas y miserias el destino de millones de personas que ni sienten ni padecen y que desconocen que Wall Street se llama así porque aquí construyeron los pioneros en el siglo XVII una pared (wall) para separar sus tierras de los indios algonquines que desde el otro lado los atacaban de forma frecuente. Wall Street, la Reserva Federal y la tienda de Hermes en un espacio diminuto.
Bowling Green con el museo de los indios americanos y Battery Park, el final del trayecto del día. Para mí, el lugar de la ciudad que más me gustó. Un parque no muy grande, con el Castle Clinton al fondo (donde ahora se venden los billetes para los paseos por la bahía) utilizado hace 200 años como puesto defensivo, que originariamente estaba en el mar, pero que con el rellano del terreno, ahora está en tierra firme; el Pier A, primer pantalán con zona de copas; el monumento a las victimas de la guerra de Corea y el parque con bolas del mundo, decoradas. Y unas estupendas vistas a la bahía.
Paseamos, descansamos, disfrutamos del entorno. Desde el One World Trade Center hasta la Estatua de la Libertad. Inmaculada, tan, digamos, persuasiva ella, hasta que no consiguió que nos subiéramos al ferry gratuito a Staten Island, no paró. Impagable el paseo de ida y vuelta viendo anochecer sobre Manhattan y Miss Liberty, con múltiples fotos de lo que en NY llaman Skyline, la línea de edificios. ¡Premio para Inmaculada¡.
A la vuelta, taxi al hotel. Fue el primero, el único y el último. Caro, pesado, innecesario. Una porciones de pizza en la 45st con la 8th, en Carve Café, las cenamos en la habitación del hotel y a dormir.
15/07, Museo de Historia Natural, Central Park y Rockefeller Center
Era el día "nominado" para los museos, pero al final, solo visitamos uno. Con 15 y 9 años, Marta y Julia todavía no tienen la gana ni el ánimo de pasar horas y horas a paso de procesión, recorriendo museos.
Nuevo sitio para desayunar, The Food Emporium, mismas bebidas hirviendo. Mas magdalenas, napolitanas, fruta, más de lo mismo.
Primer día que decidimos coger el Metro y la primera experiencia fue estresante al no atinar ni con las máquinas ni con las líneas ni con los billetes. Al pasar de los días seríamos unos expertos pero en ese momento, ni gracia que me hizo. Cuando llegamos al Museo de Historia Natural dejamos atrás los nervios por no controlar el Metro.
El Museo de Historia Natural, en el Upper West Side, está situado frente a Central Park a la altura de la 76st. Es el museo en el que se desarrollan las películas de "Una Noche en el Museo" de Ben Stiller. Tiene cuatro plantas con zonas para exposiciones y eventos temporales, pagados aparte. De los que había en cartel escogimos uno sobre el espacio pero, como no tampoco atinamos a pedir unos auriculares, nos lo tragamos todo en inglés. Yo, con el oído mas "abierto", me enteré de muchas cosas, pero las demás de poco, eso sí, las imágenes sobre la bóveda hablaban por si solas.
En sus distintas salas había fósiles de dinosaurios y otros animales. Peces, mamíferos, anfibios y reptiles disecados. Las culturas del hombre, con muestras de trajes, casas, poblados y demás detalles de los distintos pueblos de Pacífico, Oceanía, Indios, Africa, Sudamérica y de EEUU.
La visita duró mas de cuatro horas así que cuando salimos, desfallecidos, compramos perritos calientes (que no hot dogs) en el primer puesto que vimos. Entramos en Central Park y en un banco disfrutamos de la comida rápida (fast food, esa). Julia, que se quedó con hambre, repitió perrito caliente, cosa que hizo el resto del viaje, y hoy, en nuestra casa, también.
Por la tarde, paseo por Central Park, a la altura de 81st, viendo el Belvedere Castle, el lago Reservoir, los Strawberry Fields en memoria de John Lennon que vivía muy cerca de aquí y el Cherry Hill.
