jueves, 11 de abril de 2019

XXI edición LXVII Millas Romanas de Mérida - Abril 2019





Hace más de MM años el emperador Octavio Augusto decidió poner fin a la continua rebelión de los pueblos astur y cántabro. Envió a sus legiones el año XXIX antes de nuestra era. Años de batallas desiguales para que en el XXV diera por terminada la guerra con la derrota astur. Como reconocimiento a aquella ¿gesta?, ordenó fundar la Colonia Iulia Augusta Emérita donde se asentaron muchos de los veteranos de las guerras astur-cántabras, convirtiéndose en la capital de la provincia romana de Lusitania. La presunción imperial les hizo olvidar que el pueblo cántabro no había sido derrotado. Otros 6 largos y duros años las legiones tuvieron que batallar risco a risco, castro a castro, hasta conseguir el control de la gran Cantabria. Acudió en persona al teatro de operaciones, dejando la dirección de la guerra a Agripa, su yerno y lugarteniente, para acabar con nuestra resistencia pero esa sería otra historia que contar.


V V de abril de II milenios después aquí estoy, en una de la principales ciudades romanas (o lo que queda de ella) para participar en las LXVII Millas Romanas de Mérida. Mucho tiempo deseando viajar a Extremadura, región olvidada por muchos, ninguneada por otros tantos, que acumula tanta historia y belleza que la convierte en visita imprescindible. Peculiar que pese a tener el mar muy lejano fuera cuna de grandes conquistadores como Cortés, Pizarro, Orellana, Valdivia o Nuñez de Balboa. Extremadura, literalmente, la región que está en el extremo, merece una visita pausada. Esa era mi idea, no tan solo conocer Mérida, si no también Trujillo, el Jerte, Cáceres, etc, pero, digamos, problemas de agenda me obligaron al largo viaje solo. Eso sí, acompañado por el que no falla, un libro, en este caso para estar bien ambientado. La XVI entrega de las aventuras de Catón y Macrón.

Viernes, V de abril, V de la madrugada. Sin dejar que sonara el despertador salté de la cama. Como ya lo tenía todo preparado en bolsas y cajas, fueron XV minutos. Sigilosamente me moví para no despertar a ninguna de mis pomelos, pero mi medio pomelo no quiso dejarme ir sin un beso ni sus buenos deseos. El clima, amenazaba lluvia. Conecté el gps, el invento del siglo. Sin tener ni idea del camino, la señorita Marta te va cantando el recorrido. A veces es necesario preguntar. La ruta mas corta posible (DC kms) es en su mayoría por carreteras nacionales con mucho tráfico de camiones, atravesando pueblos y con una firme poco firme. Durante parte de las VII horas que duró el viaje, volví a recorrer los caminos que nos llevaron a Ciudad Real en diciembre pasado,  amaneciendo sobre las Lagunas de Ruidera. Chaparrones durante toda la mañana. Fui testigo de la carrera alocada de una cierva que cruzó la carretera delante de mi. No me gusta la noche, ni para correr, ni para conducir y creo que ni para pasear. Voy perdiendo vista y me agobia moverme con un círculo de visión tan reducido, si además llueve, cristales mojados. Tras dos paradas, una técnica y otra para zamparme un suculento bocata de chorizo, llegué a Mérida.

Gladiator, ¡¡que gran película¡¡. Mi preferida. Podría reproducir muchos diálogos sin  ver las escenas. Me encanta aquella escena en la que el emperador Marco Aurelio, arrodillado, lloroso, ante su dolido hijo Cómodo, al cual estaba negando su derecho a sucederlo como emperador …




Muy buena película, con errores históricos de bulto. Marco Aurelio no murió asesinado por Cómodo. Cómodo no murió asesinado en el circo si no en una conjura palaciega un 31 de diciembre. Tras la muerte de Cómodo se vivieron unos meses intensos con la sucesión de Pertinax,  la compra del trono por parte de Didio Juliano hasta que el general africano Septimio Severo tomó el poder por la fuerza y dominó el imperio. Pero eso también es otra historia.



