sábado, 14 de enero de 2017

Los primeros 25


Lunes, 20 de enero de 1992.


Podría decir que fue un flechazo, un amor a primera vista, pero mentiría, nos mentiríamos ambos. Siempre recordaremos aquel primer día como "ése que gritaba tanto que se lo oía por todo el salón" y "la amarilla renegrida llena de rizos". 25 años ya.


Dos semanas de curso madrileño dieron para mucho. En aquel aula y aquel restaurante de Tres Cantos algo se conectó. No supe identificarlo entonces, pero creamos un microcosmos de complicidad que, con sus altibajos, sigue ahí. Siempre me dice que yo miraba a "la otra", pero lo cierto es que no miraba a ninguna, no como ella pensaba. Era joven, no miraba más allá.


Tras aquellos primeros 15 días, mi vida cambió. Puse Murcia en el mapa. Una desconocida ilusión se abrió camino. Fui dejando atrás a otro yo, otro yo acostumbrado al yo egocéntrico y egoísta que empezó a ver la vida como un nosotros.


Semana santa, viaje a Madrid. Esa "naza con nuetes" que los nervios me hicieron pedir en un restaurante. La risa "floja" en los ascensores. Aquel beso que nunca nos dimos en la estación del tren. No había llegado el momento.


Julio, viaje a Tenerife. Aún recuerdo su cara de susto cuando, a los acordes de la lambada que entonces era la canción del verano, intenté emular a los bailarines latinos sin mucho éxito. Surgió la chispa, la pasión y el amor. El primer beso ... ¡¡del que no se acuerda¡¡ ... ¡¡en mitad de un espectáculo del delfines¡¡.


Otro viaje a Madrid. Agosto, cuatro de la tarde, a la aventura chorreando sudor, sin saber a donde me llevaba, acabando en mitad de la verbena de la Paloma.


Otra "aventura". Granada, 12 de octubre del 92, quinto centenario y llegamos a la ciudad sin ni tan siquiera reservar hotel. Ya nunca más la dejé "llevarme a la aventura". ¡¡No dimos vueltas para encontrar donde dormir, que va¡¡. Granada siempre será mi ciudad fetiche. Volvería una y otra vez para recordar aquellos días.




Diciembre, Alicante. La gabardina bajo el frío. Las vistas desde nuestra habitación del hotel. Comernos y bebernos. Campanas que no sonaban pero repicaban. Sin feisbu, sin güasap, sin istagrán, quería "compartir" con todos aquella dicha tan grande.


No lo medité a fondo, lo reconozco, poco más de un año después solté amarras, dejé atrás la patria y a la familia cántabra a las que llevo siempre presentes en mi corazón para afincarme en Murcia a su lado.


Más de uno me pregunta si alguna vez me he arrepentido. Y de igual forma que no miento cuando digo que no fue un flechazo, afirmo que nunca tuve dudas. Los comienzos no fueron fáciles. Vine a un mundo diametralmente opuesto a lo que estaba acostumbrado empezando por el clima, la abierta forma de ser de la gente, las costumbres incluso la comida pero sobretodo pasar de no vernos nunca a no separarnos jamás. Hubo que "currárnoslo". Pero ni una sola vez se me pasó por la mente volverme.


Tras unos meses de "¡¡organización¡¡", me regaló la mejor lección que nadie me ha dado nunca. La llevo tatuada a fuego en la memoria. "Las cosas se hacen por que se quieren hacer, no para que te las agradezcan". Desde entonces no busco reconocimientos de nadie y mucho menos de ella. Una vez digerido aquel jarro de agua fría vi claro el futuro.


Empecé a disfrutar paseando en nuestro clío rojo observando de refilón sus piernas brillantes que siempre subía en el salpicadero. Su risa, esa risa que contagia felicidad y que te hace sentir especial. Me ensimismaba viéndola cubrirse de crema. Ese olor me sigue rememorando aquellos primeros años. Cada pequeño recuerdo es una instantánea imborrable.


Nunca le pedí formalmente casarnos. Ahora que observo a los jóvenes montar auténticas películas para pedir matrimonio a sus parejas me veo en el aparcamiento del Quitapesares, sentados en nuestro coche:


"Cielo, he pensado una fecha para casarnos" .- le dije


"Yo también".- me respondió.


Ambos habíamos pensado la misma fecha, el 24 de mayo. No nos hicieron falta decenas de personas aplaudiendo mientras les atormentábamos con un vídeo de inacabables fotos. Pocos días he sido más feliz que en aquel oscuro anochecer.


Nos casamos. Este año se cumplen 20 años. Nos fuimos a México. Las primeras tensiones, los primeros desacuerdos. Como dirían allá ... "se nos descompuso la güagüa".


No todo fueron días de vino y rosas. Siempre me han dado reparo esas parejas que dicen que nunca discuten por que me temo que cuando lo hagan se desbordarán rencores acumulados que anegarán su convivencia. Es cierto que nosotros no deberíamos discutir tanto pero, que le vamos a hacer, somos como piedra y pedernal aunque seguimos haciendo saltar la chispa.


Nacieron nuestras hijas, Marta y Julia. Estos sí, sin duda, los días más felices de nuestras vidas. Solo desde la renuncia y la abnegación verdadera que se siente por los hijos puedes comprender lo que es amar sin reservas. Ves la vida con otros ojos. No dejas de cometer torpezas pero, al menos, te das cuenta de que lo son. ¡Si ya pones de tu parte para remediarlas que más se puede pedir¡.


Tras los primeros años de arrebato de la pasión, un tanto de ceguera y buena ración de lujuria te encuentras en el punto de tener que sobrellevar la monotonía del día a día. No es fácil. Por mucho que quieras cada uno es cada uno con sus "cadaunadas". En esos momentos debes confirmar si vives en una película o si eres protagonista de tu realidad.


Bueno, malo, alegrías y tristezas pero siempre queda ese poso de cariño, respeto y deseo de compartirnos que, pese a días mejores y peores, sigo viendo en sus preciosos ojos de miel que un cuarto de siglo después me siguen recordando que aquel día recibí un regalo que nunca sabré agradecer suficiente al Destino.




Poco más de hace un año sufrimos un dolor incurable. Un dolor que nos acompañará por siempre. En cada revés de la vida hay una lección. Hay que disfrutar de cada pequeño momento. Todo tiempo dedicado a ser infeliz es tiempo perdido. Hemos seguido el camino, la desgracia nos unió más.


Viernes, 20 de enero de 2017



Gracias Inmaculada. Debo reconocer en alta voz que tropiezo mucho, que me dejo llevar por mi mal carácter, pero hoy quiero renovar mi compromiso contigo, pidiéndote perdón por cuanto de malo te haya hecho. Prometo enmendarme.


Te admiro, te quiero, te deseo y te amo. Mañana volverá a salir el sol y solo puedo desear cada mañana ver tu cara a mi lado al despertar.












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