Me negué a tumbarme en el hotel. Como ellas querían descansar, me puse mis bambos y salí a correr camino de Central Park. Algo para recordar. Pura magia. Cansado de la paliza, adapté mi ritmo a mi estado físico y recorrí entero el parque que tiene 4 kms de largo por 1 km de ancho. No parecía estar en NY. Dentro de Central Park te sientes a miles de kms de la civilización. El camino no era llano, subía y bajaba. En algunos tramos me costaba correr pero no dejé de visitar los rincones que marcaba el plano que llevaba en las manos desde la entrada por la 59st al pie de la estatua de Colón. Subí por la senda oeste visitando The Lake donde navegan los botes a remos, dejando a un lado el lago Reservoir finalizando en la zona montuosa, piscina en la que los neoyorquinos que no pueden ir a la playa llevan a sus hijos a bañarse. Atravesando a lo ancho Central Park por la parte mas al norte bajé por la senda este, paralelo a la 5th Avenida, la que llaman la milla de los museos que entre otros alberga al Metropolitan. En esta vereda vi el parque de Alicia en el País de las Maravillas, el Obelisco egipcio del 1.600 antes de nuestra era hasta llegar a la salida por la plaza donde está el lujoso hotel, The Plaza. Eso, que no se calientan la cabeza con los nombres.
En esta plaza vi cientos cuando no miles de personas enganchadas a sus móviles, no sabía por qué. Ya de vuelta a casa me enteré que estaban "cazando pokémon". Hay gente para todo. Volví al hotel corriendo por la Quinta Avenida viendo las tiendas de Cartier, Rolex, Tiffany´s. Acortando por el Rockefeller Center, atravesé Times Square donde me tiraron una foto con mi camiseta macedonia.
Ducha rápida y cena en un restaurante mexicano, El Sombrero, entre la 49st con la 8th, que sin ser de lo mejor que he probado, superaba ampliamente la media neoyorquina. Fallaba el local, demasiado oscuro, con mucho ruido. Paseamos hasta el Rockefeller Center, que a Inmaculada le encantó tanto de día como de noche.
Recorrimos la zona ajardinada con todas las banderas del mundo alrededor de la pista en la que patinan sobre hielo en invierno. No cabía ni un alfiler, tiramos fotos desde todos los ángulos e incluso a la tienda que tiene Lego enfrente de la torre principal.
Fui a dar una vuelta por los alrededores viendo a la derecha el Radio City Music Hall. Al darme la vuelta, observé una puerta por la que entraba mucha gente, descubriendo que era el acceso a Top on the Rock, la terraza superior del Rockefeller Center desde la cual se puede ver el paisaje nocturno de NY. Sin demora, volvía a por mis pomelos que no se decidían a subir, pero las "obligué". Hicimos cola, no muy lenta, lo tienen todo milimetrado y valió la pena. Las vistas desde las distintas terrazas, ¿cómo eran? es-pec-ta-cu-la-res. Otras 50 fotos caerían.
16/7, saludando a la Estatua de la Libertad:
Sábado y lo prometido es deuda. Tras la excursión de "Contrastes" y el museo, tocaba cumplir la promesa hecha a Marta de ir a ver a Miss Liberty. Desayunamos, otra vez y así hasta el último día, en The Food Court. Metro en la 42st. Tras un breve trayecto nos hicieron bajar del vagón por que estaban de obras, derivándonos a otra línea. Les hicimos caso y como todos los que nos bajamos parecíamos ir al mismo sitio, como ovejas, entramos en el nuevo andén. Nos subimos al primer Metro que pasó en dirección Downton y con las prisas, nos bajamos antes de nuestra parada, en Tribeca.
No hay mal que por bien no venga, aprovechamos el despiste, para visitar tanto Tribeca como el SoHo con sus edificios elegantes, sus peculiares escaleras exteriores, especialmente en Greene Street. Pero lo que parecía un paseo se nos hizo eterno por que las distancias en NY no son comparables. Cuando vinimos a querer llegar a destino había pasado más de una hora de andar, con parada incluida de nuevo, en Wall Street, en cuya cercanía fuimos testigos de como se rodaba una película.
En NY y en EEUU en general suplen su carencia de historia escrita previa a la colonización a partir del siglo XVII elevando a la altura de mitos a los astros deportivos, a las estrellas de cine y al presidente de turno en contraposición con los europeos que atesoramos miles de años de historia escrita con personajes dignos de las películas que los estadounidenses ruedan y convierten en millones de dólares. Y eso sin contar las ancestrales sociedades egipcia, china y de los valles fértiles (Asiria, Mesopotomia, Sumeria) que ya sabían de todo mientras los europeos todavía estabamos intentando combinar la carne con el fuego.
En Battery Park compramos los billetes para ir a la Estatua de la Libertad y la Isla de Ellis en Castle Clinton. Agiles colas, enésimos controles de seguridad y rumbo al símbolo por excelencia de NY, que en comparación con los rascacielos de NY, me pareció pequeña.