Gladiator, el ficticio general Marco Décimo Meridio, el alter ego de este blog, era de Augusta Emérita, donde tenía tierras, mujer y un hijo. Por que Mérida, no dejaba de ser entonces lo que hoy es Benidorm, una ciudad de retiro para jubilados, en este caso, legionarios romanos.


Mi hotel, en contraposición, tenía poco de romano, se llamaba Zeus, principal dios del Olimpo griego. Bien situado. Sus glorias debían datar también de tiempos zeusinos. Mi habitación era de escasos XV metros cuadrados, con un aseo diminuto, muebles añejos y una sospechosa falta de brillantez. Pero para dormir una noche, bien valía. Una vez dejadas las cosas, salí a conocer la ciudad. Tenía hambre romana. Con un mapa ubiqué el lugar de recogida de los dorsales y de la entrega de la mochila para el punto de vida. Una vez aparcado el coche en sus cercanías, empecé mi paseo.

Subiendo por una cuesta comprobé que tenía nombre de emperador romano, Vespasiano. Muchas eran las calles con nombres alegóricos a las pasadas glorias romanas. Paseé entre Constantino, Graciano, la Legión X y otras no menos latinas como Espronceda o Calderón de la Barca. La ciudad se asoma a la vera del Guadiana cruzado por uno de los puentes romanos más largos que permanecen en pie. En su cauce desemboca el río Albarregas, también atravesado por otro puente romano que al lado de su hermano mayor, palidece.

Plaza de la Constitución, típica plaza hispana, con sus jardincillos y sus bancos. Desemboca en lo que queda del Arco de Trajano. Tan solo la arcada, apoyada en los edificios circundantes, lo demás, se lo llevó el viento. Parece ser que el buen emperador hispano no tuvo nada que ver en su construcción. Como solo quedan sillares sin ningún tipo de inscripción, lo mismo es de época de Trajano que de siglos posteriores. Paseando, acabé en el centro urbano, la Plaza de España, flanqueada por el Museo Visigótico (cerrado por obras, lástima), el Palacio de Mendoza (típico palacete señorial) y la Concatedral de Santa María (también cerrada). Reconozco mi ignorancia, he investigado que es una concatedral y viene a ser un templo que comparte con otro la sede de un obispado. En este caso, lo comparte con la concatedral de San Juan Bautista de Badajoz.


Tras siglos de ser capital de la provincia romana de Lusitania, en el siglo VI Mérida se convirtió en la capital del reino visigodo. Como nos pasó en nuestra visita reciente a Córdoba, poco o nada queda de los visigodos. Se mimetizaron tanto con la cultura y los pueblos que conquistaron que nos dejaron poco más que una larga lista de reyes de nombres rebuscados, algunas historias de cotilleos y pendencias y un reducido reino ultramontano al norte donde el conde cántabro Don Pelayo y su hijo Alfonso I resistieron a los moros, haciendo del corazón de Cantabria la cuna del nuevo reino que posteriormente llamarían España cuando del prusés y de otras noñeces ultranacionalistas nada se sabía.

Subiendo por la calle de Santa Eulalia, surgió el Templo de Diana que data del siglo I antes de nuestra era. Soberbia fachada. En su parte delantera se representan obras teatrales para un reducido público. Unos CC metros mas arriba están los restos del Foro romano de la misma época. Mérida, tras cada recodo de callejas abigarradas y sin mucho orden, restos milenarios. La antigua Augusta Emérita junto a la anticuada Mérida




Empezando a tener hambre, bajé en dirección al río donde está la Alcazaba árabe. Altos muros, poco más vi. Una voz lejana me llamaba. ¡¡Ven, ven¡¡. No pude negarme. Roma Victrix. Como iba a negarme a la llamada de un camarada.




Pese a ser una restaurante de comida italiana, se llamaba Galileo.  Una ensalada amontonada de ingredientes apelmazados y unos suculentos espaguetis cuatro quesos a un precio más que razonable. Tras terminar de comer fui a recoger el dorsal (DCCCXX) y la bolsa con la camiseta conmemorativa de la participación, que sin ser bonita, guardaré como recuerdo. Paseando de regreso hacia el hotel para la siesta, pasé junto al bimilenario puente romano sobre el Guadiana, vigilado estrechamente por la Loba. Cercana, otra vez, la Alcazaba árabe. Dos años después de llegar a la península tras derrotar al ultimo rey visigodo, Don Rodrigo, el caudillo árabe Muza conquistó Mérida. Aquí se quedaron durante 500 años. Y salvo la Alcazaba, poco más quedó. 



Intenté dormir, no lo conseguí. Llovía a cántaros, mal augurio. Me preparé a conciencia. Recortándome uñas y durezas; vaselina en los pies; esparadrapo en los pezones para evitar rozaduras; bolsitas con frutos secos; otra bolsita con chuches que me había preparado mi pomelita Julia; otra bolsita con orejones; la farmacia, con sales minerales, paracetamol, incluso almax; pilas, cargadores de baterias, cables. Preparado para recorrer por el Amazonas. Se usan pocas cosas pero hay que llevarlas por si acaso.

VII:XV horas, a XLV minutos de la hora prefijada, salí del hotel camino del Acueducto de los Milagros, lugar de la salida. Quedan en pie las columnas que lo sostenían no así el cauce. Al acercarme divisé a los centenares de milleros preparados para la aventura. En ese momento no llovía tras el chaparrón de XV minutos antes. Llovió poco a lo largo de la noche, algunos momentos de calabobos y poco más.



Y tras este largo y quizás cansino preámbulo, llegó el momento de la carrera. ¿Por qué?. Por que como buen amante de la historia de la antigua Roma, no podía dejar pasar mas tiempo sin correr entre sus restos más importantes en la península. No iba a ser lo mismo solo que con los hermanos macedonios, pero algunas veces la soledad te acompaña, te educa, te enseña. Y lo digo en sentido genérico. Intento priorizar lo necesario de lo importante. La vida pasa muy rápido para depender del que dirán. Disfruto lo más que puedo con los medios a mi alcance. Ya no dejo que me afecten los problemas más de lo necesario. No estoy dispuesto a que terceros me condicionen aunque tenga que ponerme una máscara. No lo consigo del todo. Solo una persona me conoce bien, ante la que ni puedo ni quiero disimular. Conoce bien mis multiples debilidades, pero es la única ante quien quiero claudicar. 

¿Por qué LXVII millas romanas?. Las legiones romanas, siempre tan estrictas, medían todo, hasta cada paso. Para ellos un paso era el movimiento de dos pies. Un paso doble. Ese espacio de pie derecho más pie izquierdo tenía una medida fija, lo que hoy son CXLV cms. Mil pasos de esos, una milla (los italianos siguen diciendo mille para el número mil). MCDL metros cada milla. LXVII millas, entorno a C kms.

XX horas, chupinazo. Sol intermitente entre retales de nubes. Cumplí con la tradición macedonia de salir el último. Justo al lado del escoba. Trotecillo, poco más que andar rápido. Recibimos los ánimos de todo el público que nos despedía. Ellos para irse de cena y/o a disfrutar de la noche. Nosotros para zambullirnos en ella.

Las Millas Romanas ya son un clásico en Mérida. XXI edición. Hasta hace pocos años era un prueba únicamente para senderistas. De aquellos años quedan dos características poco comunes a las ultras en las que suelo participar. Por una parte, no es competitiva. Aunque se publica una clasificación no existen premios para los ganadores. Más curioso, además de un tiempo máximo de XXIV horas hay un tiempo mínimo de XII horas, reminiscencia de las ediciones solo senderistas, para evitar que unos fueran mucho más rápidos que otros. Además de las LXVII en las que participaba había otra de XXX que salía en la mañana del sábado. Retransmitían la salida desde la televisión autonómica.