Escasamente media hora de abarrotada singladura, con fotos de Marta con una manzana en la mano frente a la estatua (manía que trajo desde España, de hecho, la manzana ha vuelto y de momento, aquí sigue). Abrasados de calor rodeamos el pedestal de Miss Liberty con la vista de Manhattan al fondo. Julia, reventada; Marta, con la manzana a cuestas y los demás, aguantando el chaparrón de calor. No pudimos ni entrar ni subir a la corona por que las entradas para acceder a su interior ya se habían agotado cuando llegamos.
Llegando de vuelta al barco que nos llevaría a la Isla de Ellis, Julia encontró un billete de 20 $ que días mas tarde convirtió en un regalo para ella misma. La Isla de Ellis fue el lugar por el cual entre finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX pasaron todos los inmigrantes que querían entrar en EEUU. Según decían los carteles, más de un 40% de la población actual estadounidense tiene su origen en esa pequeña isla.
De vuelta a Manhattan cogimos un Metro que nos llevó hasta la 44st, donde entramos a comer, por recomendación de mi compañero Carlos, en un restaurante italiano, Carmine´s. Ya me avisó de que no pidiéramos mucho, que las raciones eran muy grandes. Así que pedimos dos platos para los cuatro. ¿Grandes?. Inmensas, con un solo plato habríamos comido los cuatro y habría sobrado. Buena comida, buen servicio, bonito local aunque precio duro de roer. Antes de acabar, como dos días antes, se puso a diluviar así que demoramos algo la salida.
Mientras Pomelandia descansaba me puse los bambos de nuevo y salí a correr. Bajé hasta el Intrepid y subí corriendo por el parque de Riverside Park, en la ribera del Hudson. Cuidado jardín, estrecho, sobre terreno recuperado para la ciudad dotado de pasarelas con vistas a Jersey City y al puente de Washington al norte. Torcí por la 95st hasta alcanzar Central Park, donde por la senda oeste llegué hasta la Columbus Circle, de retorno al hotel.
Cuando llegué a la habitación, mis niñas decían que no querían salir, que estaban muy cansadas, así que las subí unos perritos calientes e Inmaculada y yo salimos solos, durante un par de horas, a pasear por las calles en la anochecida neoyorquina.
42st a la altura de Times Square, llegando hasta la esquina con la 5th, fotografíamos la New York Public Library (la biblioteca para los profanos), desde cuya esquina había una vista iluminada del Chrysler Building. Entramos en Grand Station. Y a la salida, debido a las obras, no nos dimos cuenta que a continuación estaba el Chrysler. ¡¡Habíamos perdido un edificio de más de 70 plantas¡¡. Dos manzanas mas allá cruzamos de acera y ya comprobamos nuestro error. Sin dilación, volvimos al hotel, donde nuestras pomelitas dormían.
17/07, visitando el MoMA, Chelsea, Flatiron y disfrutando del cine clásico en Bryant Park:
Domingo, planeamos ir al Metropolitan. Tras el ardiente desayuno en The Food Court, cogimos el Metro y acabamos visitando el MoMa. Por partes, resulta que había obras y varias líneas estaban cerradas. Hasta ese día no descubrimos que los metros express no hacían paradas hasta más allá de la 125st. Nos bajamos con el susto en el cuerpo de vernos perdidos en el Bronx. Cogimos el de vuelta, que no paraba en la 81st, si no en la 59st. Entre las 22 manzanas hasta el Metropolitan o las tres hasta el MoMA, no hubo dudas.
De los tres museos que visitamos, seguramente el MoMA es el que mas arte acumula, pero salvo los pintores impresionistas, a poco más le saqué punta. No me gusta el modernismo. No entiendo que un trozo de corcho, sobre un globo, con una hoja de lechuga pintada, clavado todo en una foto de Marilyn Monroe, sea arte. Será que no entiendo, pero si entiendo que cualquier niño de cuatro años puede fabricar igual sinsentido sin que se tase en millones de euros.
Por contra, los Picasso, Miró, Monet, Chagal, Dalí, Van Gogh, esos sí que me gustaron. Todos ellos concentrados en las plantas 3 y 4. Por obligación del museo, tuve que dejar mi mochila en la entrada, así que disfruté con una carga de menos.