Recorrido urbano plagado de gente. Giros por sus intrincadas calles, visitando la mayoría de los hitos históricos. Desde la romana, visigoda y árabe Mérida hasta las calles y plazas castellanas. Fue ya en el siglo XIII cuando el rey leonés Alfonso IX reconquistó la ciudad. Desde entonces fue perdiendo galones hasta que el siglo XX la repuso en el puesto de honor que merece con la declaración en MCMXCIII de patrimonio de la humanidad por parte de la UNESCO.




Cruzamos el puente romano, por el que hasta hace poco seguía pasando el tráfico. MM años después sigue en pie. Donde resonaban los tacos metálicos de las caligae de las legiones que tantas veces lo cruzarían en sus rutas de ida y vuelta hacia guerras cercanas, este humilde legionario tuvo el honor de seguir sus huellas. En distancias tan largas las primeras horas son fundamentales. CIV kms según mi reloj. Poco desnivel. MMDL metros, en tres zonas concretas. Oía a muchos quejarse de las cuestas. Les gusta el monte, el campo, cualquier cuesta les resulta dura. Para mi fue un desnivel muy liviano en comparación con otras carreras mucho más duras en las que he participado. En todo caso, hay que hacerlo. Y no debemos perderle el respeto a las distancias. De los DCCCXL que salieron más de CL se tuvieron que retirar.

Cuando abandonamos Mérida, corrimos paralelos al rio Guadiana durante unos X/XII kms por su margen izquierda. Es una pena tantas horas de noche. Entiendo que por el arco horario se haga necesario, pero quedé con la sensación de haberme perdido muchas cosas. Durante los primeros L kms corrí mas o menos sin parar. Creo que acerté con el ritmo. Entre VI:XX a VII minutos el km. Parecerá un ritmo lento, poco más que un trotecillo, pero no es fácil mantenerlo. Ni soy profesional ni joven. Entreno cuando puedo y mis años me marcan límites. Orgulloso de haber sabido mantener ese ritmo sin cebarme.

Camino de tierra, con zonas de cemento, algo humedecido a causa de las lluvias, pero sin grandes riesgos. En estos primeros kms se colocan los participantes. Los más corredores, por delante. Los andarines por detrás. Los flojos como yo, en medio. Tras una semana sin correr, fisio y comer mucho para tener reservas, tenía ganas de correr. Al ir solo, preferí tomar algún grupo de referencia. Una cosa es estar solo y otra bien distinta es ir solo. Al primer grupo al que me acerqué, bingo, eran nórdicos. Daba igual. El hecho es tener alguien cerca, por si acaso.

Tras la salida segundo avituallamiento, km XIV, Guadiana. Llovía ligeramente. Bien surtido. Fue la tónica de todos los avituallamientos. Ni un pero. Muchos y muy bien surtidos. Los voluntarios, muy cariñosos, de X. No me hizo falta tirar de las reservas que llevaba. Me tomé mi primera pastilla de sales para equilibrar las que iba perdiendo por el esfuerzo. Una cada II horas. No corres más si no que reduces el desgate. Y se notan. Llevaba un bote lleno de XX pastillas, pocas han vuelto a casa. Tomé varios paracetamoles, especialmente al final, por los dolores musculares, inesperados en esta ocasión. A la salida del primer avituallamiento encendí el frontal. X horas noctunas.  

Segundo tramo, camino de Alange, la desembocadura del rio Matachel en el Guadiana. Terreno para correr con ligera pendiente hacia arriba durante muchos kms. Empecé a sufrir el único fallo de la organización. Pésima señalización. Balizas escasas, oscuras y muy mal colocadas. Fue una queja unánime de todos los participantes. Muchos nos perdimos en varios tramos. Agucé el ingenio y el oído, me arrimé a aquellos que parecían seguros de conocer el recorrido. Aún así me perdí un par de veces. Camino estrecho, a rueda de otros corredores, dejando correr el aire. Una cosa es buscar una referencia, otra pegarse a la gente. Tramo que disfruté por que me sentía físicamente muy bien. 

Tercer avituallamiento, km XXIV, Alange. Mensaje a casa. Voy bien. Sorprendentemente bien. Me quité los calcetines y me volví a embardunar los pies de vaselina para calmar unas sospechosas rozaduras que me amenazaban. De paso, quitarme las primeras XX o XXX de las M piedras que recogí por el camino. Alange, el pueblo, nos recibió con unos cuanto valientes. Lo que se dice valientes, ¡¡que estaban de copas¡¡.

Subimos la Senda de la Culebra hasta alcanzar el castillo de Alange. Corta, con algo de desnivel, pero sin mucha dificultad, todos en fila india coronamos en menos de XV minutos ante los restos del castillo. La bajada, tenía miga. Sin ser muy técnica, mala sombra por la combinación de tierra mojada, tramos de hierba muy resbaladizos y algunas piedras de más. Delante de mi iba una nativo emeritense que nos iba cantando el recorrido. Cada vez que decía - ¡¡ cuidado con este tramo ¡¡ - el que se caía era él. Que buen rato. Tras unos XX minutos de bajada, llegamos a la pista que bordeaba el lago. Pista amplia, de esas que te crees que es para esprintar. No lo hice, pero me encontré solo, en cabeza del grupo con el que subí y bajé al castillo, como si yo conociera la ruta. El balizamiento me hizo dudar. De nuevo en Alange, seguí las luces lejanas de otros corredores esperando que no se hubieran equivocado. Terminada la pista, el Balneario. Espectacular, la entrada, espectacular el interior. De esos lugares para tomar nota para pasar unos días. El lago, no muy lejano. Los baños, del Balneario. Aquí, km XXVIII, cuarto avituallamiento con agua y fruta.

Salimos a las oscuras calles de Alange, sin mas balizas que pegarme a unos nativos. A más de un corredor escuché posteriormente quejarse que se había perdido por allí. Para salir del pueblo, la que llaman la Cuesta de la Risa, corta pero intensa. Risa poca. Sube y baja hacia la subida mas dura, la Calderita. Me dejé llevar por un grupo de onubenses. Callado, sin meterme donde no me llamaban. Debí resultarles sorprendente. Se les pegó un corredor, mudo, que no les dejó durante muchos kms. Mas senda estrecha que pista, de las que me gustan, de las de estar atento para no tropezar. En esta ocasión, ni una caída. Premio adicional. Al fondo se divisaba una línea de luces blancas que ascendían al cielo, la Calderita. Por primera y única vez saqué los bastones. Subida de poco más de 1 km. Subí bien, muy bien según mi impresión. Pude haber apretado pero eso significaba hacerlo solo. ¿Para qué?. Me mantuve a cola de grupo sin forzar. Coroné perfecto. Sonará prepotente pero en plazas mucho peores he toreado con los macedonios. Si, era dura, pero muy llevadera. Bajada larga, que sin ser muy técnica, había que tener cuidado con el terreno muy irregular para no dejarse una pierna enganchada. 

Quinto avituallamiento, km XXXVI, la Zarza. La cena. Arroz tres delicias no muy delicioso pero si energético. Algo de tortilla. Un par de pastelillos. Chocolate caliente. Otra nueva descarga de piedras de los bambos. Tras muchas horas de hablar conmigo mismo, hablé con otro corredor que me contó como se había perdido. Paciencia. Miro las caras del resto de corredores en el avituallamiento. Se notaban las horas de esfuerzo, el cansancio. Algunos tenían pintada en la cara el abandono. Otros más, sobre todo los que iban en grupo, mas sonrientes. 