A la salida, paseamos por varias manzanas de la 5th avenida, entrando en St Patrick, la catedral católica, encajonada entre rascacielos, que pese a su gran tamaño parecía una parroquia de barrio. La miraba y remiraba y no sabía que es lo que no me cuadrada, hasta que me di cuenta. La fachada estaba nueva. Acostumbrado a las iglesias europeas, renegridas por siglos en sus paredes con esa pátina que solo da una larga historia, la reciente St Patrick parecía fuera de tiempo.
A la salida, paseamos por varias manzanas de la 5th avenida, entrando en St Patrick, la catedral católica, encajonada entre rascacielos, que pese a su gran tamaño parecía una parroquia de barrio. La miraba y remiraba y no sabía que es lo que no me cuadrada, hasta que me di cuenta. La fachada estaba nueva. Acostumbrado a las iglesias europeas, renegridas por siglos en sus paredes con esa pátina que solo da una larga historia, la reciente St Patrick parecía fuera de tiempo.
Nuevamente por recomendación de Carlos compramos unas hamburguesas en Shake Shack, entre la 45st con la 8th, franquicia con varios establecimientos en NY. Estaban buenísimas y tenían un peculiar sistema de pedido. Hacías cola, pedías a una camarera. Te ponías en una segunda cola a la espera de que se te iluminara un simulacro de móvil que te daban con un número. Ingenioso cuando menos. Como me supo a poco, bajé al puesto de la esquina del hotel a por un perrito caliente para mí y otro para Julia.
Aquella tarde, también yo hice la siesta. Estaba muy cansado. Cuando salimos, Metro hasta el barrio de Chelsea a la altura de 23st con la 10th. A poco más de dos manzanas corría en alto la antigua vía del tren, ahora reutilizada como zona ajardinada, The High Line. Paseamos unos 300 metros y bajamos para merodear por las calles de este barrio coqueto.
Al final del mismo, Madison Square Park, presidido por el Flatiron (plancha en castellano), con una curiosa forma triangular a la que solo nos faltó fotografiar desde arriba. Desde el parque, bonita foto del Empire State y tras pocas calles, los almacenes Macy´s, quizás los más conocidos de NY, que fueron fundados por un antiguo ballenero llamado Macy, mediado el siglo XIX, con una pequeña tienda cuyo símbolo era una estrella roja recuerdo de la que llevaba tatuada en su brazo. La tienda creció y creció. Ahora ocupa nada menos que 186.000 m2 pero no deja de ser un Corte Inglés de grandes dimensiones.
Por la 6th vimos una tienda de pianos enorme, el Bryant Park repleto de gente pero que en ese momento no sabíamos lo que hacían, el inevitable paso por el despampanante mundo de neón de Times Square y tras una cena rápida en The Food Court, donde por la mañana dan dulces y por la noche, pizzas, pasta, carne y lo que se tercie, a dormir.
18/07, recorriendo el Metropolitan y comenzando las compras:
Ya no nos podíamos ni levantar. Nos arrastramos hasta The Food Court, mas magdalenas enormes y buscamos el Metro para ir The Metropolitan.
No solo es el tremendo tamaño si no la variedad. Nació como reacción y competencia a los grandes museos europeos (los estadounidenses ya se sabe, ande o no ande...), para cuando abrió sus puertas, la mayoría de los tesoros antiguos ya habían sido expoliados por los ingleses, franceses y alemanes. Así fuimos atravesando salas de todo tipo de arte, muchos pocos de muchas cosas. Grecia, Roma, Egipto; Arte moderno, contemporáneo, moda, armas y armaduras; arte asiático, turco, estadounidense. Hasta la portada de una iglesia de Valladolid, así como varias salas con cuadros de Velázquez, Goya, Rembrandt, Miguel Angel, Renoir, Murillo....una macedonia que mostraba mucha cantidad, muy al estilo estadounidense, aunque fuera sin orden ni concierto.
En la sala de la Roma Imperial no dejé de hacer fotos a todas y cada una de las estatuas. Calígula, Constantino, Marco Aurelio, Adriano, los grandes emperadores me recibían con su sardónica sonrisa milenaria: "¿Donde estabas que llevábamos años esperándote?". Tranquilos, fui a veros a vuestra casa en Roma y me dijeron que os tenían más allá de las puertas del Hades.
El resto del museo, enorme, pero el cansancio era tal que Marta y Julia se quedaron sentadas en la zona asiática e Inmaculada y yo visitamos el resto del museo a la carrera.