Engullido por la oscuridad de la noche inexplicablemente me vine abajo. No es la primera vez que me veo en una igual pero no aprendo. Solo a posteriori se reconocer las señales previas de esos momentos de bajón. Corría sin mucha gana, siguiendo las señales, sobre pistas amplias con muchos cruces algo mejor señalizados, con luces reflectantes. Me empezó a pasar factura la carrera, en la cabeza más que en las piernas. Oía por detrás voces y risas de los grupos que me seguían. Ninguna gracia. No me gusta correr con gente a la espalda, prefiero perseguir que ser perseguido, pero no me alcanzaron en ningún momento. Entrando en Villagonzalo me senté en un banco para quitarme la enésima piedra. Para la próxima me tengo que comprar pantuflas o babuchas, como se llamen, para que no se me metan las piedras, que follón. Ahí sentado me vio un corredor, de blanco, que me preguntó por como iba.  - Bien, solo son piedras -, le respondí.

Sexto avituallamiento, km XLV, carretera de Badajoz. Deambulo durante algunos kms hasta que alcanzo al corredor de blanco. Sería el km L, ya no nos separamos hasta meta. Dorsal 213, Juan Diego, emeritense. Fue mi compañero de carrera.

Séptimo avituallamiento, San Pedro, km LIII. Una nave. Yu-yu al entrar, sobre una camilla, un corredor tumbado, tapado con una manta térmica. La carrera se empezaba a cobrar víctimas. Aquí estaba la bolsa con ropa de recambio. No cambié nada. No iba muy mojado, cómodo con la ropa, solo las piedras de las narices, que bonicas las piedras. Comí algo, tranquilo. Salimos juntos, ya la segunda parte de la carrera anduve mucho más que corrí. Primero por que el cansancio ya pasaba factura. Segundo, por un dolor in crescendo en el peroneo que ya en los último XV-XX kms me impedía correr, solo andar. Estoy haciendo un curso rápido de anatomía a base de dolores varios.

Cruzamos el Guadiana otra vez. Cuidado con el badén. Parece ser que una riada se llevó el puente y quedó este badén. Avisados, lo saltamos sin problemas. Nos contaron que un corredor que pasó disparado, se cayó de bruces. Abandonó.

Seguimos nuestra ruta hacia el parque natural de Cornalvo, . En esas horas nocturnas, poco se podía ver pero descubrí un tipo de flor que no conocía, las jaras. Nos perdimos por un sendero, perdidos de verdad, no figuradamente, repleto de flores blancas. ¿Dije flores?. Millones, durante kms y kms flores para dar y tomar. De día debe ser idílico. Tras recular al comprobar que estábamos perdidos, nos cruzamos con otro grupo igualmente perdidos. Juntos reencontramos la senda, paralela al lago de Cornalvo junto a la presa romana. 


Octavo avituallamiento, Cornalvo, km LX. Durante todas esas horas no dejamos de hablar Juan Diego y yo. Son de esas amistades efímeras e imposibles. Coincidimos por una horas gracias a una afición. Echamos buenas parrafadas, muchas risas, cuando uno no podía, el otro tiraba. Cogimos muy buen ritmo hasta que las lacras que arrastraba me fueron ralentizando. Ultimos desniveles de la carrera. Las Camellas (como indica su nombre, son dos subidas y dos bajadas como si fueran jorobas), Meteorito, Terrero, el punto mas alto de la prueba, y la Cuesta del Animal. Intensas pero cortas. Especialmente la última, bajada, peligrosa por lo irregular del terreno. Despuntaba el alba. Era el momento de quitarse el disfraz de minero. Nuevamente subir y bajar fue lo más fácil. Subidas rápidas, tirando. Bajadas al trote, vigilando no tropezar por exceso de confianza.


Noveno avituallamiento, Cuatro Caños, km LXIX. Un corredor sentado, envuelto en su manta térmica. Otra muesca para la carrera. Cansado pero sabiendo que tenía piernas  para acabar. Muy recuperado de la mente. La compañía de Juan Diego fue crucial. El dolor del peroneo izquierdo me obligaba a modificar la pisada lo que me provocó un punzante y constante dolor en la rodilla derecha. XXXI kms a meta. Sin desnivel. Peor, si hubiera más desnivel, ni me forzaría corriendo y podría mantener un ritmo mas uniforme.



Con las luces del día, vimos las impresionantes dehesas extremeñas. Vacas. Ovejas. Arbolado bajo. Jaras, millones de jaras. Casas aisladas. Juan Diego me iba contado. Desde que hicimos grupo me despreocupé de balizas, se lo conocía al dedillo. Bicicleta, natación, correr, de todo hace. 37 años, 14 menos. Se tenía que notar. Me contó que subiendo al castillo de Alange le dio un pinchazo el cuádriceps y estuvo a punto de abandonar. El que no quería arriesgar y yo que no podía apretar mas, mantuvimos la ruta. 


Décimo avituallamiento, río Aljucén, km LXXIX. Descanso. Mensaje a casa tras toda la noche sin mandar noticias. Salimos despacio y en poco más de IV kms, nuevo avituallamiento, el undécimo, en Aljucén. No debí sentarme, pero las dichosaspiedrasdelasnarices me llevaban mártir. Aproveché para una nueva ración de vaselina en los pies. Camino de Santiago. Para que luego digan que todos los caminos llevan a Roma, por estos lares, parece que todos terminan en Compostela.


Menos de XX kms a meta y entro en situación límite. El dolor en el peroneo ya no se me quitaba ni con paracetamol. Reduje el ritmo. No podía correr nada. Una pena porque los últimos XX eran para disfrutarlos al trote. Se hizo lo que se pudo. Junto con Juan Diego y nuestras historias de ida y vuelta, vimos pasar los kms, aunque el peroneo no entendía de otra cosa que el dolor, cada vez mas intenso. En alguna bajadas intenté trotar, pero difícilmente hice algunos kms así. Al fondo, el lago de Proserpina, artificial, hecho por los romanos. ¿Qué nos han dado los romanos?. 





La mejor foto del día. Cielo azul nuboso, chapoteando los legionarios descansando de su última marcha hacia las minas de plata y mercurio. Zona estival, imagino que baños y deportes acuáticos. Muy tocado físicamente, arrastrando la pierna izquierda. Dolor que me llegó de sorpresa. Era la primera vez que me pasaba, pero sé que la culpa fue solo mía. Tras años sin usarlas, me puse medias de compresión, que si bien me ayudaron con los gemelos, perfectos toda la carrera, me machacaron ambos peroneos por la presión. Pero rendirse ahora no era una opción. Necesitaba terminar una ultra tras las ultimas decepciones. Camino de la Cañada Real de Araya, corretero para quien pudiera. Pasando por un caserón, un perrazo amenazante se nos acercó peligrosamente. Destrozado físicamente me di por mordido aunque el can-caballo, enorme, me perdonó, debió verme demasiado exhausto para disfrutar el mordisqueo.


Duodécimo avituallamiento, Proserpina, XCI kms. Comí patatas fritas de bolsa, que me supieron a gloria. Un pastelito y a por los últimos X kms. Juan Diego, muy conocido, se fue parando en estos últimos kms con unos cuantos amigos o conocidos. Yo no me paré en ningún momento. Cada vez que me paraba, me costaba mucho arrancar. En modo cuenta atrás, dejé de pensar. Sencillamente ya solo tocaba llegar. Tras tantas horas de camino, se sufre mucho, muchas dudas, quejas y unos cuantos novuelvomás. Indefectiblemente los días posteriores solo te quedas con lo bueno. Que listo es el cerebro, desecha lo malo, apuesta por lo bueno. Eso es lo que me queda a mí, los recuerdos buenos de cada carrera. Claro que recuerdo los malos momentos, pero se diluyen con el tiempo, hasta que te vuelves a encontrar en una situación similar en la que no te explicas como has sido tan torpe de volver a caer en el mismo horror.


Decimotercer avituallamiento, km XCVI, Carija. Rus final. Voy roto. Ya no andamos, paseamos por la vereda del Guadiana, con Mérida al fondo. Ultimos kms eternos, como siempre. Sensación agridulce. Triste por no poder entrar al trote, para disfrutar el momento. Triste por verme solo en meta mientras tantos corredores son recibidos por sus familias y amigos. Feliz por haber cumplido con mi reto en un marco tan especial como la romana Augusta Emérita. Primer miliario de recuerdo.