Claro que me gusta ver estos museos pero resulta despreciable como, por una parte, los occidentales hemos despojado de sus riquezas históricas a los pueblos orientales mas débiles para exhibirlos en estas salas y, por la otra, como muchas de esas culturas durante siglos dejaron de lado su acerbo cultural al echar en el olvido a sus antepasados y sus monumentos. Egipto se dio cuenta de su riqueza a comienzos del siglo XX al verificar, tras el descubrimiento de la tumba de Tutankamón, como atraía al turismo. Tarde.
De vuelta a nuestra 46st, comimos en el Iron Bar, en unos taburetes altos, luchando por trasegar el agua fresca de grifo. Sin remisión, al hotel. Yo, a correr.
En esta última ocasión, Metro en la 48st bajándome en la 110st. Atravesé a lo ancho Central Park por su parte más alta, en dirección al East River, cruzando Upper East Side. Zona ramplona, vulgar incluso para feas ciudades industriales, salvándose de la quema la fachada del Squadron A. Armory, antiguo arsenal militar reconvertido en escuela y el hospital Mount Sinaí, mas por su fama médica que por un edificio feo como pocos.
Sin llegar al East River, se puso a diluviar y me tuve que parar en un portal de la 81st. Cuando dejó de jarrear pero con el calabobos en todo lo alto, volví a salir hacia el Carl Schurz Park, isla de verdor en medio de edificios de cemento, con vistas al Robert Kennedy Brigde que une Manhattan con Queens por el norte. Bajando por la orilla del East River, la Roosevelt Island, en fase de colonización urbana con muchos edificios a medio terminar, unida a Manhattan por el puente Queensboro, con un teleférico que cruza a los viandantes a la misma altura.
Si la zona del Carl Schurz Park era verde, el resto del camino hasta Queensboro era un cemental a medio terminar. Torcí por la 63st y todavía acerté a ver Bloomingdale´s y el "cigarrillo" que era como llamábamos a la torre mas alta de NY, solo para residentes, blanca, larga, con las ventanas de colores. En el último piso, en días de tormentas debe ser un infierno. Ni regalado quisiera ese piso.
Empapado, llegué a la habitación y con solo tiempo para una ducha rápida, bienvenido hacia el infierno: ¡¡las compras¡¡. Mejor ni lo cuento por que para mí cada minuto dedicado a comprar regalos es tiempo perdido. Dedicarle una tarde y una mañana a comprar regalos, ¿para qué?. Bueno, que le vamos a hacer. Enfilamos la 8th, Times Square, la 6th, la 45st, para dejarnos el tiempo y el dinero a ritmo de cola de operación salida en la M50.
Tras dos o tres horas de compras avistamos Bryant Park, repleto de gente. Nos acercamos más y vimos ¡¡el cine de verano¡¡. Parece ser que es tradición que durante julio y agosto en este parque repasen clásicos del cine de todos los tiempo. Esa noche tocaba La Profecía, de Gregory Peck. Así que cogimos unas sillas y estuvimos una rato sentados.
La película era en inglés, con subtítulos en inglés y entre que la he visto en castellano y he leído el libro no tuve problema para seguirla e ir contándosela a mis pomelitas. Seguro que no era la película mas adecuada pero sentados allí con el Empire State enfrente y el Chrysler Building a la izquierda, iluminados, fue un momento de mágico.
Sin terminar de verla, vuelta al hotel a descansar para la "batalla" del día siguiente. Mas compras y el viaje de vuelta.
18/07, mas compras y visita a la 5th Avenida:
Ultimo día. Ultimo desayuno en The Food Court, adiós a las bebidas hirviendo que seguro que no echaremos de menos.
Metro hasta la 71st para ver los almacenes Century 21th, que también nos había aconsejado Carlos para las compras. Tras ver todas la plantas, pues sí, está bien para comprar ropa más barata que en España pero no es el tipo de regalos que se suelen llevar. ¿Camiseta del Calvo Qué o un polo de Tomasín Jilgueriguer?. Mientras acababan di un corto paseo por Lincoln Center. Desde allí paralelos a Central Park y por la 59th hasta el monumento a Sherman. No había "pokemonmaníacos".
Al fondo, The Plaza. Sentadas las tres, di varias vueltas por la plaza, haciéndole fotos a la dorada estatua de Sherman, a la entrada de una tienda de manzanas que ¡¡qué cosa mas rara¡¡ vendía ordenadores y a la zona de entrada a Central Park.
Terminado el repostaje, bajamos por la 5th viendo los chiringuitos de Rolex, Cartier, Valentino, todas las grandes firmas tenían en este templo al consumismo su parroquia, incluida Zara, defensora de la españolidad.