Pudo ser mejor, pero tras XVII horas y VII minutos crucé la meta, de nuevo en el punto de partida. Puesto CLXVI de los más de DCCC que participaron. A los pies del Acueducto de los Milagros pude decir con todo el sentir....Roma Victrix¡¡¡.




Gran abrazo con Juan Diego. Fue un gran compañero de carrera, me llevó en volandas, nos reímos mucho. Gracias.

Me paseé a duras penas por la zona de meta. El dolor iba en aumento. Añadido que cuando termina una ultra te cae el cansancio de golpe, a plomo, me costaba moverme. Tuve que ir a por la bolsa andando otro kilómetro. Y desde allí, cargado, al hotel, que estaba  otros tres kms más allá. Una hora tardé en hacerlo, muerto matao. Un corta parada para coger aire. Mientras estás en carrera, sigues como un autómata, a la caza de la meta. Cuando no tienes ya un objetivo, te arrastras. En el hotel, ducha rápida y sin pensarlo mucho, salí de turismo para ver el teatro, el anfiteatro y sus aledaños baja una lluvia fina. Estaba agotado pero el viaje no habría sido lo mismo sin esta visita. Olor a sangre corrompida de gladiadores derrotados; declamaciones de obras clásicas de Ovidio o Esquilo; el murmullo de los cientos de personas que habían acudido a las representaciones, sentados en el graderío; la mezcla de olores de orina y sudor de los reos condenados a morir ante el público; chillidos anunciando vino caldo de falerno, morros de nutria; picos de ocelote. Solo había que cerrar los ojos y dejarse llevar.



Al frente de la salida, el Museo Nacional de Arte Romano, soberbio edificio que atesoraba obras originales recogidas en Mérida y sus alrededores. Tras dos horas de lento paseo, me costaba moverme. Con algo de hambre y sin tener claro que y donde comer, no tuve ganas de calentarme mucho la cabeza y acabé en un burrikín. Con lo poco que me gusta este tipo de comida rápida, ¡¡cuan cansado estaría para sentarme allí¡¡. 




De vuelta al hotel, nuevo chaparrón. Intenté correr, pero ambos peroneos me lo impidieron así que caminé bajo la lluvia, calándome, que es muy sano.

XIX:XXX horas, llegada al hotel. Me quité la ropa. Me tumbé en la cama con la televisión. Pensé - "cierro los ojos pero no me duermo". XXI:XXX horas, me desperté. Me levanté con muchos dolores, me tomé un ibuprofeno y me volví a dormir. A las VI:XXX me despertaron mis propias piernas. Terrible dolor. Me asusté. Intenté poner el pie izquierdo en el suelo. No podía apoyarlos debido al intenso dolor. Me asusté más. ¿Hospital?. Me moví despacio por la habitación. Poco a poco se me activaron las piernas, aunque el dolor no retrocedía. Recogí las cosas y no me lo pensé mucho. En ese momento sabía que podía conducir. Busqué una farmacia de guardia y una 24 horas para comprar algún anti-inflamatorio. Ninguna abierta. Llamé insistentemente, nadie me abrió. Sin más, me puse en carretera. Opté por coger la autovía en dirección a Madrid. 130 kms más que la línea recta pero se tarda lo mismo, más seguro. Así pude pasar cerca de Trujillo y Cáceres para prometerles una pronta visita. El parque de Monfragüe. La Sierra de Gredos totalmente blanca. Tras siete horas, de nuevo en casa, con mis tres pomelos, por que mi casa siempre estará donde estén ellas.

Se acabó. Reto cumplido. Hasta pronto Mérida. Hasta pronto a todos. Cuatro días después sigo con algunos dolores pero tras este reto ha de venir otro. Ciao.






Roma Victrix























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