Nos despedimos del Rockefeller Center. Durante más de 15´ minutos intentamos que Marta nos tirara una foto en la cual cogía en brazos a Inmaculada. Cada vez que lo intentaba se me soltaba el muelle y me daba la risa. Inmaculada, no segura de acabar por lo suelos, decidió que no era necesaria la foto. Dimos una vuelta entre el gentío y en una esquina, tras hacer un ejercicio de control, raro en mí, conseguí tomarla si echarme a reír.
El tiempo corría sin parar, pocas horas nos quedaban, así que comimos en Il forno, pegado a The Iron Bar donde habíamos comido el día anterior. Pasta picante que pese a las iniciales protestas no quedó ni muestra en los platos.
Cuatro horas para el final, el último esfuerzo para las compras otra vez por la 7th, Times Square y aledaños. A una vuelta Julia y yo ya no podíamos más. Marta e Inmaculada se quedaron a terminar las compras.
Sin llegar al hotel entramos los dos en Amorino, una heladería de la 8th, con bonita presentación artística, buen sabor y precios de caviar. Así que decidimos saborearlo con un paseo por la 46st hasta la 10th.
Volviendo a casa:
Segundo acto de "como no coger un traslado al aeropuerto con Go Airlink". Cuando llegamos al JFK cargados de maletas, con el cabreo en el cuerpo, nos vinimos a enterar que ¡¡otra vez¡¡ nuestro vuelo tenía retraso y de salir a las 20:55 despegó mas allá de las 22:00.
El avión, un Boeing de Iberia, enorme, infinitamente mejor que el American Airlines de la ida. Con asientos cómodos, pantalla de video personalizada con decenas de películas, series, música y juegos a escoger. La comida, pues, lo de siempre en estos casos. Quizás es que ya íbamos de vuelta, agotados con 8 días sin parar, pero es que no podía ni moverme de mi asiento. Además, escogí El Pregón, de Berto Romero y Andreu Buenafuente, que sin ser una obra arte, me hizo pasar una buen rato entre carcajada y carcajada.
Aterrizaje en Madrid. Recogida de las maletas. Traslado al SHS Aparcamiento de Barajas. Nos subimos al coche y de vuelta a Murcia. ¡¡¡¡Bufff¡¡¡¡, la primera hora solo quería morirme. Ni una hora llevábamos cuando nos paramos en el Area de Servicio 77, donde nos dieron una de las peores ensaladillas rusas que he comido en lustros. De postre, una café a pelo, para aguantar el viaje, por que ¡¡yoodioelcafé¡¡.
This is the end:
Ya en casa. La edad te da y te quita cosas. Llevo unos años en que ya no me reconozco al espejo, intento ni mirarme por que veo los estragos que los años van marcando mi cara. Seguramente la afición a las ultramaratones es un intento inconsciente de luchar contra el envejecimiento. Mi héroe de la niñez... y de después.... siempre fue Peter Pan, que no se hacía mayor. Fue entrar en los cuarenta y los años corren que vuelan, no me entero. Dejé de subir la cuesta, para verme rodar cuesta abajo. Espero que ruede muchos años pero es que ruedo tan rápido que la meta ya asoma a lo lejos.
Por contra, me ha traído quilos de serenidad para no sufrir por los problemas de trabajo, para no enfadarme por las trabas de la vida y para saber disfrutar del momento, aunque no siempre lo consiga. Hace años que no tengo el síndrome postvacacional del que hablan en los telediarios cada mes de septiembre. Quizás nunca lo tuve. Antes me quedaba morriña la primera semana de vuelta de cada viaje. Ahora no. Fue bonito mientras duró. Será una experiencia que no olvidaré, máxime cuando Marta y Julia nos acompañaban. Pero, ¡¡será por sitios nuevos que visitar¡¡.
La vida sigue. 2015 nos dio una lección por la que todos tenemos que pasar pero que para todos es difícil de asumir la primera vez. Así que disfrutemos del momento "que la vida es un sueño y los sueños, sueños son". Siempre me quedará esta crónica para recordar aquellos maravillosos momentos y, ¿quién sabe?, a lo mejor dentro de décadas mis hijas o mis posibles futuros nietos viajen a NY y leerán este ladrillo y revivirán aquel verano del 2016 en las que sus madres y sus abuelos viajaron a la Gran Manzana.
Nueva York es historia. Disfrutemos el presente, preparémonos para el futuro.
¡Roma Victrix¡
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